lunes, 28 de enero de 2008

Ayer tocaba sufrir

Bastaron cinco kilómetros para darme cuenta de que algo no iba bien. No cogía la pedalada, ni el ritmo, ni la respiración y me encontraba incómodo sobre la bicicleta. –¿Qué tal vas?, me dijo Jorge a mitad de puerto. –No lo sé, contesté escuetamente. No lo sé, pensé. Subíamos a unos veinte kilómetros por hora por asfalto e inexplicablemente me iba descolgando del grupo: el corazón se me había descontrolado, no bajaba de las 180 pulsaciones y una sensación extraña y desconocida se había instalado dentro de mí. Probé a cambiar la respiración, bajar la cadencia, beber mucho... El resultado era el mismo: inquietud. Coroné el último el primer puerto, subí como pude el segundo y llegué a rastras al tercero: Corral de Cantos; había sufrido más que nunca durante veinticuatro kilómetros y me quedaba otro tanto en este estado lamentable.
Descansamos un rato, devoramos como lobos nuestras barritas energéticas y bebimos mirando Gredos a través de la bruma. El viento me dejó frío como un témpano y pensé con desesperación que aún quedaban otros dos puertos y una bajada de casi catorce kilómetros. Hay días que no me entiendo, pero esto era diferente: el animal se encabritaba, se rebelaba al pedaleo y cuanto más lo fustigaba peor iba la cosa. Pedaleé con furia hasta que, al coronar una subida, el documental se fundió en blanco, la pierna derecha se agarrotó y me quedé en el suelo, como una piedra más. La falta de sueño, el estrés de una semana peculiar y la deshidratación derribaron al animal. Oí la tremenda palabra, temida por cualquier ciclista: “pájara”. En estas circunstancias, los espíritus especialmente elevados tienen pensamientos trascendentales, yo no: a mi se me coló una canción de Three Days Grace que no dejé de oir hasta el final
Jorge me masajeó [I can't escape this hell/ so many times i've tried], Sergio me enchufó una barrita energética [so what if you can see the darkest side of me?], Juan me aconsejó no sé cuantas cosas [somebody help me tame this animal I have become] y comenzó el suplicio de subida del puerto a pie. ¡A pie! [somebody help me through this nightmare]. Al resto de síntomas se unió uno: la humillación del orgullo herido.
Llegué a los coches como pude –cada repecho, un infierno–, empujado por Jorge y Sergio, animado por Javi… Estas cosas no se eligen, pero ayer solo podía decir una cosa: lo siento, tíos.

Hic iacet cinis, pulvus et nihil

viernes, 25 de enero de 2008

El cambio

Se cierra un ciclo. Ayer, después del café, salí del despacho en el que había entrado diez años atrás por primera vez, con un blazer azul y la cabeza llena de pájaros y sueños. He aceptado una oferta –digámoslo así– que no podía rechazar y dejo atrás diez años de aprendizaje, de trabajo intenso, de anécdotas y amigos que nunca olvidaré: Gonzalo, Demetrio, Donaciano, Felipe, José Luís, Ana, Rosa y Joaquín, mi maestro que fue, mi compañero y mi amigo. Ya dije que no os olvidaría: no lo haré, aunque pueda parecer lo contrario. Al fin y al cabo todo lo bueno que tengo lo he aprendido de vosotros (lo malo es de mi cosecha), así que os debo mucho; mucho más de lo que os podáis pensar. Pero tocaba cambio, tocaba involucrarme en otro proyecto, en otro despacho que me permitirá crecer mucho y más deprisa, así que me he lanzado a una aventura con nuevos compañeros (admirables compañeros) y nuevas expectativas y sueños.
Nada cambia. Apenas siete calles. Pero todo es diferente. No me echéis en falta: no creo merecer tanto. A vosotros y a todos, sabéis que tenéis vuestra casa en la C/ Alarcos nº 8, 6º D, mi nuevo despacho; el nuevo hogar de este joven abogado.

sábado, 19 de enero de 2008

A veces no vemos

Era sábado cuando sonó el movil de la guardia. Mi primer pensamiento no fue ni correcto, ni demasiado lúcido; quizá porque eran las seis de la mañana o porque salía de guardia. Sentado en el suelo –acurrucado de frío– contesté como pude y escuché medio dormido: al otro lado, alguien que me dijo pertenecer a la Guardia Civil decía no sé qué de un detenido, de alcoholemia, de quebrantamiento de condena y de que me fuera para allá para asistirle en su declaración. Pues nada: ducha fria, café y coche. Y niebla, mucha niebla.
Apenas veinte minutos después estaba en el cuartel: buenas, buenas, de qué se trata, de una alcoholemia y quebrantamiento de condena y circular sin seguro, cuánto ha dado, me temo que mucho, me puedo sentar, por favor, le han informado de sus derechos, si, tienen café, si, está en condiciones para prestar declaración, sí.
Le miré por primera vez, a los ojos, mientras nos contaba su historia. Con habla pastosa nos desgranó cada minuto de la historia de su vida. Me dio pena; una pena honda que no suelo sentir con la gente que bebe y conduce y sigue conduciendo aún después de que le hayan quitado el carnet.
Antonio quedó en libertad a los quince minutos. Le informé de las consecuencias (pena de prisión, retirada definitiva del carnet, juicio y condena), pero parecía darle todo igual. Le disparé: ¿qué te pasa? No sé –me dijo–, las cosas no van bien. Ya, le dije. Cada uno tiene sus propios problemas, pensé: no soy nadie para juzgarles.
Hacía frio, era todavía de noche y la niebla seguía donde la había dejado.

