miércoles, 24 de octubre de 2007

Amistad

María y su marido vinieron al despacho hará cosa de cuatro o cinco años. En plena fiebre del ladrillo se habían metido a promotores con un terrenillo que habían comprado. Con el edificio a medio terminar, comenzaron los problemas con Emilio, el típico albañil cualificado y mal encarado metido a constructor. Tras unas semanas de ruido, burofaxes, reuniones y abogados, conseguimos salir airosos del percance: el edificio se terminó, se vendieron los apartamentos y respiraron tranquilos. Por un tiempo, porque María no se puede estar quieta, así que –con el paso del tiempo– pasamos de la relación profesional a la amistad.
Hoy me llama, después de un tiempo de no saber nada unos de otros. Después de unas risas, de preguntarnos por los conocidos y por la vida, me cuenta que ahora está metida en el negocio de las casas rurales; ha acondicionado una casa de su familia (esta) y está francamente asombrada de la acogida que ha tenido: cazadores, familias, grupos de amigos... Tiene la casa ocupada prácticamente todos los fines de semana, reservas para el verano, el año que viene...
Esta mañana, hablando con un conocido ha salido a relucir mi nombre. No ha perdido el tiempo y me ha llamado de inmediato para invitarme un fin de semana a la casa: “no te la estoy ofreciendo, te estoy invitando a que vengas con quien quieras. Si no lo haces me lo tomaré como un insulto”.
Al colgar he sonreído. Qué bueno tener amigos. Qué bueno sentirse querido.
[Me he acordado de Lindsey Buckingham: “Oh I’ll build you a kingdom,in that house on the hill”. Ahí os lo dejo, en la increíble versión de The Dance].

lunes, 22 de octubre de 2007

Tengo un email

Adjunto el que me manda mi amigo Jorge con la ruta de este domingo. Es el único procurador, poeta, naturalista y futuro bloggero que me saca a conocer los rincones más increibles de la provincia. Y es el único explorador con el que he investigado mis propios límites.

“Amigo Nestor:
La verdad es que para mí, que quizá estoy algo más acostumbrado que tú a este tipo de rutas, ha sido una experiencia brutal.
Me encantó recorrer la trocha medio perdida que subía por el arroyo; me hizo recordar la pobre gente que recorría esos caminos por necesidad, con la sola compañía de su burro, para ganarse el pan, para ver a su amor o, quizá, por qué no, simplemente en busca de la aventura, como nosotros. Caminos que tendrán trescientos años, pero que hará al menos sesenta que ya no se utilizan, y que me parece bonito recuperar.
Luego, cuando el camino ya mejoró, la emoción de encontrarnos con los guardas, que sabíamos que tarde o temprano nos iban a abordar. Y, después de esa faena templada que tuvimos que realizar al ‘primero’ y último de la tarde, el encuentro con Sierra Madrona: la ‘Sierra Madre’, como la llaman por allí... Y esas vistas inconmensurables, y esa bajada vertiginosa, que no terminaba nunca.
Todavía nos esperaba la ablución en el río Robledillo, para limpiarnos, no tanto de los pecados como del polvo y los dolores acumulados en la dura travesía.
Y por último la gente afable de El Hoyo, que nos rodearon como si de aunténticos exploradores del Nuevo Mundo se tratara, mientras narrábamos las vicisitudes de un día para recordar.
Te acompaño un croquis de la ruta de Google Earth.
Un abrazo, y gracias por acompañarme.”



