jueves, 23 de diciembre de 2010

Catilina se creía un hombre listo

Y sin duda lo era. Lucio Sergio Catilina, nacido en el seno de una familia tradicional pero de escasos recursos económicos, construyó lo que tenía con paciencia. Demostró ser un hombre capaz en los cargos que la república romana le confiaba; de buen verbo, presencia arrogante pero amable y pocos escrúpulos a la hora de eliminar a los que ya no le eran de utilidad, se hizo un sitio reinvindicando para sí las cuitas de los jóvenes, los pobres, los desencantados y los militares retirados.

En el corto espacio de dos años fue derrotado en sendas elecciones consulares y juzgado por varios crímenes y asesinatos, de los que fue absuelto solo por la gracia de los poderosos (quizá movidos por ese impulso que tenemos de dar segundas oportunidades al árbol caído). No podía entender: el gran Lucio Sergio Catilina había sido excluído, el último representante de la gens Sergia se quedaba fuera, no era querido por la nobleza dirigente ni por la base populista. Los votos, el pueblo, las urnas le echaban. Le dolieron entonces por igual el perdón y la condescencia, porque se consideraba digno de algo más que las migajas de caridad. Pudo entonces dedicarse a vivir una vida tranquila y anónima, pero el veneno del poder le corroía.

Reunido con una veintena de conspiradores y de su séquito adulador, se creyó de nuevo ganador y quiso entrar en el ruedo político. A veces –demasiadas veces– el orgullo es estupidez y Catilina era de esos que no se sabe nunca de más. Urdió su conspiración y ajeno a los consejos de hombres importantes que le vinieron a decir que no se juntara con aquella panda, inició su peculiar guerra esperando no ser descubierto. Ah, la arrogancia de la juventud. Vendía humo, palabras bonitas, queriendo destruir lo que funcionaba, criticando lo que debía quedar a salvo del juego político. Y se le descubrió, como al niño en la masa de las magdalenas. Quousque tandem, Catilina, abutere patientia nostra? ¿Hasta cuando abusarás de nuestra paciencia, Catilina?, le escupió Cicerón. ¿Hasta cuándo te seguiremos perdonando y disculpando? ¿Cuándo nos dejarás en paz?

Catilina pudo ser un hombre importante, pero jugó mal sus bazas, midió mal los tiempos, eligió mal a sus amigos y despreció a los que quisieron ayudarle. Quería llegar demasiado arriba demasiado deprisa y perdió, arrastrado por su arrogancia. Tarde se dio cuenta de que no era querido, de que quizá no era quién creía ser. Muy tarde cayó en la cuenta. Quizá cuando su cabeza fue arrastrada a Roma, mientras su cuerpo era devorado por las alimañas en alguna colina de Pistoia.

Ay, Catilina, qué inmortal eres…

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Antonia y Aurelia

Eran madre e hija, viuda una y soltera la otra. Vivían juntas en un pisillo de alquiler del que las pretendían desahuciar por falta de pago. La demanda no era buena, pero tenía más razón que un santo, así que maniobramos como pudimos y llegamos a juicio con un simulacro de enervación que no se sostenía en pie. Aún recuerdo mi progresivo sonrojo y la cara del compañero cuando iba desglosando mis motivos de oposición a la demanda. Total, que la conjunción de las constelaciones cósmicas con la suerte hizo que ganáramos el juicio por motivos que aún ignoro.
Fue entonces cuando, muy a mi pesar, me convertí en su abogado de cabecera. Una mañana de verano me encontré a Aurelia en el juzgado, acusando a su jefe de acoso sexual, una semana más tarde me llamaron porque habían denunciado a la vecina de haber envenenado al perro, tres o cuatro días después querían lograr a toda costa una orden de alejamiento respecto de un familiar; y así hasta una veintena de denuncias y juicios de faltas para los que me llamaban casi siempre un día antes y que, como es obvio, perdíamos por falta de prueba. Aunque aquello olía a chamusquina, me costó darme cuenta de que madre e hija habían incubado y desarrollado una especie de delirio, de fobia, una manía persecutoria que tenía en jaque a la mitad de su pueblo porque se sentían perseguidas y acosadas. Bastaba una mirada, un movimiento extraño, una risa mal interpretada para que acudieran al juzgado de guardia con sollozos y crisis de ansiedad a presentar las denuncias más rocambolescas y trastornadas que han desfilado por el juzgado.
El último día que las vi estábamos esperando para entrar al enésimo juicio de faltas, cuando el abogado contrario –muy amigo mío y del mismo pueblo que las denunciantes– se acercó a chivarme que mis clientes habían corrido el rumor de que el abogado les salía gratis porque era el novio de “la Aurelia”. Se me heló la sangre. Ahora hasta me río, pero entonces me quedé petrificado bajo la toga. Ese fue, obviamente, el último juicio que les hice.
Anoche, hablando con un compañero, me entristeció comprobar que este género de trastorno va en aumento.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Gen. 4, 7

