miércoles, 31 de diciembre de 2008

Un año que se marcha

Pensando en qué decir para acabar el año me encuentro con un cruce de mensajes telefónicos que me enseñan dos de mis mejores amigos. Copio y pego:
1º.- “Tu nombre es peligro, le dijiste. Y allí la dejé, entre expertos cazadores cazados. Un abrazo”.
2º.-Cuidado. Los viejos del lugar cuentan que los hermosos gatos de ojos de lluvia devoran a los hombres que se adentran en la selva. Las fieras siempre lo son y son más peligrosas si llevan piel de cordero. Mogli era un muchacho, no temía a la fiera y se adentró en la espesura. Pero Mogli era Mogli y yo no soy más que un pobre mortal muy débil. Evitemos la selva”.
Evitemos la selva, repito yo hoy.
Y pienso que no es mal propósito para el año que entra.
¡Feliz año a todos!

jueves, 25 de diciembre de 2008

Todo lo que quiero para mi vida

De entre todos los nombres, títulos, merecimientos, regalos y reconocimientos que me han dado en mi vida –justos e injustos– me quedo con uno, el de “Pregonero de la Navidad”. Es el único del que estoy verdaderamente orgulloso, el único que hace valioso el curriculum de mi vida, el único que me hace un poco presentable... El único que me importa. Y tanto que sé que cuando me presente ante san Pedro al final de mis días, desnudo, como los hijos de la mar, me haré llamar así: Néstor, pregonero de la Navidad. Y habrá que quien se sonría allá arriba.
El pasado 19 de diciembre la asociación “El Galán de la Membrilla” me concedió la oportunidad de dar el pregón de Navidad al pueblo de Membrilla. Comenzaron con unos villancicos –Madre, en la puerta hay un Niño– y con la presentación de Paqui, exagerada pero cariñosa (y con un valor añadido que nunca sabré agradecer, pero que la hace doblemente valiosa). Temblando de emoción subí al estrado y anuncié el acontecimiento más grande de la humanidad con palabras torpes e inseguras. ¡Qué extraña mezcla de sensaciones se experimentan entonces! La noche. Oscuridad. El misterio, manoseado por un pobre hombre; balbuceos de quien querría entender, pero no entiende. Ideas lanzadas al viento. Palabras. Y al otro lado, el pueblo silencioso y vigilante, como aquellos pastores de Belén, que dormían ajenos a la Noche Dulce, al Suceso-Por-Encima-De-Todos-Los-Sucesos...
Terminé:
“No quiero terminar sin acudir a la Virgen, a Nuestra Señora, la Madre de Dios, la Virgen del Espino. ‘¿Quién te verá el año que viene?’, le decís cada año, en una súplica de hijo enamorado. ¿Quién te verá, madre, el año que viene? Bienaventurado sea el que te vea, aquí, con los pies esta bendita tierra de Membrilla. Y bienaventurado sea el que, habiendo dejado esta tierra y en compañía de los seres queridos, disfrute de tu presencia en el Cielo, en la casa definitiva.
Sea como fuera, aquí o allá, quiero pediros un favor: que le pidáis a Ella por mí, por este pobre abogado, que ahora además se siente hijo adoptivo de Membrilla.
Muchas gracias y feliz Navidad.”

Y el pueblo estalló en un aplauso que podría ser para el anunciador, pero que eran para el Anunciado. Recogí mi galardón –Pregonero de la Navidad– y lo estreché como a un tesoro, saludé y me uní al aplauso para la Esperanza de las Naciones.
–¿Qué tal? –le dije a mi madre.
–A tu padre le habría gustado ­–me dijo.
Y eso me basta. Me llena de orgullo.
Gracias Paqui, Pepe, Ricardo y José Carlos, gracias a todos, de veras, por darme la oportunidad de ser alguien, de tener el único título que quiero para mi vida.

