jueves, 10 de marzo de 2011

Que no todo fue naufragar

Marcelo entró a trabajar en el supermercado en febrero. Llevaba unos meses en España y después de dar algunos tumbos, consiguió por fin un trabajo que le permitiera pagar una habitación.
Él era reponedor, Margarita cajera. Y los dos cubanos, jóvenes y buena gente. Con ellos, con los dos, llegó el sol, la salsa y el baile al supermercado. Poco a poco, sin darse cuenta, víctimas del horario y el trato, forjaron algo extraño y maravilloso, construido con pequeños detalles, bromas, llamadas perdidas, sonrisas y gestos y algún roce furtivo e inesperado. Y un día descubrieron que se necesitaban, que estaban enamorados.
Pero Margarita estaba casada.
Primero fueron sus compañeros, luego algunos clientes y después Alberto, su esposo, quien se dió cuenta de ese algo que había entre los dos. Y el secreto dejó de serlo. Entonces Alberto, febril y comido por los celos, urdió su venganza. Venganza, sí, porque sucede a menudo que los hombres más ruines, atacados en su orgullo, reaccionan de las formas más viles y despreciables.
Una tarde Alberto cogió todo el dinero de la caja de Margarita y lo escondió en el abrigo de Marcelo. El resto fue coser y cantar. ¿Dónde está el dinero? No sé. Eh, tú, ven aquí: ¿dónde está el dinero? ¿Qué dinero? No te hagas el idiota, solo estabas tú. Pero, ¿qué dices? ¡Tienes el dinero! No, no lo tengo. ¡Vuelve, no huyas! Escándalo. Marcelo echa a andar por la calle, seguido por Alberto y su teléfono móvil. Policía, detención, cacheo y dinero.
Esta es, en resumen, la historia que me cuenta Marcelo, entre sollozos, con el corazón partido y un saldo vital demoledor.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Vivimos del cuento

Ayer tuve el privilegio de escuchar a D. Antonio del Moral García, fiscal del Tribunal Supremo y persona excepcional, en el marco de unas jornadas sobre las reformas del Código Penal, que ha organizado el Colegio de Abogados de Ciudad Real. La ponencia fue técnicamente impecable, amena y salpicada de consejos, sugerencias y explicaciones de verdadera utilidad. Nos tuvo con la boca y la mente abiertas durante casi dos horas, hasta que –al llegar al final– terminó con una aguda crítica a nuestro sistema penal: contó la historia de una niña preciosa de cara pálida y pelo caoba a la que llamaron Blancanieves. Su madrastra venía haciendo sondeos de opinión sobre su madura belleza, hasta que un buen día el espejitoespejito le dio la fatídica noticia: Blancanieves era sin duda la más bella. Molesta con la noticia decidió asesinarla. Encargó a un soldado que se la llevara al bosque y le quitara la vida, pero el buen hombre, aturullado con la belleza de la muchacha, la dejó huir, mató a un ciervo (primero de los delitos del cuento, uno contra la flora y fauna) y le presentó el corazón a la madrastra. Blancanieves llegó a una cabaña del bosque construida en suelo rústico (delito contra la ordenación del territorio) y sin pensárselo dos veces, entró en la ilícita edificación (allanamiento de morada). Cuando llegaron los enanitos, perdón, los ciudadanos de verticalidad limitada (lejos de mi insultar a personas aquejadas de minusvalía), cantando como siempre (no hay que preocuparse, pagaban el canon a la SGAE) se ablandaron con la historia de Blancanieves y le dieron cobijo, a condición de que se hiciera cargo de las tareas del hogar, como planchar, lavar, coser, hacer la comida, etc. (delito contra los derechos de los trabajadores, porque los ciudadanos de verticalidad limitada no le hicieron contrato, ni le dieron de alta en la Seguridad Social). No recuerdo cómo, pero finalmente la madrastra se da cuenta de que Blancanieves seguía viva y llega el momento de la manzana y el letargo y el príncipe que comete el error de besar a la muchacha (¡zas! Mujer privada de sentido… Atroz delito de agresión sexual).

Finalmente con el soldado, los enanitos, Blancanieves y el príncipe en prisión, la madrastra se ha salido con la suya, porque el legislador ha olvidado castigar a quien manda matar a otro.

FIN