miércoles, 30 de mayo de 2007

Va por ti, maestro

Con el coche cargado, dispuestos a pasar un día de campo en una de esas tradicionales romerías del mes de mayo, me suena el teléfono móvil; era Santi, un buen amigo. Se oye el peculiar ruido de fondo de un bar a la hora del desayuno. –Tenemos que hablar –me dice–, porque estoy con un amigo que sostiene que los abogados somos muy mala gente… Me reí. –Habrá tenido una mala experiencia, le dije. Una mala experiencia. Tiene gracia.
A menudo recomiendo “Matar a un ruiseñor”; seguro que Tom Robinson pensó que su abogado –ese excelente Atticus al que todos nos queremos parecer– no había hecho todo lo que podía: que pudo dedicarle más tiempo, que se equivocó en la forma de plantear el juicio, en la estrategia, en la prueba o en los interrogatorios… Pero Tom se empeñó tanto en monopolizar el sufrimiento que no se paró a pensar que a Atticus, como a cualquiera otro, le quedará siempre la duda –¿que he hecho mal?– y no permite consuelo, ni económico, ni moral.
No soy llorón, pero con la versión cinematográfica de “Matar a un ruiseñor” lo he hecho. Al final de la película, cuando le dan a Atticus la noticia de la muerte de Tom, la Srta. Mody le explica a Jem que “hay hombres en este mundo, que han nacido para cargar con las tareas desagradables de los demás. Tu padre es uno de ellos.”
Santi, dile a tu amigo que hablamos cuando quiera; pero antes, que vea “Matar a un ruiseñor”.

viernes, 25 de mayo de 2007

Algunos hombres buenos

Mientras el lejano este de Ciudad Real luchaba contra la lluvia, tuve la oportunidad de compartir unas horas con Luis Martí y Fernando López-Orozco, decano y tesorero del colegio de abogados de Madrid respectivamente; habían venido a firmar un convenio con nuestro colegio para cedernos una herramienta informática utilísima con la que los letrados del turno de oficio se adelantan sus honorarios.
El primer acto estaba previsto a las 12.00 y llegué a las 12.30, así que, cuando entré en la sala de juntas, ya habían empezado. Mi decano me presentó y Luís Martí se levantó y me estrechó la mano mientras se ponía a mi disposición para lo que fuera. Me senté. Bastaron dos minutos para pasar de “este tío me va a caer bien” a “estoy ante una persona verdaderamente excepcional”.
En la comida (en la foto) pasé un rato verdaderamente agradable, porque Luís así lo quiso. Fernando me pidió –porque había llegado tarde– que le presentara al resto de comensales, así que le soplé cuatro cosas; más tarde tenía un comentario, una pregunta o una broma para cada uno… Pudimos hablar de casi todo y de casi todo tenían algo verdaderamente inteligente que decir, de forma que, al cabo, nos rendimos y dejamos que Luís condujera la conversación por donde quisiera porque lo realmente importante era escucharle. Entre Luís y Fernando nos dieron –sin quererlo, probablemente– una lección de “saber ser/saber estar” que vale su peso en oro.
A veces soy injustamente acusado de snob, sobre todo en los pueblos, cuando desembarco con el traje, zapatos limpios y “ademanes de gran señor” (Almudena dixit)… Pues ayer me quedé pequeñito, pequeñito (como soy), porque conocí a dos hombres verdaderamente buenos.
PD: que me dice Sonia que en la foto parezco un niño bien, pijo y empolloncete; pues lamento decir que la foto engaña.

