lunes, 31 de diciembre de 2007

Adios muchachos

Cuando en diciembre de 2005 me eligieron presidente de la agrupación de jóvenes abogados de Ciudad Real, no imaginé que viviría tan intensamente los próximos dos años. Hemos vivido rápido en este tiempo y ahora que me voy, que lo dejo, echo la vista atrás y contemplo pasmado el panorama de cursos y jornadas, de fiestas, de partidos de fútbol y, sobre todo, de amigos, de buenos momentos pasados en su compañía. No me voy –no me quiero ir– ni desnudo, ni ligero de equipaje, porque he cargado las maletas de un buen puñado de amigos inolvidables e inseparables: Óscar –ahora secretario del Colegio– y Ramón y José Luís y Javi y Santiago, mi entrañable confidente. Cuántas historias, cuántos recuerdos hemos acumulado solo para nosotros: el affaire del paraguas en Santiago, el tigre de Tenerife, la despedida de Óscar, el whisky de Santi, el Grand Happening, los partidos de fútbol y de paddle y el tercer tiempo preceptivo, las comidas y cenas y los brindis y discursos, el muñe, el conde-duque, el marqués y el duque… Algunos amigos se han quedado en el camino, como las hojas secas, que –dicho sea entre nosotros– bien caídas están; ni lo eran entonces ni lo son ahora: eran muertos en un mundo demasiado vivo, vendedores de sombras y ceniza. No puedes ser moneda de veinte duros, me dijo Elena (buena amiga, desconocida entonces, inseparable ahora), que le guste a todo el mundo. No sé si lo pretendí en algún momento, quizá sí: ahora ya no.
A la junta de gobierno del Colegio de Abogados le debo también un recuerdo especial, por haber comprendido y amparado el proyecto que nos habíamos marcado en mi junta directiva, por haberme escuchado siempre y por convertirse –poco a poco– en buenos amigos, testigos de mis luchas y tropiezos profesionales, cómplices de mis secretos. Siempre habrá algún canalla que tuerza mis palabras, buscando algún secreto pacto entre presidente de los jóvenes y junta de gobierno, pero me da igual: gracias Elena y Ataulfo, Ramón y Luís Manuel, Venancio, Pilar, Jesús, Óscar, Javier, Carlos y Cipriano, mi decano. Gracias a todos y a cada uno por los setecientos treinta días pasados juntos: cada minuto a vuestro lado ha valido la pena.
No puedo terminar sin decir algo de mis amigos de la Confederación Española de Abogados Jóvenes. Ahora que me voy, ahora que os digo adiós, no puedo dejar de deciros que sois lo mejor que me ha pasado en estos dos últimos años. Graciela, Lola, Esther, Rosana, Ester, Carlos, Alberto, Pedro, Enrique, Miguel Ángel, Borja: dicen que la amistad –la verdadera amistad que he aprendido de vosotros– es para siempre, que la distancia no siempre es el olvido; lo demostraremos, ya veréis.
Nunca seréis un después, sino un todavía. Adios, hasta luego, muchachos.

PD: y a los que me leéis, ahora que acaba el año, os digo –con algún cambio– lo que me dijeron en Nochebuena, en un sms: “¡no necesito el pretexto de la fiesta para decir que os quiero un monton!”.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Feliz Navidad

Después de una semana verdaderamente excesiva de lujos y comidas y cenas navideñas, terminé la semana –cautivo y desarmado– de la forma más increíble que me podía esperar: en un poblado rumano.
Me explico desde el principio: llegada la navidad y desde hace varios lustros, Isabel y Carmen, juez decana y teniente fiscal respectivamente, piden dinero a quien tenga más de cinco minutos para escucharlas y compran comida para repartir entre los más necesitados de la ciudad. Tras reclutar a otros cuatro compañeros, me uní a ellas. Cuando llegué al supermercado, a eso de las cuatro y media, ya había una fila de diez o doce carros. Sin preámbulos, ni tiempo que perder, Carmen me hizo señas desde la vanguardia de la caravana: –Néstor, coge un carro y ponte a la cola. Avanzábamos entre los estantes, llenando los carros, mientras nos pasábamos la consigna: cinco de salchichas, cinco de salchichas, cinco de... Dos de chorizo, dos... Cinco quilos de azucar... Harina. Aceite, dos garrafas... –Al final, ¿te has animado?, me dijo Ana, fiscal. –Si, este... ¿cuantos de azucar? –Cinco. –Me lo dijo anoche Carmen, en el vino de la agrupación y aquí me he plantado. –Llevas el carro hecho un desastre: se te están aplastando las galletas...
Nada de lujos ni excesos: alimentos de primera necesidad, para dar de comer a una familia durante un mes, me dijo Javier, vicedecano del colegio. Vale, dije yo, y colé un par de botellas de vino y un turroncete de chocolate, alguien sonreirá, pensé.
A lo largo de la tarde y noche, el dinero –algo más de tres mil euros– se transformó en comida, lo cargamos en bolsas y en nuestros coches y lo llevamos a los conventos de monjas y a casas y chozas y furgonetas de gente verdadera y extremadamente pobre. Yo la vi. Yo estuve allí. Yo respiré la pobreza extrema esa noche. Y vi en las caras de los niños la mirada de quien sorprende a Melchor bajando por la chimenea. Y vi el milagro de la Navidad. Y vi neveras vacías –vacías hasta de nevera misma–, y casas frías, y estufas dentro de furgonetas y mujeres acurrucadas... Yo lo vi, porque estaba allí.
De vuelta pensé que mientras exista gente así, capaz de hacer cosas como estas, nada podrá arrebatarme la esperanza de un mundo mejor. Muchas gracias, Carmen, Isabel, Ana, María José, Elena, Celia, María, Javier, Ramón, Javi, Paco... Muchas gracias y feliz Navidad.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Mariano, el fugitivo

Hacía tiempo que no sabía nada de Mariano, hasta que la semana pasada recibí una carta suya. Está en prisión, cumpliendo dos condenas de 10 meses. Le llevé un asunto hará cosa de un año o año y medio: tenía una medida de alejamiento de su novia que incumplía sistemáticamente, hasta que, un buen día, apareció la policía en casa y se lo llevaron. De aquello no salió mal parado, no tanto por mis buenas artes, como por el hecho de que no tenía antecedentes penales. A los pocos meses me llamó por teléfono, estaba detenido y quería que le asistiera de nuevo, pero su familia –rancio abolengo de la ciudad– quiso designar a otro abogado, mejor, más experimentado y de más edad. Mariano acabó en prisión, de donde no ha salido desde entonces.
El viernes recibí un giro postal y una llamada desde la prisión. Mariano me contó –deprisa y corriendo– que su abogado no le cogía el teléfono, que no le iba a ver, que no le contestaba a sus cartas, que le habían tirado por tierra su clasificación a tercer grado y que tenía un juicio señalado para febrero que quería que se lo hiciera yo.
Le he prometido que haría todo lo que esté en mi mano: hoy voy a ver el asunto al juzgado y el jueves me iré a verle a prisión, porque es malo estar solo, especialmente en estas fechas y especialmente para un corazón atribulado. Y porque Mariano sufre por amor y, no sé por qué, me recuerda los lamentos de Lope por los que siento debilidad:
“creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor. Quien lo probó lo sabe”.

martes, 11 de diciembre de 2007

Rorate coeli

Después de una semana de clamor ininterrumpido, finalmente el segundo domingo el cielo destiló, manso, el rocío sobre nuestras cabezas. Más que llover, el agua –miles de gotas– se quedaba suspendida en el aire, esperando, frágil y sonriente, jugando con las corrientes, a que dos incautos se las llevaban por delante en atropellada carrera ciclista.
Desde las diez de la noche del sábado, nuestro objetivo era el castillo de Caracuel, una fortaleza musulmana sabiamente construida en lo alto de un risco, a unos treinta kilómetros de Ciudad Real, y nada ni nadie –ni la lluvia– nos impediría llegar.
De camino nos encontramos con Miguel y Pablo, a los que pretendimos engañar para que nos acompañaran; doce kilómetros y un par de cuestas les convencieron de que no éramos su tipo ideal, así que nos dejaron con la excusa de la familia, la lluvia y el tabaco. De nuevo Jorge y yo, solos, pero bien avenidos. Un instante en que la niebla se abrió logramos ver el castillo, allá a lo lejos. Nos orientamos y, como el castillo no se movió, logramos encontrar el camino ideal (adviértase que fuimos a ciegas, por las circunstancias meteorológicas, por las gafas mojadas y por no preparar la ruta: triplemente aventureros, en suma).
No aburro más; llegamos al castillo, imponente aún en su decadencia y nos fotografiamos, investigamos y negociamos con un cazador empeñado en que aquello era propiedad privada y no podíamos estar allí. Pero allí estábamos, al menos hasta que nos fuimos, y ante la certeza metafísica, el cazador nos dejó en paz.
De vuelta a casa, el resultado fue de sesenta y dos kilómetros, varias metas volantes, dos piernas doloridas, cinco o seis litros de agua en la ropa y una mañana deliciosa en buena compañía que no cambiaría por nada.
Ya de noche me fui a misa en mi parroquia, la de Santiago apóstol. En contra de mi costumbre, llegué con tiempo. Sonaba el “rorate coeli”. La liturgia, de noche, ejerce sobre mi un poderoso influjo emocional. Acerté en la penumbra a dar con un banco y me quedé largo rato emocionado, hasta que la iglesia se encendió llena de gente.
Dios viene, nos dijo el cura en la homilía, ha nacido un renuevo del tronco seco. Destilad, cielos el rocío. Y tanto. A mi, al menos, no me pilla de sorpresa la venida del Justo. Ya no.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Cuatro o cinco días

El primer brindis de la tarde fue para José Luís, compañero del despacho, decano que fue del colegio de abogados, vicepresidente y secretario del Consejo General de la Abogacía Española en anteriores legislaturas y, sobre todo, abogado y amigo. Apenas un par de horas antes habíamos asistido al acto de imposición de la Cruz Distinguida de 1ª clase de la Orden de san Raimundo de Peñafort –máxima distinción a la que puede aspirar un jurista– en la sala de vistas de la Audiencia Provincial (el lugar donde yo juré, por cierto, con José Luís como decano). A la salida comentábamos que, cualquiera que no conociera la realidad, podría pensar que jueces y abogados nos queremos, amamos y estimamos de forma entrañable y recíproca: solo escuché parabienes, enhorabuenas y abrazos en distintos decibelios e intensidades. Ironías de la vida que, una vez fuera, no cruzáramos palabra. Bien, el caso es que nos sentamos en estrados, togados y serios, emocionados, alegres y orgullosos de ver a nuestro compañero merecidamente distinguido: al César lo que es del César… La prensa local, como no puede ser de otra manera, se hizo eco de la noticia: aquí, aquí y aquí.
Total, que como se nos hizo tarde comiendo y no era plan de volver al despacho, nos conjuramos como los mosqueteros y decidimos salir a tomar unos chismes (en afortunada expresión de otro compañero, que esconde un significado bien claro). De nuevo abandoné el barco con los primeros cantos regionales y posterior conga en honor de santa Bárbara.
Salvada la semana cum laude, di con mis huesos en Madrid, donde pasé el fin de semana con unos amigos, trabajando, comiendo pollo y tarta de manzana y brindando con un vino magnífico de La Rioja que se evaporaba de la botella sin remedio ni explicación química alguna. No sé, alguien tendría que estudiar el asunto este.
¿Y ayer? Pues ayer me dijiste: habrá algo qué celebrar, ¿no? Y dije yo, descorcha pitonisa. Y hablamos de todo y de nada zarandeando un Justerini&Brooks de quince añitos, con mucho hielo, orgullosos de estar vivos y con ganas de dar guerra un año tras otro y hasta que nos parta un rayo. Y ya al despedirnos, anoche, te dije –te canté– aquello de "solo te puedo decir, que se me escapa la razón, tener que imaginar un fin que no sea estar contigo". Es que yo soy así...

