lunes, 21 de diciembre de 2009

Sábados contigo

He atropellado a un zorro. Ha muerto. Dos segundos antes o dos después y no habríamos coincidido en esta vida. Paré a echar gasolina, adelanté a aquel coche, tardé exactamente siete minutos en tomarme un café y leer la prensa y el destino hizo que el zorro y yo coincidiéramos exactamente en aquel lugar y en aquel momento. Ahora él está muerto y yo escribiendo. Así es la vida.
El momento exacto, el lugar oportuno, la velocidad de la vida.
El zorro me hizo pensar. Coincidimos a diario con personas
–historias diferentes, vidas ajenas– que respiran, sienten y aman: que esperan y son esperadas; como yo mismo.
¿Qué hace que dos personas se conozcan? ¿Qué hace que coincidan en el kilómetro cero de sus vidas? ¿Cuándo comienza a ser importante su voz? ¿Cuándo te das cuenta de que echas de menos esa llamada? ¿Qué extraña combinación química o física hace que un momento –un determinado momento– salga de la rutina de la vida para ser eterno e inolvidable? Dos segundos antes o dos después. Da vértigo pensar que puedes pasarte la vida perdiendo trenes...
Qué extraña e inesperada es la vida, pensó el zorro, sin saber que su muerte no había sido inútil.



Aquí está. Me pediste que te escribiera y lo he hecho. Escucha la canción. ¿Recuerdas? You always tell me I don't want I really want. ¿De veras lo sigues preguntando? Me encantaría, lo sabes, pasar los sábados contigo y dejarme llevar.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Esperando a Damien

Damien entró en nuestra vida hará cosa de un mes o un mes y pico; el hermano de un compañero del despacho –misionero en no sé dónde– nos mandó un mail, contando la historia de un muchacho africano que había crecido huérfano gracias a los odios de unos y otros por algo misterioso llamado raza. Estudió gracias a la ayuda de unos cuantos y cuando rozaba el futuro con las yemas de los dedos se acabó el dinero. Y con el dinero, las esperanzas.
No lloró, no se quejó, no escupió al cielo... Así son las cosas, se diría encogiendo los hombros.
Todo lo que le hacía falta eran doscientos cincuenta euros; doscientos euros para terminar los estudios superiores, para ser alguien.
Y así entró Damien en nuestras vidas, como un latigazo. El mail de un hermano marista, la generosidad de los compañeros del despacho y Western Union hicieron el resto. Ahora le toca a él, claro. Cabe la posibilidad de que hayamos ayudado a un fracasado, pero algo me dice que Damien terminará la carrera.


Y ahora, un mes después recibimos este paquete de África con regalos, una carta emocionada en un inglés malo y la primera felicitación navideña. Corto y pego: “no sé cómo agradecértelo, me has sacado de una fosa. Me preguntaba qué podía hacer, y tú apareciste para ayudarme. (…) En una ocasión el H. Eugenio me dijo que Dios me quiere, pero tú también me quieres porque en el mismo momento en que te expuse mi problema reaccionaste inmediatamente y Dios me puso delante personas que me quieren. Eres incomparable, no sé cómo agradecértelo. Sólo me quedaré contento cuando me convierta en un hombre, es decir cuando tenga la oportunidad de visitarte y mostrarte el fruto de tu esfuerzo”.
Desde entonces, esperamos a Damien.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Algunas puertas cerradas

No sé –no recuerdo– si era Eminem el que decía aquello de if you had one shot, one opportunity, to seize everything you ever wanted, one moment, would you capture it or just let it slip? Pienso en ello ahora que se llevan a Héctor a prisión.
Hace unos años cayó en la trampa de vender droga al cebo que la policía le había puesto y terminó con una condena de dos años de prisión; dos años que no cumpliría si continuaba con el tratamiento de deshabituación en el que me había apresurado a meterle.
Quedó en libertad, bajo la condición de que siguiera el tratamiento a rajatabla. Una oportunidad; le dieron una segunda oportunidad de ser otro tipo de persona. One shot.
Ahora, un año y pico después del juicio, me dicen que ha dado positivo en los análisis que periódicamente le fueron realizando. Cannabis, decía su sangre. A prisión, dijo el fiscal. Y la Audiencia Provincial ordenó su busca y captura e inmediato ingreso en el centro penitenciario. Just let it slip. Una mañana la Guardia Civil apareció en casa, le engrilletó y se lo llevó a ese lugar oscuro y triste donde los hombres languidecen, haciéndose cada dia peores.
¿Y qué? No te fustigues: Héctor eligió desaprovechar su vida, esa segunda oportunidad que la vida le dio. Dejó pasar un tren que no puedes obligarle a tomar.
No sé... Quizá no. O quizá sí, porque ahora su familia y su abogado seguimos luchando por aquello que él ha tirado a la basura. Me han hecho prometer que no le dejaré, que seguiré intentándolo, que pondré todo de mi parte... Y ahora que lo escribo, sospecho que no hace falta que se lo prometa a nadie, porque los abogados somos testarudos, aún cuando nuestros clientes se esfuerzan en torcer las cosas. O quizá, no sé, porque tengo demasiada experiencia en trenes perdidos y puertas que parecen cerradas. Quizá porque hay un Héctor dentro de cada uno de nosotros, haré lo que pueda.



"Sometimes everything seems awkward and large" dice Milow; y otras todo es corto, dulce y luminoso. De eso también sé un rato.

lunes, 9 de noviembre de 2009

La oración

Hay canciones que tienen letra propia, la letra de mi vida. Y hay letras que, sin saber porqué, se adhieren a la piel, como la sal del mar. La música entonces forma parte de la vida, de los recuerdos, de ilusiones y proyectos...
Esta mañana al escuchar esta canción vino rápida, como la sangre a la herida, la letra perfecta: una oración.
Una oración que últimamente repito:

“Escribid
en el mundo
una sola palabra
escrita para mi,
la
leeré.
Rezad
un instante
de este silencio,
lo notaré.
No tengáis miedo,
yo no lo tengo”.



[la he tomado prestada de “Océano mar” de Alessandro Baricco)

sábado, 7 de noviembre de 2009

Los hombres no lloran

Rápido como el viento, furioso y desbocado, así era Ramón aquella noche de viernes. Su mujer se arregló entre gritos y se marchó a una boda, mientras su esposo se quedaba en pijama y calcetines, en la puerta de casa, con la boca abierta. Discutieron porque Ramón llevaba once meses sin trabajar, agotando el subsidio del paro; no podía pagar el regalo de la novia –ambos lo sabían– y sin embargo ella se marchaba a cenar y a bailar con extraños y a gastar un dinero que no tenían. Ramón apretó los dientes. Ramón se sentó. Ramón se quedó viendo la tele, pero no la miraba. Su mente trabajaba deprisa, alentada por el fuego de unos celos absurdos. Sin pensarlo levantó el teléfono y marcó el número del restaurante. Se oyó a si mismo: –“he puesto una bomba que estallará en dos horas”– y colgó y esperó.
Esperó solo quince días, porque una mañana la policía llamó a su puerta y le detuvieron. Los antidisturbios, los artificieron y sus perros habían entrado aquella noche en el restaurante a la carrera, luchando contra el tiempo, buscando una bomba que no existía. El resto fue coser y cantar porque Ramón había llamado desde el teléfono de casa.
Ahora Ramón lloraba en el juzgado al verse sentado delante del juez.
Soy un hombre normal, me decía, no un delincuente.
¿Qué cara se supone que tienen los delincuentes?, le dije.
Me miró.
No eres un delincuente, solo eres imbécil.
Levantó la cabeza.
¿A quién se le ocurre jorobar una boda con una amenaza de bomba? Piénsalo y, por Dios, deja de llorar y de hacerte la víctima.
Pero… No sabía qué hacer…
Pues tenías que haberte puesto tu mejor traje y haberte ido a bailar con tu mujer y disfrutar de la noche y de la boda y dejarte de orgullos y leches.
Dejó de gimotear. El juzgado se había quedado en silencio.
Así que ahora te buscas un trabajo, solucionas los problemas con tu mujer y te llevas a tus hijos al cine cada sábado.
Oía su respiración.
¿Vale?
Vale...
Y acuérdate de pagar la multa.

[He de reconocer que me fastidia cuando la gente llora solo porque tiene pena de sí misma, por orgullo. Sé de alguno que dirá que mi reacción fue colérica… Y quizá tenga razón]

martes, 20 de octubre de 2009

La pesadilla

Me persiguen. Siempre es lo mismo. Camino –corro– por un barranco oscuro, al borde del abismo, con el hombro pegado a la pared vertical. Detrás algo me persigue. Es angustioso. La distancia no se amplía por muy deprisa que corra, aun a riesgo de caer por el precipicio. Miro para atrás. Se acerca, pienso alarmado. Debo correr más. Y corro hasta que me despierto, bañado en sudor y quemado por la fiebre.
Tengo gripe. Y como siempre que tengo gripe y fiebre, desde mi infancia, se repite una noche y otra la misma pesadilla. Hasta que la fiebre remite.
Hasta hoy.

martes, 6 de octubre de 2009

El curador

Ayer vino de nuevo. Le vi sentado en la sala de espera, con su aspecto desgarbado y melenudo de hippie y me vi cuatro años antes. Vino al despacho a solucionar la herencia de su padre; él de negro riguroso y minimalista y su mujer –alta, esbelta, joven y nigeriana– con una túnica blanca. Le tomé los datos, mirando de reojo de un lado a otro.
–¿Nombre?
–Federico Pérez.
–¿Domicilio?
–Finca La Espronceda, de Retuerta del Bullaque.
–¿Sin más?
–Sin más.
Seguí escribiendo.
–¿Trabaja?
–Sí.
Le interrogué con la mirada, exigiendo una contestación un poco más completa.
–Soy sanador místico.
Dejé el bolígrafo. Le miré y fruncí el ceño. No se inmutó. Su mujer, ébano suave, tampoco.
–Sí, soy sanador místico: curo a la gente imponiéndoles las manos. Y me pagan con lo que tienen: gallinas, corderos, frutas, legumbres…
–Supongo que por eso necesitas la herencia de tu padre.
–Supongo, me dijo y se sonrió.
–Vale.
Ayer me costó volver del pasado: el sanador estaba de nuevo delante de mi. Entre todos los abogados de la provincia, el sanador místico había vuelto a elegirme. Y me sentí orgulloso y en paz con el cosmos, la lado bueno de la fuerza y la cuadrícula de Hartmann.

viernes, 25 de septiembre de 2009

El hombre libre

Le doy la mano y cierro la puerta. Oigo como pide el ascensor y me quedo en silencio. Se llama Isabel. Mi cliente es su marido, que está en prisión; y en prisión están todos, de una forma y otra. Ella, sus hijos, la hipoteca, los primos, el perro, el gato y la pecera. Es curioso como un sitio tan espantoso puede convertirse en uno más de la familia. Las cuatro paredes grises se han metido en la vida de su familia como un hermano más, un hijo silencioso, un cuñado gris al que todos se acostumbran; un personaje familiar que no dice una palabra, pero a cuya sombra viven, dependiendo de sus plazos, horarios de visitas y llamadas.
Y poco a poco, la sombra se hace más grande, más pesada. Se come las risas, la música y el verde de la lechuga. La voz esa tan graciosa del ascensor deja de parecer graciosa. El gris se come los amaneceres. La prisión se hace con el control de la casa.
¿Cuándo sale?, le digo
El 23 de abril de 2010. Su mirada es triste y de ceniza.
La despido en la puerta. Miro desde la ventana. Más allá, los árboles aún verdes y un pajarillo. Nos miramos silenciosos. Somos libres, aunque nos cueste darnos cuenta.