martes, 22 de mayo de 2007

Sorpresas que da la vida

Ya ha pasado tiempo, así que puedo contarlo: un dia me llaman para asistir en el juzgado a una muchacha extranjera que trabajaba en la finca de unos conocidos y a la que habían detenido. Llegué y tras mirar las actuaciones me entraron ganas de llorar: a Julia la acusaban de un delito de aborto, aunque –bien es cierto– todo estaba cogido con alfileres. Al parecer había consumido un cóctel de medicamentos que se la podía haber llevado por delante, acabando con la vida de su hijo: una pequeña judía de apenas unos centímetros y toda una vida por delante. El médico que les atendió en el legrado de urgencias sospechó y lo puso en conocimiento de la justicia y allí estábamos de nuevo.
Me surgió la duda –siempre aparece cuando menos la espero, como los recibos del banco– sobre la certeza que los hechos me ofrecían y terminé por defender a Julia, porque si hubiera sido un asesino vulgar o un chorizo también lo habría hecho. Tras la declaración (ella dijo que no sabía que estaba embarazada), el magistrado me confirmó que archivaría el asunto, a la espera del “visto” del fiscal, que finalmente llegó al modo parco de los fiscales y en el dorso del auto de archivo, que la vida está muy mala y hay que ahorrar.
Pude hablar a solas con Julia. El tono me salió duro, muy duro. Julia se echó a llorar y me juró que no volvería a hacer algo similar, mientras miraba de reojo a su marido o novio o compañero casual o lo que sea... Les vi como las personas más desdichadas del mundo. Mientras corría hacia el coche, tratando de mojarme lo menos posible, les vi andando por la calle, amarraditos, balbuceándose palabrejas indescifrables.
La vida viene sin manual de instrucciones, así que a la mayoría le resulta muy difícil saber qué es lo correcto –qué está bien o mal– en un mundo en el que el “haz lo que te brote” es la máxima de conducta. Ójala Newman no se equivoque y basten un puñado de hombres buenos para cambiar el mundo.

jueves, 17 de mayo de 2007

Jornada de descanso

Ganar es una droga que crea una peligrosa adicción, como todas supongo. Me notifican hoy una sentencia absolutoria de mi cliente por un delito de quebrantamiento de condena. Felipe es un pobre hombre al que le dio por incumplir una medida cautelar de alejamiento de su pareja en la creencia de que “ella” había retirado la denuncia. Pues bien, “ella” denunció a “él” y los tres juntitos pasamos un día entero en el juzgado de guardia: Felipe llorando, ella lamentando el día que le conoció y yo viendo pasar la vida.
Llegado el juicio decidí innovar y alegué una moderna jurisprudencia de nuestro Tribunal Supremo que habla del “derecho a vivir juntos” (cfr. STS 26-9-2005) y de la que no había antecedentes en nuestra Audiencia Provincial; aposté fuerte porque mi cliente tenía antecedentes penales y habría dado con sus huesos en prisión de haber resultado condenado… Nos la jugamos y ganamos: “el consentimiento expreso de la víctima impide considerar vigente la medida de alejamiento impuesta al acusado y por ello, procede su absolución”, dice la sentencia. –Olé, digo yo.
Hoy me he ganado la cena, así que daré buena cuenta de las empanadillas y no me castigaré con el spinning. Hoy, jornada de descanso.

lunes, 14 de mayo de 2007

Prima facie: me revienta perder

Para variar estaba esperando, esta vez en el juzgado de Puertollano. Me había apoyado en la barandilla cuando he visto salir a Antonio del ascensor: nos vimos, nos interrogamos con la mirada y, por toda contestación, bajó el pulgar. Entonces lo supe, había perdido.
Apenas media hora más tarde me notificaron la sentencia de marras, la de aquel juicio que nos había enfrentado a él y a mi hace apenas unos meses: le estimaban la demanda, condenando a mi cliente (la empresa) a abonar casi 60.000’00 €, más los intereses del setenta-veces-maldito art. 20 de la Ley de Contrato de Seguro y –¡horror!– las costas (honorarios del abogado y procuradora contrarios, para entendernos).
Sentí el típico escalofrío. Pensaba que iba a ganar; lo creía, porque creía tener razón y quizá por eso me ha dolido tanto… –¿Qué habré hecho mal? Pienso. –Pide la grabación del juicio, le digo a Guillermo, mi procurador. –Te invito a un café, le atropello. A mi memoria acuden en tropel miles de imágenes, gestos, respuestas a preguntas, el temblor de manos del testigo... –¿Qué habré hecho mal?
He conducido silencioso hasta el despacho.
He preparado el recurso y esta tarde lo mandaré por fax.
Me revienta perder.