—¿No lo comprende? –gritó–. La traducción popular americana ordena a los hombres triunfar sobre el pecado, y llamáis al pecado ignorancia. La versión del rey Jacobo contiene una promesa en “tú le dominarás”, queriendo significar que los hombres triunfarán seguramente sobre el pecado. Pero la palabra hebrea, timshel, o sea, “tú podrás”, permite escoger. Acaso sea la palabra más importante del mundo, pues da a enteder que el camino está abierto y plantea este acuciante problema: si dice “tú podrás”, también es cierto que podría decir “tú no podrás” ¿No lo comprende?
Pensé en ello mientras avanzaba la fría madrugada y cerraba Al este del Edén. Puedes ser lo que quieras ser, porque la vida no está escrita en ningún libro; y si lo está, nadie lo conoce, así que tanto da. Timshel. Tú podrás dominar al pecado. Es la enseñanza católica original. Da igual la sangre que corra por tus venas, qué viste de pequeño o cómo fuiste educado, porque podrás cambiar las cosas, tu vida y la de los demás. Caín lo hizo.

martes, 23 de noviembre de 2010

Ni perdón ni arrepentimiento

El viento era frío, cortante e inesperado. La gente paseaba por la calle encogida y silenciosa, a su trabajo, a la oficina, al mercado, de un sitio para otro. Alberto los miraba, lo miraba todo. No tenía otra cosa que hacer. Observó detenidamente la cabina de teléfono. La publicidad decía que desde allí se podía hablar con cualquier móvil por cincuenta céntimos. Hurgó en sus bolsillos hasta juntarlos y marcó. Tecleó como quien susurra. Apoyó un brazo en el cristal y miró fuera, mientras sonaban los tonos.
–¿Dígame?
–Hola.
–Ah, hola. ¿Cómo estás?
–Bien.
–¿Dónde has pasado la noche?
–En casa de un amigo, mintió.
No tenía amigos, no tenía a nadie. Había tiritado toda la noche en un portal. Pasaron unos segundos antes de que ninguno de los dos dijera nada.
–Bueno y ¿qué piensas hacer?
–He comenzado el tratamiento, pero…
–¿Pero?
–Hoy he vuelto a beber. Creo que, bueno, eh, creo que estoy borracho…
Y ella colgó.

