martes, 20 de octubre de 2009

La pesadilla

Me persiguen. Siempre es lo mismo. Camino –corro– por un barranco oscuro, al borde del abismo, con el hombro pegado a la pared vertical. Detrás algo me persigue. Es angustioso. La distancia no se amplía por muy deprisa que corra, aun a riesgo de caer por el precipicio. Miro para atrás. Se acerca, pienso alarmado. Debo correr más. Y corro hasta que me despierto, bañado en sudor y quemado por la fiebre.
Tengo gripe. Y como siempre que tengo gripe y fiebre, desde mi infancia, se repite una noche y otra la misma pesadilla. Hasta que la fiebre remite.
Hasta hoy.

martes, 6 de octubre de 2009

El curador

Ayer vino de nuevo. Le vi sentado en la sala de espera, con su aspecto desgarbado y melenudo de hippie y me vi cuatro años antes. Vino al despacho a solucionar la herencia de su padre; él de negro riguroso y minimalista y su mujer –alta, esbelta, joven y nigeriana– con una túnica blanca. Le tomé los datos, mirando de reojo de un lado a otro.
–¿Nombre?
–Federico Pérez.
–¿Domicilio?
–Finca La Espronceda, de Retuerta del Bullaque.
–¿Sin más?
–Sin más.
Seguí escribiendo.
–¿Trabaja?
–Sí.
Le interrogué con la mirada, exigiendo una contestación un poco más completa.
–Soy sanador místico.
Dejé el bolígrafo. Le miré y fruncí el ceño. No se inmutó. Su mujer, ébano suave, tampoco.
–Sí, soy sanador místico: curo a la gente imponiéndoles las manos. Y me pagan con lo que tienen: gallinas, corderos, frutas, legumbres…
–Supongo que por eso necesitas la herencia de tu padre.
–Supongo, me dijo y se sonrió.
–Vale.
Ayer me costó volver del pasado: el sanador estaba de nuevo delante de mi. Entre todos los abogados de la provincia, el sanador místico había vuelto a elegirme. Y me sentí orgulloso y en paz con el cosmos, la lado bueno de la fuerza y la cuadrícula de Hartmann.