lunes, 30 de junio de 2008

Afónico y somnoliento

Tengo sueño y estoy afónico. Y creo que no es por haber presentado la declaración de la renta el último día. Ni por comprobar en mi banco que me habían pagado una minuta atrasada. Ni mucho menos por haber resuelto esta mañana un asunto más bien embrollado…
Creo –hago memoria– que tiene algo que ver con la psicosis colectiva que vivió Ciudad Real anoche y de la que tomé parte activa. Sí, me temo que tiene algo que ver con la Eurocopa.

viernes, 27 de junio de 2008

Más que fútbol

No recuerdo nada de la primera parte, quizá porque no la vi, quizá porque se me ha borrado, quizá porque me basta la segunda. Me había enterrado en el sillón, a la espera de un milagro que nos llevara a la final de la Eurocopa, cuando Xavi clavó un balón en la red por debajo de las piernas del portero. No vi la repetición, porque estaba saltando, abrazado a la esperanza. Mi casa, el edificio, la calle, el barrio entero se llenó de un grito: sé reconocer entre cientos el grito de la victoria y lo que oí fue el grito del vencedor. Nada nos podría parar. Nada lo hizo.
El segundo de los goles nos dio cierta tranquilidad, respiramos hondo y nos lanzamos a la cerveza y la empanada sin apartar los ojos de la tele y, cuando llegó el tercero, nos abrazamos, aplaudimos, gritamos olé, gritamos ES-PA-ÑA…
Ya está todo hecho. Ya me da igual que ganemos o no la final. Ya me da igual todo. Porque ayer España ganó. Porque estamos en la final de la Eurocopa. Porque fuimos veneno, cicuta letal que asesinó a la Muslova Rusa y a otros muchos enemigos de dentro. Porque España entera quería apretar los dientes y sentirse otra vez orgullosa. Porque el fútbol nos ha hecho sentirnos otra vez aquello que unos cuantos cretinos quieren arrebatarnos.

jueves, 26 de junio de 2008

¡Ah, la fama!

Venía de que me vieran los ojos –un médico, vaya– y, por eso mismo, veía menos que un gato de escayola, así que mi principal preocupación al llegar a la plaza era la de distinguir a Pablo y Charo, con los que había quedado para tomar algo.
Al fondo, en medio de las mesas distinguí dos Policías Locales de uniforme y sin dudarlo me fui para allá seguro de encontrarme a mis amigos, no porque sean unos delincuentes, sino porque uno es del gremio. Al llegar a la mesa saludé a Charo y Pablo y guiñé los ojos para ver las caras de los policías, pero mi agudeza había bajado varios enteros y solo distinguí borroncillos amarillos y azules.
–¿Qué tal tu oposición?
–Bien, he sacado un seis y medio, me dijo Charo. Y tú, ¿qué tal?
–Pues vengo del oftalmólogo. Al parecer tengo queratitis, que debe significar algo así como inflamación de los cuernos.
–No [ja, ja, ja]. No creo. Es una pequeña inflamación de la córnea.
–Ah, claro... Ya me extrañaba a mi que me hubiera recetado solo colirios.
Con un oído puesto en Charo y la nota de corte y el otro en Pablo y los policías, oí dos o tres frases sueltas, unas risas y una despedida poco elegante.
–Te conocían, me dijo.
–Sí, supongo que de algún juicio.
–En efecto. Dicen de ti que eres un poco cabroncete.
Me sonreí. No sé si debí ofenderme, pero lo cierto es que me sentí halagado.

lunes, 23 de junio de 2008

Demasiado ruido

10.30 am
Las declaraciones empezaban a las 10.30, pero la primera de las denunciadas ha sido impuntual, así que he tenido media hora para charlar con los funcionarios, conocer a la nueva juez y disimular mi enfado. A las 11.00 ha llegado la primera de las muchachas, disfrazada de reina del pop, me ha mirado con cara de sorpresa –tú, ¿quién eres? El abogado de la acusación– y ha pedido abogado de oficio. Resignado me he mordido el labio, he suspirado y he bajado a la cafetería a leer el Marca y beberme el segundo café del día.
11.15 am
Cuando he tirado el azúcar al suelo y el sobrecillo vacío al café con leche, me he dado cuenta de que iba camino de convertir mi día en uno de furia, así que he respirado hondo, he pedido otro sobre de azúcar y he repasado minuciosamente cada penalti, cada jugada, cada coma, buscando entretener la mente en el karma futbolístico.
11.45 am
Hemos comenzado. La sección penal del juzgado es como mi sala de estar, pero con más cachivaches, Radio Castilla-La Mancha a todo trapo y un continuo trasiego de gente entrando o saliendo y, en todo caso, interrumpiendo. Las mentiras de la declarante se me mezclaban con el ruido del teléfono, el fax, los fados de Teresa Salgueiro, el fichaje de Cristiano Ronaldo, otras dos declaraciones en la mesa colindante, las obras del piso de arriba y el típico ruido de fondo de juzgado: ¿quién tiene un auto de no sé qué que había dejado en la impresora? ¡No funciona la fotocopiadora! ¿Alguien ha visto al forense? ¡Hay un detenido! ¡Y dos juicios rápidos! ¡La suerte para hoy!
12.15 pm
En medio del barullo la funcionaria todavía tiene tiempo para levantarse, mandar faxes, atender el teléfono y la puerta, ordenar el correo y tomar nota de la declaración. Para colmo, se ha colado en la secretaría un delincuente común completamente borracho: ha hecho la rotonda a una de las mesas, nos ha injuriado levemente y ha salido tambalándose sin cerrar la puerta, así que al ruido de dentro se ha unido el de fuera, dejando el grito como único medio razonable de comunicación.
12.30 pm
La ley de la selva: ¡muerte a la cortesía!
–Que entonces cómo-se-explica-las-lesiones-de-Gema –he gritado sin pudor a la denunciada.
–Oiga, no me hable vd. así, que estoy de lo mío –me ha soltado una de las declarantes, exhibiéndome su carnet de una asociación de enfermos daimieleños.
Solo la rápida intervención de la funcionaria ha evitado que estampara un geranio en la cabeza de la muchacha. Un guardia civil se ha asomado, me ha saludado y ha salido. Si hubiera aparecido a caballo tampoco me habría extrañado. Me pellizco para comprobar que no estoy soñando.
1.00 pm
La funcionaria ha debido ver algo en mi cara, porque ha logrado imponer cierto silencio echando a un grupo de abogados que se había parapetado detrás de otra mesa, esperando su turno, un café o no sé qué.
1.30 pm
Hemos terminado.
–Todos los lunes son así –se ha disculpado la funcionaria–. Además hoy tenemos juicios de faltas y el médico forense pasa consulta y hemos acumulado todas las declaraciones.
He de reconocer que me ha desarmado.
–No te preocupes por mi –he dicho sonriendo–. Si quieres llamo al Telepizza.