martes, 8 de mayo de 2007

Tomelloso, Stevie Nicks y la prescripción

–¿Qué tal el juicio? –Bien, respondo sin dudar. Así ha sido, aunque no todo "ha ido bien".
Esta mañana –bien prontito– he metido en el coche los bártulos, la toga, a los hermanos MacVie, Stevie Nicks (qué voz, madre mía: qué voz) y al resto de los Fleetwood Mac y me he puesto en ruta hacia Tomelloso. Hoy defendía a la “empresa”: nos reclaman el importe de las lesiones de un accidente que sucedió en junio de 2003, así que obviamente está prescrito (significado aquí, en su tercera acepción). Así lo he dicho en sala y creo que me harán caso. Lo más duro es que en el interrogatorio del actor, me ha reconocido que dejó pasar tanto tiempo porque su abogado –un tal José María, que no era el que hoy le defendía– enfermó de gravedad…
A la vuelta, el coche se ha convertido en mi particular Patmos y he conducido arrebatado por mis pensamientos: peculiar vida la del abogado. No me quejo: no, no lo hago; pero no deja de ser llamativo el hecho de que nos vamos de vacaciones –o de fin de semana o al cine o con la bici– y nos llevamos a los clientes y sus problemas a cuestas, nos ponemos enfermos y el sol no se para; ni el sol, ni los plazos, ni los vencimientos, ni el juzgado, ni la vida… Y para colmo, al cabo de los años, en un juzgado de vete tú a saber dónde, un colega o tu propio cliente te echa la culpa de una posible prescripción (por negligencia o desatención, dice la jurisprudencia). Hay que ver cómo está el patio.
Me ha sacado del karma la voz de Celtas Cortos: “20 de abril del 90. Hola chata, ¿cómo estás? ¿Te sorprende que te escriba? Tanto tiempo es normal…” He berreado hasta llegar a Ciudad Real, contento de estar vivo y de poder contarlo. ¿Y el resto? Pues eso, es... el resto.

viernes, 4 de mayo de 2007

Un hombre y la eternidad

Ayer me dio la risa. Está mal, lo sé, pero es que cada día –Fede, gran Fede–, me lo pones más difícil. Como quien dice, tú y yo empezamos en esto casi a la vez. El azar, la policía nacional y el turno de oficio quiso que nos encontrásemos una noche en comisaría y, desde entonces, juntos, hemos pateado los juzgados de esta ciudad que, irresponsable y desagradecida, nunca ha valorado tenerte como uno de sus más perseverantes “chorizos”.
Tú me has hecho sentirme un abogado maldito, de escasa credibilidad, simple, liante e ignorante a los ojos de los jueces. Nunca bajamos los brazos, nunca dijimos “basta ya, no puedo”, siempre hemos luchado, con razón o sin ella para defender tu derecho a la presunción de inocencia… Y a veces, no te voy a engañar, se me ha hecho muy difícil: habría preferido negociar tres hipotecas o pagar a Hacienda o tratar de convencer a la baronesa Thyssen para que cuelgue uno de tus cuadros en las paredes de su palacio-museo, que defender alguna de tus hazañas.
Me has obligado a estudiar –y es justo agradecertelo, porque me has hecho mejor abogado– las más novedosas jurisprudencias sobre las intervenciones telefónicas, el autoconsumo de sustancias tóxicas y toda la lista de atenuantes y eximentes del continente europeo.
Pero ayer me reí. No se notó, porque mantuve el tipo, pero habría soltado una carcajada de buena gana. Por primera vez en todos estos años, Fede –¡oh Federico!–, reconociste haber hecho algo, pidiendo perdón y compasión a la juez que miraba sin dar crédito.
Fede, has comenzado el duro camino de la reconciliación con el mundo y contigo mismo y yo estaré a tu lado mientras dure la enfermedad y hasta el final.

martes, 1 de mayo de 2007

Sin enchufe

El tenebroso y cenizo hombre del tiempo amenazó con lluvia para el martes festivo, pero se equivocó, así que hemos salido en bici. Ahí saqué la foto con mi móvil. No sé si sabré explicarlo, pero olía a lluvia y a fresco, a hierba mojada y a jara y a tierra húmeda y a pinar y a primavera que quiere entrar pero que no se atreve todavía no sé muy bien porqué meteorológicas razones. No sé, olía a eso. Y el viento. La fotografía se quedaría coja: imagina el viento. –Pero, ¿cuánto? –Pues no sé; mucho.