viernes, 30 de noviembre de 2007

Vértigo

Siento miedo y vergüenza. Me siento mal. Estoy enojado, insatisfecho, enfermo, ofendido y desalentado. Por mi, por la maldita raza humana capaz de destruir.
Siento asco.

martes, 27 de noviembre de 2007

Neopagano

Hacía frío y era temprano. Alberto temblaba. Su mujer y el pequeño recién concebido temblaban también. Su madre no podía contener la ansiedad. Los testigos estaban nerviosos. Hoy, pensé, definitivamente, no es un buen día para jugarse todo a una carta: absolución o dos años de prisión. No era el frío. Era miedo lo que les hacía encogerse.
Un año antes, una muchacha había reconocido fotográficamente a Alberto en comisaría: sin ningún género de dudas –dijo entonces–, Alberto era el joven que le había robado el bolso un par de horas antes. Pero Alberto tenía antecedentes penales, de forma que su hoja histórico penal saltaría por los aires con una nueva condena: ingresaría en prisión, sin posibilidad de suspensión ni sustitución de la pena.
Tenía que hacer algo. –Piensa rápido; en estas condiciones, Alberto –me dije– es carne de cañón para el fiscal: se lo comerá vivo. Mi mente se puso frenética repasando las causas de suspensión de la ley de enjuiciamiento criminal y entonces, en plena efervescencia, viajó hasta los tres años de edad: estaba enfermo y en cama. Mi hermano Eduardo llegó del colegio con una piedra. –Es mágica –me dijo–. La he comprado en una feria de cosas mágicas. Si le pides un deseo, uno solo, te lo concederá.
Dormí aquella noche con la piedra. No le pedí nada, entonces. Temía equivocarme, no pedir el deseo adecuado. Treinta años después, con la toga puesta a la entrada de una sala de vistas, he dicho “que se suspenda el juicio”
Y no lo he desperdiciado.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Lo ajeno

Todo sale mal cuando llevas prisa. Es lo que he pensado tras tirar el cubilete de mi mesa y comprobar pasmado su contenido por el suelo: varios bolígrafos BIC-cristal (dos no funcionan; los tiro con pena a la papelera); dos abrecartas, uno de ellos rojo y de propaganda de una compañía de seguros; un sacapuntas que hizo la guerra y que, sin inmutarse, me acaba de destrozar el inseparable lápiz azul-rojo cuando trataba de afilarlo: sacapuntas a la basura; un par de clips solitarios que coloco en las alforjas de un burrito de bronce que me regalaron hace años y que se habrán escapado aprovechando un descuido; una lupa, tamaño familiar; una gomilla de goma más bien pasada y pegajosa: a la basura; dos rotuladores fluorescentes y un “pilot” azul del que no recuerdo su origen exacto, principalmente porque nunca me he comprado un pilot. En contra de lo previsto, el pilot funciona y tiene tinta...
Es curiosa la capacidad que tienen los “bienes muebles” para cambiar de propietario, me recuerda mi mentalidad jurídica, que empieza a ponerse frenética. Veamos, nuestro Código Civil promulga que “la posesión se adquiere por la ocupación material de la cosa, o por el hecho de quedar sujetos a la acción de nuestra voluntad”, de forma que la posesión de buena fe hace presumir el título de propiedad. Pues ya está, solucionado: de vuelta al cubilete. Madre, lo que hay que hacer para acallar la conciencia cuando tienes prisa.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Historias

Ayer tuve dos visitas.
1. Un chino, que quiere alquilar un local comercial propiedad de mis clientes, para instalar –parece obvio– una de esas tiendas de alimentación y consumibles varios que no respetan horarios, ni domingos, ni fiestas de guardar. Algo no me gustó del chino. No sé. Quizá la careta, o su sonrisa o ese empeño enfermizo en decir que sí, que entendía todo y que todo le parecía bien; así que me lancé como un poseso para eliminar el gesto sonriente. Y lo logré al pedirle un “aval bancario” que me asegurara el pago de la renta, al menos, durante el primer año. Se quedó de piedra y me dije, “¡zas! Si sangras es que eres humano”. Ha tardado en reaccionar veinticuatro horas, porque acabo de hablar con él. Es terco el chino, pero humano.
2. Un pobre hombre –la sombra de un pobre hombre–, que unos ratos quiere separarse de su mujer y otros, no. Lleva dos días fuera de casa, viviendo en la calle delirio, febril y paralizado por decisiones que no sabe o no quiere tomar. Pasa las noches conectado al messenger, por si su mujer lo hiciera, y los días agarrado al teléfono, esperando que le devuelva las llamadas que le debe. No quiere ayuda, no quiere consejos: solo alguien que le escuche su dolor de pensar, ay, que no la tengo, sentir que la he perdido.

sábado, 10 de noviembre de 2007

En el fondo del fondo

¿Qué tal? Se te nota cansado, me preguntaste. Dije –balbucí– un “no” y una excusa poco creíble. Distraído, me miré en el espejo: ¿de veras se nota? ¿Qué se nota? ¿Qué ves? Dime, ¿puedes ver en mis ojos el miedo de Javier antes de entrar en prisión? ¿Puedes decirme por qué, mientras conduzco, en este mismo instante, esté pensando en qué más hacer por él? ¿Por qué no dejo de oir la voz de su madre llorando, angustiada, histérica?
¿Qué es lo que ves? ¿Problemas ajenos que no lo son tanto? Sí. Hay días que no me asomo al fondo, porque me da vértigo.

lunes, 5 de noviembre de 2007

María

He sido duro. He interrogado despiadadamente. Muchas veces
–demasiadas– he utilizado mis palabras para herir, para hacer sufrir, para arrancar lo que quería. Nunca me tembló el pulso.
Nunca torcí el gesto.
Pero me hago viejo, debe ser, porque nunca cinco palabras me hicieron tambalearme tanto, pequeña María, reina del Levante. Nunca antes cinco palabras lograron mi rendición. Nunca cinco palabras fueron tan afiladas: “No te vayas, tío Néstor”.
¿Qué hombre aguantaría?

miércoles, 24 de octubre de 2007

Amistad

María y su marido vinieron al despacho hará cosa de cuatro o cinco años. En plena fiebre del ladrillo se habían metido a promotores con un terrenillo que habían comprado. Con el edificio a medio terminar, comenzaron los problemas con Emilio, el típico albañil cualificado y mal encarado metido a constructor. Tras unas semanas de ruido, burofaxes, reuniones y abogados, conseguimos salir airosos del percance: el edificio se terminó, se vendieron los apartamentos y respiraron tranquilos. Por un tiempo, porque María no se puede estar quieta, así que –con el paso del tiempo– pasamos de la relación profesional a la amistad.
Hoy me llama, después de un tiempo de no saber nada unos de otros. Después de unas risas, de preguntarnos por los conocidos y por la vida, me cuenta que ahora está metida en el negocio de las casas rurales; ha acondicionado una casa de su familia (esta) y está francamente asombrada de la acogida que ha tenido: cazadores, familias, grupos de amigos... Tiene la casa ocupada prácticamente todos los fines de semana, reservas para el verano, el año que viene...
Esta mañana, hablando con un conocido ha salido a relucir mi nombre. No ha perdido el tiempo y me ha llamado de inmediato para invitarme un fin de semana a la casa: “no te la estoy ofreciendo, te estoy invitando a que vengas con quien quieras. Si no lo haces me lo tomaré como un insulto”.
Al colgar he sonreído. Qué bueno tener amigos. Qué bueno sentirse querido.
[Me he acordado de Lindsey Buckingham: “Oh I’ll build you a kingdom,in that house on the hill”. Ahí os lo dejo, en la increíble versión de The Dance].

lunes, 22 de octubre de 2007

Tengo un email

Adjunto el que me manda mi amigo Jorge con la ruta de este domingo. Es el único procurador, poeta, naturalista y futuro bloggero que me saca a conocer los rincones más increibles de la provincia. Y es el único explorador con el que he investigado mis propios límites.

“Amigo Nestor:
La verdad es que para mí, que quizá estoy algo más acostumbrado que tú a este tipo de rutas, ha sido una experiencia brutal.
Me encantó recorrer la trocha medio perdida que subía por el arroyo; me hizo recordar la pobre gente que recorría esos caminos por necesidad, con la sola compañía de su burro, para ganarse el pan, para ver a su amor o, quizá, por qué no, simplemente en busca de la aventura, como nosotros. Caminos que tendrán trescientos años, pero que hará al menos sesenta que ya no se utilizan, y que me parece bonito recuperar.
Luego, cuando el camino ya mejoró, la emoción de encontrarnos con los guardas, que sabíamos que tarde o temprano nos iban a abordar. Y, después de esa faena templada que tuvimos que realizar al ‘primero’ y último de la tarde, el encuentro con Sierra Madrona: la ‘Sierra Madre’, como la llaman por allí... Y esas vistas inconmensurables, y esa bajada vertiginosa, que no terminaba nunca.
Todavía nos esperaba la ablución en el río Robledillo, para limpiarnos, no tanto de los pecados como del polvo y los dolores acumulados en la dura travesía.
Y por último la gente afable de El Hoyo, que nos rodearon como si de aunténticos exploradores del Nuevo Mundo se tratara, mientras narrábamos las vicisitudes de un día para recordar.
Te acompaño un croquis de la ruta de Google Earth.
Un abrazo, y gracias por acompañarme.”