Este es Jorge, el domingo:

viernes, 19 de octubre de 2007

Cómo no perder la cordura

Aquella noche, Antonio se bajó del coche para tranquilizar a su vecino, que le gritaba desde la acera. No hizo caso a su mujer –¡no te bajes! ¡Por Dios, Antonio!– y debió hacerlo porque César llevaba un palo en la mano y una botella con algún producto oscuro. Solo se dio cuenta del error cuando volvió al todoterreno, sangrando. Esta era la versión de Antonio y de su mujer, que aquel día gritaba dentro del coche y que aún ahora tiembla al recordarlo, aunque se guarda lo que sintió porque es fuerte. Y esta es la versión que yo defendía.
El juicio –este lunes pasado– fue duro, porque me involucré demasiado. Quise destruir al agresor, reducirlo a polvo; quise que mintiera y que se contradijera; quise que perdiera los papeles, el honor; quise apalearle con mis preguntas… Quise verle sufrir. Y lo hice.
Y luego, en el coche, de vuelta al despacho, me sentí mal. No debí hacerlo. Soy abogado y busco justicia, no venganza; pero en ocasiones es difícil no perder la cordura entre tanto problema, que debería ser ajeno, pero que no lo es. Encendí la radio; cantaban Michael Stipe y Chris Martin: “may God’s love be with you/Always/may God’s love be with you”.

lunes, 15 de octubre de 2007

Los baños del romano

Era domingo y salimos en bici, porque lo de languidecer en mi casa o en un bar me da alergia. Apenas había amanecido y con un frío impropio, nos pusimos a pedalear sin un rumbo fijo, hablando, subiendo y bajando. Llegando al pantano del Vicario, Jorge me dijo que me iba a llevar a un sitio increíble: unos baños de aguas ferruginosas y gaseosas. A la orilla del Guadiana dejamos las bicis y caminamos un ratillo hasta llegar a unas piscinas de piedra, con gradas y un líquido amarronado y burbujeante. Nos sentamos. Nos sentimos como patricios romanos, tomando las aguas. Nos fotografíamos.
De vuelta y en el pantano, nos detuvimos en una de esas casetas que construyen para ver a los animales y Jorge –el naturalista– entró en acción: vibró con los aguiluchos pantaneros y con los milanos de vuelo suicida, y con los patos y los martines pescadores de grito agudo y desesperado. Y con las garzas. Y con el agua. Y con la vida.

sábado, 13 de octubre de 2007

Solo dos minutos antes

Antes, justo antes de que Fernando se quedara amodorrado en el banquillo, oyendo como la fiscal y yo llegábamos a un acuerdo (cinco fines de semana de internamiento en centro), estábamos sentados en estrados la juez, el secretario, la fiscal, la del equipo técnico y yo. Togados, serios y más bien distendidos.
Sonó el teléfono en la sala, era la Guardia Civil a punto de trasladar a un menor, con uno de esos complicados problemas suyos: que si podían venir vestidos de calle o tenían que comparecer con el uniforme.
No lo pude evitar: –dígales que vengan disfrazados de primera comunión.
El resto sucedió según el guión previsto.

viernes, 12 de octubre de 2007

Sueños

Fernando era un chaval de dieciséis años. Hace cuatro, sus padres decidieron rehacer sus vidas sin darse cuenta de que la de su hijo se le escapaba por los pies. Fernando era drogadicto.
Había empezado a fumar y a salir por las noches, mientras sus padres discutían sobre el mobiliario, el coche y el pasivo de la sociedad de gananciales. Con el tiempo quiso volar lejos y fabricó mezclas imposibles de pastillas y alcóhol, hasta que un día dejó de correr con los niños perdidos y Wendy le dejó y quiso morir –como había muerto su infancia– y despertó en el hospital tras una semana en coma.
Al volver a casa se encontró con las citaciones del juzgado de menores... Y conmigo.
Ahora Fernando está en un centro terapeútico privado y en manos de un equipo de psicólogos y psiquiátras, para superar su adicción al alcóhol y a las drogas. Me dice su padre que ha perdido aproximadamente un cincuenta por ciento de su capacidad neuronal y yo le pregunto que dónde se han metido estos últimos cuatro años.
–Aquí, me dice. Y me enseña la sentencia de divorcio.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Día D: retazos de Zaragoza (y III)

