viernes, 25 de septiembre de 2009

El hombre libre

Le doy la mano y cierro la puerta. Oigo como pide el ascensor y me quedo en silencio. Se llama Isabel. Mi cliente es su marido, que está en prisión; y en prisión están todos, de una forma y otra. Ella, sus hijos, la hipoteca, los primos, el perro, el gato y la pecera. Es curioso como un sitio tan espantoso puede convertirse en uno más de la familia. Las cuatro paredes grises se han metido en la vida de su familia como un hermano más, un hijo silencioso, un cuñado gris al que todos se acostumbran; un personaje familiar que no dice una palabra, pero a cuya sombra viven, dependiendo de sus plazos, horarios de visitas y llamadas.
Y poco a poco, la sombra se hace más grande, más pesada. Se come las risas, la música y el verde de la lechuga. La voz esa tan graciosa del ascensor deja de parecer graciosa. El gris se come los amaneceres. La prisión se hace con el control de la casa.
¿Cuándo sale?, le digo
El 23 de abril de 2010. Su mirada es triste y de ceniza.
La despido en la puerta. Miro desde la ventana. Más allá, los árboles aún verdes y un pajarillo. Nos miramos silenciosos. Somos libres, aunque nos cueste darnos cuenta.

jueves, 17 de septiembre de 2009

De vuelta a las estrellas

10.15 am.
El juez nos advirtió hasta que nos aburrimos que la decisión sobre la guarda y custodia la tendrían los hijos. Estaban viviendo con la madre desde que su esposo salió de la vivienda, así que no tenía nada que temer. Así fue: los niños con su madre. El resto del juicio nos dedicamos a tirarnos los trastos a la cabeza, a calcular ingresos y gastos, pensiones de alimentos y demagogias baratas. Qué pena. Qué delgada es la linea en el amor de algunos matrimonios y qué escasa es la paciencia de algunos jueces.
No quiero adelantar el fallo, me dijo el juez, pero ya le adelanto que al hijo mayor de edad no voy a concederle pensión de alimentos alguna.
Pues ya me ha adelantado el fallo y además creo que se equivoca, dije; y si me deja, le explicaré por qué. Lo cierto es que empezaba a estar un poco harto de tanta interrupción.
Salí de allí manifiestamente enfadado, así que busqué a alguien con quien hablar un rato y tomarme un café antes de irme corriendo al otro juicio.
13.00 pm.
El juez, la fiscal y dos abogados tratábamos de conocer la verdad sobre lo ocurrido con un intento de atropello que yo sostenía que no había existido. Era el último juicio de la mañana y todos estábamos muy cansados. Yo también, así que cuando el juez me interrumpió solté el bolígrafo sobre la mesa, levanté la mano y le dije muy serio que podía declarar improcedente la pregunta, pero no advertirme sobre las cosas que podía o no preguntar, porque atentaba directamente contra el derecho de defensa de mi cliente. Pareció convencerse, porque no volvió a interrumpirme. Estaba muy enfadado.
Al terminar el juicio le di la mano, como siempre: oiga, que usted hace su trabajo y me parece bien, así que no se enfade. Mire, le dije, esto es como el fútbol: lo que sucede en el campo en el campo se queda. Vale, me dijo.
18.00 pm.
Por la tarde estaba cansado, muy cansado. Tenía la cabeza en otra cosa y había olvidado una cita que tenía. Llegué a la Catedral animado por la conversación de un compañero. Había quedado con D. Antonio, un cura con el que soy de capaz de hablar en el mismo idioma. No tiene miedo a hablar de la ilustración, de Kant y de Dios, de decirme las cosas claras y de ponerme metas que incluso yo podría proponerme. Es bueno, muy bueno.
20.30 pm
¿Dónde estás? Vente para el Cuarenta Vinos, que estamos tomándonos unas cervecillas.
Hum… Vale: pedidme una, fresquita y con mucho alcohol.

martes, 1 de septiembre de 2009

El secreto de las tortugas

La noticia ya es inevitable: estamos en septiembre. Ayer metí un pie en el huracán de la vida ordinaria y me levantó en volandas, zarandeándome sin compasión a miles de metros de la tierra que piso. De pequeño tenía miedo a la altura, así que me he adelantado: para evitar crisis, bajones y depresiones he decidido abordar el curso como un pirata morisco, con el cuchillo entre los dientes y la mano en el alfange. Esta mañana tenía juicio a las nueve y media y visita a la Audiencia Provincial a recoger citaciones.
Me gusta esta vida. Sí, me gusta.
Ahora me siento y miro el correo, los correos y mensajes y pienso. Busco las notas, el sonido, la canción que resuma estos días de verano, mi vuelta a la dura vida y me acuerdo de una que canté este sábado con mi hermano y mi sobrina. Cuatro notas, un ritmo y una letra fresca. Perdidos sin quererlo los papeles que me diste antes de ayer, donde estaban los consejos que apuntamos pa que todo fuera bien. Resume muchas cosas. Demasiadas inconsciencias. Tengo que encontrarte para verte y que me digas otra vez: necesito una ayudita, una palabra que me pueda convencer. Sé que te parecerá moñas. Lo sé. Qué facil es perderse de la mano, madre mia, agárrate, que el vacio de ese vaso no se llena. Pero ponla, cántala y deja que se te muevan los hombros y sonríe: ¿quién quiere una vida civilizada?
Y si seguimos con el plan establecido nos cansaremos al ratito de empezar. Probablemente no encontremos el camino, pero nos sobrarán las ganas de volar. El verano es así: luna y estrellas amarillas, sueños y planes que van y vuelven, ganas de volar lejos y de ver amaneceres frescos.
P.S.: Y hemos sobrevivío aunque no sé bien a qué
y es que andabamos tan perdidos que no podiamos ver la alegría que se lleva el miedo,
los buenos ratos, el sol de enero, volver contigo cada amanecer
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