Este es Jorge, el domingo:

viernes, 19 de octubre de 2007

Cómo no perder la cordura

Aquella noche, Antonio se bajó del coche para tranquilizar a su vecino, que le gritaba desde la acera. No hizo caso a su mujer –¡no te bajes! ¡Por Dios, Antonio!– y debió hacerlo porque César llevaba un palo en la mano y una botella con algún producto oscuro. Solo se dio cuenta del error cuando volvió al todoterreno, sangrando. Esta era la versión de Antonio y de su mujer, que aquel día gritaba dentro del coche y que aún ahora tiembla al recordarlo, aunque se guarda lo que sintió porque es fuerte. Y esta es la versión que yo defendía.
El juicio –este lunes pasado– fue duro, porque me involucré demasiado. Quise destruir al agresor, reducirlo a polvo; quise que mintiera y que se contradijera; quise que perdiera los papeles, el honor; quise apalearle con mis preguntas… Quise verle sufrir. Y lo hice.
Y luego, en el coche, de vuelta al despacho, me sentí mal. No debí hacerlo. Soy abogado y busco justicia, no venganza; pero en ocasiones es difícil no perder la cordura entre tanto problema, que debería ser ajeno, pero que no lo es. Encendí la radio; cantaban Michael Stipe y Chris Martin: “may God’s love be with you/Always/may God’s love be with you”.

lunes, 15 de octubre de 2007

Los baños del romano

Era domingo y salimos en bici, porque lo de languidecer en mi casa o en un bar me da alergia. Apenas había amanecido y con un frío impropio, nos pusimos a pedalear sin un rumbo fijo, hablando, subiendo y bajando. Llegando al pantano del Vicario, Jorge me dijo que me iba a llevar a un sitio increíble: unos baños de aguas ferruginosas y gaseosas. A la orilla del Guadiana dejamos las bicis y caminamos un ratillo hasta llegar a unas piscinas de piedra, con gradas y un líquido amarronado y burbujeante. Nos sentamos. Nos sentimos como patricios romanos, tomando las aguas. Nos fotografíamos.
De vuelta y en el pantano, nos detuvimos en una de esas casetas que construyen para ver a los animales y Jorge –el naturalista– entró en acción: vibró con los aguiluchos pantaneros y con los milanos de vuelo suicida, y con los patos y los martines pescadores de grito agudo y desesperado. Y con las garzas. Y con el agua. Y con la vida.

sábado, 13 de octubre de 2007

Solo dos minutos antes

Antes, justo antes de que Fernando se quedara amodorrado en el banquillo, oyendo como la fiscal y yo llegábamos a un acuerdo (cinco fines de semana de internamiento en centro), estábamos sentados en estrados la juez, el secretario, la fiscal, la del equipo técnico y yo. Togados, serios y más bien distendidos.
Sonó el teléfono en la sala, era la Guardia Civil a punto de trasladar a un menor, con uno de esos complicados problemas suyos: que si podían venir vestidos de calle o tenían que comparecer con el uniforme.
No lo pude evitar: –dígales que vengan disfrazados de primera comunión.
El resto sucedió según el guión previsto.

viernes, 12 de octubre de 2007

Sueños

Fernando era un chaval de dieciséis años. Hace cuatro, sus padres decidieron rehacer sus vidas sin darse cuenta de que la de su hijo se le escapaba por los pies. Fernando era drogadicto.
Había empezado a fumar y a salir por las noches, mientras sus padres discutían sobre el mobiliario, el coche y el pasivo de la sociedad de gananciales. Con el tiempo quiso volar lejos y fabricó mezclas imposibles de pastillas y alcóhol, hasta que un día dejó de correr con los niños perdidos y Wendy le dejó y quiso morir –como había muerto su infancia– y despertó en el hospital tras una semana en coma.
Al volver a casa se encontró con las citaciones del juzgado de menores... Y conmigo.
Ahora Fernando está en un centro terapeútico privado y en manos de un equipo de psicólogos y psiquiátras, para superar su adicción al alcóhol y a las drogas. Me dice su padre que ha perdido aproximadamente un cincuenta por ciento de su capacidad neuronal y yo le pregunto que dónde se han metido estos últimos cuatro años.
–Aquí, me dice. Y me enseña la sentencia de divorcio.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Día D: retazos de Zaragoza (y III)

“Y… eso es todo”, dije y terminé. Y se hizo el silencio. Era la una y media y fue como si alguien hubiera apagado la radio y el ruido atronador que me había aturdido los últimos días, hubiera callado. Había defendido las tres conclusiones de nuestra comunicación durante algo más de quince minutos. A continuación se sometió a votación la propuesta de incorporación de nuestras conclusiones al texto de la ponencia: tras un breve debate, una tras otra, se aprobaron con una mayoría aplastante, apenas una decena de abstenciones y ningún voto en contra. Un éxito.
Como no tenía antecedentes, me fié de los que sostenían que el éxito da hambre y nos fuimos a comer. Hablamos de literatura, de oratoria y de vino y de cualquier cosa que no tuviera que ver –ni por asomo– con el despacho y la profesión… Hablamos y hablamos y, entre risas, llegamos al postre, y entonces Esther brindó y me sorprendió el brindis y me hizo pensar, pero eso es otra historia que ya contaré en otra ocasión.
La tarde fue más bien tranquila: un ratillo de hotel, una última visita a la Virgen del Pilar, paseo tranquilo por la ciudad con los amigos y un taxi loco que sorteaba el peligro de una ciudad en obras, mientras me hablaba de la lacra-del-terrorismo. Yo asentía, luchando por no resbalar de lado a lado en el asiento de atrás.
La cena de gala comenzaba con un cocktail de gala al que llegamos tarde, y al que nos incorporamos con la naturalidad de príncipes rusos que se saben esperados. La cena, el baile, las copas y el autobús de vuelta forman parte del secreto de oficio que me veo en la obligación de mantener por razones obvias… Para los curiosos, ahí va, no obstante, una foto de la facción más divertida de la junta de gobierno del colegio y acompañantes durante la cena.

domingo, 7 de octubre de 2007

Fiebre de un viernes noche

Antes de llegar lo había preparado todo: dos sillas de madera en la terraza, vasos, una buena provisión de hielo y un Cardhu envejecido durante doce años en alguna remota y fria esquina de Escocia. Inma tenía guardia en el hospital, así que Santi y yo teníamos toda la noche por delante para hablar despacio.
Hablamos de todo: de lo importante y de lo accidental, del trabajo y de las vacaciones. Y de los abogados –jóvenes y menos jóvenes– y de la agrupación y de la confederación, no siempre en ese orden. Es más, no siempre con un orden claro. Y bebimos con responsabilidad y sin ella. Y nos reímos y lamentamos recordando todo tipo de recuerdos.
Leímos a Pablo Neruda y alguna canción desesperada y a Herman Hesse y fundamos el Club de los Mujeriegos No Ejercientes, al que desde hoy estáis invitados, siempre que cumpláis los requisitos de admisión.
Y vimos el final de Casablanca y el comienzo de Sueños de un seductor.
Así, sin orden ni concierto.

viernes, 5 de octubre de 2007

Civilizados

Después de un lustro, un buen día llegó el silencio. Él tomó la decisión, pero fue culpa suya no darse cuenta de los mohines, del tiempo no dedicado, del ruido del trabajo, de la dificultad para hacer compatibles demasiadas cosas.
Se dieron un tiempo, pero el tiempo pasó.
Y ahí van, indiferentes, como dos desconocidos en la ciudad.

jueves, 4 de octubre de 2007

Alegría: retazos de Zaragoza (II)

El día empezó muy pronto. Tan pronto que, entre la conversación, el desayuno, el jamón y el pásame más café no nos dimos cuenta de que estábamos perdiendo el autobús. Solo la voz de Ataulfo a varios kilómetros de distancia me sacó del limbo del buffet del NH –“¡que esto empieza ya y tienes que defender tus conclusiones!”–, así que prisas y taxi.
La ponencia empezó conmigo dentro. El sistema había previsto que defendiera mis conclusiones por la tarde o al día siguiente, así que pude relajarme y disfrutar de las discusiones sobre la libertad y la seguridad en el estado de derecho. Dos cosas me llamaron la atención: la presencia de varios abogados con notables preocupaciones independentistas y el altísimo nivel intelectual de los que intervenían en los debates.
Por la tarde nos apuntamos Elena, Óscar, Lola y yo a un portal llamado “Menores: derechos y deberes” en el que intervenía D. Emilio Calatayud, paisano y juez de menores famoso por sus sentencias. También intervenía el llamado tío Alberto, fundador de “La ciudad de los muchachos”, un ex delincuente, “El Pera”, y la adjunta segunda al Defensor del Pueblo.
A eso de las siete y pico, cansados de tanto ajetreo intelectual, nos fuimos al hotel. Un ratillo más tarde nos fuimos a ver la Catedral, la Basílica del Pilar y el Conventillo, un local de moda donde tiran una cerveza que da gloria. Y de nuevo nos tocó correr, porque a las diez habíamos quedado para cenar en un sitio fashion de nouvelle cousin generosa. Esta vez me tocó hacer el brindis, después de una jugada sucia de Graciela (que estuvo muy fina y me pasó la pelota) y brindé por los veintisiete amigos que estábamos allí, para que nunca caiga el olvido sobre nosotros.
Y llegadas las copas, hice mutis por el foro, que todavía quedaba congreso y tenía que estar fresco.
No sé por qué, a la vuelta, me encontré canturreando una canción del Cirque du Soleil: come la rabbia di amar, alegria, come un assalto di gioia

martes, 2 de octubre de 2007

Umberto Tozzi: retazos de Zaragoza (I)

Huimos del cocktail de bienvenida como fugitivos, porque era un poco casposo, porque había más de mil personas y porque Enrique nos había organizado una cena por todo lo alto en un restaurante de un buen amigo suyo. Además teníamos ganas de vernos a solas.
La cena, íntima para diecisiete amigos e informal, volvió a reunirnos a todos: abrazos y besos, cómo estás, bien ahora que te veo, sonrojo y vuelta a empezar… Comimos, bebimos, nos reímos y compartimos proyectos, ilusiones y problemas como si fuera ayer cuando nos despedíamos en Burgos; es curioso lo poco que nos cuesta olvidar más de noventa días de separación física.
Con el postre, Graciela brindó por Enrique, por Zaragoza y por todos nosotros y el corazón se nos encogió en un puño y nos emocionó como solo ella sabe hacerlo. Pero no sigo, que luego me lee y me llama zalamero y adulador.
Después de cenar nos fuimos a tomar una copa –cosa de poco, que al día siguiente había que trabajar– mientras veíamos el final del Zaragoza-Barça y seguíamos hablando de todo y de nada: de los juicios de Alberto en Madrid en defensa de niños huérfanos y de Lola que sostiene que no se presentaba a la reelección y de Pedro y de Carlos y de Esther y de todos. Y a veces nos callábamos, porque no había que decir nada, porque el silencio no hacía daño.
El final de lo noche se me mezcla con el Umberto Tozzi que atronaba el coche de Enrique (en su faceta de taxista, esta vez) y que cantamos desafiando el frío de la noche: io ti amo e chiedo perdono, si sigues todo recto llegamos a mi hotel, ricordi chi sono, acuérdate que mañana nos vemos en el desayuno, apri la porta a un guerriero di carta igienica, pues no sé si mañana me toca defender la comunicación, ti amo, ti amo, mañana a los ocho, ti amo, ti amo, ti amo, yo llegaré más tarde, damni il tuo vino leggero, che hai fatto quando non c’ero, que tengo que llevar a los niños al colegio...
Y así me metí en la cama. Olvidando el cansancio del viaje, los asuntos del despacho y la inquietud de enfrentar mis conclusiones a las de medio millar de abogados, me dormí sonriendo.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Pienso en alto