jueves, 17 de septiembre de 2009

De vuelta a las estrellas

10.15 am.
El juez nos advirtió hasta que nos aburrimos que la decisión sobre la guarda y custodia la tendrían los hijos. Estaban viviendo con la madre desde que su esposo salió de la vivienda, así que no tenía nada que temer. Así fue: los niños con su madre. El resto del juicio nos dedicamos a tirarnos los trastos a la cabeza, a calcular ingresos y gastos, pensiones de alimentos y demagogias baratas. Qué pena. Qué delgada es la linea en el amor de algunos matrimonios y qué escasa es la paciencia de algunos jueces.
No quiero adelantar el fallo, me dijo el juez, pero ya le adelanto que al hijo mayor de edad no voy a concederle pensión de alimentos alguna.
Pues ya me ha adelantado el fallo y además creo que se equivoca, dije; y si me deja, le explicaré por qué. Lo cierto es que empezaba a estar un poco harto de tanta interrupción.
Salí de allí manifiestamente enfadado, así que busqué a alguien con quien hablar un rato y tomarme un café antes de irme corriendo al otro juicio.
13.00 pm.
El juez, la fiscal y dos abogados tratábamos de conocer la verdad sobre lo ocurrido con un intento de atropello que yo sostenía que no había existido. Era el último juicio de la mañana y todos estábamos muy cansados. Yo también, así que cuando el juez me interrumpió solté el bolígrafo sobre la mesa, levanté la mano y le dije muy serio que podía declarar improcedente la pregunta, pero no advertirme sobre las cosas que podía o no preguntar, porque atentaba directamente contra el derecho de defensa de mi cliente. Pareció convencerse, porque no volvió a interrumpirme. Estaba muy enfadado.
Al terminar el juicio le di la mano, como siempre: oiga, que usted hace su trabajo y me parece bien, así que no se enfade. Mire, le dije, esto es como el fútbol: lo que sucede en el campo en el campo se queda. Vale, me dijo.
18.00 pm.
Por la tarde estaba cansado, muy cansado. Tenía la cabeza en otra cosa y había olvidado una cita que tenía. Llegué a la Catedral animado por la conversación de un compañero. Había quedado con D. Antonio, un cura con el que soy de capaz de hablar en el mismo idioma. No tiene miedo a hablar de la ilustración, de Kant y de Dios, de decirme las cosas claras y de ponerme metas que incluso yo podría proponerme. Es bueno, muy bueno.
20.30 pm
¿Dónde estás? Vente para el Cuarenta Vinos, que estamos tomándonos unas cervecillas.
Hum… Vale: pedidme una, fresquita y con mucho alcohol.

martes, 1 de septiembre de 2009

El secreto de las tortugas

La noticia ya es inevitable: estamos en septiembre. Ayer metí un pie en el huracán de la vida ordinaria y me levantó en volandas, zarandeándome sin compasión a miles de metros de la tierra que piso. De pequeño tenía miedo a la altura, así que me he adelantado: para evitar crisis, bajones y depresiones he decidido abordar el curso como un pirata morisco, con el cuchillo entre los dientes y la mano en el alfange. Esta mañana tenía juicio a las nueve y media y visita a la Audiencia Provincial a recoger citaciones.
Me gusta esta vida. Sí, me gusta.
Ahora me siento y miro el correo, los correos y mensajes y pienso. Busco las notas, el sonido, la canción que resuma estos días de verano, mi vuelta a la dura vida y me acuerdo de una que canté este sábado con mi hermano y mi sobrina. Cuatro notas, un ritmo y una letra fresca. Perdidos sin quererlo los papeles que me diste antes de ayer, donde estaban los consejos que apuntamos pa que todo fuera bien. Resume muchas cosas. Demasiadas inconsciencias. Tengo que encontrarte para verte y que me digas otra vez: necesito una ayudita, una palabra que me pueda convencer. Sé que te parecerá moñas. Lo sé. Qué facil es perderse de la mano, madre mia, agárrate, que el vacio de ese vaso no se llena. Pero ponla, cántala y deja que se te muevan los hombros y sonríe: ¿quién quiere una vida civilizada?
Y si seguimos con el plan establecido nos cansaremos al ratito de empezar. Probablemente no encontremos el camino, pero nos sobrarán las ganas de volar. El verano es así: luna y estrellas amarillas, sueños y planes que van y vuelven, ganas de volar lejos y de ver amaneceres frescos.
P.S.: Y hemos sobrevivío aunque no sé bien a qué
y es que andabamos tan perdidos que no podiamos ver la alegría que se lleva el miedo,
los buenos ratos, el sol de enero, volver contigo cada amanecer
...

viernes, 14 de agosto de 2009

Me voy

1.
Cada mañana me despierto con jet laj, después de viajar –ir y volver– a lugares lejanos, desconocidos y exóticos. Esta noche he sido rey moro junto a mi reina y mis camellos y palacios y fuentes y acequias. Y he sido feliz, al menos hasta que ha sonado el despertador. Vuelta a casa y jet laj. Veo amanecer y espero a que se me pase el mareo. Y pienso: ¿cuánto tiempo tardará este sol en llegar al confín del mundo? ¿Ocho, nueve horas?
2.
Esta tarde recojo mis bártulos y comienzo mis vacaciones. Apenas doce días que pienso exprimir al máximo. Ya os contaré a la vuelta.
3.
Comienzo mis vacaciones. Si no vuelvo es que he montado un chiringuito en Jamaica.


Lo sé, es un poco moñas, pero me encanta Dispatch y me encanta esta canción. En mi chiringo reagge solo sonará el viejo Marley y Dispatch. Y cantaré, a gritos, eso de "hold my hand just one more time to see if you're really going to meet me". ¡Hasta que se cumpla!

miércoles, 12 de agosto de 2009

Los okupas

Después de una semana durmiendo en el coche, seguían sin tener dónde meterse. Él, ella y tres niños. Encontraron una casa abierta y abandonada y entraron. Pusieron una cerradura, invirtieron sus ahorros en acondicionarla un poco y la amueblaron con cuatro cosas y un par de cortinas. Lo imprescindible. Y la llamaron casa.
Chicos, ¡vamos a casa!, decían.
A casa. Esa palabra tenía el sabor dulce y caliente de un beso. Pero el destino es inflexible y las cosas –todas las cosas– tienen dueño. La casa también. El dueño llegó, les denunció y fueron detenidos y desalojados. Les asistí en comisaría, donde todo huele a rancio, hasta la esperanza. Ella se fue a dormir con sus hijos a casa de unos familiares y él hizo noche en los calabozos, por razones que aún no entiendo y que ningún coordinador de tarde del Cuerpo Nacional de Policía supo explicarme, porque no hay razones que expliquen decisiones estúpidas y arbitrarias.
Han pasado dos días. Les llevaron ayer al juzgado donde comenzó el ritual de la instrucción del procedimiento: declaraciones de los denunciados y del perjudicado, acusación del fiscal y juicio rápido. Los niños, ajenos a todo, jugaban por los pasillos poniendo a prueba los nervios del vigilante de seguridad. Él y ella sentados juntos.
¿Es grave?, me susurraban.
No, no mucho.
Finalmente se fueron los dos con una sentencia condenatoria debajo del brazo. Logré un buen acuerdo con el fiscal –una multa mínima y una cuantía irrisoria– y sé que debería estar contento, pero no lo estoy. Hay que cosas que cambian y otras no. Pongo tiritas en miembros amputados, remedios básicos, insuficientes. Lo sé, supongo que es mi misión, lo que me toca. Pero no dejo de pensar que están de nuevo en la calle, viviendo en su coche. Trato de convencerme de que no es mi problema, de que no puedo hacer nada más. Nada más.
Bueno, sabrán apañárselas. Lo han hecho antes y lo harán ahora.

martes, 4 de agosto de 2009

El amigo

Andaba preocupado por la salud de Tom Cruise y de la operación Walkiria cuando me sonó el móvil. Era Ramón. Me sorprendió. Revisé rápidamente mis compromisos y descarté ninguna otra cena.
Descolgué. El ruido al otro lado era ensordecedor.
–Dime, dije.
–¡Néstor!, me gritaron al otro lado.
–¡Sí!, grité.
–¡Tengo una duda espiritual! ¡Bruce Springsteen es un predicador, un santo? ¡Estoy en el concierto y no sé muy bien qué dice, pero diga lo que diga sé que tiene razón! ¡No puede ser de otra manera!
Durante unos minutos preciosos compartimos el éxtasis, uno a cada lado. Ramón avanzaba, abriéndose paso a codazos para ver al Jefe de cerca y oir, de primera mano, aquello que quería decirle.
Colgamos. Me quedé en silencio, emocionado. La amistad –como el cariño y el amor– si es verdadera me emociona. Y aún estoy emocionado.

jueves, 30 de julio de 2009

Arrepentirse

Lo volvería a hacer, ¿sabes?
Ya. Me lo imagino.
No dudaría. Volvería.
Hum…
Volvería con ella.
¿Lucharías por ella?
Sí, sin duda. Es todo lo que quiero. Cambiaré por tenerla...
Le miré. Sentado en el banco, esperando. Al otro lado un juez y una mujer que se dice maltratada. Y aquí, en un banco negro, sin cordones, sucio y desaliñado, un hombre enamorado.
Le miré y supe qué quería decir.