“Y… eso es todo”, dije y terminé. Y se hizo el silencio. Era la una y media y fue como si alguien hubiera apagado la radio y el ruido atronador que me había aturdido los últimos días, hubiera callado. Había defendido las tres conclusiones de nuestra comunicación durante algo más de quince minutos. A continuación se sometió a votación la propuesta de incorporación de nuestras conclusiones al texto de la ponencia: tras un breve debate, una tras otra, se aprobaron con una mayoría aplastante, apenas una decena de abstenciones y ningún voto en contra. Un éxito.
Como no tenía antecedentes, me fié de los que sostenían que el éxito da hambre y nos fuimos a comer. Hablamos de literatura, de oratoria y de vino y de cualquier cosa que no tuviera que ver –ni por asomo– con el despacho y la profesión… Hablamos y hablamos y, entre risas, llegamos al postre, y entonces Esther brindó y me sorprendió el brindis y me hizo pensar, pero eso es otra historia que ya contaré en otra ocasión.
La tarde fue más bien tranquila: un ratillo de hotel, una última visita a la Virgen del Pilar, paseo tranquilo por la ciudad con los amigos y un taxi loco que sorteaba el peligro de una ciudad en obras, mientras me hablaba de la lacra-del-terrorismo. Yo asentía, luchando por no resbalar de lado a lado en el asiento de atrás.
La cena de gala comenzaba con un cocktail de gala al que llegamos tarde, y al que nos incorporamos con la naturalidad de príncipes rusos que se saben esperados. La cena, el baile, las copas y el autobús de vuelta forman parte del secreto de oficio que me veo en la obligación de mantener por razones obvias… Para los curiosos, ahí va, no obstante, una foto de la facción más divertida de la junta de gobierno del colegio y acompañantes durante la cena.

domingo, 7 de octubre de 2007

Fiebre de un viernes noche

Antes de llegar lo había preparado todo: dos sillas de madera en la terraza, vasos, una buena provisión de hielo y un Cardhu envejecido durante doce años en alguna remota y fria esquina de Escocia. Inma tenía guardia en el hospital, así que Santi y yo teníamos toda la noche por delante para hablar despacio.
Hablamos de todo: de lo importante y de lo accidental, del trabajo y de las vacaciones. Y de los abogados –jóvenes y menos jóvenes– y de la agrupación y de la confederación, no siempre en ese orden. Es más, no siempre con un orden claro. Y bebimos con responsabilidad y sin ella. Y nos reímos y lamentamos recordando todo tipo de recuerdos.
Leímos a Pablo Neruda y alguna canción desesperada y a Herman Hesse y fundamos el Club de los Mujeriegos No Ejercientes, al que desde hoy estáis invitados, siempre que cumpláis los requisitos de admisión.
Y vimos el final de Casablanca y el comienzo de Sueños de un seductor.
Así, sin orden ni concierto.

viernes, 5 de octubre de 2007

Civilizados

Después de un lustro, un buen día llegó el silencio. Él tomó la decisión, pero fue culpa suya no darse cuenta de los mohines, del tiempo no dedicado, del ruido del trabajo, de la dificultad para hacer compatibles demasiadas cosas.
Se dieron un tiempo, pero el tiempo pasó.
Y ahí van, indiferentes, como dos desconocidos en la ciudad.

jueves, 4 de octubre de 2007

Alegría: retazos de Zaragoza (II)