domingo, 24 de octubre de 2010

Mañana de sábado

La peluquería tiene esas cosas, que mientras te cortan el pelo te enteras de la vida y milagros del vecindario; al parecer el marido de Puri tiene el azucar por las nubes, los Gómez (cuya abuela estaba con los rulos y la secadora) han tenido el segundo niño, no-sé-quién-porque-no-me-he-quedado-con-el-nombre se ha comprado un piso y un tal Andrés ha tenido problemas con el móvil (no logro recordar si se le había mojado, caído al suelo o mordido por el perro) y los de la compañía telefónica no querían cambiarselo. Creo que miro a mis vecinos con mejores ojos desde conozco sus costumbres. Pues bien, mientras me arreglaban el flequillo me sonó el móvil de la guardia: dos muchachas extranjeras detenidas por chorizar unas cuantos botes de champú, jabón y acondicionador para revenderlos en el mercadillo. Apuraron mi corte y el lavado y me fui a comisaría a donde llegué reluciente y con menos pelo.
Las chicas habían dormido en comisaría.
Daban penilla, despeinadas, adormiladas e indefensas. No era la primera vez que daban con sus huesos en los calabozos, porque conocían lo que tenían que hacer: declaro en el juzgado, dijeron. Bien, pensé, nos ahorramos varios trámites.
Salí de comisaría justo cuando los agentes de la puerta empezaban a mosquearse con mi coche, que estaba en la zona de seguridad. Hacía un día precioso, de sol y cielo despejado, azul y frío. Típico día para hacer cualquier cosa menos irse al supermercado, que era lo primero que figuraba en mi lista de pendientes, justo entre “salir con la bici” y “cervecillas con los amigos”. Refunfuñando me metí en el coche y me fui al centro comercial a donde llegaba a las diez y media, dispuesto a llenar mi nevera para la semana. De camino hice una parada técnica en una tiendecilla de la que salía con Huxley y Wells debajo del brazo y con una serie de la BBC llamada “Wallander” que jura ser copia fiel de los libros de Henning Mankel a los que me aficioné hace unos años. Mientras mi nevera y yo jugábamos al tétris me llamaron de nuevo de comisaría: ¿es usted el abogado de oficio? El mismo. Tenemos un detenido. Vaya. ¿A qué hora se puede venir? En cuanto termine con la lechuga. ¿Cómo? No, nada, que llego en quince minutos.

[Continuará…]

ADDENDA: en efecto, "Wallander" no decepciona. Muy buena la adaptación de "La falsa pista" y magnífico Kenneth Branagh. Os dejo con Nostalgia, de Emily Barker, la melancólica canción de la serie (ideal para la noche de domingo).

viernes, 8 de octubre de 2010

Para que nunca se olvide

En los pueblos los pleitos duran toda la vida, más allá del resultado de la sentencia, de lo que digan uno o cuatro jueces; es “el pueblo” el que juzga. Por eso la mitad del pueblo vino a aquel juicio. Se sentaron circunspectos y serios a escuchar las cuitas de dos de sus hijos, absorviendo las razones de uno y de otro, escuchando las explicaciones de los abogados, valorando milimétricamente los gestos. Los míos ganaron la batalla de las apariencias al mostrarse humildes, abandonados y desorientados, como la gallina que va a ser sacrificada para la comida del domingo.
Al salir del juzgado “el pueblo” dio su veredicto: abogado –me dijeron– venga usté a tomarse un café con nosotros. Bien, pensé, hemos convencido. De los cafés pasamos a las cervezas, las tapas y las confidencias sobre la vida íntima y misteriosa de las diferentes familias del pueblo, las tradiciones, la guerra y los asentamientos de la Edad del Hierro. Me debía a mis clientes y a su buen nombre, así que estuve con ellos y con su pueblo hasta que se nos hizo demasiado tarde para cualquier otra cosa.
Unos días después supe que habíamos ganado: la sentencia desestimaba la demanda íntegramente con imposición de costas (delicioso pronunciamiento, por cierto) y tachaba la conducta del actor de temeraria al plantear un pleito tan huérfano de prueba. Bien, dije, esto va bien. El vencido, como el jabalí herido, atacó agotando sus últimas fuerzas, así que seguimos con el guión procesal de siempre: recurso de apelación, impugnación del recurso y, finalmente, sentencia. Ayer, cuatro meses después de la primera resolución, comuniqué a mis clientes que la Audiencia Provincial había ratificado la sentencia: habíamos ganado.
Ahora el vencedor camina orgulloso por el pueblo y el vencido saldrá de su casa humillado, sin amigos, sin palabra. Porque más allá de lo que diga un papel, “el pueblo” le ha tachado de embustero (que suena más letal que mentiroso), hiriéndole en lo más profundo. Definitivamente, no hay nada peor que el descrédito, la pérdida del honor rústico en un pueblo pequeño y anclado en su peculiar código de conducta.

PD: en un bar del pueblo, clavadas con chinchetas, las sentencias con los nombres de unos y otros subrayados, hacen innecesaria una ley de memoria histórica.

martes, 17 de agosto de 2010

Excusatio non petita...

