Descansamos un rato, devoramos como lobos nuestras barritas energéticas y bebimos mirando Gredos a través de la bruma. El viento me dejó frío como un témpano y pensé con desesperación que aún quedaban otros dos puertos y una bajada de casi catorce kilómetros. Hay días que no me entiendo, pero esto era diferente: el animal se encabritaba, se rebelaba al pedaleo y cuanto más lo fustigaba peor iba la cosa. Pedaleé con furia hasta que, al coronar una subida, el documental se fundió en blanco, la pierna derecha se agarrotó y me quedé en el suelo, como una piedra más. La falta de sueño, el estrés de una semana peculiar y la deshidratación derribaron al animal. Oí la tremenda palabra, temida por cualquier ciclista: “pájara”. En estas circunstancias, los espíritus especialmente elevados tienen pensamientos trascendentales, yo no: a mi se me coló una canción de Three Days Grace que no dejé de oir hasta el final
Jorge me masajeó [I can't escape this hell/ so many times i've tried], Sergio me enchufó una barrita energética [so what if you can see the darkest side of me?], Juan me aconsejó no sé cuantas cosas [somebody help me tame this animal I have become] y comenzó el suplicio de subida del puerto a pie. ¡A pie! [somebody help me through this nightmare]. Al resto de síntomas se unió uno: la humillación del orgullo herido.
Llegué a los coches como pude –cada repecho, un infierno–, empujado por Jorge y Sergio, animado por Javi… Estas cosas no se eligen, pero ayer solo podía decir una cosa: lo siento, tíos.
Hic iacet cinis, pulvus et nihil