(De un tiempo a esta parte escucho sin parar esta canción. Look at the stars, look how they shine for you. También ahora la recuerdo).

lunes, 27 de julio de 2009

La noche

era calmada y oscura. Miramos la ciudad, abajo, hasta el mar. Te dije aquello que recordé en ese momento: quomodo sedet sola civitas. Y seguimos mirando, como dos naúfragos felices en su isla, en su refugio.
[El resto lo podría haber dicho yo, pero lo canta Sara Bettens]

lunes, 20 de julio de 2009

Como el último unicornio

El calor fuera era insoportable, así que me alivió entrar en sala. Ya sentados y silenciosos, con la toga puesta, descubrí que estaba sudando. Crucé algunas palabras con Jesús, el fiscal y me ratifiqué en mi demanda. Detrás, en los bancos, nos miraban con atención mi cliente, su esposo y los restos del naufragio de su matrimonio. La abogada contraria comenzó a contestar a mi demanda, usando la más antigua de las defensas: un buen ataque. Gracias a ellas me enteré que mi cliente era una psicópata, incapaz de hacerse cargo de su familia: una yonki de los psiquiatras y las pastillas, una mujer violenta, despilfarradora y descuidada consigo misma y, desde luego, con sus hijos, a los que tiene al borde de la inanición… Moví la cabeza. Eso es lo que queda después de casi veinticinco años de matrimonio. A veces la mejor defensa no es un buen ataque. No cuando lo que se sostiene son sandeces. A los cinco minutos de oirla desconecté, pensando –no sé– en una ciudad con muchas esquinas…
Me sorprendi mirando al marido.
Sonreía.
Me quité las gafas.
Parecía contento con el discurso de su abogada.
Me dio pena.
¿Qué infiernos estaba ocurriendo en la tierra de los valientes y el hogar de los hombres libres? ¿Por qué no se atreve a decir la verdad? ¿Por qué huye? ¿Por qué no negocian conmigo? ¿Por qué no deja de pensar en sí mismo? ¿Por qué es tan difícil encontrar alguien honrado?
Como el último unicornio, pensé. Un hombre honrado es como el último unicornio.

lunes, 13 de julio de 2009

Volveré

Hace unos días leí de uno que se dejaba una maleta en los lugares que visitaba, fabricándose la excusa para volver cuanto antes. Así me pasa a mi con el Mediterráneo. Acabo de llegar y solo pienso en volver a ese mar azul y salado en el que me he dejado algo de mi mismo solo para volver. Con excusa o sin ella, porque motivos (el motivo) nunca me falta. Esta vez la excusa –que no el motivo– fue la de pintar la casa de mi hermano Daniel con otro de mis hermanos. Pintar es complicado si no sabes; y, como yo no sé, me dediqué al resto de cosas que rodean el noble arte de la pintura plástica: la cinta adhesiva, el movimiento de muebles, las cervezas, las patatas fritas, la música, las corrientes de aire, el Tour de Francia, la playa, el protector solar, las sugerencias a destiempo, las fotos, el cuándocomemos y tengohambre y estardísimo… Y descubrí que ahí –ahí– soy verdaderamente bueno, imparable.
Tan imparable que volveré. No sé si por eso mismo, pero volveré. Volveré a Denia, al Mongó, al viento de poniente, a la Escollera, a Les Marines, a ese camino perdido de Les Rotes al mar… Volveré, porque quiero volver: porque escribo y aún tengo en mi piel el olor del Mediterráneo y de todo lo que lo rodea. Todo yo y todo tú. Creo que he encontrado mi peculiar pais de las maravillas, el lugar donde refugiarme y resistir. Mi descanso, donde sé que nadie chasqueará los dedos para despertarme. Volveré, antes de que se termine el hechizo.

jueves, 9 de julio de 2009

Mañana familia

El caos, el desastre, el desorden y sus derivados en un lado y en el otro la lucha por la supervivencia. El orden es algo inalcanzable para espíritus como el mío. Todo lo que podemos hacer es luchar para que el huracán no se lleve todo por los aires, así que cada mañana hago una montaña con las cosas que tengo que hacer. Cosas para hacer. Sueña hasta bonito. Y suena mejor cuando realmente las haces.
La mañana termina y contemplo con cierta satisfacción que la montaña de cosas por hacer es ahora la montaña de cosas hechas. Repaso, miro y corrijo errores y entonces –solo entonces– caigo en la cuenta de lo que he hecho: asuntos de derecho de familia. El primero, un recurso de apelación de un asunto de impago de pensiones de alimentos que vencía hoy (aunque podía presentarlo mañana antes de las tres de la tarde, por la gracia de nuestra Ley de Enjuiciamiento Civil). He hecho más de lo que he podido, he revuelto varias sentencias que –tendenciosamente estrujadas– consigo que digan más o menos lo que yo quiero. No creo que lo gane, pero al menos he cumplido con mi deber.
Debajo veo un escrito de alegaciones del canon 1599 del Código de Derecho Canónico; se trata de un escrito de resumen de prueba, para facilitar un poco las cosas a los jueces y que le den la nulidad a mi cliente sin remordimientos de conciencia. Más allá corrijo una demanda de divorcio de un matrimonio civil que duró tan poco que dudo que pueda llamarse matrimonio. Es curioso: no tenían perro, ni gato, ni casa, pero tenían un niño en común, así que el Convenio Regulador que he hecho favorece al niño por encima de sus padres, del sentido común y del euribor.
Y ahora mismo echo un último vistazo a una demanda de alimentos, guarda y custodia y régimen de visitas de un niño nacido de un rollo-tórrido-de-verano que terminó por durar algo más de cuatro años. Ahora no les quedan más que denuncias, peleas, insultos y visitas a psicólogos. Creo que se deshicieron de los álbumes de fotos y los veranos en Benicarló. Cuando uno odia de esta manera, en el fondo odia algo de sí mismo.
Es tarde. He puesto música. Suena Sabina. Él y yo decimos que “yo no quiero un amor civilizado, con recibos y escena del sofá”. Me voy a comer.

miércoles, 1 de julio de 2009

¡Ridículo!

Copio parte de un mail que envié ayer. Os pongo en antecedentes: tenía juicio en Daimiel. Llegaba tarde, así que puse a prueba mi Aston Martin y los radares de la Benemérita. Aparqué como solo James Bond y yo sabemos hacer y eché –toga al viento– a correr al juzgado. Entré por la puerta a las 9.30 en punto, solo para descubrir que mi juicio estaba señalado a las diez. Media hora después. Maldije entre dientes. Pues me voy a desayunar, dije… Pedí mi café, un bollo y el periódico. La tele estaba encendida, con la típica película de adolescentes americanos, cuando de pronto –¡zas!–: el ridículo.
Ahí va el mail:
“Lo cierto es que estaba leyendo El Pais mientras devoraba mi cruasán, pero es que los problemas de los adolescentes atraían mi atención (ya sabes, mi segunda juventud o lo que sea...) y no podía dejar de preocuparme por la joven y fea Jenny o el negro Tommy... Y qué me dices del profesor Stevens (siempre hay un profesor Stevens) al que su mujer le tiene tan atado que le ha terminado por atontar y busca la liberación en la danza solitaria y frenética (como lo oyes: frenética y solitaria). El momento culmen ha sido cuando me he reído con una tontería que han dicho y (silencio entorno) me he quedado yo solo en el bar: la gente me ha mirado mal, así que he recogido mi toga, los bártulos, he pagado y me ido con la mirada llena de reproches de todo el bareto.
Qué vergüenza, madre...”
Ya fuera me he vengado, a mi manera: ¡tristes!, les he dicho por lo bajini. Y me he ido a mi juicio.

lunes, 29 de junio de 2009

En el cielo

Crecemos buscando. Perseguimos deseos, ideales, sueños. Fabricamos el guión de nuestra vida, esperando dirigirla y protagonizarla. Y entonces esperamos. Es un error, ¿sabes? Corremos el riesgo de no sorprendernos con la vida, empecinados como estamos en vivir una historia que quizá no nos ha tocado vivir. Pierdes frescura y entonces no te dejas marear. Porque no hay nada más silencioso que el destino cuando, de repente, estalla. Resulta desconcertante.
Esconderse, bajar los brazos, abandonar la pelea, es entonces, una tentación. Es lo más cómodo. Marcharse cuando llegan los obstáculos, grandes o pequeños, interiores o exteriores. Darse la vuelta y encoger los hombros y vivir entonces amargado por la ironía. Qué cobarde.
Solo los heroes entonces dan un paso adelante y gritan que no se rendirán, sabiendo que pueden perder, que quizá mueran en el intento, que luchan por el beso de una Helena que no les pertenece. ¡Luchar! Grande debe ser el cielo de los intrépidos. Yo lo conozco. Es azul y luminoso y arrollador. Es fresco y huele como dicen que solo huele el paraiso, a dulce esencia de rosas. Y es sereno, como los ojos del mar en calma...
Yo estuve allí, me dijiste.
Te miré. Me asombras. A veces –cuando lees en mi alma– me asombras. Habías hablado para desahogarte. No dije nada. Solo asentí.
Yo también he estado allí, te dije. Yo también. Y tampoco me rindo.

viernes, 19 de junio de 2009

Llegar

Como buen defensa lateral nunca me importó llegar tarde. O el hombre o el balón, me decía. Y así crecí, llegando tarde. Siempre el último, siempre esperado. No lo hago conscientemente, solo llego tarde, me temo que como un modo de vida.
Y ahora, desde hace un mes –unos días, unas horas– lamento haber llegado tarde, no haber llegado antes, ser el segundo…
No pierdas la esperanza, me dijeron anoche.
Vale, dije yo.

lunes, 15 de junio de 2009

Amor en tiempos extraños

No sé cómo se conocieron. El caso es que ella le visitaba a él. Se veían mucho, cuando podían y les dejaban. Habían llevado una vida peculiar, de idas y venidas, vueltas y revueltas. Supongo que la vida tiene eso, esquinas y callejones, caminos que empiezan bien y terminan inexplicablemente. Vidas inquietas.
Te quiero, le dijo él un día. Y ella se sonrojó, aunque se lo esperaba. Y entonces decidieron casarse. Tengo todo el tiempo del mundo, dijo él, pero quiero que sea la semana que viene. Y ella dijo que sí. Él saltó de alegría y pidió al cura de la prisión que los casara. Aquella noche, de forma repentina, murió en su celda de un ataque al corazón sin que nadie pudiera hacer nada.
Ella se quedó sola, una vez más. Aguantó como pudo, esperando. Apenas un año despues ha muerto también.
No la conocí nunca y sin embargo ahora que me he enterado, no dejo de pensar en ella.

domingo, 7 de junio de 2009

Dije que volvería

Me he despertado al amanecer, sonriendo por primera vez en mucho tiempo y me he arrastrado hasta la ventana: buen tiempo, sol y nubes, viento, frío quizá. Y la luna. ¿Será la misma al otro lado del mundo? Con el virus del sueño corriendo aún por mis venas, he desayunado disfrazado de ciclista y con el pulsómetro a 45 revoluciones. Mi cuerpo aún duerme, he pensado.
He saludado a un barrendero, a unos somnolientos que hacían cola a la puerta de una churrería, a los últimos valientes que venían de parranda y a una señora que llegaba tarde a misa. Definitivamente estaba contento. Sonreía, porque he vuelto, porque había quedado con mi amigo Jorge, porque tenía de nuevo la bici debajo y estaba cómodo.
¿Qué hacemos? Lo que quieras. Ya, pero ¿qué te apetece? Cualquier cosa. ¿El “Puente de las Ovejas”? Vale. Me gusta decidir por el camino, rodando, sin preocuparme de la ruta ni el camino... El sol iba y venía mientras nosotros nos poníamos al día, hablando sin parar. Subimos y bajamos Alarcos por un camino que no conocía y nos lanzamos a la conquista de la Laguna de la Posadilla y el Cerro Malosaires. Hemos rodado despacio –por mi, obviamente– subiendo y bajando entre maleza del color del oro, por caminos que se perdían detrás de mi rueda. Hemos respirado vida y hemos llenado los pulmones y el alma.
Y, ¿qué más?
Pues hemos visto el aire y las nubes y el viento en nuestro pelo y sobre nuestras cabezas… Y árboles y arbustos y aves de color blanco y rapaces de varios tipos que Jorge se esforzaba en enumerar y yo en retener sin éxito. Y caminos y trochas rápidas. Y bajadas veloces y subidas tensas. Y recuerdos y promesas y planes y consejos… La vida, en una palabra, hemos visto la vida.
Tres o cuatro horas después estábamos sentados en una terraza, con una cerveza en la mano, haciendo planes para volver. He sonreido. Prometí que volvería y definitivamente he vuelto.



