lunes, 25 de junio de 2007

Es humano

El miércoles pasado asistí a un buen hombre detenido por la Guardia Civil y acusado de haber insultado, amenazado y agredido (al menos psicológicamente) a su esposa. El hombre se derrumbó; después de casi cincuenta años de vida más o menos intachable se encontraba detenido y esposado, en un cuartucho de la comandancia de no sé dónde… Y se echó a llorar. Le caían unos lagrimones como puños e hipaba de tal forma que todo su corpachón se zarandeaba como un flan.
Me mantuve firme, porque me asaltó el recuerdo y la vergüenza de la semana anterior: una muchacha de apenas veinte años sucumbió a la emoción y se echó a llorar en sala… Y con ella fui yo detrás, porque si hay algo que no soporto es ver a una mujer llorando, así que tuve que sacar el pañuelo y simular un virulento ataque alérgico. La juez, que no es tonta y me conoce, sugirió a la muchacha que se tranquilizase y a mi “que continuara el interrogatorio cuando estuviera dispuesto”. Me tomé mi tiempo, guardé el pañuelo medio arrugado en el bolsillo de la americana, carraspeé ligeramente y con los ojos rojos enrojecidos le dije a la muchacha: “¿Puedo continuar?”

martes, 19 de junio de 2007

Son mis amigos

Este fin de semana estuve en Burgos, en la reunión trimestral de CEAJ (Confederación Española de Abogados Jóvenes) a la que pertenezco por presidir la agrupación de Ciudad Real. Magnífica ciudad, magnífico recibimiento, magnífica organización y mediocre reunión: resolvimos dos o tres cosillas de indudable interés, pero nos dejamos en el tintero otras muchas, en un lamentable ejercicio de rutinaria desidia por parte de nuestra ejecutiva y de buena parte del consejo de confederación.
A la vuelta, mientras conducía y los acompañantes dormían, me pregunté si valía la pena ir a estas reuniones. –Sí, sí es importante; entre otras cosas, porque son tus amigos. Ya estamos. Me has vuelto a alcanzar en la línea de flotación: ese es un golpe bajo.
Pues sí, son mis amigos y cada día que pasa lo son más: me acuerdo de Graciela, con un acento asturiano tan pronunciado como su sentido común; de Lola, que cada día me recuerda más a la morena pastora Marcela; de Esther y su acento isleño, que me hace sonreír cada vez que habla; y de la siempre sonriente y valenciana Ester… Y de Alberto, que se casa en julio y yo que me alegro mucho, mucho; y de Miguel Ángel, un tipo inteligente y elegante, que mantendría el tipo en un muladar; y de Enrique y de Carlos (ahora Ilmo. Sr. diputado de su colegio de abogados) y de Pedro, que se troncha de risa con casi todo y especialmente con el sonido de mi móvil (ups, prometí que te lo enviaría: mañana sin falta). ¡Y la nobleza! Óscar, José Luís, Javi y Gonzalo: duque, conde-duque, marqués y barón respectivamente… Y Santi, mi amigo; amigo de esos que siempre están cuando se les necesita, que saben respetar tus silencios, que se adelantan. Amigo, en una palabra, de esos que radiografiaba C. S. Lewis en sus Cuatro Amores.
Sí, me gustan estas reuniones y más aún me gustan mis amigos. El domingo –a los pies del Cid– pedí no perderos nunca, nunca, nunca.

lunes, 18 de junio de 2007

El irracional de dentro

Anoche me fui con unos amigos a ver “el partido” al Importastú, un bar de moda, mobiliario fashion y televisor de plasma descomunal. Llegué tarde –es costumbre– y muy a duras penas me hice con mis cuarenta centímetros cuadrados de espacio vital para moverme, beber y dar buena cuenta de las tapas que nos sacaban; para entonces el Real Madrid perdía 0-1, pero nunca desfallecimos: gritamos, abucheamos, cantamos y saltamos como un solo hombre (bueno, lo cierto es que el personal femenino brillaba por su ausencia).
Y el gol llegó. Saltamos y nos abrazamos. En el Importastú ya no había extraños. Y un grito: “a por ellos, oé”, mientras señalábamos con nuestras manos a la televisión. Entonces, sin darnos cuenta, la civilización murió y en cada uno surgió el irracional que llevamos dentro. Si entonces alguien nos hubiera pedido que detruyéramos en nombre del madridismo, lo habríamos hecho.
No pensamos en ello –en nada–, porque antes de que pudiéramos secarnos la frente llegó el segundo gol y con él la catarsis irracional, el festival caníval: saltamos fundidos en una compacta melé hasta golpear las lámparas con la cabeza; nos fundimos extraños y propios en abrazos de alegría y lloramos como si nos hubiera tocado el gordo de Navidad.
Y la ola y los cánticos y los gritos y el tercer gol y más abrazos y el “así, así, así ganá el Madrid” y el “otra ronda, jefa” y la voz ronca que se declaró en huelga por no poder aguantar la emoción. Y ¿qué más? Pues no sé, ese “campeones, campeones” y el “we are de champions” malamente interpretado… El irracional se había apoderado de nosotros por completo, así que cuando los jugadores dieron la vuelta de honor por el campo nos quedamos en silencio ahogando sollozos y saldando nuestras cuentas con la camarera.
Al salir una mujer mayor en bata nos preguntó quién había ganado: –los buenos, señora, los buenos.