jueves, 19 de junio de 2008

Para ti

Ha sonado el móvil.
Sí, dígame.
Hola, Néstor, es para recordarte que hemos quedado mañana.
Si, mujer, cómo lo voy a olvidar. ¿A qué hora?
A las nueve.
A… ¿las nueve? ¿De la noche?
Sí, cuando salga de trabajar.
¿Mañana? Es decir, ¿el viernes?
Sí, eso me dijiste. Es que mi declaración es el lunes a primera hora.
Ya.
Apoyé la cabeza en la mano. El móvil empezaba a resbalar. Seré idiota.
¿Sigues ahí?
Sí.
Pues nada, que hasta mañana.
Sí, hasta mañana.
He colgado, al borde de la desesperación. A los tres minutos he llamado a mi amiga Rosita, porque es su cumpleaños y porque cada vez que hablo con ella recupero la sonrisa.
Oye, ¿sigues escribiendo en el blog?
Sí, claro.
Pues tío, escríbeme algo.
Vale, ¿qué quieres?
No sé, que me dediques algo.
Vale… Pero ¿quieres que todo el mundo sepa que si algún día hago algo importante, te lo dedicaré? ¿Que me río mucho cuando me dices burradas? ¿Que te echo de menos?

martes, 17 de junio de 2008

La costumbre

Cuando le vi supe que no me caería bien, que me mentiría.
Y acerté.
La mentira es como la guarida del animal herido, de la alimaña fugitiva. El último reducto, el lugar donde esconderse agazapado. Y esperar. Y defenderse obstinadamente de una realidad que teme, que no le favorece.
Ayer no me extrañó acertar, pero me molestó hacerlo. Quizá porque era mi cliente. O quizá me fastidió comprobar que no me importaba que me mintiera, que lo esperaba, que me he acostumbrado.

miércoles, 11 de junio de 2008

Con vuestro permiso

Nunca te acostumbras. La fama tiene estas cosas, pensé ayer al ver a mi prima Pitu en la tele. Estábamos viendo el fútbol en un bar y al pasar los anuncios ¡zas!: mi prima diciéndome “con vuestro permiso, quisiera leeros una carta en nombre de Endesa. Dice así…”
Me emocioné. Rápidamente llamé por teléfono y nos echamos unas risas, porque sale guapísima y es una de mis mejores catorce primas. Pero, qué digo: mirad, mirad vosotros mismos y juzgar si no vale la pena ver una y otra vez los siete primeros segundos…

martes, 10 de junio de 2008

No es bueno que el hombre esté solo

Así que Dios creó el fútbol
y la Eurocopa y partidos como el de ayer.
Y vio Dios –y yo mismo– que eran muy buenos.

jueves, 5 de junio de 2008

Ella era de metal

–Bueno, y ¿qué digo?
–La verdad. Me temo que es lo mejor. ¿Habías bebido?
–Mucho.
–Vale.
Pasamos al juzgado. El funcionario miró los autos y disparó sin sutilezas:
–Bueno, ¿qué pasó entonces?
Esteban me miró, suspiró y comenzó con su relato, sonrojado, arrepentido y con la mirada fija en el suelo. Con el dinero de la paga extra de primavera quemándoles en el bolsillo Esteban y Álvaro se fueron a la playa. Eran jóvenes y sin compromiso. Comenzaron a beber sobre las doce del medio día. A las cuatro de la mañana, eufóricos y a la entrada de una discoteca exótica, hicieron amistad con una de esas máquinas de cacahuetes y frutos secos y comenzaron a bailar con ella. Ella era tímida, así que apenas respondía a los contoneos, saltos y cabriolas de Esteban con unos mínimos bamboleos. Pero entonces todo cambió: repentinamente la máquina de metro sesenta cobró vida y comenzó a responder al baile, sobre sus cuatro diminutas ruedecillas: resultó ser una máquina libre. Y así, abrazados y metálicos, Esteban y ella avanzaron por la calle sin un objetivo claro. El reggaeton, el ritmo, la música, qué sé yo: el maldito cariñena se apoderó de ellos, les nubló la mente.
A los veinte metros una patrulla de la policía les dio el alto a gritos y con la defensa en la mano. No entendieron de amor, ni de música y detuvieron a Esteban como autor de un delito de hurto.
Ella no dijo nada, probablemente avergonzada; pero mientras esperaban, le obsequió con unos cacahuetes gratis, recuerdo quizá de esos minutos de libertad.
–Gracias, reina, balbuceó Esteban: nunca te olvidaré.