De vuelta, por la ciudad, he cantado bajito, casi para mi: “I'll wait for you to come down, where you'll find me, where we'll shine”.

miércoles, 3 de junio de 2009

En mi alféizar de madrugada

1.-
¿Cuándo vencía el recurso este?
Hum… Creo que la semana que viene.
¿Crees?
2.-
¿Sabes que hay más de mil especies de murciélagos?
Ni idea.
Pues ya lo sabes.
Hum… ¿Qué más cosas inútiles sabes?
Miles.
3.-
Tienes que aclararte.
Ya, lo sé.
¿Lo sabes?
Sí. Pero tengo miedo.

lunes, 1 de junio de 2009

El paraíso perdido

Los papeles del juzgado, como los libros, cuentan historias si se saben leer bien. Este, un auto concediendo la suspensión de la ejecución de la pena, habla a gritos de una vida dramática, de segundas y terceras oportunidades, de una voluntad endeble, de tiempo perdido...
Antonio era la oveja negra de la familia. Fiel a su rol comenzó repitiendo un curso tras otro, despreciando los esfuerzos de su familia, de sus profesores, colegios e internados. Pasó la mayoría de edad en la nebulosa del alcóhol y la marihuana y sin saber cómo llegó a cumplir los treinta. Conoció a Paula y juntos terminaron la obra que habían comenzado por separado. Destruyeron sus vidas con rabia entre vómitos de borracho. Dos años después de conocerse vivían en el infierno.
Finalmente Antonio fue condenado –una vez tras otra– por las denuncias que Paula le iba poniendo entre palizas y borracheras. Le defendí dos veces: en la primera le absolvieron en primera instancia aplicando una pirueta legal al respecto del “derecho a vivir juntos”; ensayo que el fiscal y la Audiencia Provincial me tiraron para atrás. En la otra le condenaron como autor de un delito de maltrato e ingresó en prisión. Le visité varias veces. No le dejé solo.
Un año más tarde conseguí que saliera de prisión para comenzar un tratamiento de deshabituación al alcohol en el Hospital General de Ciudad Real. Un año de informes, médicos, escritos y visitas al juzgado. Un año de tiempo y dinero, de esfuerzos impagados y impagables.
Y hoy –maldito sea– me lo encuentro tirado en la calle, harapiento y completamente borracho.
Días así me desmoralizo porque siento que he perdido el tiempo.

lunes, 25 de mayo de 2009

Drama, vendedores de humo y sálvese quien pueda

Corría desesperadamente el segundo día de las XXVIII Jornadas de Escuelas de Práctica Jurídica cuando Alicia me sorprendió recostado en un sillón, hablando por teléfono.
¿Qué tal? ¿Qué te está pareciendo esto?
Hum… Pues si quieres que te diga la verdad, estoy un poco decepcionado.
Y lo estaba entonces y lo estoy ahora, porque había ido a Almería con dos inquietudes y algunas preguntas sobre el reglamento de la Ley de Acceso a la Profesión y los convenios con la universidad… Y hoy, de vuelta a casa, sigo como al principio, en el punto de partida. Aunque, pensándolo bien, no es del todo cierto. Hemos trabajado, resuelto cosas, hablado sobre Bolonia y los problemas de la universidad. Nos hemos empapado de algunos dramas (propios y ajenos), hemos oído a vendedores de humo y sobre todo he visto a gente que se deja la vida por su escuela, por su colegio, por dar buena formación a sus colegiados, a los abogados del futuro y del presente. Guerra de guerrillas, pistoleros que hacen la guerra por su cuenta porque nadie de arriba dice nada; compañeros que hacen las cosas muy bien y de los que he aprendido mucho (porque me queda mucho por aprender).
Pero también volví a ver a amigos de siempre: Mayte –la recién elegida presidenta de la Confederación Española de Abogados Jóvenes– Esther y Juanfran, que me confesó que me había sometido a un férreo espionaje a través de mi blog para ver qué decía de la ejecutiva de CEAJ. Y a los de siempre se han unido otros: Juan, Antonio, Olga y Eduardo y Alicia, la de ojos azules y mirada inteligente y afilada.
Al terminar de cenar, el último día, volvía canturreando con Los Secretos: gracias por elegirme, por cuidarme tanto y por no irte
Hum… ¿Lo dices en serio?
Pues claro.



[Y, aunque no dije nada, pensé –ya de vuelta– en aquello que cantan los Dashboard Confesional: vindicated/I am selfish, I am wrong/I am right, I swear I'm right/Swear I knew it all along/And I am/Flawed/But I am cleaning up so well/I am seeing in me now/The things you swore you saw yourself]

domingo, 17 de mayo de 2009

Alarcos

Antes que una batalla fue una ciudad, allá por el primer milenio. Ahora es una calle, un nombre de mujer, una imagen de la Virgen y una ermita. Sí, una ermita: un lugar fresco que huele a flor donde sentarse a descansar, respirar la luz y despejar la incógnita. Y pedir milagros y rezar.

jueves, 14 de mayo de 2009

El sueño del inocente

Ella ve monstruos. Tiene miedo. Por eso mira a la vida como un animalillo herido y camina encogida, esperando el golpe fatal que terminará con ella. Pero el golpe no llega. Hace unos meses su marido cerró la puerta y se marchó de casa. Solo llama para amenazarla, para decirle que un día volverá. Tiene ojos de cervatillo herido y llora cuando recuerda al hombre al que quería.
Quiere llevarse a los niños, ¿sabes?
No lo hará, le digo.
¿Por qué lo sabes?
Y pienso en decirle que conozco demasiado el corazón de los hombres cobardes, como el de su marido; corazones tan anodinos que son incapaces de la crueldad que anuncian. Pienso en decirle que no tiene nada qué temer, que nadie se llevará a sus hijos y que puede dormir tranquila. Pero no se lo digo porque no me escuchará, porque quiere soluciones rápidas a inquietudes actuales.
Está bien, cambia la cerradura, le digo.
Y me mira aliviada, como si le hubiera descubierto la solución a todos sus problemas. Su hijo, desde el carrito, me mira con los ojos como platos. La miro. Acabo de matar una pesadilla.
Les despido. Les dejo en el ascensor y cierro la puerta. Apoyo la espalda y cruzo los brazos. Me pongo a escuchar: “ahora mamá va a llamar a Antonio y nos van a poner una llave nueva y le daremos una copia a los Reyes Magos, para que no tengan que entrar por la ventana.”
Cinco años de carrera y diez de profesión y mi consejo es que cambie la cerradura.
Que funcione, rezo.

lunes, 11 de mayo de 2009

No mentirás

Jean Valjean se esconde de su pasado y del inspector Javert. Tras diecinueve años como el preso 24601 ha logrado rehacer su vida: es el alcalde de una pequeña localidad y director de una fábrica con cientos de trabajadores a su cargo. Pero Javert no olvida y le persigue porque ha incumplido la libertad condicional. En su furia ha detenido a un hombre inocente, al confundirle con Valjean.
Enterado, Valjean debe decidir si habla o si se calla, entre la verdad y la mentira. Condenar a otro o a uno mismo. Must I lie? Lo que está bien o lo que está mal.
If I speak, I am condemned. If I stay silence, I am damned. ¿Quién soy yo? ¿Puedo condenar a este hombre a la esclavitud? Who am I?
Acabo de salir de un juicio. ¿Quién soy yo? Salgo inquieto. Los testigos y el abogado contrario han usado la mentira. ¿Debí hacerlo yo? ¿Debí hacerlo para ganar? Can I conceal myself for evermore? Pero, ¿quién soy yo? ¿Puedo olvidarme del hombre que he sido? ¿Podré mirarme al espejo mañana? ¿Debo mentir?
Who am I?
¡No! I’m Jean Valjean!
No lo haré. ¡No lo he hecho y nadie me puedo obligar a hacerlo!
Los miserables no mentimos y miramos a la vida a la cara.
Y no nos arrepentimos.
Así somos.

jueves, 7 de mayo de 2009

De lo cortés y lo valiente

El juez me cortó, secamente. Me interrumpió de forma tajante, amenazando con retirarme la palabra si mantenía el tono de mi interrogatorio. Le contesté con dureza, porque no hay nada que me moleste tanto como que me interrumpan. Le dije que si hubiera intervenido advirtiendo al demandado de que debía contestar a mis preguntas, no habría usado ese tono que tanto le había molestado. Cruzamos algunas otras frases –erre que erre– defendiendo nuestro orgullo. Fuimos francamente descorteses el uno con el otro.
Al terminar el juicio –largo, técnico y embrollado– me levanté y me acerqué al juez: nos dimos la mano, le pregunté por la familia, le recordé que le debo un café y compartimos algunos detalles técnicos sobre la bicicleta. Nos echamos unas risas y nos despedimos con un hasta luego.
Mi cliente me estaba esperando en la puerta, con los ojos desencajados.
–Pero, después de lo que os habéis dicho…
–Sí, supongo que es sorprendente... Ten en cuenta que durante el juicio yo soy tú y defiendo tus intereses como lo harías tú mismo. Pero al terminar vuelvo a ser yo; y yo no tengo ningún problema con este juez.

jueves, 30 de abril de 2009

Y volar y volar... Hasta ser aire



Hoy –esta noche– me subiré de nuevo a la bici, después de treinta y siete días. En realidad se trata de la bici de spinning, pero me basta. Aspiraré despacio las sensaciones. Me basta eso. Por ahora, claro. Dadme un par de semanas, solo dos.

martes, 28 de abril de 2009

Yo acuso

Un hombre ha intentado matar a otro. Así de simple y brutal. Tan simple y tan brutal que me sobran los detalles, porque lo único relevante –lo verdaderamente relevante– es que un hombre ha intentado quitar la vida a otro. Ha pisoteado sueños y esperanzas. Ha hecho inútiles los esfuerzos de tantos y tantos: miles de células nerviosas y aleteantes luchando por fecundar un óvulo, generación tras generación; la vida humana empeñada en diseñar algo único e irrepetible: el gesto de la sonrisa, la forma de caminar… Año tras año, padres e hijos, hombres y mujeres emparejados a lo largo de la historia hasta lograr un hombre –mi cliente– distinto a cualquier otro, mejor o peor, pero único. Un hombre que nació sin saber que un buen día un tipo de mirada torva y manos sucias le acecharía para tratar de asesinarle. Y entonces, el fracaso. A la basura miles de años de progreso, de héroes inmortales, de tortillas de patatas, de hombres pisando la luna, de primaveras y tigres de Serengueti…
Me sobran los detalles. Un hombre ha intentado matar a otro. Por eso yo le acuso.

