domingo, 31 de agosto de 2008

Y al final llegó el final

Con demasiadas horas de despacho encima y el ánimo embotado por la losa de una conversación inquietante, llamé a tu casa. Para variar llegaba tarde. Cristina me recibió en el pasillo con una sonrisa que me hizo olvidar todo. ¿Quieres una cerveza? Siéntate. ¿Ponemos el aire? Estás más moreno ¿Qué tal la bici? Me has dado mucha envidia. Y tú a mi... Sonreí. In Arcaida ego, pensé. Allí estaban Julián, su novia y María José, esperándome, aunque dijeran lo contrario.
Brindamos con la primera copa de vino, creo que dando la bienvenida al mundo real, que debería empezar el lunes. Hablamos sin parar, llenamos y rellenamos las copas, nos reimos y disfrutamos de un cordero excepcional mientras la noche avanzaba sin darnos cuenta. Podría haber estado horas en tu casa, pero todo se acaba, como los hielos en aquel whisky, así que nos despedimos. Servicio completo: cena, copas y ahora te acompañamos a casa, dijo Cris riendo.
Muchas gracias por todo, os dije. Y como creo que me quedé corto os lo digo así.
De vuelta, disfruté de la noche, con las manos en los bolsillos, despacio por las calles vacías. Bebiéndome el final.

Y ahí va una buena canción para despedir el mes de agosto y muchas otras cosas. A partir del lunes, más insólitas aventuras.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Mi verano

¿Qué tal tu verano?
No ha estado mal. Aquí, en casa y trabajando. ¿Y tú?
Bien. Muy bien. Estuve en un lugar remoto y perdido de Cantabria.
Y, ¿con qué te has quedado?
Con el sol. Y el verde, miles de verdes. Y el azul del cielo y el blanco nuclear de las nubes. Y los bosques de hayas y de madroños. Y las águilas y los buitres y los pajarillos y las vacas y los caballos y los ciervos, manadas de ellos. Y con el viento, a veces cargado de mar, otras seco y siempre despiadado, veloz, con prisa para llegar a no sé dónde…
Sigue. ¿Con qué más?
Pues con los amaneceres de manta y frío y lluvia. Y con las tardes en que la niebla entraba por el valle y me sorprendía mirándola, hasta que oscurecía el cielo y me dejaba empapado y aterido. Y con los días de playa y las noches de luna y estrellas. Y con Luarca y Santander y Proaño y con aquel Limpias del que no llegué a ver lo mejor. Y con Brañavieja y el Saja y el Cuchillón, el Cordel y Tres Mares y las cervezas y los langostinos y el pescado y la cecina de caballo y la Bodega Pepe y aquella chica tan maja que me dejaba usar internet y aquella otra pechugona que me cobraba por conectarme.
Ya estamos.
Y con Echebe pinchando y con Periplán y Carlos –el rey de la ola– y con aquella noche en Santoña, comiendo sardinas y riéndonos con la camarera aquella tan borde. Y con las bicis. Y con mis amigos. Y con esos helados. Y con los que me escribisteis y con los que me comentásteis. Y con los que mirasteis la luna y las estrellas. Y con los que os bañáis en mares lejanos y montáis en bici con casco y sin él. Y, desde luego, con los que me habéis esperado.

