miércoles, 18 de noviembre de 2009

Algunas puertas cerradas

No sé –no recuerdo– si era Eminem el que decía aquello de if you had one shot, one opportunity, to seize everything you ever wanted, one moment, would you capture it or just let it slip? Pienso en ello ahora que se llevan a Héctor a prisión.
Hace unos años cayó en la trampa de vender droga al cebo que la policía le había puesto y terminó con una condena de dos años de prisión; dos años que no cumpliría si continuaba con el tratamiento de deshabituación en el que me había apresurado a meterle.
Quedó en libertad, bajo la condición de que siguiera el tratamiento a rajatabla. Una oportunidad; le dieron una segunda oportunidad de ser otro tipo de persona. One shot.
Ahora, un año y pico después del juicio, me dicen que ha dado positivo en los análisis que periódicamente le fueron realizando. Cannabis, decía su sangre. A prisión, dijo el fiscal. Y la Audiencia Provincial ordenó su busca y captura e inmediato ingreso en el centro penitenciario. Just let it slip. Una mañana la Guardia Civil apareció en casa, le engrilletó y se lo llevó a ese lugar oscuro y triste donde los hombres languidecen, haciéndose cada dia peores.
¿Y qué? No te fustigues: Héctor eligió desaprovechar su vida, esa segunda oportunidad que la vida le dio. Dejó pasar un tren que no puedes obligarle a tomar.
No sé... Quizá no. O quizá sí, porque ahora su familia y su abogado seguimos luchando por aquello que él ha tirado a la basura. Me han hecho prometer que no le dejaré, que seguiré intentándolo, que pondré todo de mi parte... Y ahora que lo escribo, sospecho que no hace falta que se lo prometa a nadie, porque los abogados somos testarudos, aún cuando nuestros clientes se esfuerzan en torcer las cosas. O quizá, no sé, porque tengo demasiada experiencia en trenes perdidos y puertas que parecen cerradas. Quizá porque hay un Héctor dentro de cada uno de nosotros, haré lo que pueda.



"Sometimes everything seems awkward and large" dice Milow; y otras todo es corto, dulce y luminoso. De eso también sé un rato.

lunes, 9 de noviembre de 2009

La oración

Hay canciones que tienen letra propia, la letra de mi vida. Y hay letras que, sin saber porqué, se adhieren a la piel, como la sal del mar. La música entonces forma parte de la vida, de los recuerdos, de ilusiones y proyectos...
Esta mañana al escuchar esta canción vino rápida, como la sangre a la herida, la letra perfecta: una oración.
Una oración que últimamente repito:

“Escribid
en el mundo
una sola palabra
escrita para mi,
la
leeré.
Rezad
un instante
de este silencio,
lo notaré.
No tengáis miedo,
yo no lo tengo”.



[la he tomado prestada de “Océano mar” de Alessandro Baricco)

sábado, 7 de noviembre de 2009

Los hombres no lloran

Rápido como el viento, furioso y desbocado, así era Ramón aquella noche de viernes. Su mujer se arregló entre gritos y se marchó a una boda, mientras su esposo se quedaba en pijama y calcetines, en la puerta de casa, con la boca abierta. Discutieron porque Ramón llevaba once meses sin trabajar, agotando el subsidio del paro; no podía pagar el regalo de la novia –ambos lo sabían– y sin embargo ella se marchaba a cenar y a bailar con extraños y a gastar un dinero que no tenían. Ramón apretó los dientes. Ramón se sentó. Ramón se quedó viendo la tele, pero no la miraba. Su mente trabajaba deprisa, alentada por el fuego de unos celos absurdos. Sin pensarlo levantó el teléfono y marcó el número del restaurante. Se oyó a si mismo: –“he puesto una bomba que estallará en dos horas”– y colgó y esperó.
Esperó solo quince días, porque una mañana la policía llamó a su puerta y le detuvieron. Los antidisturbios, los artificieron y sus perros habían entrado aquella noche en el restaurante a la carrera, luchando contra el tiempo, buscando una bomba que no existía. El resto fue coser y cantar porque Ramón había llamado desde el teléfono de casa.
Ahora Ramón lloraba en el juzgado al verse sentado delante del juez.
Soy un hombre normal, me decía, no un delincuente.
¿Qué cara se supone que tienen los delincuentes?, le dije.
Me miró.
No eres un delincuente, solo eres imbécil.
Levantó la cabeza.
¿A quién se le ocurre jorobar una boda con una amenaza de bomba? Piénsalo y, por Dios, deja de llorar y de hacerte la víctima.
Pero… No sabía qué hacer…
Pues tenías que haberte puesto tu mejor traje y haberte ido a bailar con tu mujer y disfrutar de la noche y de la boda y dejarte de orgullos y leches.
Dejó de gimotear. El juzgado se había quedado en silencio.
Así que ahora te buscas un trabajo, solucionas los problemas con tu mujer y te llevas a tus hijos al cine cada sábado.
Oía su respiración.
¿Vale?
Vale...
Y acuérdate de pagar la multa.

[He de reconocer que me fastidia cuando la gente llora solo porque tiene pena de sí misma, por orgullo. Sé de alguno que dirá que mi reacción fue colérica… Y quizá tenga razón]