Vale, es cierto, no he escrito nada desde el mes de mayo. Mi blog anda abandonado, oscuro y desamparado, como las flores de una iglesia el día después de la boda. Huele a cerrado, a rebajas de liquidación, a negocio familiar al borde de la quiebra (del concurso de acreedores, me corregirá algún purista).

Hoy me he asomado y me he sorprendido. ¿Qué me ha pasado? Nada. Bueno, nada y todo. Quizá es que andaba falto de ideas. De ideas y de tiempo. Quizá necesitaba alejarme un poco para recuperar la frescura de aquellos días en que escribía solo porque necesitaba escribir, porque me gustaba y disfrutaba haciéndolo. Saqué un billete de ida y vuelta a las nubes, desde donde ver todo más claro. El problema de las nubes es que uno vive tan bien que no encuentra el momento de volver.

Hoy he despertado. He mirado para abajo y he descubierto que quiero volver a escribir. Escribir. Es una palabra deliciosa. Escribir, sin más, por el puro placer de hacerlo.

Esto tiene que cambiar, me he dicho. Y cambiará. Volveré. ¡He vuelto! A partir del 1 de septiembre mi despacho volverá a abrir; trataré de escribir las cosas que me han pasado y las que me suceden cada día. Además tengo miles de cosas que contar: prometo hablaros de aquel pez abisal transparente, de ese compañero fiel y honrado, del juez que me cantó las cuarenta, de un buen amigo que se emociona de las buenas noticias, de la Pirámide del Sol y las maldiciones de emperadores asesinados, de la fiesta de verano del colegio en que descubrí mi verdadera vocación de barman coctelero… ¿Y de tu baile gallinaceo? Pues sí, también de mi baile gallinaceo.

Os hablaré de eso y de mucho más, porque aunque no lo haya escrito, durante este tiempo, mi vida, se ha convertido en un sueño delicioso.

viernes, 7 de mayo de 2010

Sensaciones

1.
Se echó a llorar. No llores, mujer, le dije. Déjame que me desahogue, contestó. Había aguantado las mentiras y excusas de su marido durante dos horas y necesitaba reventar. No dije nada. Lloró mansamente y en silencio.
2.
Entré en la empresa, última y orgullosa planta de un rascacielos de Madrid. Tristeza, ceniza y polvo. Cajas en el suelo, luces apagadas, esqueletos de dinosaurios, decadencia, regulación de empleo, concurso de acreedores. Y abogados en una mesa, discutiendo, mordisqueando despojos.
3.
Cansancio, astenia primaveral, ardor en la sangre.

Y ahí os dejo una buena canción de Train ("Hey, soul sister") que oí esta navidad y huele a verano, a sal, a mar, brisa y verde.

martes, 27 de abril de 2010

La mujer de los cien zapatos

El ser humano no está preparado para los finales, para asumir que las cosas se terminan, para amanecer un día pensando que puede ser el último. Por eso la mujer se quedó muda, cuando abrió la puerta en pijama. Al otro lado esperábamos los funcionarios de la comisión judicial, mi procuradora, dos policías locales, el cerrajero, mis clientes y yo. Antes de que pudiera balbucear una excusa, la agente de la policía local le advirtió que el juzgado había señalado el lanzamiento del desahucio para las once de la mañana de hoy y que debía abandonar la vivienda de inmediato.
Se quedó petrificada.
Eran las once y diez minutos de la mañana.
Pasamos a la vivienda. La mujer comenzó a balbucear, con el miedo en el cuerpo. Miedo al más allá, al día después, a los minutos siguientes. No puedo pagar, decía. Conté unas sesenta botellas de alcohol, primeras marcas en alimentación, cosméticos y limpieza, climatizador… Y más de cien zapatos y ropa moderna y de calidad. La miré en silencio. Veintiséis meses sin pagar la renta y más de cien zapatos, algo falla, pensé.
Apenas unos minutos después de las doce la dejé en la puerta de la calle, con cinco bolsas y alguna maleta. En la calle. Me fui a tomar un café con mis clientes, ajeno a todo, como el verdugo que se rie al ver rodar la cabeza más allá de su hacha.
No me da pena.
No.