En un par de horas me voy a Zaragoza, al IX Congreso Nacional de la Abogacía (aquí) con una mezcla de sentimientos un poco peculiar, aunque acostumbrada en mi: por un lado me apetece mucho, porque volveré a ver a mis buenos amigos (estos) –de hecho, anoche organicé en la distancia una cena para hoy, con la inestimable ayuda de Enrique, aborigen aragonés– después de unos meses sobreviviendo con el teléfono, el mail y el messenger; pero por otra parte me fastidia dejar el despacho, moverme, dejar cosas por hacer y zascandilear hasta el fin de semana… En fin, me sacudiré la pereza.
Supongo que es el precio que hay que pagar por ser el presidente de la agrupación de jóvenes abogados y querer meterme en todos los fregaos. Menos mal que en diciembre se me acaba el mandato y he anunciado que lo dejaré. Además –ahora que recuerdo– antes del verano, varios compañeros tuvimos la osadía de presentar una comunicación a una de las ponencias (La libertad de expresión del abogado en el ejercicio del derecho de defensa) cuya lectura recomiendo vivamente como relajante muscular e inductor al más profundo de los sueños (aquí, pág. 76 y ss., si tenéis valor). Su sola mención me ha hecho temblar, porque al parecer tengo que defender las conclusiones que planteábamos ante los asistentes a la ponencia: un público bastante selecto, compuesto en su mayoría por miembros de juntas de gobierno de colegios de abogados… Unos quinientos.
Me atiborraré a adoquines dulces, que dicen que dan valor.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Bici, berrea y solomillo

Bien, pues es lunes. Y como todos los lunes, lo cierto es que solo puedo hablar de una cosa medianamente interesante: los kilómetros de bici que disfruté ayer. Cuando llegamos al coche de vuelta, mi cuenta kilómetros marcaba 36’800; atrás habíamos dejado más de 20 kilómetros de subida (solo subida, en mi vida he subido tanto), arces, robles, canchales, pendientes imposibles y pedregosas y un paisaje fresco y verde que se abría al Valle de Alcudia.
Y ¿qué más? Pues riachuelos y bajadas vertiginosas y ciervos-berreantes-en-celo y ciervas salvajemente hermosas y expectantes y corzos risueños y buitres allá arriba en el cielo… Y sufrimiento, pues Darío lo pasó mal, muy mal; le dio una pájara y acabó remolcado por Jorge. Y Encarna, la cocinera, la madre, la dueña de la Casa Rural Las Eras que nos hizo un solomillo que nos quitó las penas y nos conjuró para volver y subir hasta el vértice geodésico –mil y pico metros–, al que no llegamos en esta ocasión…

martes, 18 de septiembre de 2007

Apuntes sobre ese perfecto desconocido

Mis clientes tienen desde hoy un extraño en casa: su propio hijo, al que tienen que descubrir poco a poco. –Enrique, es que no te conozco, decía su madre al salir… Pues no, señora, no tiene ni idea de quien es su hijo.
Bien, vayamos por partes: le asisto en la fiscalía de menores por lo que todos creíamos que era una cosa menor: “vaciló a una barrendera y le detuvo la policía” tenía apuntado en el expediente después de las explicaciones de los padres; además no tiene antecedentes, me decía su madre, así que no le puede pasar nada, porque a la hija de fulanita le dijeron que si tal y cual...
Miré al muchacho. Se miró con atención las Puma no sé qué de color azul metalizado.
Malo, pensé.
Eché un vistazo a las actuaciones. El niño en cuestión tiene diecisiete años y un completo historial en este último año: robos con fuerza, hurtos en Zara, peleas de borrachos de botellón y –como colofón– una agresión a un árbitro… Enrique era una perla en bruto y sus padres no lo sabían.
Y ahora ¿cómo les explico yo que su hijo es un delincuente?
Miré a Enrique con el expediente en la mano.
Hoy ha caído un mito en Ciudad Real.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Una sonrisa

Llegaba tarde, así que es probable que llevara mala cara. Apenas un par de pasos de cebra y un semáforo me separaban del juzgado. Para variar el semáforo estaba en rojo. Sudoroso y contrariado me quedé en la acera. Al lado se detuvo una madre con un carrito y un niño pequeño, que no paraba de moverse y forcejear con las correas del carro.
– Estáte quieto, que te vas a caer, le dijo la madre.
El niño se quedó quieto, pensativo.
– Pero, si me caigo ¿tú me recogerás, verdad?
La madre se mordió el labio y miró al cielo y yo me olvidé de la prisa que tenía.

jueves, 6 de septiembre de 2007

No más lágrimas en la lluvia (Premio)

Inexplicablemente, Marta y Pedro me han galardonado con el premio “Thinking Blogger Award”, por intentar enseñar cosas de esta profesión que me ha elegido y que saca lo mejor y lo peor de mi mismo. Excuso decir que me tomado la nominación como si fuera la del “Príncipe de Asturias” o el Nobel de la Paz, porque es bastante humano eso de alegrarse de que se acuerden de ti… Es un defectillo tan humano, que incluso inquietaba a aquel increíble replicante Nexus con ansias de vivir (“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”). Tan humano, que ni me avergüenzo de decirlo: me gustó lo del premio y os lo agradezco de veras.

Al parecer las bases del concurso establecen que cada nominado debe nominar a su vez a otros cinco; ahí van:
- El primero, sin duda, se va a Pedro [Peter] de Miguel, que este verano decidió dejarnos. Cuántas cosas nos ha enseñado. Creo que vale a título póstumo.
- Después pienso en el Cuaderno de Vísperas, de Carlos y desde una isla del Atlántico. Su blog es un lugar de descanso en el que disfrutar de buenas historias bien contadas. A veces soy tan sigiloso que no dejo rastro, pero siempre le visito.
- Otro blog que se lo merece es el de Javi (o J. o El Canódromo). Es bueno. No te deja indiferente, porque es un artista y los artistas están para sacudirnos del adormecimiento aburguesado general.
- No puedo dejarme fuera a Álvaro Matía, el cántabro, el periodista, el viajero, escritor y, últimamente, el sufridor de troskistas recalcitrantes, que día a día nos muestra que eso de Disciplina, esfuerzo y trabajo es el lema de su vida.
- Y, como no podía ser de otra manera, uno de los award debe ir al Pianista. A veces dudo si es mejor su blog o los comentarios que hace en los de los demás; en el fondo se esconde un hombre inquieto que necesita moverse porque si no se anquilosa: el equipo ciclista alternativo, el viaje a París (pasando por el Serengueti), las diatribas con los anarquistas que se pasean por su güep, su amor por Pink Floid y, ahora, el libro-blog con las aventuras de no sé qué… Por eso y por mucho más, se lo merece.

Me dejo fuera a muchos; unos porque no me caben –solo cinco, decían las instrucciones– y otros porque ya lo han recibido (algún listo se me ha adelantado): Compostela, Marta, María, Altea, Ricardo, Lazy blog y otros tantos... No me lo toméis a mal, pero es que la dictadura de los números me obliga a elegir.
Por cierto, los nominados deben nominar a otros cinco (insisto, solo a cinco), enlazarles y poner la imagen del premio (esto último es opcional, pero recomendable porque viste mucho).

sábado, 1 de septiembre de 2007

Bilbao (II): 280.

280, son los kilómetros que marca el cuenta kilómetros de mi bici al volver de Bilbao. No es mucho, no nos engañemos; no lo es, porque así –me he convencido a mi mismo– tengo excusa para volver.
Recomiendo especialmente las rutas que han elaborado los de BTT Euskadi para visitar la reserva natural de Urdaibai. Hay algunas un poco técnicas –sobre todo si no para de llover, que en Bilbao es marca de la casa– pero merecen la pena. Me he llegado a convencer de la existencia de las ninfas (ya enseñaré alguna foto) al descubrir algunos rincones mágicos.

Aquí me veis en el bosque pintado de Ibarrola (en la valle de Oma). Aproveché el único rayo de sol para imortalizar la escena con el movil.

Al comer, nos sentimos mirados. Comimos en silencio. Solos Julio, las bicis, el aire entre los pinos y yo. Buscaba la palabra que definiera la sensación y me la prestó Julio: telúrica. El bosque, la tierra, todo estaba vivo.

Y por las noches, Aste Nagusia. Fuegos artificiales y conciertos (este creo que es el de Nena Daconte: me aburri como una ostra).

Y las txosnas: un poco cutres por cierto. Y los paseos por la ria, esquivando macrobotellones, también un poco cutres... Sí, de noche, echaba un poco de menos la montaña.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Un manotazo duro

El niño pidió el teléfono: –¿Como está padre? –En el Cielo, cariño, padre está en el Cielo. Al otro lado respondía una mujer joven y rota de dolor, su madre. El niño se sentó en un sillón, las piernas colgando, y lloró. Allí vio pasar la tarde.
El niño tenía nueve años. Hoy hace veinticinco y desde entonces ni un solo día –ni uno, padre–, he dejado de pensar en ti.
Sé que tú tampoco en mi.

sábado, 18 de agosto de 2007

Bilbao (II): Santurtún

Sin rodeos, mirad esto.
Es fascinante. Lo es, sin duda. Aun para los muy bestias e insensibles para el arte contemporáneo, como es mi caso, la obra de Santurtún tiene un no-sé-qué que la hace inquietante, comprensible, bella...
Santurtún tiene varias obras en Ciudad Real (enfrente del despacho, en concreto; cada mañana al salir a tomar café nos encontramos con ellas, en el suelo, herrumbrosas e inestables, como a punto de echar a correr), así que, al enterarme de que tiene su estudio en Baracaldo, no pude resistir la tentación y me fui para allá.
Fui con un amigo arquitecto, de especial y brillante sensibilidad para el arte, y el resultado –como era de esperar– fue inolvidable: Santurtún nos abrió las puertas de su estudio y de su sensibilidad, de forma que penetramos en su peculiar mundo interior como quien entra en una biblioteca donde se dan respuestas a todas las preguntas posibles...
Acabé el día borracho de espiritualidad, como un vampiro saciado.

sábado, 11 de agosto de 2007

Pagasarri [casi] me mata

Yo, que he sobrevivido al camino de Santiago, a las rutas de Pinos Altos y Rio Frío, a la ola maldita de Mundaka y la falaz resaca de Gorliz, casi fallezco en el Pagasarri. Son, sin ninguna duda, los peores 22'99 kilómetros de mi vida. Apenas sales de Bilbao te espera una rampa que te quita la sonrisa; y luego una rotonda y otra rampa y otra más, hasta que se acaba el asfalto y llega la tierra y otra vez las cuestas, con el inconveniente de que entonces no puedes ponerte de pie porque la rueda no agarra. La duda metódica –¿qué hago aquí, pudiendo estar en Bermeo como todo el mundo?– duró poco, porque fue sustituida por un empeño casi enfermizo de “llegar arriba” a cualquier precio. –Opa (aúpa), nos gritaban los que bajaban. –Gruch, murmuraba yo. Y así, metro tras metro me arrastré kilómetro tras kilómetro.
Y llegué, vaya que sí. Llegué, más muerto que vivo aquella primera vez.
Y como soy de La Mancha y un poco cabezón me lo he subido otra vez más, hasta el repetidor o antena de no sé qué que hay en otro montecillo de al lado (tengo foto, pero este bellaco ordenador ajeno me impide ilustrar la hazaña).
Y volveré de nuevo, hasta que dome el maldito monte que casi se me lleva el orgullo de escalador manchego y me lo suba cantando seguidillas.
Continuará. Si no continúa, malo.

viernes, 3 de agosto de 2007

Vasen

Son las 14.04 horas del viernes 3 de agosto. Hoy estoy solo en el despacho. He dejado todo más o menos colocado, organizado y solucionado. He despachado varias llamadas advirtiendo que me voy de vacaciones y que en septiembre nos veremos, que procures no meterte en líos, que no gastes…
Apago el aire, desconecto la red y el gas. El despacho parece un jardín sin flores, un cementerio. Salgo de puntillas. Cierro el despacho; como me he olvidado la cerilla creo que este año tampoco le prenderé fuego. Hasta septiembre, querido trabajo.