martes, 23 de diciembre de 2008

Feliz Navidad

Salí corriendo de la comida del despacho, me cambié y recogí a Julia. Cuando llegamos al supermercado, Carmen, varios amigos, media docena de fiscales y un puñado de abogados llevaban una hora y media llenando carros y bolsas. Cruzamos dos o tres palabras: este año hemos batido récords, tenemos cuatro mil euros, hemos repartido treinta y tantas bolsas de comida esta mañana, hay que darse prisa… Apenas me dio tiempo a saludar, porque la movilización era absoluta: todo el mundo estaba haciendo algo y cada uno sabía qué tenía que hacer. Llenamos el coche de Manolo de comida y nos fuimos a un poblado de rumanos, a repartir comida. Los niños, diez o doce, revoloteaban sucios y obedientes entre nosotros, recogiendo bolsas, packs de natillas y sonrisas. Celia, en el coche, se miraba la mano: tenía el pelo sucio, lleno de tropezones, pobrecito. No dijimos nada.
Más carros, más comida, más garbanzos y arroz y lentejas y aceite y chocolate y latas y esperanza para quien la ha perdido. Jesús y yo nos sorprendimos de vernos con esas pintas: sin corbata, de incógnito. Los coches se llenaban y salían hacía domicilios particulares, poblados y conventos de monjas con prisa por llegar, por repartir y volver. María José, Arancha y su marido, coches, maleteros y asientos: fuego, movimiento y choque. María Luisa y yo, con el coche lleno de bolsas y gente nos fuimos al convento de santa Ángela de la Cruz. A las cuatro y media tenían una cola de gente que atravesaba la plaza. Tres horas más tarde no les quedaba comida para repartir y estaban cerrando la puerta. ¡Hermana! –le grité–: traemos comida. Abrió mucho los ojos, sonrió y me dijo: no nos queda nada, pero Dios siempre provee. Comenzamos a pasar bolsas y una monja de vista ágil compuso cuatro o cinco bolsas y se las repartió a los indigentes (familias enteras) que estaban aún en la puerta. Celia, María y Julia hablaban con las monjas.
Dios les bendiga, nos dijeron.
A mi no, hermana: a quien me envía.
Feliz Navidad, entonces.
¡Feliz Navidad!
Y al final se acabó el dinero. Era tarde, de noche ya. Unos se habían ido, con los últimos coches cargados y allí estábamos otros, custodiando el último carro, como los últimos de Filipinas. Se oía el ruido de las cajeras, tan familiar. Estábamos cansados. Carmen jugaba con un papel arrugado en la mano.
¿Sabes por qué hago estas cosas?
No dejó que contestara.
Pues por esto. Y me enseñó el papelote. Leí: “porque tuve hambre y me disteis de comer”.
Por Mateo 25, 35.


Ahí va una cancionceja. Que hace tiempo que no pongo nada. Y esta pega que es un gusto.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Déficit de atención

Era de noche. Salí de comisaría y me puse a andar de vuelta al despacho, entregado a mis pensamientos. Conozco poco de Ramón; no sé quién es, ni quien fue, ni mucho menos si pudo haber sido alguien diferente a la persona que es. Recuerdo haberle visto alguna vez en la puerta de una iglesia, pidiendo sin pedir. Jamás le he dado dinero. Nunca le he preguntado antes por su vida, nunca le dije “hola, qué tal, cómo estás”. Esta noche quedará en libertad y volverá a los bajos de los almacenes, a dormir entre cartones, como tantas otras noches.
Ayer estaba en comisaría, detenido por no saber dar explicaciones, por estar en el lugar menos adecuado en el momento menos oportuno. Nunca antes me pregunté dónde dormiría, ni a qué se dedicaba.
Ayer le estreché la mano por primera vez. Asistí a su declaración en comisaría y le dejé allí, esperando a que le dieran sus cosas. Caminé por la calle pensando en ese mundo que Ramón me ha enseñado, fabricado de cartones, mantas desechadas, noches frías, hambre… Un mundo en el que no hay sueños ni ilusiones ni navidad, ni domingos al sol, ni una vida mejor, ni el día después a ningún otro día. Un mundo con calles por las que nunca he caminado. Un mundo desconocido, oscuro, escondido.
Era de noche, pero abrí bien los ojos, fijándome en cada cajero, en cada esquina, tratando de descubrir una sociedad que se me ha escondido hasta ahora, a fuerza de no querer mirar, de no prestar atención, de no ver lo que tenía delante.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Brindis navideño