jueves, 16 de abril de 2009

When the man comes around

Me decís que escriba, que actualice, pero no sé qué decir. Necesitaría algo de tiempo para ordenar un par de cosas que tengo en la cabeza y escribirlas, pero no tengo tiempo ni orden. Quisiera, no sé, contaros que me ha vuelto a llamar Lucía para preguntarme por el procedimiento de su padre, un cretino que está en prisión por tratarlas mal; o que he dejado de tomar los calmantes que me recetaron después de la operación, porque necesito tener la cabeza fresca. O cualquier otra tontería de las que solo alegran a los abogados, como que la Audiencia Provincial ha desestimado la solicitud de prueba del abogado contrario o que uno de mis mejores amigos cumple hoy treinta y siete años. O –¡qué sé yo!– que estoy terminando una demanda con la que llevo atascado unas horas… Quisiera decir muchas cosas. Si tuviera tiempo y fuera ordenado os hablaría de las torrijas de la madre de Pablo o de un par de gestiones rápidas y eficaces que he hecho esta mañana que me han hecho sonreír. Pero hoy no.
Quizá mañana. Quizá vuelva otro día.

domingo, 12 de abril de 2009

Domingo

La noche, el canto y la Catedral. Es un cóctel peligroso para un alma ingenua y levemente instruida como la mía. Con la rodilla fatigada, me quedé sentado en un banco; solo y a oscuras en la inmensa nave. Fuera se oía el fuego. Dulce lignum, dulces clavos. Dulce culpa. Y de pronto la luz y las campanas atronando la noche de Ciudad Real. Mi cabeza viajaba libre, mirando más allá de la noche negra. Cantaba el Obispo: esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo. Recuerdo a mi madre cantar, de pequeño. Quizá por eso el canto me influye tan poderosamente. Esta es la noche de la que estaba escrito: será la noche clara como el día, la noche iluminada por el gozo. Velas, fuego, cera y el tiempo que pasa rápido. Un niño, en el banco de delante, me mira y me hace un gesto para que me arrodille. Le saco la lengua y se ríe. La noche –la Noche– avanza, pero brilla, como el Sol.
Felices Pascuas, me dicen. Devuelvo los saludos y nos quedamos sentados en el banco. La Catedral se vacía. De nuevo el silencio. Como al principio. Pero ahora todo es diferente.

martes, 7 de abril de 2009

Saber mirar

Álvaro tiene veinte años y algo en la cabeza que le descontrola de vez en cuando: un cable mal enchufado, una conexión fundida, una pieza del rompecabezas de su mente que no está en su sitio. Ahora está en prisión.
Los informes médicos dicen de él que padece un retraso mental agravado por la falta de estimulación intelectual temprana y por el consumo compulsivo de sustancias tóxicas. Sigo leyendo: Álvaro ha crecido en un entorno familiar con escasos recursos morales y una desordenada inclinación a la violencia. Me apunto la frase, miro al pasillo y repaso mentalmente los puntos del informe que he preparado para el juicio: “el resultado es que Álvaro no sabe decidir, no acierta a discernir entre lo que está bien y mal, lo que se debe o no debe hacer. Álvaro no es un delincuente, es un enfermo”. Me gusta. No lograré la absolución, pero sí la aplicación de una eximente o la atenuante analógica y la posibilidad de que cumpla la pena mínima en un centro terapéutico o en tratamiento ambulatorio.
Sé que muchos me dirían que no hago bien, que Álvaro merece estar dónde está y que ahí debe quedarse. Lo sé, pero no me importa. Hago lo que debo, porque soy su abogado y porque Álvaro no ha tenido las oportunidades que yo he tenido. Se merece otra segunda oportunidad, otra vida.
Se lo debo.

martes, 31 de marzo de 2009

Tres confesiones y un anuncio

1.-
La operación salió bien. Ahora mi rodilla izquierda tiene un ligamento nuevo, de alguien que ya no lo va a necesitar porque no camina, ni corre, ni juega al fútbol, ni va a trabajar por la mañana. Pero yo sí, gracias a él.
2.-
Nadie me engañó. Te dolerá, me dijeron. Y dolió, al cabo de tres días.
3.-
Es curioso. No deja de sorprenderme el volumen de cosas que una vida aparentemente normal puede desarrollar a lo largo de una semana. No hablo de los señalamientos, vencimientos, escritos y visitas que debía haber atendido estos días en el despacho (que han sido resueltas por mis compañeros mucho mejor de lo que yo habría podido hacerlo), sino de las cosas ordinarias de las que somos protagonistas sin saberlo. Unas y otras han sobrevivido sin mi. Encerrado en mi casa la vida ha pasado ajena, sin mi.
Y el mundo –mi mundo– sigue en marcha.
4.-
Aquí estoy. He vuelto.

lunes, 23 de marzo de 2009

Hechizado

No te gustan las despedidas. Lo sé. Por eso volviste la cabeza a la hora del adiós, robándome el último de los besos. Da igual. No me importa, porque soy un hombre olvidadizo y embrujado. Porque basta que digáis “ven, tío Néstor” para que salte, rebuznando, a cuatro patas.

sábado, 21 de marzo de 2009

El abominable enemigo

El abogado, como cualquier otro superhéroe que se precie, tiene sus propios enemigos. En contra de lo previsto, el villano más básico es, sin duda, su propio cliente; con demasiada frecuencia se equivoca porque no te ha dicho toda la verdad o porque en juicio se pone nervioso y dice lo contrario de lo que debería, tirando por el suelo meses de trabajo. Pero no es un enemigo demasiado peligroso, porque carece de orgullo: basta que le digas que se ha equivocado para que baje la cabeza y admita el error. No, el verdadero enemigo –el más temible y destructor– es el primo listo del cliente o el amigo que todo lo sabe o el vecino del quinto que tuvo un accidente y resolvió su vida con la indemnización que le dieron. El primo.
Sucede que el cretino del cliente se fia más del primo que de su propio abogado y sospecha de ti cuando lo que le dices no coincide con la sabia opinión del primo o del amigo omnisciente.
Pues bien, Carlos había bebido mucho y había conducido hasta que le paró la Guardia Civil. El trámite del juicio rápido es curiosamente rápido; así que a las tres horas teníamos el atestado, los resultados del alcoholímetro y la solicitud de condena de la fiscal: veinticuatro meses y una multa astronómica. Hablé con la fiscal y se mostró conforme con reducir la condena a ocho meses de retirada del carnet, si se conformaba con los hechos y la pena. Pero Carlos lo consideraba excesivo, porque era camionero y no podía prescindir del carnet, así que rechacé la oferta y solicitamos la citación a juicio.
Volví a mi despacho, mientras Carlos hablaba por el móvil en la puerta del juzgado.
A la media hora recibí la primera llamada del amigo de mi cliente, con instrucciones precisas sobre los testigos que debían comparecer. Se me atragantaron las explicaciones, se me terminó la paciencia, se terminó la batería del móvil y supe que no le había dejado satisfecho. No me extrañó recibir a las dos horas la llamada de un compañero, recomendado por el amigo de Carlos, o por un primo. Quería hacerse cargo de la defensa de mi cliente, porque veía clara su inocencia e injustificada la solicitud de condena. Le di la venia, copia de las actuaciones y todas las explicaciones que me pidió; y me aposté una comida a que no le condenaban a menos de dieciocho meses.
Ya lo veremos, me dijo.
Pasó el tiempo. Se celebró el juicio y llegó la sentencia. Hace unos días hablé con el nuevo abogado: habían condenado a Carlos a dieciocho meses de retirada de carnet y a una indemnización superior a los recursos que podía generar.
Te debo una comida, me dijo.
Recurre y nos lo jugamos a doble o nada, contesté.
Inexplicablemente me alegré. Sonreí de vuelta al despacho pensando en el cretino del cliente y en la cara que se le habrá quedado a su amigo, al primo o al vecino del tercero que tan bien le asesoraba. Tuvo ocho meses en la mano. Ahora tiene dieciocho, la seguridad de que le despedirán y una larga temporada de desempleo. Supongo que me echará de menos. O no, porque el tonto muere tonto.

lunes, 16 de marzo de 2009

Renacer de las cenizas

Como no sé cómo decirlo lo diré sin más: el 24 de marzo me operan de mi lesión de ligamento cruzado anterior. Desde que me anunciaron la sentencia de muerte duermo poco (porque los médicos y yo somos claramente incompatibles) y recibo miles de consejos: depílate las piernas, no te preocupes, preocúpate, apúntate a un gimnasio con piscina, haz rehabilitación, camina mucho, haz caso… Por ahora –este fin de semana– solo he hecho caso a uno: haz mucho deporte, porque estarás un mes en el dique seco.

La foto es del domingo, con la gente del Séptimo Piñon en las Hoces del Jabalón. No dice mucho, pero me ha hecho gracia. Desde la izquierda, Chema, Andrés y yo.

miércoles, 11 de marzo de 2009

El miedo

El miedo paraliza, descompone, deshumaniza. Convierte a las personas en monigotes incapaces de hablar, de pedir ayuda; porque el miedo se escabulle del cuerpo cuando hablas, cuando pides ayuda, cuando dices tengo miedo.
El miedo la condujo a la soledad y al odio. A un odio irracional a todo y a todos y a ella misma. Se odió por ser débil, por no solucionar las cosas, por haber elegido una vida fabricada a base de golpes, asco y frustración. Y ese odio se hizo tan fuerte que se comió la esperanza, las noches de boda, los cumpleaños feliz y los veranos en la playa. El miedo, la soledad y el odio decidieron que su vida no valía nada, que era un cadáver a los treinta y cinco años, que se merecía lo que tenía. No lloró, porque en sus ojos solo cabe el miedo, la soledad y el desamparo.
Hice mi papel: defendí a su marido, silencioso y –por fin– acobardado. Le defendí y salió absuelto. Y desde entonces no paro de pensar. Quizá no la pegó. No lo sé. Pero la ha convertido en un guiñapo, en un trapo sucio, en alguien que no sabe amar porque tiene mucho miedo.