PD: he cambiado la foto para la temporada de verano.

jueves, 2 de agosto de 2007

Días de vino y rosas

Lo más llamativo –que no lo mejor– del Grand Happening del pasado 28 de julio fue el premio Limón que concedimos al juez de violencia doméstica de Ciudad Real. No vino a recogerlo (tenía cena, al parecer) así que tuve que hacer encaje de bolillos para que la gente no abucheara. Les conté la verdad; que me había sorprendido la actitud del juez por dos cosas: la primera, porque se sonrió y la segunda, porque reaccionó bien. –Me hace pensar –me dijo– y creo que tendré que cambiar mi actitud; es obvio que solo puedo mejorar.
Asombro. Nadie se lo esperaba. No de él. Se hizo cierto silencio en El Guridi; me había ganado a la audiencia para lo que vendría después: el premio Naranja a Frutos Monteagudo.
Frutos es policía nacional. Llegó al juzgado de menores de Ciudad Real hace ahora quince años con el fin de proteger al juez, secretaria y funcionarios de los ardores juveniles de los menores expedientados y el martes 31 de julio se jubiló. Frutos es una persona excepcional, preocupado por los demás, pendiente de los detalles… Es, en definitiva, un buen amigo. Se lo dije al entregarle el premio y se emocionó. Le dije también que era una suerte haberle conocido, que le envidiaba porque podría contar a sus nietos que él fue una persona querida en su trabajo y luego enseñarles el premio Naranja (un poco desvaído con los años) y decirles que, al final de su vida laboral, habían valido la pena todos y cada uno de los días pasados en el juzgado. Te echaremos de menos, Frutos, vaya que sí. Se emocionó, recogió el premio, dijo cuatro palabras entrecortadas, se abrazó a su mujer y nos hicimos las fotos de rigor.
Y luego a por la barra libre como corsarios sedientos de sangre y ron. Aparecieron Elena, Javier, Ramón y otros tantos que venían de cenar fuera –muac, muac, abrazos, ¿llegamos a tiempo?, pues no mucho pero qué más da– y comenzó la exaltación de la amistad. Al primer canto regional, me voy zumbando, me dije. Óscar exultaba, Santi pretendió colarme una reunión al día siguiente pero me zafé, Paula me sugirió que me dedicara a la política, no sé quien me gritó que teníamos que organizar otra vez una cata de vinos y ¡zas! de improviso el "a la Mancha manchega..." Fiel a mi palabra puse pies en polvorosa, tras los saludos de rigor. Me contaron que la cosa terminó al amanecer así que no me equivoqué yéndome prontito (al día siguiente tenía guardia del turno de oficio y debía estar fresco).
PD: he determinado que las vacaciones son una cuestión de actitud, porque sigo en el despacho trabajando, pero de vacaciones. No sé si será bueno. Me lo haré mirar.

sábado, 28 de julio de 2007

Coraje

La etapa del Tour de ayer fue tan aburrida que me la dormí prácticamente entera; me desperté con el anuncio institucional de la Vuelta a España y Pastora, con esa voz suya tan peculiar, dulce y desgarrada. Era Perico el que hablaba: “subir esas cuestas era muy duro, el llegar arriba era una cuestión de coraje. Solo eso... coraje”. Abrí los ojos y miré la hora. Pensé. Cuando falta todo lo demás –las razones se caen al suelo, porque parecen insuficientes– siempre queda el orgullo, el coraje, la voz de dentro que te dice “tienes que hacerlo, es tu obligación”...
Recogí mis huesos, me levanté del sillón y me fui al despacho a trabajar.
Supongo que por coraje.
PD: por cierto, os presento al equipo de fútbol del Colegio de Abogados, el terror de La Mancha, la apisonadora.

jueves, 26 de julio de 2007

Grand Happening

Sostiene el decano del colegio que a los jóvenes lo que nos gusta es el cachondeo y razón no le falta. Me lo dijo cuando le invité formalmente al Grand Happening de la Abogacía Joven que ha organizado la agrupación de abogados jóvenes y que tendrá lugar hoy a partir de las 20.30 horas. El programa de actos no es demasiado apretado: partido de fútbol entre el equipo del colegio (atentos al lateral zurdo, es una máquina, aunque sale de una importante lesión) y la escuela de práctica jurídica (una panda de aficionados) y cena informal –extremadamente informal– en “El Guridi”, un local clásico, con buena música y propietario amigo.
Sobre las 23.15 tendrá lugar el solemne acto de entrega de los premios Naranja y Limón, que este año concedemos a Frutos, un funcionario ejemplar del juzgado de menores que se jubila el viernes, y a Julio, el juez del uno de los juzgados mixtos y de violencia doméstica de Ciudad Real.
Es el primer año que lo organizamos y la cosa promete. Mañana más
P.D.: invitados estáis, que luego no digáis que no avisé.

martes, 24 de julio de 2007

Princesas

Sin rodeos, he aquí a las princesas del país de Nunca Jamás, las reinas del mambo, las emperatrices de Persia; mis sobrinas, las gemelas.

lunes, 23 de julio de 2007

Raro asunto la vida

Pude ser soldador o albañil o contador-partidor o locutor de radio, pero soy abogado. Para bien o para mal, lo soy. Pensé en ello el viernes, quizá aplastado por los últimos acontecimientos, incluido este. Eran las seis y pico de la tarde cuando me metía el coche. Lo encendí y accioné el aire acondicionado: 17 grados de azul. El ordenador me dijo que la temperatura era de 35º centígrados en el exterior. Apenas una hora antes había llegado a casa de Lola para darle malas noticias: habíamos perdido un pleito y les venía a notificar la sentencia de la audiencia provincial. Por lo general suelo avisar por teléfono y envío la sentencia –para bien o para mal– por carta; si tienen alguna duda les convoco en mi despacho… Pero con Lola era diferente.
Me recibieron en el salón a las seis de la tarde; en una mesa de madera nos sentamos Lola, sus dos hijas y yo. Hacía fresco dentro, pero yo sudaba. Les leí la sentencia de cabo a rabo. Solo al final me interrumpieron con una pregunta, clara y directa:
–entonces ¿el juez sostiene que la pared no es nuestra?
En efecto, la pared es medianera.
Apenas una hora más tarde salía por la puerta. Me senté en el coche y traté de poner en pie el poema de D’Ors; nada, fue imposible. Ya en casa lo leí y decidí transcribir unos versos:

Raro asunto
que entre la muchedumbre de los siglos,
que existiendo la China innumerable,
y Bosnia, y las cruzadas, y los incas,
fuese a tocarme a mi precisamente
este trabajo amargo de ser yo.

jueves, 19 de julio de 2007

No habrá más veranos

Se llamaba Teresa. Era joven y tenía un Opel Corsa.
No me puedo imaginar en qué pensaba mientras se bebía el “Acuarius” y se fumaba el último cigarrillo. Aparcó el coche en el arcén, junto a unos árboles. Roció el coche con disolvente inflamable, se tumbó en los asientos delanteros y abrió las ventanillas para favorecer la corriente. Entonces se prendió fuego. Eran las diez de la mañana y su familia la esperaba para comer.
Ayer levantaron el secreto de sumario y pude examinar las actuaciones. Pavoroso.
Anoche cené fuera: –qué te pasa Néstor, que estás silencioso. –Nada. La vida, que me da vértigo…
Teresa, la dulce Teresa, ¿qué te faltaba? ¿Qué te hizo la vida para que la tiraras a la basura? Ahora solo eres un número de siniestro, de diligencias previas, una declaración de herederos…

lunes, 16 de julio de 2007

Iré al combate sólo si tú vienes

Hoy es lunes. He abierto la puerta del despacho como un ladrón –sigiloso–, pero no les he logrado engañar. Estaban despiertos y al acecho: un edificio en construcción que hay que paralizar, una niña que casi pierde un ojo por una negligencia de no sé qué pediatra mal encarado, una herencia, una tasación de costas maldita y enrevesada, una indemnización, dos denuncias a sendos conductores imprudentes, cartas con buenas y malas noticias, informes… A unos los dejé el viernes y han esperado pacientes mi regreso; otros han crecido el fin de semana e imploran urgencia.
Todo es urgente en estos últimos quince días de mes.
En fin, haced lo posible por leer esto.
A mi me ha salvado el día.

jueves, 12 de julio de 2007

Pertinaz fiscal

Los “Freshwater Fish” estaban ensayando en su local, cuando –entre canción y canción– se dieron cuenta de que se habían bebido hasta el agua de la pecera; y, ya se sabe: “no Martini, no party”. Lo echaron a suertes y les tocó a Óscar y David, así que, con cara de resignación, aparcaron las guitarras, se metieron en el coche –un temible Opel Astra verde pistacho recubierto de lo último en faldones, alerones y llantas fashion– y se fueron a la gasolinera a por material. A medio camino, poniendo a prueba la aceleración de 0 a 100 en 3 segundos, se les cruzó un pobre hombre que se había saltado un ceda el paso y se lo llevaron por delante. La Policía Local tardó en llegar unos diez minutos, tiempo más que suficiente para iniciar, desarrollar y finalizar una trifulca callejera. Como es de suponer, se hizo el control de alcoholemia y el aparatejo en cuestión entonó el “Asturias, patria querida” tantas veces como fue necesario. Indignado por el resultado, Óscar pretendió aclarar un par de cosillas a los agentes de la Policía Local, retirándose únicamente cuando le amenazaron con “sacar la roja” y darle un pase gratuito para dormir en comisaría…
El acto del juicio fue apasionante; no quedó nada sin matizar: los insultos, amenazas, cantidades de alcohol ingeridas… En medio del barullo, la fiscal se empecinó en solicitar condena contra todos (por conducción alcohólica, insultos y desórdenes públicos), mientras el resto golpeábamos la mesa mostrando nuestra indignación, votábamos a bríos, jurábamos a tales y maldecíamos en hebreo (lengua ideal para maldecir, por cierto).
Hoy me llega la sentencia: absuelven a todos, incluido al mío. Mi alegría es total, porque la juez estima mi versión: los nervios del accidente provocaron un estado de tensión tal en mi cliente, que perdió el control sobre sí mismo... Y el alcohol no fue ni mucho menos decisivo. Se la mandaré por carta y les pediré que me dediquen una canción: estaré atento al próximo concierto, por si me piden unos duetos.

lunes, 9 de julio de 2007

¿Por qué luchamos?