martes, 19 de agosto de 2008

Resistir para acometer

El teléfono tiene algo de perverso. De pronto alguien de dentro del mundo se acuerda de ti y marca tu número. He probado a permanecer impasible mientras suena, pero soy incapaz. Ayer, apenas lo encendí, me pillaron con el móvil en el bolsillo, acunado por el balanceo hipnótico de un columpio, mientras miraba la nube subir desde el valle. Distraído con una vaca y su ternero que pastaban a mi lado iba dejando que el sol se oscureciera, que el día muriera. El móvil sonaba.
–Oye, que no me han llamado de notaría y hace ya diez días que firmamos la escritura. ¿Qué hago?
–¿Crees que podrás adelantar la declaración en el juzgado? Es que el veintiocho salgo de viaje.
–No te lo vas a creer, pero se me olvidó decirte que el testigo esencial es no sé quién; y he pensado que quizá podríamos proponerlo…
–Oye, ¿qué es eso que suena allí? ¿Un cencerro?
–Me tratan fatal, ¿cuándo vienes?
–¿Te has apuntado ya al Congreso de la Abogacía Joven de Valencia?
–¿Estás ya de vacaciones?
–¿Estás ahí?
–¿Néstor?
Como el dueño del faro –seco y seguro– escuchando la llamada del barco perdido en medio de la tempestad, como el general al que le llegan los ruidos del combate lejano, al otro lado del teléfono, escucho, sorteo unas preguntas, doy soluciones a otras y me conmuevo con alguna; a cientos o miles de kilómetros, tan lejos y tan cerca. Pensando solo en columpiarme, en descifrar el mapa de mi vida, en la ruta de mañana, en dejar pasar el día. Pensando solo en llegar a la noche, respiro y digo, sonriendo:
–Sí, estoy de vacaciones, pero cuéntame.

lunes, 11 de agosto de 2008

Días de sol y noches de luna

Hace dos días, descenso vertiginoso de dieciocho kilómetros. Hacía frío. Huíamos de la nube y del agua y bajamos con rabia, ansiosos por llegar a la siguiente curva y derrapar y volar. Las bicis saltaban, veloces, ebrias de libertad. Había acebos a cuarenta kilómetros por hora. Y ríos. Y rincones oscuros y mágicos. Y hierba. Y prados donde tumbarse a mirar un sol tímido que se escondía entre las nubes y que teñía el aire de plata. Pero solo importaba huir de la nube. Llegar antes, más rápido. Galopar. La vida deprisa.
Ayer, una pequeña ruta de unos doce kilómetros, con una subida tensa y técnica, bajo el sol. Me duelen las piernas. Vistas sobre el valle y nuevos caminos. Abajo, casi a mi altura, tres buitres leonados jugando con el viento. Les miré y creo que me miraron; al menos uno, joven, de sangre ardiente y vuelo estable. Noventa y cinco pulsaciones de media a mil quinientos metros de altura. De noche miré la luna, encima de la montaña. ¿Cuánta gente querida estará mirando la luna a estas horas? Mírala mañana y allí estaré.
Hoy, trialeras y caminos de cabras y caminos que se apagan detrás de mi rueda porque nunca existieron. Me he caído: he saltado por encima de las orejas de la bici. Se ha doblado el eje. Maldición y reparación de urgencia. ¿En qué piensas? En seguir. Laderas de hierba. Vacas y caballos. Rampas y ríos. Islas de civilización. Una familia con la que intercambio información. Leo estos días que la libertad consiste en estar por fin a merced de nosotros mismos. Yo he sido hoy esclavo de la velocidad, del viento, del aire y las piedras, los árboles y las curvas vertiginosas y las pendientes imposibles… Pero, ¡ah!, qué dulce esclavitud.
¿Y mañana? No sé qué será de mí mañana. Aún no. Pero pienso mucho en ello.




lunes, 4 de agosto de 2008

En verdes praderas

Nos detuvimos. Me sequé el sudor y miré para atrás.
No se oye nada, pensé.
Pero me equivocaba. Se oía el viento y el grito de una rapaz allá arriba, sobre nuestras cabezas; y los cencerros –clonc, clonc– de las vacas y un relincho de un caballo lejano. Se oía mi corazón, bombeando sangre ardiente y revolucionada y la hierba crecer y la vida bajo mis pies. ¡Espera! ¡Ahora lo oigo! Y escuché atento. Y pensé, ¡qué equivocados tengo algunos conceptos, como, por ejemplo, el del sonido!
Nos subimos de nuevo en la bici, pedaleando con furia para llegar más arriba, más alto. Como fugitivos. Huyendo.