viernes, 30 de noviembre de 2007

Vértigo

Siento miedo y vergüenza. Me siento mal. Estoy enojado, insatisfecho, enfermo, ofendido y desalentado. Por mi, por la maldita raza humana capaz de destruir.
Siento asco.

martes, 27 de noviembre de 2007

Neopagano

Hacía frío y era temprano. Alberto temblaba. Su mujer y el pequeño recién concebido temblaban también. Su madre no podía contener la ansiedad. Los testigos estaban nerviosos. Hoy, pensé, definitivamente, no es un buen día para jugarse todo a una carta: absolución o dos años de prisión. No era el frío. Era miedo lo que les hacía encogerse.
Un año antes, una muchacha había reconocido fotográficamente a Alberto en comisaría: sin ningún género de dudas –dijo entonces–, Alberto era el joven que le había robado el bolso un par de horas antes. Pero Alberto tenía antecedentes penales, de forma que su hoja histórico penal saltaría por los aires con una nueva condena: ingresaría en prisión, sin posibilidad de suspensión ni sustitución de la pena.
Tenía que hacer algo. –Piensa rápido; en estas condiciones, Alberto –me dije– es carne de cañón para el fiscal: se lo comerá vivo. Mi mente se puso frenética repasando las causas de suspensión de la ley de enjuiciamiento criminal y entonces, en plena efervescencia, viajó hasta los tres años de edad: estaba enfermo y en cama. Mi hermano Eduardo llegó del colegio con una piedra. –Es mágica –me dijo–. La he comprado en una feria de cosas mágicas. Si le pides un deseo, uno solo, te lo concederá.
Dormí aquella noche con la piedra. No le pedí nada, entonces. Temía equivocarme, no pedir el deseo adecuado. Treinta años después, con la toga puesta a la entrada de una sala de vistas, he dicho “que se suspenda el juicio”
Y no lo he desperdiciado.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Lo ajeno

Todo sale mal cuando llevas prisa. Es lo que he pensado tras tirar el cubilete de mi mesa y comprobar pasmado su contenido por el suelo: varios bolígrafos BIC-cristal (dos no funcionan; los tiro con pena a la papelera); dos abrecartas, uno de ellos rojo y de propaganda de una compañía de seguros; un sacapuntas que hizo la guerra y que, sin inmutarse, me acaba de destrozar el inseparable lápiz azul-rojo cuando trataba de afilarlo: sacapuntas a la basura; un par de clips solitarios que coloco en las alforjas de un burrito de bronce que me regalaron hace años y que se habrán escapado aprovechando un descuido; una lupa, tamaño familiar; una gomilla de goma más bien pasada y pegajosa: a la basura; dos rotuladores fluorescentes y un “pilot” azul del que no recuerdo su origen exacto, principalmente porque nunca me he comprado un pilot. En contra de lo previsto, el pilot funciona y tiene tinta...
Es curiosa la capacidad que tienen los “bienes muebles” para cambiar de propietario, me recuerda mi mentalidad jurídica, que empieza a ponerse frenética. Veamos, nuestro Código Civil promulga que “la posesión se adquiere por la ocupación material de la cosa, o por el hecho de quedar sujetos a la acción de nuestra voluntad”, de forma que la posesión de buena fe hace presumir el título de propiedad. Pues ya está, solucionado: de vuelta al cubilete. Madre, lo que hay que hacer para acallar la conciencia cuando tienes prisa.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Historias

Ayer tuve dos visitas.
1. Un chino, que quiere alquilar un local comercial propiedad de mis clientes, para instalar –parece obvio– una de esas tiendas de alimentación y consumibles varios que no respetan horarios, ni domingos, ni fiestas de guardar. Algo no me gustó del chino. No sé. Quizá la careta, o su sonrisa o ese empeño enfermizo en decir que sí, que entendía todo y que todo le parecía bien; así que me lancé como un poseso para eliminar el gesto sonriente. Y lo logré al pedirle un “aval bancario” que me asegurara el pago de la renta, al menos, durante el primer año. Se quedó de piedra y me dije, “¡zas! Si sangras es que eres humano”. Ha tardado en reaccionar veinticuatro horas, porque acabo de hablar con él. Es terco el chino, pero humano.
2. Un pobre hombre –la sombra de un pobre hombre–, que unos ratos quiere separarse de su mujer y otros, no. Lleva dos días fuera de casa, viviendo en la calle delirio, febril y paralizado por decisiones que no sabe o no quiere tomar. Pasa las noches conectado al messenger, por si su mujer lo hiciera, y los días agarrado al teléfono, esperando que le devuelva las llamadas que le debe. No quiere ayuda, no quiere consejos: solo alguien que le escuche su dolor de pensar, ay, que no la tengo, sentir que la he perdido.

sábado, 10 de noviembre de 2007

En el fondo del fondo

¿Qué tal? Se te nota cansado, me preguntaste. Dije –balbucí– un “no” y una excusa poco creíble. Distraído, me miré en el espejo: ¿de veras se nota? ¿Qué se nota? ¿Qué ves? Dime, ¿puedes ver en mis ojos el miedo de Javier antes de entrar en prisión? ¿Puedes decirme por qué, mientras conduzco, en este mismo instante, esté pensando en qué más hacer por él? ¿Por qué no dejo de oir la voz de su madre llorando, angustiada, histérica?
¿Qué es lo que ves? ¿Problemas ajenos que no lo son tanto? Sí. Hay días que no me asomo al fondo, porque me da vértigo.

lunes, 5 de noviembre de 2007

María

He sido duro. He interrogado despiadadamente. Muchas veces
–demasiadas– he utilizado mis palabras para herir, para hacer sufrir, para arrancar lo que quería. Nunca me tembló el pulso.
Nunca torcí el gesto.
Pero me hago viejo, debe ser, porque nunca cinco palabras me hicieron tambalearme tanto, pequeña María, reina del Levante. Nunca antes cinco palabras lograron mi rendición. Nunca cinco palabras fueron tan afiladas: “No te vayas, tío Néstor”.
¿Qué hombre aguantaría?