jueves, 5 de marzo de 2009

Siempre corriendo, siempre con prisa

Miré el reloj al llegar el juzgado: nueve y seis, es decir, que llegaba seis minutos tarde. Raquel y su madre me esperaban dentro, inquietas y frágiles, como un oso panda en la jaula de un circo. Les hice un gesto –un híbrido entre el saludo y un seguidme deprisa, que tengo bien estudiado– y acudieron obedientes detrás de mi. Volvimos a repasar la endeble muralla de nuestra defensa; al otro lado estaban el ministerio fiscal, todos los testigos y el sentido común, pero Raquel decía que era inocente y yo, arrastrado otra vez por decisiones ajenas, lo sostenía sin fisuras, al menos hasta hoy. Me hice el encontradizo con los testigos para ver qué pensaban de la Copa del Rey, del tiempo y de mi cliente, constatando con horror que las respuestas subían de tono progresivamente, así que fingí que me llamaban por teléfono. Hay que llegar a una conformidad, le dije a Raquel. Me miró con los ojos húmedos, otra vez; he perdido la cuenta de las veces que la he visto llorar, así que no me emocioné esta vez. Me dijo que sí, que adelante, así que entré en sala, bromeando con la agente judicial y con el juez.
–Hola, buenas, que vengo por lo del cartel ese de “todo al cincuenta por cien”.
Se rieron. No es mala señal, pensé, seguimos con el plan A. Me puse la toga, abrí los brazos:
–Hoy vengo en son de paz, le dije a la fiscal.
–Vamos a verlo, me dijo ella.
Y bajó su petición de pena. Celebramos el juicio de conformidad –un año y seis meses de prisión– y pedí la suspensión de la ejecución de la pena, porque Raquel es buena chica, joven, sin antecedentes penales y ha devuelto la cantidad robada. Nos despedimos en la puerta: métete en la cama y duerme veinticuatro horas seguidas, le dije y se fueron entre el viento y la lluvia.
Miré la hora: diez y cuarto. El móvil había acumulado dos llamadas perdidas. Mientras hacía equilibrios con la toga, el abrigo, la bufanda, los expedientes y el código penal me di de bruces con Conchi, una procuradora que iba a asistir en mi nombre a una conciliación laboral.
–¿Me vas a contar de qué va?
–No, pero te voy a desear suerte y te voy a dar el poder.
–Ya, así que sin avenencia.
–Lo has clavado.
Después de un café con Jesús, volví al pasillo, entre compañeros, gitanos, macarras, delincuentes y matrimonios rotos a ver pasar la vida y esperar a mi juicio. Afuera la lluvia y vientos racheados de más de noventa kilómetros por hora. Volví la vista y me encontré con Rosa-mirada-perdida: me contó que su marido viajaba en un furgón de la Guardia Civil, desde la prisión de Herrera de La Mancha. Yo no sé nada, le dije. Porque yo le llevo el que creíamos que era el único asunto que tenía. Nos miramos, ella como un naúfrago pidiendo auxilio y yo como un piloto de avión, a miles de metros del suelo. Venga, vamos a ver qué pasa. En dos gestiones dimos con el juzgado que le había requerido y con un delito de quebrantamiento de condena al que le asistiría una compañera del turno de oficio. ¿Esto es nuevo? No lo sé, me dijo. Es curioso, porque no sentí la punzada de los celos. Esa no es mi guerra, pensé. Llámame y me dices. Nos despedimos. Miré el reloj: once y media. Entré en el juzgado de menores con la intención de llegar a un acuerdo con los letrados de los menores que golpearon al hijo de mis clientes. Al final todo se reduce a sangre, dinero y honor. A veces el honor tiene incluso su precio. Uno de los abogados me entró mal. Entró duro, violento, sin ganas de negociar a pesar de mis intentos bienintencionados. Aguanté dos o tres sandeces antes de romper la baraja: mira, sal fuera y dile a tu muchacho que pague tres mil euros por daños morales y pelillos a la mar. Me miró como si fuera el espectro de Carlos V y balbuceó algo así como que no le parecía que fuera posible. Le miré con media sonrisa y le señalé la puerta con la mirada. Volvió al cabo de un rato un poco más relajado, con ganas de hablar el mismo idioma, pero llegaba tarde, porque habíamos resuelto suspender el juicio. Y lo suspendimos, al menos hasta el mes de junio.
El teléfono no paraba de vibrar en el bolsillo. De nuevo toga en suspensión y juegos malabares con el abrigo, la bufanda y los expedientes para llegar al despacho, siempre con prisa, siempre corriendo.

lunes, 2 de marzo de 2009

Cada mañana me invento

¿Dirás algo, no?
No sé.
¿No sabes? ¡Venga ya!
Es difícil resumir estos días vertiginosos y emocionantes, así que lo he dado por imposible. Porque tendría que hablar de José Luis y de Óscar y de Santi. Y de Mercedes y María. Y de las pequeñas princesas del pais de Nunca Jamás. Y del tentadero y de conceptos nuevos aprendidos como humillar y novillero y nobleza y vaquilla y semental que nunca acertaré a comprender del todo. Y de amigos y cumpleaños felices telefónicos de esos que me emocionan. Diría algo de todos y cada uno de los mensajes de mi móvil. Y de la sonrisa emocionada que me arrancó Salomé. Y de miradas. Y de Elena, de la que podría hablar durante años enteros.
¿Y de nosotros? Sí, también de vosotros. De Emilio, José Luís, Álvaro, Pablo y Mario. De todos.
Y de mis hermanos. Y mi madre.
Y del cariño que no me merezco, porque nadie –nadie, de veras– es digno de algo así.
Así que, como no sé qué decir, os dejo con una buena canción.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Ana

Ana vivió unos años en el infierno. El hombre con el que se casó fue devorado de la noche a la mañana por otro, anodino y embrutecido, que se escondía bajo una piel de cordero maloliente y mentirosa. Una mañana se despertó y la llamó idiota y desde entonces las cosas solo fueron a peor. Pronto la pegó por no sé qué discusión, después por cualquier cosa, al final porque tocaba. Ana hizo las maletas un día, justo cuando sus hijas decidieron marcharse a vivir a cualquier otro sitio, lejos de los gritos de un canalla al que ya no llamaban padre. Salieron antes de que fuera demasiado tarde, antes de convertirse en un número, en estadísticas del telediario. Y le denunció.
Sentados en el despacho del juez Ana volvió a bajar a los infiernos, de visita. Le pedimos que recordara lo que había olvidado: los miedos, las noches encerrada en un cuartucho, los golpes, las mentiras y los insultos. Tres años de infierno. Tres años miserables sometida por un hombre ignorante. Tres años de su vida.
Mire, Ana, su marido dice que nunca la ha pegado.
Siempre lo niega: lo niega todo, lo niega todo, lo niega todo. Siempre lo hace.
En concreto, el día 12 de diciembre, le golpeó a vd. con un cenicero. ¿Lo recuerda?
Asentí con la cabeza y, dos interminables segundos después, Ana asintió también. Levantó la mirada. Estaba llorando. Se tocó la cabeza.
Aquí, dijo.

lunes, 23 de febrero de 2009

27 días después

Llegué cansado –molido, en realidad– pero sonriente. Ayer, veintisiete días después de que el virus de la gripe tomara el control de mi organismo, me volví a subir en la bici. Siempre es difícil volver y ayer no fue una excepción. Los primeros kilómetros se me pasaron volando, hablando con unos y con otros, repitiendo presentaciones y conociendo a los nuevos. Rodamos rápidos porque el viento era favorable y porque Ricardo había decidido quitarnos las telarañas. Pronto nos metimos en mitad de ningún sitio, tierra y árboles, con el cielo azul arriba y un sol cercano y tímido. A mitad de ruta –en el kilómetro 36– comencé a notar cierta fatiga en las piernas, así que decidí que era hora de dosificar los esfuerzos justo cuando llegamos a una rampa de unos quinientos metros con el 20% y un firme resbaladizo y puñetero. Pude bajarme, como hicieron otros, pero apreté los dientes y tiré para arriba, echando mano del orgullo acumulado durante veintisiete días. Y llegué, creo que hasta con una mueca que podía interpretarse como una sonrisa. Debajo del casco alguien me decía "eres un cretino". No te preocupes, contestaba yo, ahora como algo y me recupero. Sabes que no, decía el otro: ¡cretino!
El resto, la vuelta, se me hizo francamente pesada. Traté de abrigarme con el pelotón, pero me veía tentado con los tirones del grupo de cabeza ("cretino: ¡cretino!"), consumiendo estúpidamente las últimas reservas que debían llevarme de vuelta a Ciudad Real. ¿Cómo vas? Mal, ¿y tú? En las últimas. Pues nos quedan diez kilómetros. Pues eso. Tratamos de evitar el viento en contra dando un rodeo, pero lo inevitable siempre llega, tarde o temprano, así que con la ciudad a la vista me quedé definitivamente sin fuelle, desanimado por unas piernas en huelga de hambre y un siroco que me secó la esperanza. Solo Carlos y su promesa de unas cervezas fresquitas en El Tragón me animaron un poco. Y llegué, me temo que más por las cervezas que por mis piernas o el orgullo (en busca y captura, desde entonces).
Veintisiete días después, he vuelto.

El teté de la course, en mitad de no sé qué sitio. Ya siento la pose, pero es que estaba limpiando el cambio de barro.

viernes, 20 de febrero de 2009

Defragmentando

1.-
Cuando conduzco suelo ir silencioso. Me gusta abandonarme a mis pensamientos, con la música a tope. Entonces me descapoto, abro las compuertas de mi cabeza y los recuerdos se mezclan con la agenda, los problemas, las llamadas que no he hecho… Recuerdos olvidados adquieren entonces vital importancia. Sensaciones, conversaciones, cafés a media mañana, comidas de verano se pasean ante mis ojos. Y sonrío. Y entonces surgen buenos propósitos. Ahí van dos ejemplos.
2.-
Mi aventura con el ajedrez terminó pronto. Apenas un año o dos después de comenzar me tocó competir. Me emparejaron con una chica de mi edad, hija de un profesor de mi colegio. Era rubia, angelical y de ojos azules. La sorprendí con una apertura marca de la casa. Se repuso. Le bastaron doce movimientos para darme jaque y unos cuantos más para derribar a mi patético rey. Fui el hazmerreír durante unas semanas; hasta que lo dejé.
Aquello me sirvió. De aquella infame etapa guardo varias lecciones. La primera es que no hay enemigo pequeño. La segunda es que no debo fiarme de una melena rubia y un par de ojos azules. Ni de mi preparación.
3.-
Soy muy consciente que en ocasiones soy duro, cortante, seco. Que lo hago pasar mal, que hago sufrir. A veces lo hago sin darme cuenta, porque voy llevado en volandas por la prisa y el viento y no presto atención a lo que me dicen. ¿Cómo un elefante en chatarrería? Sí, eso: como un elefante. Y otras –cuando preparo a mis clientes para entrar a juicio– porque sé que el litigio depende de que digan y transmitan exactamente lo que deben decir y transmitir. Entonces no hay margen para el error. Una palabra mal dicha, una pregunta mal formulada y la tierra se abre y nos traga a todos. Por eso me endurezco explicando las cosas. Sé que lo hago pasar mal, que debería explicar mucho más las cosas. Pero no lo hago. No tengo tiempo, pienso; ya se lo diré después.
A Laura se lo hice pasar mal. Antes de entrar a juicio quiso decirme muchas cosas y la corté: no te salgas de esto, le dije.
Me levantaste la voz, me dice.
Sí. Lo hice.
Anoche nos reíamos, porque la sentencia ha salido bien. Ya sonríe. Y eso vale la pena, pero no a cualquier precio. No. Y pienso que la próxima vez no me dejaré llevar por la prisa.

martes, 17 de febrero de 2009

Ganar y aprender

Me dijeron que había venido al despacho, que había dejado su nombre y la promesa de que volvería. También me dijeron que llamaría antes. Me esforcé por ponerle cara y asunto sin resultado. Me quedaba un vago recuerdo de un procedimiento penal en el que le pedían algunos años de prisión por un delito que –como tantos otros– no había cometido. Fue el primero de los hombres que lloraron en mi despacho. Creo que fue entonces cuando aprendí a apretar los dientes y a seguir para adelante. Era el suyo un lamento patético y bochornoso, pero que calaba demasiado hondo. El caso es que después de unos meses un poco tensos, el juzgado archivó el asunto. Me llevé las flores y unos honorarios que Andrés pagó contento y libre.
No le volví a ver.
Hoy ha venido. Sin avisar, sin cita previa: simplemente ha venido. Más patético que nunca.
–Me dijeron que llamarías.
–Sí, pero es que… Bueno, pasaba por aquí.
Tenía poco tiempo así que le he podido dedicar unos minutos. No quería nada. Nada de nada. Sé que suena sorprendente. Solo quería alguien con quien hablar; más bien alguien que le escuchase. Le han bastado tres minutos para ponerme al día: se ha separado de su mujer. Ha perdido su casa, su familia y su vida. Y en el fondo del fondo el hombre se acuerda de su abogado y decide que necesita hablar con él.
–Te portaste bien conmigo, dice.
–Ya, digo. Pero pienso: ¿por qué hago esto?
Total, que el hombre viene y me cuenta y hablamos de la vida, de la política, de su mujer y de los detalles de una separación que le llevó el abogado de su esposa.
–Me olvidé de todo, me dice. Creí que yo era lo más importante. Y lo perdí todo.
–Ya.
Se ha ido. Ya es de noche. Estoy recogiendo la mesa. Me voy. Y pienso que todos los días –todos sin excepción– vengo al despacho a ganar algo. O a aprender algo. O a las dos cosas.