No hay divorcio que nos separe.
Ni mil años que pasen.
Ni tormentas, ni terremotos.
Seremos lo que queramos ser.
Al cuerno con el idiota; con todos.
Por nosotros, amigos.

No sé qué será de mi vida –de nuestra vida– en adelante, pero me temo que nos da igual. Si me lo pidierais, pondría un chiringuito de helados en el Polo Norte.
En la foto falta Santi, el amigo bueno. Pero estabas, porque allá donde estamos, estás tú.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Llegar a tiempo

Los pies fríos, la cabeza fría, las manos frías. Ruidos de los albañiles a escasos metros, abriendo agujeros; catas, decían ellos. Una pared medianera. Polvo, arena, escayola y cemento. Un pleito. Tres peritos. Y el abogado –yo mismo– de pie, en medio de la casa. Conmigo pero sin mi. Más golpes. Frío. Abre aquí también, decían. Vamos a ver cómo está el muro un poco más abajo, decían también. Suciedad. La casa se llenaba poco a poco de polvo. El frío trepaba, atravesaba los zapatos y subía por las piernas. Quieto y aterido, habría huido a cualquier otra parte. Me miré los zapatos. Sucios. Era el colmo del desvalimiento. Cerré los ojos. Suspiré. Y entonces, de la nada, mi cliente me pasó un cepillo por el abrigo. La miré. El gesto me reconcilió con el mundo, con la vida, con el pleito. Volví a la carga:
–¿Es suficiente?
–Creo que sí.
–No me vale. ¿Aguantará o no?
–No lo sé.
–Seguid. Estaremos hasta mañana. Hasta que me deis una contestación.
Me miraron sorprendidos, como al Lázaro resucitado. Había vuelto.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Paisajes diversos