–Pero, ¿cómo puedes defender a gente así? Era mi hermano, al teléfono, el martes por la noche. Me pilló saliendo de comisaría, tras asistir a Fernando, un joven yesaire acusado de agresión sexual (violación, para los ajenos); me preguntó de dónde venía y cometí el error de explicárselo.
Trataré de ahorrar las sucias peculiaridades del asunto, pero las cosas no pintaban bien porque la agredida había reconocido al agresor al día siguiente, tomando café con churros en un bar. Llamó a la policía y el resto es fácilmente imaginable…
El miércoles me sorprendió el amanecer asomado a la ventana, convencido de que Fernando era inocente. En un papel había apuntado –durante toda una larga noche– dos o tres cosillas que me traían intranquilo: “color ojos”, “tatuaje”, “heridas”, “pedir ADN del pantalón”, “uñas-arañazos”, “venganza”. Había escaneado durante la noche la prueba de que disponíamos –bien poca, por cierto, pero suficiente– y creía firmemente que Fernando tenía coartada suficiente, que era inocente.
Apenas unas horas después estaba en el juzgado interrogando violentamente a la agredida: contestó muy bien (es periodista y con tablas), pero dudó y cayó en las trampas que le había tendido; entonces surgió en mi cabeza la idea de la venganza, del montaje, de la conspiración: Ana había visto perfectamente a Fernando (a todo él), pero no supo decirme el color de sus ojos (azules, muy azules), ni el pendiente con forma de tornillo con el que se atravesaba una oreja, ni un tatuaje con cuatro signos chinos que adornaban su antebrazo izquierdo. Ana se había defendido, pero Fernando no tenía arañazos de ningún tipo. Ana había sido arrojada al suelo, pero no tenía ni el más mínimo rasguño… Ana había mentido; o se había confundido de persona.
El resto fue coser y cantar: los testigos que llevamos dijeron que Fernando estaba en su casa a la hora de la violación (a una hora y media en coche del lugar de marras): le habían visto, hablado por teléfono, cortado el pelo y revisado las encías...
Que ¿cómo puedo defender a esta gente? Defiendo a inocentes, porque lo son hasta que no se demuestra lo contrario. Fernando había sido condenado por los convencionalismos sociales, pero la verdad se impuso. Ahora esperamos el auto de archivo.
Defiendo a esa gente porque es mi trabajo, porque luchamos por defender al cliente, por lo justo, para que no se imponga la ley de la selva, la venganza… De hacer justicia ya se encarga el juez.

martes, 3 de julio de 2007

En el lugar equivocado

Hace unas semanas fui designado por mi colegio para asistir en su representación a la Asamblea General Ordinaria de la Mutualidad de la Abogacía que tuvo lugar este sábado en la Casa de América (Madrid). Y allí estuve. Nos fuimos Óscar –secretario del colegio– y yo.
De la reunión puedo contar poco. Además de votar que si o no, o abstenerme cuando buenamente me parecía que las circunstancias lo exigían, traté sin éxito de hacerme una idea más o menos clara del alcance de la mutualidad; –no te preocupes, pocos entienden realmente este tinglado, me dijo mi cicerone.
A las tres menos algo, con un hambre de lobo y la cabeza llena de cifras indescifrables, nos metimos en un VIPs, del que salíamos una hora y treinta y ocho euros después. Desafiando al sol y a los guiris nos dimos un paseo hasta la Casa del Libro, con la intención de fisgonear un poco y encontrar ese libro que no lo sabes, pero te está esperando en algún lugar.
Pronto nos dimos cuenta de que algo pasaba en Madrid, porque la calle estaba atestada de gente disfrazada de “mataores” de película de Tarantino: –Horror, es el día del orgullo gay, soltó Óscar. Demasiado tarde. Sin darnos cuenta, bajando por la Gran Vía o Alcalá, que ya no me acuerdo, nos vimos en mitad de una manifestación de cueros, látigos, forzudos y esperpentos diversos… –Mira que si salimos en la tele; cómo explicamos en Ciudad Real que veníamos a la reunión de la mutualidad… La gente nos miraba como si fuéramos marcianos; no era para menos: dos insensatos, de traje, parados en mitad de la calle, con la acreditación de la mutualidad y las bolsas de la Casa del Libro. De foto.
Maldije mi negligencia por no haber leído esta semana el periódico. Salimos –a la carrera y como pudimos– de la marea carnavalesca, callejeando como dos fugitivos, hasta llegar a Atocha. Allí, a salvo de todo, esperamos a que saliera el tren, libres de toda sospecha… Y a las seis y media, llamada al movil:
–¿Dónde has estado esta mañana? –Mira Conchi, no fastidies…

lunes, 25 de junio de 2007

Es humano

El miércoles pasado asistí a un buen hombre detenido por la Guardia Civil y acusado de haber insultado, amenazado y agredido (al menos psicológicamente) a su esposa. El hombre se derrumbó; después de casi cincuenta años de vida más o menos intachable se encontraba detenido y esposado, en un cuartucho de la comandancia de no sé dónde… Y se echó a llorar. Le caían unos lagrimones como puños e hipaba de tal forma que todo su corpachón se zarandeaba como un flan.
Me mantuve firme, porque me asaltó el recuerdo y la vergüenza de la semana anterior: una muchacha de apenas veinte años sucumbió a la emoción y se echó a llorar en sala… Y con ella fui yo detrás, porque si hay algo que no soporto es ver a una mujer llorando, así que tuve que sacar el pañuelo y simular un virulento ataque alérgico. La juez, que no es tonta y me conoce, sugirió a la muchacha que se tranquilizase y a mi “que continuara el interrogatorio cuando estuviera dispuesto”. Me tomé mi tiempo, guardé el pañuelo medio arrugado en el bolsillo de la americana, carraspeé ligeramente y con los ojos rojos enrojecidos le dije a la muchacha: “¿Puedo continuar?”

martes, 19 de junio de 2007

Son mis amigos

Este fin de semana estuve en Burgos, en la reunión trimestral de CEAJ (Confederación Española de Abogados Jóvenes) a la que pertenezco por presidir la agrupación de Ciudad Real. Magnífica ciudad, magnífico recibimiento, magnífica organización y mediocre reunión: resolvimos dos o tres cosillas de indudable interés, pero nos dejamos en el tintero otras muchas, en un lamentable ejercicio de rutinaria desidia por parte de nuestra ejecutiva y de buena parte del consejo de confederación.
A la vuelta, mientras conducía y los acompañantes dormían, me pregunté si valía la pena ir a estas reuniones. –Sí, sí es importante; entre otras cosas, porque son tus amigos. Ya estamos. Me has vuelto a alcanzar en la línea de flotación: ese es un golpe bajo.
Pues sí, son mis amigos y cada día que pasa lo son más: me acuerdo de Graciela, con un acento asturiano tan pronunciado como su sentido común; de Lola, que cada día me recuerda más a la morena pastora Marcela; de Esther y su acento isleño, que me hace sonreír cada vez que habla; y de la siempre sonriente y valenciana Ester… Y de Alberto, que se casa en julio y yo que me alegro mucho, mucho; y de Miguel Ángel, un tipo inteligente y elegante, que mantendría el tipo en un muladar; y de Enrique y de Carlos (ahora Ilmo. Sr. diputado de su colegio de abogados) y de Pedro, que se troncha de risa con casi todo y especialmente con el sonido de mi móvil (ups, prometí que te lo enviaría: mañana sin falta). ¡Y la nobleza! Óscar, José Luís, Javi y Gonzalo: duque, conde-duque, marqués y barón respectivamente… Y Santi, mi amigo; amigo de esos que siempre están cuando se les necesita, que saben respetar tus silencios, que se adelantan. Amigo, en una palabra, de esos que radiografiaba C. S. Lewis en sus Cuatro Amores.
Sí, me gustan estas reuniones y más aún me gustan mis amigos. El domingo –a los pies del Cid– pedí no perderos nunca, nunca, nunca.

lunes, 18 de junio de 2007

El irracional de dentro

Anoche me fui con unos amigos a ver “el partido” al Importastú, un bar de moda, mobiliario fashion y televisor de plasma descomunal. Llegué tarde –es costumbre– y muy a duras penas me hice con mis cuarenta centímetros cuadrados de espacio vital para moverme, beber y dar buena cuenta de las tapas que nos sacaban; para entonces el Real Madrid perdía 0-1, pero nunca desfallecimos: gritamos, abucheamos, cantamos y saltamos como un solo hombre (bueno, lo cierto es que el personal femenino brillaba por su ausencia).
Y el gol llegó. Saltamos y nos abrazamos. En el Importastú ya no había extraños. Y un grito: “a por ellos, oé”, mientras señalábamos con nuestras manos a la televisión. Entonces, sin darnos cuenta, la civilización murió y en cada uno surgió el irracional que llevamos dentro. Si entonces alguien nos hubiera pedido que detruyéramos en nombre del madridismo, lo habríamos hecho.
No pensamos en ello –en nada–, porque antes de que pudiéramos secarnos la frente llegó el segundo gol y con él la catarsis irracional, el festival caníval: saltamos fundidos en una compacta melé hasta golpear las lámparas con la cabeza; nos fundimos extraños y propios en abrazos de alegría y lloramos como si nos hubiera tocado el gordo de Navidad.
Y la ola y los cánticos y los gritos y el tercer gol y más abrazos y el “así, así, así ganá el Madrid” y el “otra ronda, jefa” y la voz ronca que se declaró en huelga por no poder aguantar la emoción. Y ¿qué más? Pues no sé, ese “campeones, campeones” y el “we are de champions” malamente interpretado… El irracional se había apoderado de nosotros por completo, así que cuando los jugadores dieron la vuelta de honor por el campo nos quedamos en silencio ahogando sollozos y saldando nuestras cuentas con la camarera.
Al salir una mujer mayor en bata nos preguntó quién había ganado: –los buenos, señora, los buenos.

miércoles, 13 de junio de 2007

Jorge ama la vida

Según fueron pasando las horas del sábado noche, el pelotón de ciclistas se quedó reducido a Jorge y a mí, así que el domingo a las nueve de la mañana cargamos las bicis en su coche y nos fuimos a Río Frío. Después de las típicas cuatro palabrejas de rigor –que chatarra de bici tienes, pues tú mas, pero si es un hierro, envidia la tuya y tal–, Jorge se sintió en la obligación de explicarme el lugar sobre el que estábamos pedaleando; bastaron doscientos metros para darme cuenta de que salir con Jorge en bici es algo más que salir en bici: es una clase de botánica, de geología, biología, hidrología, de disfrute existencial, de amor a la naturaleza y a la vida... Además de subir y bajar durante cuarenta kilómetros, pudimos disfrutar de unos paisajes que olían a verde y a vida, suspirar con no sé qué mariposas de varias colas y vuelo errático y suicida, admirar nenúfares amarillos y árboles, arbustos y cardos de todos los tipos y tamaños; y el agua –¡agua!– del río y arroyos que salían de debajo de las piedras; y el cielo allá arriba, azul y limpio y dos ciclistas sudorosos y sonrientes aquí abajo. Sonrientes, sí: y ahí va la prueba. Os presento a Jorge, procurador y amante de la naturaleza (espero que excuséis la ausencia de la chatarra sobre la que pedaleaba mi amigo).

martes, 12 de junio de 2007

Mensaje en una botella

“Aunque tú no lo sepas
me he inventado tu nombre
me drogué con promesas
y he dormido en los coches”
Era Enrique Urquijo el que cantaba desde un coche, mientras hacía el camino de regreso a casa. Era de noche; en realidad quizá solo atardeciera. Llegó cansado y con pocas ganas de nada. Se sentó contigo…
El patio de vecinos dejaba oír a la vecina del cuarto; un niño –quizá fueran dos– gritaban, pedían agua, decían “mama” una y otra vez como solo los niños son capaces de decir; olía a empanadilla del Mercadona y a pescado rebozado.
Y así, sentados y parafraseando a Sabina, te dijo “yo no quiero un amor civilizado” y tú sonreíste.

