martes, 23 de febrero de 2010

Malicia

No me extrañó que me dijeran que lo tenía esperándome, porque le había enviado una carta muy dura. Me gusta confiarme a mi primera impresión así que no me extrañó ver la malicia en sus ojos y en los de su madre anciana cuando entré en la sala de juntas. Me puse en guardia. El hombre adeudaba cinco meses de renta a mi cliente. Enarboló la carta delante de mi cara como si fueran las noventa y cinco tesis de Lutero; decía estar indignado con las infamias que ahí se decían.
He pagado hasta la última peseta, rugió.
Demuéstremelo, le dije sin perder la paciencia.
Y comenzó a revolver papeles. Me bastaron cinco minutos para estar harto de aguantarles así que así que crucé los brazos y me recosté en la silla. Comencé a estar incómodo. La mesa se llenó de papelotes: recibos de renta, ingresos de la basura, gastos de pequeñas reparaciones, facturas de Vodafone, pagos de no sé qué… Pero los cinco meses que debía no aparecían por ningún sitio. A los diez minutos dejé las manos encima de la mesa y gruñí: no dejo de tener la sensación de que me toma por tonto y pretende tomarme el pelo así que seré muy claro, o paga en cinco días o le echo de la casa en menos de un mes.
No se asustó demasiado, quizá porque conocía que los engranajes de la justicia funcionan como siempre. Total, que se fueron como habían venido, indignados, incomprendidos y deudores.
El jueves nos vimos de nuevo en el pasillo del juzgado. Nunca fue tan fácil un juicio: el hombre, acompañado por la sombra eterna de su madre, reconoció que no había pagado, que debía ocho meses de renta y los recibos de la basura. Y que ya había dejado la vivienda y me traía las llaves.
El juez le cortó cuando pretendió sacar su lista de cuitas y desventuras.
Le miré. Es el típico caradura, pensé. Se aprovecha de la gente buena y les deja empantanados de deudas. La crisis le ha convertido en una alimaña. Sobrevive, entre desahucios, rentas sin pagar y ejecuciones imposibles. Bajo su aspecto inofensivo se esconde un caradura. No es el rey de esta jungla, pero sobrevive.
¿A quién engañará ahora?

domingo, 14 de febrero de 2010

Tengo suerte

Esperábamos en el pasillo, ya con la toga puesta. La fiscal sostenía que había entrado en un bar, haciendo un agujero en un muro, para robar la recaudación de la caja y de las máquinas recreativas. Hablábamos de todo y de nada. De la vida, de su vida, para ser más exactos; de su futuro más allá del juzgado y del certificado de antecedentes penales.
Mira, Néstor, cuando salga de aquí, solo pensaré en cómo conseguir algo de dinero.
Ya.
Un bolso descuidado, un coche abierto, una cartera… Cualquier cosa.
Ya.
Mi vida no es fácil, ¿sabes?
Mira, la vida no es fácil para nadie. Podrías ser cualquier otra cosa. ¿Has intentado trabajar?Robar no es la solución.
Ya. Lo sé. Pero a mi no me lo han repetido una y otra vez desde pequeño, ¿sabes? Por eso es más difícil.

La mayor parte de la gente tiene lo que se merece. Otros no.
Y así me quedé, atascado en ese pensamiento el resto del día.