miércoles, 13 de junio de 2007

Jorge ama la vida

Según fueron pasando las horas del sábado noche, el pelotón de ciclistas se quedó reducido a Jorge y a mí, así que el domingo a las nueve de la mañana cargamos las bicis en su coche y nos fuimos a Río Frío. Después de las típicas cuatro palabrejas de rigor –que chatarra de bici tienes, pues tú mas, pero si es un hierro, envidia la tuya y tal–, Jorge se sintió en la obligación de explicarme el lugar sobre el que estábamos pedaleando; bastaron doscientos metros para darme cuenta de que salir con Jorge en bici es algo más que salir en bici: es una clase de botánica, de geología, biología, hidrología, de disfrute existencial, de amor a la naturaleza y a la vida... Además de subir y bajar durante cuarenta kilómetros, pudimos disfrutar de unos paisajes que olían a verde y a vida, suspirar con no sé qué mariposas de varias colas y vuelo errático y suicida, admirar nenúfares amarillos y árboles, arbustos y cardos de todos los tipos y tamaños; y el agua –¡agua!– del río y arroyos que salían de debajo de las piedras; y el cielo allá arriba, azul y limpio y dos ciclistas sudorosos y sonrientes aquí abajo. Sonrientes, sí: y ahí va la prueba. Os presento a Jorge, procurador y amante de la naturaleza (espero que excuséis la ausencia de la chatarra sobre la que pedaleaba mi amigo).

martes, 12 de junio de 2007

Mensaje en una botella

“Aunque tú no lo sepas
me he inventado tu nombre
me drogué con promesas
y he dormido en los coches”
Era Enrique Urquijo el que cantaba desde un coche, mientras hacía el camino de regreso a casa. Era de noche; en realidad quizá solo atardeciera. Llegó cansado y con pocas ganas de nada. Se sentó contigo…
El patio de vecinos dejaba oír a la vecina del cuarto; un niño –quizá fueran dos– gritaban, pedían agua, decían “mama” una y otra vez como solo los niños son capaces de decir; olía a empanadilla del Mercadona y a pescado rebozado.
Y así, sentados y parafraseando a Sabina, te dijo “yo no quiero un amor civilizado” y tú sonreíste.

PD: querido Titi, como ves, finalmente te lo escribí. Espero haber sido fiel al original de tu verdadera historia de amor: ya me dirás.

jueves, 7 de junio de 2007

El atajo

El lunes era fiesta así que Pedro y yo nos fuimos con la bici de montaña a escalar uno de los puertos especiales de los entornos. Como la duda ofende, me adelanto a decir que lo logramos. Subimos y bajamos como Jabatos y en nuestra ansia de descubrir nuevos lugares nos metimos en lo que parecía un atajo. Ahora, mira la foto: el maldito atajo resultó ser un mar de zarzas, ortigas, pastos diversos y hogar de bichos adherentes de todos los tamaños y formas. Lo peor de estas situaciones es que solo te das cuenta del error cuando es demasiado tarde y ya da igual dar la vuelta que seguir para adelante; así que, bajo el lema “ni un paso atrás, ni para tomar impulso”, terminamos con nuestro empacho de campo.
El atajo. Hay gente que se empeña en vivir más deprisa que los demás y se dedica a tomar atajos para llegar antes a no sé donde. El martes me fui a asistir al juzgado de violencia doméstica a una muchacha –guapa, joven y de buena familia– que, al cabo de dos años, había dejado de soportar a su novio y sus desprecios y sus golpes y sus celos y sus insultos... Mi cliente –antes de los dieciocho– había dejado de estudiar y trabajó para poder emanciparse y largarse con su novio, como así hizo. Hasta el martes, que su familia me llamó por teléfono desde el juzgado..
–Néstor, yo le amaba, me dijo. Sí, pero el amor tiene sus plazos y no admite atajos, si es amor verdadero. –Y lo tuyo, le dije, era un amor de garabato. Y ahora te encuentro llena de zarzas y hortigas y con la duda de si no habría sido mejor seguir por el camino normal.
PD: anoche veo la entrevista del periodista con el político. Me llama la atención que busque un atajo para no enfrentarse a una situación verdaderamente complicada. En fin, así es la vida.