El día empezó muy pronto. Tan pronto que, entre la conversación, el desayuno, el jamón y el pásame más café no nos dimos cuenta de que estábamos perdiendo el autobús. Solo la voz de Ataulfo a varios kilómetros de distancia me sacó del limbo del buffet del NH –“¡que esto empieza ya y tienes que defender tus conclusiones!”–, así que prisas y taxi.
La ponencia empezó conmigo dentro. El sistema había previsto que defendiera mis conclusiones por la tarde o al día siguiente, así que pude relajarme y disfrutar de las discusiones sobre la libertad y la seguridad en el estado de derecho. Dos cosas me llamaron la atención: la presencia de varios abogados con notables preocupaciones independentistas y el altísimo nivel intelectual de los que intervenían en los debates.
Por la tarde nos apuntamos Elena, Óscar, Lola y yo a un portal llamado “Menores: derechos y deberes” en el que intervenía D. Emilio Calatayud, paisano y juez de menores famoso por sus sentencias. También intervenía el llamado tío Alberto, fundador de “La ciudad de los muchachos”, un ex delincuente, “El Pera”, y la adjunta segunda al Defensor del Pueblo.
A eso de las siete y pico, cansados de tanto ajetreo intelectual, nos fuimos al hotel. Un ratillo más tarde nos fuimos a ver la Catedral, la Basílica del Pilar y el Conventillo, un local de moda donde tiran una cerveza que da gloria. Y de nuevo nos tocó correr, porque a las diez habíamos quedado para cenar en un sitio fashion de nouvelle cousin generosa. Esta vez me tocó hacer el brindis, después de una jugada sucia de Graciela (que estuvo muy fina y me pasó la pelota) y brindé por los veintisiete amigos que estábamos allí, para que nunca caiga el olvido sobre nosotros.
Y llegadas las copas, hice mutis por el foro, que todavía quedaba congreso y tenía que estar fresco.
No sé por qué, a la vuelta, me encontré canturreando una canción del Cirque du Soleil: come la rabbia di amar, alegria, come un assalto di gioia

martes, 2 de octubre de 2007

Umberto Tozzi: retazos de Zaragoza (I)

Huimos del cocktail de bienvenida como fugitivos, porque era un poco casposo, porque había más de mil personas y porque Enrique nos había organizado una cena por todo lo alto en un restaurante de un buen amigo suyo. Además teníamos ganas de vernos a solas.
La cena, íntima para diecisiete amigos e informal, volvió a reunirnos a todos: abrazos y besos, cómo estás, bien ahora que te veo, sonrojo y vuelta a empezar… Comimos, bebimos, nos reímos y compartimos proyectos, ilusiones y problemas como si fuera ayer cuando nos despedíamos en Burgos; es curioso lo poco que nos cuesta olvidar más de noventa días de separación física.
Con el postre, Graciela brindó por Enrique, por Zaragoza y por todos nosotros y el corazón se nos encogió en un puño y nos emocionó como solo ella sabe hacerlo. Pero no sigo, que luego me lee y me llama zalamero y adulador.
Después de cenar nos fuimos a tomar una copa –cosa de poco, que al día siguiente había que trabajar– mientras veíamos el final del Zaragoza-Barça y seguíamos hablando de todo y de nada: de los juicios de Alberto en Madrid en defensa de niños huérfanos y de Lola que sostiene que no se presentaba a la reelección y de Pedro y de Carlos y de Esther y de todos. Y a veces nos callábamos, porque no había que decir nada, porque el silencio no hacía daño.
El final de lo noche se me mezcla con el Umberto Tozzi que atronaba el coche de Enrique (en su faceta de taxista, esta vez) y que cantamos desafiando el frío de la noche: io ti amo e chiedo perdono, si sigues todo recto llegamos a mi hotel, ricordi chi sono, acuérdate que mañana nos vemos en el desayuno, apri la porta a un guerriero di carta igienica, pues no sé si mañana me toca defender la comunicación, ti amo, ti amo, mañana a los ocho, ti amo, ti amo, ti amo, yo llegaré más tarde, damni il tuo vino leggero, che hai fatto quando non c’ero, que tengo que llevar a los niños al colegio...
Y así me metí en la cama. Olvidando el cansancio del viaje, los asuntos del despacho y la inquietud de enfrentar mis conclusiones a las de medio millar de abogados, me dormí sonriendo.