PD: querido Titi, como ves, finalmente te lo escribí. Espero haber sido fiel al original de tu verdadera historia de amor: ya me dirás.

jueves, 7 de junio de 2007

El atajo

El lunes era fiesta así que Pedro y yo nos fuimos con la bici de montaña a escalar uno de los puertos especiales de los entornos. Como la duda ofende, me adelanto a decir que lo logramos. Subimos y bajamos como Jabatos y en nuestra ansia de descubrir nuevos lugares nos metimos en lo que parecía un atajo. Ahora, mira la foto: el maldito atajo resultó ser un mar de zarzas, ortigas, pastos diversos y hogar de bichos adherentes de todos los tamaños y formas. Lo peor de estas situaciones es que solo te das cuenta del error cuando es demasiado tarde y ya da igual dar la vuelta que seguir para adelante; así que, bajo el lema “ni un paso atrás, ni para tomar impulso”, terminamos con nuestro empacho de campo.
El atajo. Hay gente que se empeña en vivir más deprisa que los demás y se dedica a tomar atajos para llegar antes a no sé donde. El martes me fui a asistir al juzgado de violencia doméstica a una muchacha –guapa, joven y de buena familia– que, al cabo de dos años, había dejado de soportar a su novio y sus desprecios y sus golpes y sus celos y sus insultos... Mi cliente –antes de los dieciocho– había dejado de estudiar y trabajó para poder emanciparse y largarse con su novio, como así hizo. Hasta el martes, que su familia me llamó por teléfono desde el juzgado..
–Néstor, yo le amaba, me dijo. Sí, pero el amor tiene sus plazos y no admite atajos, si es amor verdadero. –Y lo tuyo, le dije, era un amor de garabato. Y ahora te encuentro llena de zarzas y hortigas y con la duda de si no habría sido mejor seguir por el camino normal.
PD: anoche veo la entrevista del periodista con el político. Me llama la atención que busque un atajo para no enfrentarse a una situación verdaderamente complicada. En fin, así es la vida.

miércoles, 30 de mayo de 2007

Va por ti, maestro

Con el coche cargado, dispuestos a pasar un día de campo en una de esas tradicionales romerías del mes de mayo, me suena el teléfono móvil; era Santi, un buen amigo. Se oye el peculiar ruido de fondo de un bar a la hora del desayuno. –Tenemos que hablar –me dice–, porque estoy con un amigo que sostiene que los abogados somos muy mala gente… Me reí. –Habrá tenido una mala experiencia, le dije. Una mala experiencia. Tiene gracia.
A menudo recomiendo “Matar a un ruiseñor”; seguro que Tom Robinson pensó que su abogado –ese excelente Atticus al que todos nos queremos parecer– no había hecho todo lo que podía: que pudo dedicarle más tiempo, que se equivocó en la forma de plantear el juicio, en la estrategia, en la prueba o en los interrogatorios… Pero Tom se empeñó tanto en monopolizar el sufrimiento que no se paró a pensar que a Atticus, como a cualquiera otro, le quedará siempre la duda –¿que he hecho mal?– y no permite consuelo, ni económico, ni moral.
No soy llorón, pero con la versión cinematográfica de “Matar a un ruiseñor” lo he hecho. Al final de la película, cuando le dan a Atticus la noticia de la muerte de Tom, la Srta. Mody le explica a Jem que “hay hombres en este mundo, que han nacido para cargar con las tareas desagradables de los demás. Tu padre es uno de ellos.”
Santi, dile a tu amigo que hablamos cuando quiera; pero antes, que vea “Matar a un ruiseñor”.

viernes, 25 de mayo de 2007

Algunos hombres buenos

Mientras el lejano este de Ciudad Real luchaba contra la lluvia, tuve la oportunidad de compartir unas horas con Luis Martí y Fernando López-Orozco, decano y tesorero del colegio de abogados de Madrid respectivamente; habían venido a firmar un convenio con nuestro colegio para cedernos una herramienta informática utilísima con la que los letrados del turno de oficio se adelantan sus honorarios.
El primer acto estaba previsto a las 12.00 y llegué a las 12.30, así que, cuando entré en la sala de juntas, ya habían empezado. Mi decano me presentó y Luís Martí se levantó y me estrechó la mano mientras se ponía a mi disposición para lo que fuera. Me senté. Bastaron dos minutos para pasar de “este tío me va a caer bien” a “estoy ante una persona verdaderamente excepcional”.
En la comida (en la foto) pasé un rato verdaderamente agradable, porque Luís así lo quiso. Fernando me pidió –porque había llegado tarde– que le presentara al resto de comensales, así que le soplé cuatro cosas; más tarde tenía un comentario, una pregunta o una broma para cada uno… Pudimos hablar de casi todo y de casi todo tenían algo verdaderamente inteligente que decir, de forma que, al cabo, nos rendimos y dejamos que Luís condujera la conversación por donde quisiera porque lo realmente importante era escucharle. Entre Luís y Fernando nos dieron –sin quererlo, probablemente– una lección de “saber ser/saber estar” que vale su peso en oro.
A veces soy injustamente acusado de snob, sobre todo en los pueblos, cuando desembarco con el traje, zapatos limpios y “ademanes de gran señor” (Almudena dixit)… Pues ayer me quedé pequeñito, pequeñito (como soy), porque conocí a dos hombres verdaderamente buenos.
PD: que me dice Sonia que en la foto parezco un niño bien, pijo y empolloncete; pues lamento decir que la foto engaña.

martes, 22 de mayo de 2007

Sorpresas que da la vida

Ya ha pasado tiempo, así que puedo contarlo: un dia me llaman para asistir en el juzgado a una muchacha extranjera que trabajaba en la finca de unos conocidos y a la que habían detenido. Llegué y tras mirar las actuaciones me entraron ganas de llorar: a Julia la acusaban de un delito de aborto, aunque –bien es cierto– todo estaba cogido con alfileres. Al parecer había consumido un cóctel de medicamentos que se la podía haber llevado por delante, acabando con la vida de su hijo: una pequeña judía de apenas unos centímetros y toda una vida por delante. El médico que les atendió en el legrado de urgencias sospechó y lo puso en conocimiento de la justicia y allí estábamos de nuevo.
Me surgió la duda –siempre aparece cuando menos la espero, como los recibos del banco– sobre la certeza que los hechos me ofrecían y terminé por defender a Julia, porque si hubiera sido un asesino vulgar o un chorizo también lo habría hecho. Tras la declaración (ella dijo que no sabía que estaba embarazada), el magistrado me confirmó que archivaría el asunto, a la espera del “visto” del fiscal, que finalmente llegó al modo parco de los fiscales y en el dorso del auto de archivo, que la vida está muy mala y hay que ahorrar.
Pude hablar a solas con Julia. El tono me salió duro, muy duro. Julia se echó a llorar y me juró que no volvería a hacer algo similar, mientras miraba de reojo a su marido o novio o compañero casual o lo que sea... Les vi como las personas más desdichadas del mundo. Mientras corría hacia el coche, tratando de mojarme lo menos posible, les vi andando por la calle, amarraditos, balbuceándose palabrejas indescifrables.
La vida viene sin manual de instrucciones, así que a la mayoría le resulta muy difícil saber qué es lo correcto –qué está bien o mal– en un mundo en el que el “haz lo que te brote” es la máxima de conducta. Ójala Newman no se equivoque y basten un puñado de hombres buenos para cambiar el mundo.

jueves, 17 de mayo de 2007

Jornada de descanso

Ganar es una droga que crea una peligrosa adicción, como todas supongo. Me notifican hoy una sentencia absolutoria de mi cliente por un delito de quebrantamiento de condena. Felipe es un pobre hombre al que le dio por incumplir una medida cautelar de alejamiento de su pareja en la creencia de que “ella” había retirado la denuncia. Pues bien, “ella” denunció a “él” y los tres juntitos pasamos un día entero en el juzgado de guardia: Felipe llorando, ella lamentando el día que le conoció y yo viendo pasar la vida.
Llegado el juicio decidí innovar y alegué una moderna jurisprudencia de nuestro Tribunal Supremo que habla del “derecho a vivir juntos” (cfr. STS 26-9-2005) y de la que no había antecedentes en nuestra Audiencia Provincial; aposté fuerte porque mi cliente tenía antecedentes penales y habría dado con sus huesos en prisión de haber resultado condenado… Nos la jugamos y ganamos: “el consentimiento expreso de la víctima impide considerar vigente la medida de alejamiento impuesta al acusado y por ello, procede su absolución”, dice la sentencia. –Olé, digo yo.
Hoy me he ganado la cena, así que daré buena cuenta de las empanadillas y no me castigaré con el spinning. Hoy, jornada de descanso.

lunes, 14 de mayo de 2007

Prima facie: me revienta perder

Para variar estaba esperando, esta vez en el juzgado de Puertollano. Me había apoyado en la barandilla cuando he visto salir a Antonio del ascensor: nos vimos, nos interrogamos con la mirada y, por toda contestación, bajó el pulgar. Entonces lo supe, había perdido.
Apenas media hora más tarde me notificaron la sentencia de marras, la de aquel juicio que nos había enfrentado a él y a mi hace apenas unos meses: le estimaban la demanda, condenando a mi cliente (la empresa) a abonar casi 60.000’00 €, más los intereses del setenta-veces-maldito art. 20 de la Ley de Contrato de Seguro y –¡horror!– las costas (honorarios del abogado y procuradora contrarios, para entendernos).
Sentí el típico escalofrío. Pensaba que iba a ganar; lo creía, porque creía tener razón y quizá por eso me ha dolido tanto… –¿Qué habré hecho mal? Pienso. –Pide la grabación del juicio, le digo a Guillermo, mi procurador. –Te invito a un café, le atropello. A mi memoria acuden en tropel miles de imágenes, gestos, respuestas a preguntas, el temblor de manos del testigo... –¿Qué habré hecho mal?
He conducido silencioso hasta el despacho.
He preparado el recurso y esta tarde lo mandaré por fax.
Me revienta perder.