jueves, 22 de abril de 2010

Recupero la fe

Vicente cogió una piedra y golpeó varias veces el cristal blindado del restaurante hasta hacer un agujero. Pensaba entrar y desvalijar la caja, pero un vecino avisó a la Policía Nacional. Le detuvieron cuando se escondía a un centenar de metros. Eran las tres y pico de la mañana. Vicente tenía antecedentes penales como para hacerle sospechoso de casi cualquier cosa que hubiera pasado aquella noche en la ciudad.
Eso decía la fiscal. Esa era su película.
Yo conté otra. Vicente estaba recogiendo colillas del suelo para hacerse un cigarrillo cuando le detuvo la policía. Nada más y nada menos. Eso es todo lo que teníamos. Un tipo desarrapado recogiendo colillas a las tres de la mañana. No tenía marcas en las manos de haber tirado piedras, ni aparecían sus huellas en el cristal. No había tratado de huir. Solo era un tipo sucio con una docena de colillas en los bolsillos. No había testigos. El vecino no le vio o no le reconoció o no le quiso reconocer.
Miro la sentencia y hago memoria. Defendí mi película con vehemencia, apretando a los testigos, ridiculizando la otra versión.
Y mi película ha ganado el Oscar.
Han absuelto a Vicente.
Algunas veces la justicia te da una alegría de éstas y recuperas un poco la fe en aquello que se llamaba "presunción de inocencia"; porque al parecer son los jueces los que imparten justicia y no los periódicos, las vecinas y los corrillos de café.
[No sé si mi película está basada en hechos reales, porque no sé qué es lo que pasó. Yo no hago justicia, solo defiendo a mis clientes]

martes, 30 de marzo de 2010

El Molino

huele a mi dulce infancia.
La presa, el rio, la isla, los chopos, la central, la cuadra, las literas; cada habitación, cada teja, cada piedra despiertan recuerdos, sueños y sonrisas.
Años y años, uno detrás de otro, cada verano, cada invierno…
Una vida –la de mi familia– que viene y va, que nace y crece, que vive y que muere.
Retazos, resúmenes, recuerdos adheridos a cada esquina de los que se han ido y de los que quedamos con ansias de vivir.
Allí el tiempo se queda suspendido y habla, habla sin parar: cuenta cuentos, historias que han pasado o que están por suceder.
Todo me habla de esperanzas.
En el Molino todo es fresco y joven.
~ ~ ~
Allí me refugio de vez en cuando, pensando, mirando, sintiendo.
Merodeando por las esquinas de mis recuerdos, disfrutando del presente.
O soñando con el futuro.

miércoles, 24 de marzo de 2010

El turno de oficio (II)