jueves, 17 de enero de 2008

Lo que no tengo de los demás

Bien, vale, es sencillo, porque cada uno es como es. Pero, ¿por qué las mejores cosas que leo no las he escrito yo, no son mías? Sé que soy un egoísta, pero es que a veces querría escribir cosas como esta y como esta, o esta otra y la de más allá. Son solo un ejemplo, no sé: echad un vistazo aquí y decidme –oh, decídmelo si tenéis valor– que no os gustaría firmarlo, que no desearíais sentir así. ¿Qué clase de persona se debe ser para hacer algo como eso? ¿Por qué no encuentro en mi ni una pizca de los demás, de los buenos? ¿De qué fuente bebéis? ¿Qué os alimenta? ¿Dónde dormís?
Leedlo –aprisa, ¡leedlo todo!– y decidme.

sábado, 12 de enero de 2008

Una sola palabra me regalas

¿Va a formular alguna pregunta, sr. Letrado?
Sí. Con la venia, señoría. Oiga, mire: ¿reconoce al muchacho que está sentado a su derecha?
No.
Mírelo, por favor.
Ya lo he mirado. No es él.
¿Le reconoce como alguno de los jóvenes que el día 20 de enero de 2007 le robaron el bolso de un tirón?
No.
Pero, permítame que le insista: vd. le reconoció fotográficamente en los clichés que la policía le exhibió... ¿No lo recuerda o no se trata de la misma persona?
No es la misma persona. A este muchacho no lo reconocí.
¿Le conoce de algo?
No.
¿La persona a la que reconoció vd. en la fotografías que le exhibió la policía se parecía a este muchacho?
No. Bueno...
Siga, por favor.
Que aquel día estaba muy nerviosa...
Entiendo. Y el muchacho al que vd. reconoció en la fotografía pudo no ser el que le robó a vd. el bolso, ¿verdad?
Si.
No hay más preguntas, señoría.
Respiré hondo. Dejé el bolígrafo y apoyé la espalda. Pensé entonces que los Reyes Magos todavía guardaban un regalo para Javier, mientras oía que el fiscal –pertinaz fiscal– se empeñaba en sostener la acusación, como el capitán naufraga en su barco herido de muerte.

martes, 8 de enero de 2008

Vuelta a casa

Bien, estuve fuera desde fin de año hasta el día de Reyes: apenas tres días laborables. Hoy he puesto un pie en el despacho: todo igual y todo diferente. Rosa estaba quitando el árbol de Navidad. Qué pena, he pensado. Porque es como quitar el belén, que me da una sensación de tristeza extraña y melancólica.
–¿Qué tal [muac, muac] los Reyes?
–Bien [muac, muac], no se acordaban de mí ni de mis maldades y se portaron ciertamente bien.
Y acto seguido y sin respirar, mientras me dirijo al despacho: ¿tengo llamadas, correo, cosas pendientes, gente encerrada en el despacho, amenazas de bomba…? ¿Qué tal la bici de Spiderman de tu hijo? Ring/ring: ¿te paso una llamada? Vale. Entra Gonzalo: hey ¿qué tal todo? Bien, ¿y tú? Luego hablamos. ¿Dígame? Madre mía, cómo está la mesa. No, no: te escucho, dime… Espera, que apunto. ¡Pse-pse!, Néstor: ¿te dejo aquí el correo? Sí [gesto con la cabeza y pase de teléfono a la otra oreja para apuntar no sé qué en no sé donde]. Por cierto [susurrando], hay un par de cosas, espera que busco: llamó Enrique y César y María del Prado y Pedro y… Bueno, llamarán todos hoy. ¿Me oyes? Sí [gesto afirmativo con la cabeza y gesto indescriptible que significa “apúntamelo o, mejor, deja que llamen”]. Cuelgo. Te llaman, ¿te paso? ¿Es urgente? Llamó la semana pasada. Venga va. Abro el correo con la mano libre, miro la agenda y los vencimientos –¿cuándo estaré de guardia?– y los papeles y el barrullo que, semana tras semana, me organiza la señora de la limpieza… Miro la agenda: ¿cuánto queda para verano? Sí, sí, te escucho, dime…



Sugerancia: ponedlo bien alto. A mi me ha salvado la vida a las 14.00 horas [hora española].

martes, 1 de enero de 2008

Año nuevo...

Pues el caso es que he irrumpido en el nuevo año sin hacerme ningún propósito concreto.
No me preocupa, porque lo cierto es que aún estoy a tiempo.
Sí, sin duda, estoy a tiempo: me quedan 364 días para ser mejor.
Ahora que lo pienso, no es mal propósito este.
Haré que me lo miren.