martes, 8 de mayo de 2007

Tomelloso, Stevie Nicks y la prescripción

–¿Qué tal el juicio? –Bien, respondo sin dudar. Así ha sido, aunque no todo "ha ido bien".
Esta mañana –bien prontito– he metido en el coche los bártulos, la toga, a los hermanos MacVie, Stevie Nicks (qué voz, madre mía: qué voz) y al resto de los Fleetwood Mac y me he puesto en ruta hacia Tomelloso. Hoy defendía a la “empresa”: nos reclaman el importe de las lesiones de un accidente que sucedió en junio de 2003, así que obviamente está prescrito (significado aquí, en su tercera acepción). Así lo he dicho en sala y creo que me harán caso. Lo más duro es que en el interrogatorio del actor, me ha reconocido que dejó pasar tanto tiempo porque su abogado –un tal José María, que no era el que hoy le defendía– enfermó de gravedad…
A la vuelta, el coche se ha convertido en mi particular Patmos y he conducido arrebatado por mis pensamientos: peculiar vida la del abogado. No me quejo: no, no lo hago; pero no deja de ser llamativo el hecho de que nos vamos de vacaciones –o de fin de semana o al cine o con la bici– y nos llevamos a los clientes y sus problemas a cuestas, nos ponemos enfermos y el sol no se para; ni el sol, ni los plazos, ni los vencimientos, ni el juzgado, ni la vida… Y para colmo, al cabo de los años, en un juzgado de vete tú a saber dónde, un colega o tu propio cliente te echa la culpa de una posible prescripción (por negligencia o desatención, dice la jurisprudencia). Hay que ver cómo está el patio.
Me ha sacado del karma la voz de Celtas Cortos: “20 de abril del 90. Hola chata, ¿cómo estás? ¿Te sorprende que te escriba? Tanto tiempo es normal…” He berreado hasta llegar a Ciudad Real, contento de estar vivo y de poder contarlo. ¿Y el resto? Pues eso, es... el resto.

viernes, 4 de mayo de 2007

Un hombre y la eternidad

Ayer me dio la risa. Está mal, lo sé, pero es que cada día –Fede, gran Fede–, me lo pones más difícil. Como quien dice, tú y yo empezamos en esto casi a la vez. El azar, la policía nacional y el turno de oficio quiso que nos encontrásemos una noche en comisaría y, desde entonces, juntos, hemos pateado los juzgados de esta ciudad que, irresponsable y desagradecida, nunca ha valorado tenerte como uno de sus más perseverantes “chorizos”.
Tú me has hecho sentirme un abogado maldito, de escasa credibilidad, simple, liante e ignorante a los ojos de los jueces. Nunca bajamos los brazos, nunca dijimos “basta ya, no puedo”, siempre hemos luchado, con razón o sin ella para defender tu derecho a la presunción de inocencia… Y a veces, no te voy a engañar, se me ha hecho muy difícil: habría preferido negociar tres hipotecas o pagar a Hacienda o tratar de convencer a la baronesa Thyssen para que cuelgue uno de tus cuadros en las paredes de su palacio-museo, que defender alguna de tus hazañas.
Me has obligado a estudiar –y es justo agradecertelo, porque me has hecho mejor abogado– las más novedosas jurisprudencias sobre las intervenciones telefónicas, el autoconsumo de sustancias tóxicas y toda la lista de atenuantes y eximentes del continente europeo.
Pero ayer me reí. No se notó, porque mantuve el tipo, pero habría soltado una carcajada de buena gana. Por primera vez en todos estos años, Fede –¡oh Federico!–, reconociste haber hecho algo, pidiendo perdón y compasión a la juez que miraba sin dar crédito.
Fede, has comenzado el duro camino de la reconciliación con el mundo y contigo mismo y yo estaré a tu lado mientras dure la enfermedad y hasta el final.

martes, 1 de mayo de 2007

Sin enchufe

El tenebroso y cenizo hombre del tiempo amenazó con lluvia para el martes festivo, pero se equivocó, así que hemos salido en bici. Ahí saqué la foto con mi móvil. No sé si sabré explicarlo, pero olía a lluvia y a fresco, a hierba mojada y a jara y a tierra húmeda y a pinar y a primavera que quiere entrar pero que no se atreve todavía no sé muy bien porqué meteorológicas razones. No sé, olía a eso. Y el viento. La fotografía se quedaría coja: imagina el viento. –Pero, ¿cuánto? –Pues no sé; mucho.

martes, 24 de abril de 2007

El niño de dentro

Durante un tiempo se nos dijo que la mayor parte de los problemas infantiles y juveniles se solucionaban con “una bofetada a tiempo”: una farola rota de un balonazo, una pelea contra los indeseables de 8º B, un suspenso en matemáticas o una mala contestación y ahí te encontrabas con el consejo… La mejor medicina era siempre una buena bofetada, eso sí, a tiempo.
El problema es que esos magníficos teóricos de la educación nunca se dignaron aclararnos cuándo era el tiempo oportuno, de forma que para muchos la vida –y la educación de sus hijos– se convertía en algo así como una partida de “siete y media”: que cuando no llegabas, te pasabas.
Hoy he defendido a un muchacho de apenas quince años que monta una bronca de espanto en una piscina, amenaza al socorrista, siembra el desasosiego y se marcha acompañado por la Guardia Civil, mientras se le pasaban los efectos del tranquimazin y la abundante cerveza. Sus padres son buena gente, pero sospecho que han llegado a tarde a la famosa bofetada. O quizá no. Me explico: apenas una hora después tenía otro juicio, esta vez con un buen hombre que cuando bebe demasiado –y demasiadas veces bebe demasiado– le da por quebrantar una “medida de alejamiento” de su ex pareja, berreando por la ciudad y los calabozos de la policía el sufrimiento de su corazón engañado y malherido… Y volviendo del juzgado pensaba que todos tenemos un niño dentro, al que de cuando en cuando hay que abofetear, sin miedo a llegar tarde o dos días antes, porque no es extraño que perdamos el punto de mira de nuestra vida y el rumbo se nos tuerza y convirtamos nuestra vida en algo irremediablemente extraño para nosotros mismos.
No sé, me parece que en fondo somos como el euribor, que si se descuida y no se controla, se dispara. Extraña cosa el corazón, extraña cosa.

martes, 17 de abril de 2007

Mi verdadero nombre

Mi madre me llama Néstor; Poti, Nestorcín. Mis hermanos y amigos, Néstor; los clientes que no tienen esta última condición, D. Néstor o Sr. Aparicio. Los extranjeros de Sudamérica, doctor Aparicio (y me emociono porque me acuerdo de mi padre); los gitanos, me dicen “ay, zeñoríiiiia” (así, como suena y con muchas íes). Gonzalo me llama “vitaminas”; Ramón, “Pantani” y Óscar, “Roberto Carlos”, por aquellas internadas mías por la banda izquierda…
Hay quien dice que nuestro verdadero nombre se nos dará cuando muramos (aquí, un ejemplo), pero yo creo que lo he descubierto esta misma mañana: mi verdadero nombre es “imbecil”.
En efecto, me lo ha hecho ver un abogado de Jaén que me llama para intentar solucionar un asunto que lleva dos años dando coletazos: –mira compañero, no solo no te voy a pagar las costas, ni los intereses, sino que además de voy a birlar seiscientos eurejos por la cara. –Es decir, que ni siquiera me ofreces el principal de mi demanda. –Nefecto, que diría Forges, me dijo con ese gracejo andaluz…
Me quedé sin habla, así que eché mano del pack de la señorita Pepis de mi secretaria, cogí el espejillo y ¡zas!: ahí estaba la cara del imbécil. He descifrado el misterio: ahora sé por qué mis clientes me ocultan la verdad y juran y perjuran que no robaron nada, cuando les pillaron con la caja de pescado en la mano (ay, Justino: ¿qué habrá sido de ti?); o no me dicen que han construido un sótano en una vivienda de protección oficial, en la que reclamo una ruina funcional; o por qué acusa al banco de un error en las trasferencias, cuando lleva once años (11) sin pagar la renta de casa…

sábado, 14 de abril de 2007

Acordaos de mi y olvidad mi destino

“Acordaos de mi”. No sé porqué, pero ayer me venían a la cabeza esas palabras: acordaos de mi.
Ayer nos fuimos a comer todos los del despacho; no faltó nadie, ni Rosa, que ha sido madre por segunda vez y continua de permiso. Ayer José Luis celebraba sus treinta años de colegiado: un 13 de abril de 1976 se daba de alta como abogado ejerciente en el Ilustre Colegio de Abogados de Ciudad Real, del que –con el tiempo– llegaría a ser decano, como su padre. A lo largo de treinta años de profesión se acumulan muchas anécdotas, mucha vida, muchos compañeros, jueces, fiscales y funcionarios que han desfilado ante sus ojos y que, como el agua sobre las piedras, han pasado sin dejar rastro. El caso es que nos reímos mucho recordando sucesos –los mismos de siempre, pero que nos hacen la misma gracia que la primera vez–: los clientes y amigos y sus ocurrencias, algún que otro asunto de tono más bien surrealista, el día a día del despacho que siempre da para mucho y nuestras propias ambiciones y esperanzas, que dan para mucho más.
Y me acorde de Héctor, “el derrotado: lo tenéis que recordar de pie, en la popa de aquella nave, rodeado por el fuego. Héctor, el muerto que por tres veces sería arrastrado por Aquiles alrededor de las murallas de su ciudad. A él tenéis que recordarlo vivo, y victorioso, y resplandeciente con sus armas de plata y de bronce. De una reina aprendí las palabras que ahora me han quedado y que quiero deciros a vosotros: acordaos de mí, acordaos de mí, y olvidad mi destino” (Alessandro Baricco, Homero, Ilíada).
Y me hice un propósito. Pase lo que pase en adelante, nada cambiará mi opinión por vosotros. Nada.

viernes, 6 de abril de 2007

Quitar importancia, o no dársela, a una cosa o a un asunto

“Pues ¿sabes que te digo? Que, a partir de ahora, todo es gratis: que has vuelto a nacer”, me dijo y se quedó tan fresco. Asentí. No hizo falta nada más, porque él y yo nos entendimos; porque desde hacía unas semanas había empezado la ardua tarea de aprender a trivializar lo trivial y dar importancia a lo verdaderamente importante.
El 11 de febrero de 2007 me desperté en el hospital con un generoso dolor de cabeza, veintiséis puntos de sutura y el ligero recuerdo de que –apenas unas horas antes– estaba montando en bici y bajando por la ladera de una montaña (es un decir, porque se trata de un cerro). Me caí, de cabeza y sin casco (siempre lo llevo), perdí el conocimiento y solo la rápida intervención de los que me acompañaban (Darío y Javi, gracias mil) evitó Dios sabe qué.
Tras cuarenta y ocho horas de observación, una semana de reposo y un mes de dolores diversos, me he repuesto y, de tal forma, que he vuelto a salir con mi bici de montaña (la foto, como documental).
Hasta aquí la introducción, porque en realidad pensaba escribir sobre la sentencia de un juzgado de lo penal que condena a un padre de familia a tres meses y veintiún días de prisión y quince meses de alejamiento de su hija, por agredirla con una zapatilla; considera el magistrado que la reacción del acusado no fue ni "proporcionada ni oportuna ni necesaria". Un zapatillazo... No soy hombre de consejos, pero a ese juez y a esa pobre familia, les daría uno: trivializad las cosas y disfrutad de la vida.