Un día alguien del Centro de la Mujer de Almagro tuvo la magnífica idea de sacar un folleto llamado “Recursos para ti” en el que ofrecer información y ayuda para las mujeres maltratadas “por parte de sus maridos o compañeros” o para las que están en situación de riesgo. Tuvo la idea y lo hizo. Y añadió las razones por las que no había que acudir a los abogados del turno de oficio especializados en violencia de género: “abogados no especialistas y poco concienciados con el tema”. Hay que jorobarse.
Me repito despacio: no especialistas y poco concienciados con el tema. Me hace pensar. Me pregunto cómo será la cara –el verdadero rostro– de la persona que hizo el folleto y diseñó su contenido. ¿Qué sabrá ella? ¿Conocerá con exactitud los requisitos que el Colegio de Abogados exige para entrar en ese turno específico? ¿Qué sabrá de los dos años de Escuela de Práctica Jurídica, de los tres de ejercicio y de la prueba de capacitación profesional que deberá superar para formar parte de ese selecto turno? ¿Tendrá idea del curso de especialización y de los cursos de reciclaje que debe superar el letrado que pretenda prestar sus servicios en “violencia de género”?
Parece ser que son mucho mejores las abogadas de no sé qué asociación especializada que tiene un convenio con la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y que dicen prestar un servicio gratuito (¡letradas que, por cierto, pertenecen al turno especial de violencia de género de mi colegio de abogados! ¡El colmo!). Parece ser que hay que justificar la subvención millonaria y que la mejor manera de hacerlo es engañar a las mujeres que sufren la lacra del maltrato con intereses sucios y partidistas. Parece ser que la demagogia y la mentira es la mejor manera de imponerse. "No especializados y por concienciados con el tema": demagogia en estado puro, publicidad barata, estalinismo de aficionado, intereses podridos y partidistas...
Política, otra vez. No dejo de sorprenderme porque no me puedo creer que la patética política se meta en los sentimientos de quien sufre, como burro en chatarrería. No me lo puedo creer. No, no me callo, no puedo hacerlo: soy abogado del turno de oficio desde hace ya unos cuantos años. No pertenezco al turno de violencia de género, pero me he hartado de combatir contra los letrados que sí están y sé que lo hacen mejor que las mujeres juristas de no sé qué asociación. Sé que los compañeros del turno son independientes, que no obedecen a directrices de no sé muy bien quién, que cobran malamente por un trabajo técnicamente perfecto y que defienden a las mujeres maltratadas como si fuera el único asunto que tienen. Lo sé porque lo he visto, porque lo veo a diario.
Es injusto, es patético, es demagógico y huele a podrido que ese “alguien” de aquel centro de la mujer (dependiente orgánicamente del Instituto de la Mujer de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha) insulte a mis compañeros. Porque me insulta a mi y al colegio y a todos los colegiados. Por eso no hay que extrañarse de que reaccionemos duramente. Y que lleguemos hasta el final.
Y sí, estoy enfadado.
PD: aquí, aquí, aquí, aquí y aquí unas cuantas noticias y videos.

jueves, 11 de marzo de 2010

Consejos para un joven abogado

1.- De un juez
No sea coactivo interrogando. Me pierdo y enfada al interrogado.
2.- De un abogado
Nunca des nada por sentado. No te fies ni de tu padre. Estudia para ser el mejor.
3.- De un amigo
El puñetazo en la mesa es el último reducto. Rompes cualquier posibilidad de hacer cualquier otra cosa. Detrás no hay más pasos y no hay vuelta.
4.- De alguien a quien quiero
Haz lo que te dé la gana, pero que no sufra tu hígado.

[Y, ahora que lo pienso, ¿hasta cuándo podré ser joven abogado?]

miércoles, 3 de marzo de 2010

Chocolate

Me encanta. No siempre fue así, pero el caso es que ahora me encanta. He probado de todos los tipos y tamaños, experimentando con los sabores como un explorador en busca del tesoro. Un tesoro que –como muchas otras cosas deliciosas– el viejo mundo encontró en el nuevo.
Bebed, dijeron los mayas.
Y los exploradores bebieron.
Bebida de reyes, dijeron.
Y los soldados bebieron. Sintieron el delicioso beso del chocolate y sucumbieron a la maldición de Moctezuma, enamorados de una tierra que les regalaba una vida nueva.
Yo también he sido maldecido. Yo también he bebido, como un conquistador. Y alimentado por su beso he caminado días y noches, sin cansarme, sin necesidad de otro alimento.

PD: me han regalado chocolate. Mi preferido hasta hoy era el Ghirardelli. Ahora, por razones que sería largo de contar, me enloquece el zChocolat. Y para que no os pongáis a pensar mucho, os dejo con Regina Spektor y una canción que me emociona y que canto a menudo.