Han sido unos días complicados. Además del trabajo –urgente y complejo– se unieron unas jornadas en la universidad sobre la ley de acceso a la profesión de abogado. Participé como ponente y como anécdota entre otros muchos ponentes y varios centenares de alumnos somnolientos que resolvían complicados sudokus o leían uno de los muchos periódicos que se reparten en la facultad. Solo reaccionaban al chantaje emocional, al lenguaje directo o a mis anécdotas sobre el inicio de la profesión. No me lo pasé mal. Entre otros, participó una muchacha de Garrigues, volcada por completo a vendernos su producto: somos los mejores, los más felices y los más mejores de nuevo; y estamos en medio mundo y sabemos chino y vengo de Estocolmo y os lo digo y me quedo tan tranquila… Era buena. Muy buena. Pero un burro es siempre un burro y nadie me lo puede vender como caballo. Al terminar, no obstante, le dije que me había convencido, que yo también querría ser un abogado feliz de Garrigues; pero ella y yo sabíamos que no lo decía en serio y nos sonreímos pensando una lo idiota que es el otro, y el otro en cómo lograr una sonrisa de muñeco de cera. Por allí estaban también dos abogados jóvenes: uno de la asesoría jurídica de Ferrovial y otro de Adarve Abogados, que, entre otras cosas, perdió su blackberry a las cinco de la mañana.
También habló Luis Manuel, abogado, amigo y compañero en la junta de gobierno del colegio. Habló de su experiencia como “abogado de pueblo”, con un discurso emocionado y sincero –ajeno a las elementales directrices del véndame vd. su moto– que levantó aplausos de los trescientos alumnos y la veintena de abogados que estábamos allí. El propio Joaquín García-Romanillos (elegante en la distancia) se vio obligado a aclarar que un abogado es un abogado, allá donde esté y que no es mejor la abogacía de Madrid que la de Almagro. Y una leche, pensé yo. Pero esa es otra historia, que ya contaré en otra ocasión.
El viernes visita a Herrera de La Mancha: dos clientes –uno detrás de otro– me esperaban detrás del cristal de seguridad y los barrotes. Al otro lado, tristeza, lejía y frío; sensaciones que la muchacha de Garrigues desconoce por completo.
Hablando de vendedores de humo, ayer participé en una comida coloquio que organiza la agrupación de jóvenes abogados. No quería ir, pero las circunstancias y una llamada al móvil me convencieron. Comimos con Manuel Marín, presidente que fue del Congreso de los Diputados y reciente predicador del cambio climático. Nos vendió sus ideas, despacio, en voz baja, con esa apariencia tolerante-recién-llegado-de-vuelta-de-todo que tanto me irrita. Dio caña a los otros, dedicó ironías a los suyos y nos habló de sus cosas, sin que pudiéramos arrancarle qué pensaba de algo, de cualquier cosa. A veces, solo a veces, ser políticamente correcto, es insoportable incluso para uno mismo.
Al terminar de comer me fui al despacho, a trabajar un poco y poner orden en varias cosas. La tarde transcurrió tranquila y al salir, sin darme cuenta, las luces de la navidad se habían encendido en mi ciudad. Ya es Navidad.

jueves, 27 de noviembre de 2008

La casa encendida

Últimamente hace mucho frío –apenas un triste grado, esta mañana– así que no es de extrañar que haya recibido con cierta frialdad a los peritos de los demandados. Mis clientes, sin embargo, estaban extrañamente animados. Han enseñado sus casas agrietadas como si fuera un museo: fíjense en esas grietas, aquella moldura, estas humedades. Hum… Qué maravilla, pensaba yo. Aquella grieta tiene forma de luna, pensaba también. Y me sonreía, mirando las molduras aztecas de la escayola del techo.
Los arquitectos apuntaban diligentemente, hacían fotos y se paseaban por la casa como el domador entre los leones. Al principio me mantuve alerta, pendiente de cada comentario, de cada mirada de los arquitectos. Pero me duró poco. A las dos horas paseaba por los pasillos como alma en pena. Medio aburrido, lanzaba miradas furtivas a los pedazos de realidad familiar que se escondían en cada casa: fotos, televisiones ultra-planas-de-plasma, paisajes plastificados de Van Gogh, recuerdos de un verano en Peñíscola, juguetes –miles de ellos–, cientos de películas y deuvedés, olores que se mascaban, gatos, perros y cobayas, patios, ventanas, cortinas, neveras, mecheros, invitaciones, cartas, miradas perplejas de familiares desconocidos y sonrientes, dibujos de niños, "te-quiero-mamá", adolescentes cuidando de bebés mientras chatean con amigos lejanos… Me deslizaba invisible como un cazador experimentado entre las intimidades familiares. Y juzgaba cada vida, cada familia. Estás triste, porque no puedes ser feliz con estos cuadros, me decía y al instante me sentía mal, por la frivolidad del pensamiento.
Cuántos libros, he dicho en una de las casas en un arrebato de sinceridad; hastiado de vulgaridad, quizá. Y se ha sonreído cuando he sacado “Matar a un Ruiseñor”. Lo he abierto y lo he olido, despacio, cerrando los ojos. Yo hago lo mismo, me ha dicho. Encima de la mesa, "Suite Francesa".
–¿Te está gustando?
–Sí, mucho. Hemos hablado. Tenía un brillo de inteligencia en los ojos y más de ciento cincuenta palabras para definir cada libro.
–Néstor, ¿nos vamos? Los peritos, desde la puerta, en su mundo de grietas y humedades y secciones de tubos y arquetas…
–Sí, esperad un momento. Pues tienes que leerte “Ardor en la sangre”, he dicho. Y me he ido. Y he salido sonriendo a la calle. Hacía frío. Pero el sol, por fin, calentaba.