Ya ves, te la he robado. Pienso mucho en ello. Ya eres cómplice –una vez más– de mis preocupaciones.

sábado, 14 de febrero de 2009

Horas llenas de minutos

Logro sentarme y hacer recuento de recuerdos de los últimos días, porque dentro de un tiempo necesitaré refrescar algunas de las sensaciones de estos días. Veamos, el jueves comimos en el Guridi y despedimos a Jesús como bibliotecario de la junta de gobierno del colegio de abogados de Ciudad Real y recibimos al nuevo. El acto fue bien sencillo: tomé posesión, se me impuso la insignia y continuamos –como si tal cosa– con la junta general ordinaria de aprobación de presupuestos. Jesús se emocionó cuando el decano le entregó la placa y me hizo algunas recomendaciones prácticas que trataré de cumplir fielmente. A lo largo de la tarde discutimos de números, gastos, ingresos, huelgas y exigencias diversas del turno de oficio. Al terminar, al salir del colegio, como quien sigue unas normas establecidas de forma misteriosa, paseamos por la ciudad hasta dar con nuestros huesos en el despacho de Elena y Carmen. Hicimos el gamberro adolescente hasta que se nos hizo de noche. Vimos fotos de congresos, placas, cuadros y diplomas, mientras Carmen y Luis Manuel discutían sobre no sé qué de una ponencia para el Congreso de la Abogacía Castellano-Manchega. Para variar, tardamos en decidirnos, así que dejamos que nuestros pies nos llevaran donde siempre: lo bueno conocido, vino, buenas tapas y mejor compañía. Y allí, en el Ángel, pasaron los minutos, las horas, cada segundo; bailaron ante nuestros ojos y cayeron uno tras otro entre risas, preguntas, confesiones, cervezas y tapas. Como poetas malditos reímos, bebimos, escribimos poesías locas y dedicatorias cariñosas y acaloradas. Me guardo la mía para mí, porque sabe a consejo de amigo demasiado íntimo como para exhibirlo al mundo.
Salí de allí –la noche aún era joven, pero no era para mi– con una sonrisa en la cara. Luna y nubes. Caminé despacio de vuelta a casa metiendo en los cajones de mi memoria algunas de las palabras, recomendaciones, flores y consejos de esa noche. Vale la pena tener amigos que te dicen quien eres y como deberías ser y parecer…
Me quedan cuatro años. Cuatro años en la junta de gobierno de mi colegio. Y una vida para disfrutar de la amistad de Luis Manuel y Óscar y Elena y Carmen, la primavera de Botticelli.

miércoles, 11 de febrero de 2009

El idiota

Hadiya es alta, morena, hermosa y árabe. Tiene dos hijos pequeños, muy pequeños. Se casó hace diez años, en su tierra, con un cretino que hoy la ha dejado por una eslava rubia de ojos azules y pocos compromisos vitales. Vino a verme porque quiere divorciarse, con la esperanza de que su marido pase a sus hijos una pensión de alimentos.
Cuéntame, le dije.
Y me contó la historia de su vida, de sus esfuerzos por dejar a su familia, su patria, por seguir a su marido. De su hijos, que son todo para ella. De los últimos meses. De la distancia que le separa de su esposo. De un corazón roto… Pude leer más de su sufrimiento en sus ojos de color de miel que en sus palabras, porque a veces las mujeres no saben hablar con la voz. El niño pequeño dejó de llorar, me miró. Papá, dijo. Le miré sorprendido. Hadiya le dijo algo y el niño comenzó a llorar desconsoladamente sin dejar de mirarme. Le acarició el rostro con ternura justo en el momento en que pensé en destruir al esposo fugado.
Más tarde les despedí en el ascensor. Te llamo la semana que viene, le dije. Y cerré.

Cuéntalo, me dijo Álvaro.
Y, ¿de qué hablo?
De lo idiotas que podemos ser los hombres en ocasiones.

lunes, 9 de febrero de 2009

Dormir

bajo cuatro mantas. Oír el viento aullando fuera. Tocar el frío. Leer a Dostoievski primero y a Michael Chabon después. Calentarme en un radiador de hierro. Reírme. Emocionarme. Bailar bajo la nieve de Segovia. Olvidarme de todo. Comenzar de nuevo.
Eso y mucho más es lo que he hecho este fin de semana.

jueves, 5 de febrero de 2009

El nacimiento de un súper héroe

Decían de él que había asaltado a dos muchachos a punta de navaja, que les había quitado la calderilla de los bolsillos y que les había atemorizado con unas consecuencias desastrosas si se atrevían a denunciar. Sostenía el fiscal de menores que mi cliente corría el riesgo de convertirse en un delincuente peligroso, así que pidió del juzgado la adopción de una medida cautelar: internamiento en régimen abierto en un centro de menores.
La situación familiar del menor no era la ideal, así que no me opuse. El menor y su madre tampoco. Al salir del juzgado, mientras esperábamos al director del centro, el menor habló por teléfono con sus amigos: cuando salga de esta se van a enterar, les decía. Yo le miraba atentamente. No deja de ser un adolescente, pensé. Y a los adolescentes les encanta convertirse en víctimas incomprendidas de este mundo de adultos. Le hice una seña:
–Mira –le dije– te lo voy a decir una única vez: puedes tomarte esto como quieras, pero lo cierto es que la vida te ha concedido una segunda oportunidad. Puedes quedarte como estás y convertirte en un cretino. Terminarás en prisión, enfermo y drogadicto, y morirás a los veinticinco años, tirado en una cuneta, después de vivir una mierda de vida. O puedes aprovechar estos meses para estudiar, aprender un oficio, aprender a leer y escribir, ser lo que siempre soñaste ser… Y el día de mañana tendrás tu propio taller, un buen coche, tu familia, tus hijos y una casita en el campo a la que llevarás a tus padres los fines de semana. Elige. Pero elige tú, no dejes que nadie decida sobre tu vida.
Me miraba atentamente. Su madre también me miraba. Tenía el teléfono en la mano:
–¿Se pué poné? E mi marío. Etá en prisió.
–¿Dígame?
El hombre llamaba desde prisión, agotando la última comunicación telefónica que le quedaba. No sabía nada: se acababa de enterar y estaba sinceramente preocupado por su hijo. Le conté a grandes rasgos lo que había sucedido, la medida de internamiento a la que se iba a someter su hijo y la oportunidad que tenía de rehacer su vida. El hombre, al otro lado de la línea, se echó a llorar.
–Cuide de él, por favor. Haga lo que pueda, abogado; no sé cómo, pero le pagaré, por Dios, que le pagaré... No deje que se convierta en alguien como yo.
Colgamos. Miré al menor.
–¿Qué ha dicho?
–Elige.

jueves, 29 de enero de 2009

Contra mundum

Se vieron por primera vez en un psiquiátrico. Se miraron un momento y al instante –cuerdos o locos– supieron que la vida no tendría sentido sin el otro. Él inventaba locas historias para que ella se riera y ella se reía. Él cuidaba de ella y ella se dejaba cuidar. Te quiero, dijo él. Y yo también, dijo ella. Por eso, cuando él salió la esperó. Y juntos huyeron a donde nadie les conociera. Ella encontró alguien que la quería con locura y él alguien en quién derramar los cuidados de un corazón ansioso de dar.
Pero su mundo estaba fabricado de papeles de colores, de noches de luna llena, de burbujas y de sueños; no había sitio para las hipotecas, el humo, el dinero, los alquileres, las bombonas de butano, las cajeras del supermercado… Bien pronto su mundo sin reglas ni dueño se estampó contra la realidad del mundo real. Somos fuertes y jóvenes, se dijeron. Corre, apresúrate. Sí, decía ella, eso: ¡apresúrate a vivir! Lejos de paralizarse, siguieron corriendo en su particular road movie, dejando el camino sembrado de citaciones de juzgados. Él le decía no temas y ella le creía.
Esta mañana les he leído a los dos la denuncia.
Prestaréis declaración como imputados. ¿Me entendéis?
Sentados muy juntos, cogidos de la mano, se sentían seguros. Él y ella y el tranquimazin contra el mundo.
Es mentira. Ha dicho él.
Sí, es mentira, ha dicho ella. Y ha apoyado su cabeza en el hombro de él.
Vale, he dicho yo. Contra mundum, he pensado.
Después de declarar se han marchado. Les he despedido en la puerta. Se han ido cogidos de la mano, susurrándose, riéndose quizá del tonto abogado que les ha dicho que deben ir con cuidado.
Me he quedado en el hall, muy quieto, unos minutos, viendo pasar gente.