martes, 23 de febrero de 2010

Malicia

No me extrañó que me dijeran que lo tenía esperándome, porque le había enviado una carta muy dura. Me gusta confiarme a mi primera impresión así que no me extrañó ver la malicia en sus ojos y en los de su madre anciana cuando entré en la sala de juntas. Me puse en guardia. El hombre adeudaba cinco meses de renta a mi cliente. Enarboló la carta delante de mi cara como si fueran las noventa y cinco tesis de Lutero; decía estar indignado con las infamias que ahí se decían.
He pagado hasta la última peseta, rugió.
Demuéstremelo, le dije sin perder la paciencia.
Y comenzó a revolver papeles. Me bastaron cinco minutos para estar harto de aguantarles así que así que crucé los brazos y me recosté en la silla. Comencé a estar incómodo. La mesa se llenó de papelotes: recibos de renta, ingresos de la basura, gastos de pequeñas reparaciones, facturas de Vodafone, pagos de no sé qué… Pero los cinco meses que debía no aparecían por ningún sitio. A los diez minutos dejé las manos encima de la mesa y gruñí: no dejo de tener la sensación de que me toma por tonto y pretende tomarme el pelo así que seré muy claro, o paga en cinco días o le echo de la casa en menos de un mes.
No se asustó demasiado, quizá porque conocía que los engranajes de la justicia funcionan como siempre. Total, que se fueron como habían venido, indignados, incomprendidos y deudores.
El jueves nos vimos de nuevo en el pasillo del juzgado. Nunca fue tan fácil un juicio: el hombre, acompañado por la sombra eterna de su madre, reconoció que no había pagado, que debía ocho meses de renta y los recibos de la basura. Y que ya había dejado la vivienda y me traía las llaves.
El juez le cortó cuando pretendió sacar su lista de cuitas y desventuras.
Le miré. Es el típico caradura, pensé. Se aprovecha de la gente buena y les deja empantanados de deudas. La crisis le ha convertido en una alimaña. Sobrevive, entre desahucios, rentas sin pagar y ejecuciones imposibles. Bajo su aspecto inofensivo se esconde un caradura. No es el rey de esta jungla, pero sobrevive.
¿A quién engañará ahora?

domingo, 14 de febrero de 2010

Tengo suerte

Esperábamos en el pasillo, ya con la toga puesta. La fiscal sostenía que había entrado en un bar, haciendo un agujero en un muro, para robar la recaudación de la caja y de las máquinas recreativas. Hablábamos de todo y de nada. De la vida, de su vida, para ser más exactos; de su futuro más allá del juzgado y del certificado de antecedentes penales.
Mira, Néstor, cuando salga de aquí, solo pensaré en cómo conseguir algo de dinero.
Ya.
Un bolso descuidado, un coche abierto, una cartera… Cualquier cosa.
Ya.
Mi vida no es fácil, ¿sabes?
Mira, la vida no es fácil para nadie. Podrías ser cualquier otra cosa. ¿Has intentado trabajar?Robar no es la solución.
Ya. Lo sé. Pero a mi no me lo han repetido una y otra vez desde pequeño, ¿sabes? Por eso es más difícil.

La mayor parte de la gente tiene lo que se merece. Otros no.
Y así me quedé, atascado en ese pensamiento el resto del día.

viernes, 22 de enero de 2010

Uh!

“Uh
is
the
sound
that the mother makes when the baby breaks”



[Y ahora –veintiséis años después– volverá el grito, el dolor, el desmayo. Abrirá mi carta y leerá una y otra vez que su hijo estará en prisión los próximos 725 días de su vida. Necesitará sentarse y llorar y dejará que la carta se caiga al suelo y no querrá consuelo. Y quizá decidirá entonces que permanecerá cada uno de esos setecientos veinticinco días a su lado, cerca de él, para lo que quiera. Aprenderá a leer y escribir solo para mandarle cartas. No, no lo abandonará, aunque haya hecho las cosas mal, aunque haya malgastado su vida. Es su madre. Seguirá a su lado]

lunes, 18 de enero de 2010

The road

Piensa –deprisa– una lista.
Y pensó. Cocinar contigo. Montar en bici. Subir montañas. Tumbarnos en la hierba. Ver las estrellas. Mirar el valle. Viajar. No hacer nada. Trabajar. Soñar con cada amanecer. Pasear de noche. Azul. Verde. Sentir el viento en la cara. Oler a tierra mojada. Caminar bajo la lluvia. Ansias de eternidad. Praga. Roma. Paris. Nueva York. Estocolmo. Una cerveza. Dos tintos de verano. Mi paella. Nieve. Frío. Calor. El mar. Noches de Luna llena. Mi inglés. Tu castellano. Una promesa. Tous.
Y eso –todo eso–, ¿cuánto nos durará?
La eternidad.
¿Lo sabes?
No, pero cuando se termine pensamos en más.
¿Sin planes?
Sin planes.
Una sorpresa.
Me encanta.