jueves, 20 de noviembre de 2008

El orgullo

No es la primera vez que me pasa, pero en esta ocasión me ha dolido de veras. Un abogado me ha citado en su recurso de apelación para criticar lo que –a su juicio– fue una “actitud desleal”; así, actitud-desleal-del-letrado. El recurso todavía me cita unas cuantas veces más, sin mencionar en ningún caso que le gané el pleito con costas, que le desestimaron la demanda porque es un chapucero y porque no se prepara las cosas. Tampoco dice que la compañía de seguros para la que trabaja le ha tirado de las orejas. No, no lo dice.
Y me duele. Y me duele aún más que me duela, porque lo que me duele de veras es el orgullo. Ay, el orgullo. Es difícil de explicar. No hay nada peor que un corazón orgulloso herido: es como una marea desbocada y autodestructiva, que no descansa, ni duerme ni olvida. El orgullo envilece, sin duda. Te hace imprudente, antisocial, odioso. Y solo caes en la cuenta cuando es demasiado tarde.
He pensado en denunciarle al colegio por una infracción deontológica (sí, los abogados tenemos un Código Deontológico), desquitarme en mi escrito de contestación a su patético recurso, ponerme en contacto con la compañía de seguros para explicarles lo lamentable que es su abogado… Pienso en ello de noche. Y me duermo, apretando los dientes, arrullado por el ruido amargo de la venganza y del viento corriendo afuera entre las antenas. Pero luego llega el amanecer y me olvido. Y así un día y otro.
Mañana haré el escrito y pasaré por alto sus palabras.
Compórtate como un caballero, me han dicho. No. No lo haré por eso. Lo haré porque soy olvidadizo para lo bueno y lo malo. Porque yo soy así.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Cómo conseguir las cosas con una sonrisa

Entré en el juzgado. El ambiente era tenso. Quizá me lo pareciera a mi, porque la última vez que entré allí fue para discutir con un funcionario impresentable. Quizá me lo pareciera porque andaba alterado. No sé. Iba en busca de un informe de sanidad de una lesionada y de un juicio de faltas. Había tres personas y las tres ocupadas, una con el juez, otra con el café y la última –la que me interesaba–, con un procurador amigo. Había cierto barullo:
–¿Qué quieres?
–¡Lo quiero todo! –le dije. Nos reimos y me resolvió el problema. Y fuera, en la calle, pensé que quizá ese sea el problema: todo nunca es mucho. Pero es todo.



Dedicado especialmente al duque, al conde-duque, al marqués, a Mr. Paraguas y al muñe, por ese cruce de mails tan divertido de esta tarde (que ha logrado que sonría) y por esas cervezas que nos quedan por beber.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Dos recortes y dos relatos

