Veneno. Veneno en mis
venas y en las tuyas. Dulce veneno, deliciosa mordedura de serpiente venenosa. Bebedizo,
pócima, brujería maravillosa y antigua. Así vivimos tú y yo cada día,
respirando a bocanadas del mismo veneno, consumiendo cada día como si fuera el
primero y el último.
Y ahora, de súbito, casi sin
darnos cuenta, una fruta maravillosa de ese precioso veneno nos ha trastornado.
El veneno, la sonrisa de Dios Que Vive con Vida Propia, se adueña de cada uno
de nuestros pensamientos, del futuro del minuto siguiente y del domingo que
vendrá. El veneno –me dices– bebe ahora de mi y los dos de él.
Y sonríe.
Da patadas.
Se mueve en un burbujeo
de vida propia cargado de expectativas.
Nos despierta, nos hace
sonreir, nos da un futuro más allá del que nunca imaginamos y que ahora vale la
pena solo por él.
Y allá, en la lejanía, el
horizonte de seguir bebiendo de tu veneno dulce del que nos alimentarás a
todos.