domingo, 25 de enero de 2009

Vive como quieres

Sostenía la previsión meteorológica que hoy llovería mucho, que las rachas de viento alcanzarían los 75 km/h y que la temperatura no subiría por encima de los ocho grados centígrados; y sin embargo salimos en bici. Medio adormilado, aterido de frío, lleno de dudas y con el estómago lleno, comencé a pedalear de camino al Parque de Gasset, al encuentro de los del Séptimo Piñón. Aún no llovía. Hemos perdido estilo, pensé, al ver bolsas de plástico arrastradas por el viento, en lugar de los matojos del “far west”. Una ciudad dormida y solitaria se merece matojos mecidos por el viento.
Hola, buenas.
¡Hola! ¿Qué tal?
Qué majos, pensé.
Has visto que tocaba Pinos Altos y no te has resistido, ¿verdad?
Hum… Verdad verdadera.
Poco a poco, de uno en uno, fueron llegando compañeros, disfrazados de guerra callejera, valientes y sin miedo a lo que nos pudiera caer del cielo. Después de los típicos diez minutos de cortesía pusimos rumbo a la sierra de Pinos Altos, un lugar increíble y recóndito al que me escapo siempre que tengo más de cuatro horas por delante. Es verde, húmedo, oloroso, salvaje, peligroso, radical… Al riesgo de la lluvia se unió uno más peligroso: el cazador. El cazador es un tipo curioso que habitualmente lleva una escopeta y siempre la razón, quizá porque lleva escopeta. No cabe discutir con él: siempre tiene la razón. Y como últimamente evito a los que siempre tienen la razón, hoy no podía ser una excepción. Dimos un rodeo para llegar al lugar al que queríamos llegar: un camino lleno de piedras, de subida tensa, constante y progresiva al final de la cual hay una curva –mítica, como las del Alpe D’Huez– que pocos superan, por la pendiente, la grava suelta y los surcos que deja el agua.
Después de la última parada me había quedado el último, así que pasé con aire adolescente de suficiencia a media docena de ciclistas antes de llegar a La Curva. Marta se me puso a rueda y afrontamos el último tramo. Unos metros por delante Vicente subía con esfuerzo, marcándome la trazada ideal. Empecé a pasar calor. Comenzó a llover. Ahora me caerá un rayo, pensé. Pero no cayó. Las pulsaciones rozaban los 185, así que eché toda la tranca (plato pequeño y piñón grande) y apreté los dientes. A mitad de curva comencé a bendecir el piñón 34-11 que me había puesto Mario el viernes. Esos dos dientes son, sin duda, el mejor amigo del hombre.
Arriba la lluvia arreció. Nos tapamos como pudimos y comimos algo (barritas energéticas, plátanos, chocolate, magdalenas, mazapanes que han sobrevivido a la Navidad…). Comenzó la vuelta con una bajada y un rodeo para llegar a la senda de las abejas. Subida, bajada, llano, más subida y una bajada tremenda en la que me lancé a tumba abierta, saltando como un ciervo, contento de estar vivo, entero, mojado y encima de la bici. Llegué el primero a la carretera y me tocó esperar, mientras el frío se me colaba hasta petrificarme el ánimo. La vuelta me costó mucho. Intenté tirar, pero las piernas –como la esposa afligida– comenzaron a echarme en cara los desaires acumulados en la última semana y, especialmente, en los últimos minutos. Otra vez al límite, pensé. Cuatro grados; empapado y tembloroso, traté de calentarme un poco moviendo mucho las piernas, pero el frío había llegado a los huesos. Tocaba pasarlo mal. Al llegar a Las Casas me puse a rueda de Vicente, pero pronto me dejó atrás. Busqué la comodidad en los veinte kilómetros por hora, viendo como me pasaba todo el mundo. Ay, el orgullo.
He llegado a casa empapado, embarrado y con los pies y las manos chorreantes y adormecidas. Ducha, agua caliente, jabón, más agua caliente.
Hum… Dos llamadas perdidas. Era Jorge.
¿Qué tal todo?
Increíble. Tenías que haber venido. ¿Qué hacemos la semana que viene?

Imagen graciosamente cedida por la Peña. El tercero soy yo mismo. Aún no había empezado a llover, ni habíamos atacado la temible cuesta. Y la canción de Cinematics que quité para poner la foto, os la enlazo aquí para que disfrutéis nuevamente.

viernes, 23 de enero de 2009

La inevitable insatisfacción

Salí de la sala, despedí a mis clientes y me fui pasillo adelante, aún con la toga puesta. Aún con dudas. Pensativo. Miré fuera y, sin quererlo, me metí dentro. Los pleitos de tierras en una tierra como esta tienen una importancia capital. Aquí la gente mata por un puñado de metros cuadrados, por unas olivas, por un tractor que se mete donde no le llaman, por una servidumbre de paso que alguien quiere imponer. Aquí la tierra es sangre: la sangre de la familia, de los abuelos y de los hijos de mis hijos. Y la sangre arde y en el incendio carboniza familias, amistades, matrimonios, pueblos...
Salgo con la sensación de que me he olvidado algo, pero no me preocupa, porque siempre acabo igual. Al fondo del pasillo un abogado y buen amigo esperaba para entrar a su juicio. Me conoce bien y me aconseja mejor, así que no me costó detenerme. La conversación se fue animando y se unieron varios compañeros, para aliviar los nervios o el hastío de la espera. Risas, chistes, sucesos diversos, quejas: minutos de relajo antes bucear en la seriedad del foro. ¿A qué juicio vienes? Al de las once y media. Ah, ¿por quién? Por los conejos. Oye, si no es indiscreción, ¿cómo vas a defender que tus conejos se han comido la cosecha? Nada más fácil: los conejos solo obedecen a sus instintos, ¿verdad? Sí, supongo que sí. Bien, así que los animales solo hacen aquello para lo que están creados, para aquello que les manda la naturaleza: ¿vas a demandar a Dios, entonces? ¿Vamos tú y yo a dar cozes contra el aguijón? ¿No se preocupa Dios de los lirios del campo y vas a inquietarte tú por unas cosechas de nada? ¿Te suena el litisconsorcio pasivo necesario?
Volví al despacho riéndome. Y aún lo hago con el recuerdo.

lunes, 19 de enero de 2009

Listas de cosas (I)

Bien, lo cierto es que hoy tengo que mandar varias cartas, llamar a una abogada para convencerla de que su cliente pague el mío y nos evitemos un pleito, llamar a un compañero para decirle que le pagamos y que no demande a mi cliente, solucionar un siniestro con una compañía de seguros, hacer y presentar varios escritos, pasarme por notaría, llamar a la notaría de Piedrabuena, llevar la bici a que le cambien la cadena y el casete de los piñones, pasar la revisión al coche (y reparar un pinchazo), preparar una reunión para esta tarde, reservar mesa para mañana y hacer los trimestrales del IVA y el IRPF (*)…
Levanto la cabeza y miro al frente. Seguro que se me olvida algo. Miro de nuevo lo que he escrito. No me quejo, no; es que me alivia poner en orden la lista de cosas pendientes. Es que me gusta estrenar un papel en blanco. Me ha gustado estrenar mi moleskine de 2009.

(*) ¡Albricias! ¡Acabo de descubrir que tengo de plazo hasta el 30 de enero! De regalo por el hallazgo feliz os dejo una canción de Vampire Weekend.

lunes, 12 de enero de 2009

Y sin embargo lo cuento

No debería contarlo, porque me comprometí a contar algo bonito y verdaderamente agradable. Pero es que tengo un problema. Cuando me enfado –cuando me enfado mucho– me convierto en un verdadero salvaje: pisoteo los convencionalismos, cruzo fuera de los pasos de cebra, pienso mal de la gente y maldigo entre dientes al sol que alumbra o a la nube que lo tapa… Soy un gamberro, un delincuente, un antisistema, un outsider moral. Y la vida –el sistema, la sociedad– se venga de mi como un animal herido; de veras, reacciona con especial hostilidad. Y un idiota me rompe la luna del coche, pincho una rueda, mi banco dice que ya no quiere ser mi banco, se acaban las magdalenas o el café sin previo aviso… Es Vietnam. Irak. Sarajevo. La guerra contra el viento. Mi guerra.
No debería contarlo, porque dije que no lo haría. Pero es que hoy ha sido uno de esos días. Esta mañana aparece Toñi por el despacho. El que fue su marido se marchó con otra. Y no ha vuelto. Y no llama. Y paga poco.
–Ya no me importa el dinero, ¿sabes? Es que no ha llamado a su hijo. Ni un mal regalo por reyes, ni una llamada en fin de año… Pasó la nochevieja con el teléfono en la mano, esperando una llamada de su padre. Y no llamó. No sabes lo que he pasado.
Se fue. Aún tenía la cabeza entre las manos, cuando suena el móvil:
–Sí, Javi, dime.
–Oye, que estoy delante de tu coche… Tienes la rueda pinchada.

jueves, 8 de enero de 2009

Sensaciones que no sé explicar

Comencé la semana con una anotación rápida en mi moleskine: “¿Por qué es tan difícil hacer entender que nuestros actos (buenos o malos) tienen trascendencia? Voy a escribir un libro que se llame ‘Reflexiones de un abogado en el juzgado de guardia’.”. Me llamaron a primera hora, porque estaba de guardia de juicios rápidos y porque había juicios rápidos, cinco o seis, aquella mañana. Miré el primero de los atestados: delito contra la seguridad en el tráfico (alcoholemia). Triplicaba la tasa permitida, se tambaleaba y el aliento a alcóhol era tóxico. Después de cenar y de tomarse unas copas de más, se metió en el coche. La Policía Local y el alcoholímetro hicieron el resto. Allí estaba, de pie, mirando distraído los cristales sucios.
Bien, ¿sabes que has metido la pata?
Lo sé.
¿Sabes que la pena mínima es de doce meses de retirada de carnet?
No pueden. Soy camionero, ¿sabes? Mi jefe me despedirá. No puede ser; haz algo.
Le miré, de reojo, pero no dije nada. Subí a hablar con la fiscal.
Mira, Carmen, es que es camionero.
Pues que se lo hubiera pensado antes. Voy a pedir acusación.
Y con la rebajas, ¿en qué se me queda?
Ocho meses, con la rebaja del tercio. Y la multa mínima. ¿Qué tal el fin de año?
Hum…
Mi cliente lo consideró excesivo, pensó que no había hecho lo suficiente, así que no hubo acuerdo y la fiscal terminó por pedir acusación: veinticuatro meses de retirada de carnet. Aún no se me ha quitado la cara de idiota.
Anoche visité a un cliente en el depósito de detenidos de la Policía Local. No supe qué decirle, así que le dije lo primero que se me ocurrió: ¿has cenado? Me miró con los ojos de un hombre de sesenta y tantos años, que había llorado demasiado. No quiero nada, me dijo; le he dado todo lo que ha querido, sollozó. Frío a la ida, frío en el calabozo y frío a la vuelta. Me costó dos horas dormirme esa noche: estaba aterido, dentro y fuera.
A la mañana siguiente metí a Sabina en el coche y nos fuimos al juzgado –juicio rápido a las nueve y veinte–, cantando para entrar en calor: “yo no quiero un amor civilizado/con recibos y escena en el sofá”.
Rafael no paraba de llorar. Era patético. Temblaba. No había dormido. Nadie honrado duerme bien en los calabozos. Miraba al suelo. Desvalido. Ecce homo, pensé.
Escúchame, Rafael.
Sí, te escucho, dime. Lloraba.
El día 8 de diciembre…
Sí, el día 8 nos fuimos ella y yo, al pueblo…
Ya, pero…
Juntitos. Y desde entonces...
Y se le quebraba la voz. Lloraba, como lloran los ancianos. Como lloraría mi abuelo. Como llora un hombre que pierde a la mujer que ama, tras cincuenta años de matrimonio. Como solo llora el que ha perdido todo lo que tiene.
Miré a mi alrededor y quise estar lejos: en Marte. Pero me quedé y navegamos en el temporal de acusaciones falsas, recuerdos y recriminaciones.
Salíamos a las tres y media, con la orden de alejamiento y una prohibición de comunicarse con su lejana esposa.
¿Sabes? –me dijo–: he pasado la Nochebuena solo. Y la Navidad. Y nochevieja. Es la primera vez, desde hace cincuenta años. Eso tampoco lo he dicho: ¿era importante?
No supe qué decir.
Encendí el coche. Sabina aún cantaba –cínico y dolorido–, pero cantó solo. Paré en un semáforo y apunté en la moleskine: “y morirme contigo si te matas/y matarme contigo si te mueres/porque el amor cuando no muere mata/porque amores que matan nunca mueren”.
Me voy a dormir.