Sé de piedra. No dejes que nada te perturbe. Haz lo que debes. Es anciana, pero no es tonta. Le tiemblan las manos. Pero, cuidado, sabe dominarse. De lo que ella diga, de la forma que tengas de llevarla, depende el pleito. Crees que tienes razón, haz que todos lo vean. ¡Ánimo! ¡Respira hondo! Que no se note. Estás preparado. Lo estás y lo sabes. Sabes qué debes hacer, cuáles son las preguntas y cuales las respuestas que quieres. Mírala. Mírala con mirada de hielo. Haz que te mire. Mírala a los ojos. No sonrías. No te muevas. Inquiétala. No le des tregua. Sorprende con esa primera pregunta, aprovecha que no está preparada, que se equivocará al contestar. Mírala. Ahora mira al juez. ¡Ahora! Dilo:
–Con la venia, señoría.
~ ~ ~
Una cosa son ilusiones, o deseos. Pero planes…
Me dijiste.
Y hoy me acordé, porque –hoy, ahora– estoy lleno de proyectos, de planes. Y de ilusión.
~ ~ ~
Era lunes y el funcionario pensó, mientras moría atropellado: qué mala forma, ay, de empezar la semana.
~ ~ ~
Mira los árboles.
Y el niño los miró.
¿Sabes por qué crecen tan altos? ¿Por qué son tan robustos, tan fuertes, tan verdes?
El niño no dijo nada. Miró a su hermano con los ojos muy abiertos.
Por las raíces. Porque se alimentan de tinieblas. Por eso tú y yo tenemos que ser malos para ser fuertes.
El niño miraba al árbol y a su hermano. Y ahora –ya mayor y herido en el corazón– piensa que ni un día, ni uno solo, se ha lamentado por el consejo malgastado.

martes, 4 de noviembre de 2008

Solo

Esta mañana el colegio me ha designado la defensa de un cliente del turno de oficio. He abierto la carta y he leído el nombre. Me suena, he pensado. Mucho. Le llevé un asunto hará cosa de un año o dos. He buceado en la memoria hasta que he dado con el recuerdo exacto: un robo, con mucho alcohol y una pelea como final de fiesta. Entonces era menor de edad. Ahora no y está en prisión. No sé el motivo, pero mañana me enteraré. Iré a verle, porque lo peor de la prisión es –sin duda– la soledad. La vida te prepara para todo, tiene antídotos para cualquier situación, para cualquier problema. Pero nadie te dice qué hacer cuando enloqueces de soledad. Me lo dijo el otro día una muchacha adolescente:
–¿Cómo está tu padre?
–Solo.
Su padre está en prisión, separado de una mujer que le teme y de unos hijos que no saben qué pensar. Solo, me dijo. Solo, pienso ahora, porque se me quedó grabado. El abogado no es el mejor amigo del cliente, pero, en muchas ocasiones, es todo lo que tienen.
Sí, iré a veros esta misma semana.

jueves, 30 de octubre de 2008

En el peor lugar del mundo

Era joven. Viajaba en el coche equivocado. Era divertido. Había buen rollo. Tío, Alfredo, tú sí que molas. Mola mazo, sí. Qué música más guapa. ¿Tienes fuego? Si, pincha. Dicen que estos coches pillan los doscientos. Sí, eso dicen. Vamos a sacudirle la carbonilla. Eso, eso, vamos. Pásame el agua. ¿Cuánto queda? Oye, ¿de dónde venías? No sé, de por ahí. Ah, de por ahí. Vale, vale. ¿Un piti? Vale. ¿Sabes algo de Antonio? No, hace siglos que no le veo. ¿Has llamado? No. Sube esta canción, que es tremenda. ¿Sigues con el boxeo? No, tío, lo dejé. Ahora trabajo. Bueno, ahora mismo no. Sí, ahora no, claro. Joder, la Guardia Civil. Frena, tío, que hay control. Mierda, están parando a todos. Pero, dijeron que aquí nunca se ponían. Joder, pues ya se ve que sí. ¿Llevan perro? Sí, joder, llevan perro. ¿Qué pasa con el perro? Eh, tíos, no me entero de nada. Calla, joder. Pero, tíos, ¿qué pasa? ¡Que te calles, leches! Dicen que pares. Sí, joder: ya paro. Apaga el motor, tío. Ya voy.
Buenas noches. Buenas, buenas. ¿Tiene la documentación? Sí, claro. ¿Pueden bajar del coche? Sí, joder, claro que puedo. Puedo echar un vistazo al coche. Si no hay más remedio. ¿Me abre el maletero? Sí, joder, sí.
Pero… ¿alguien me va a explicar qué pasa?
Pues pasa que te acaban de pillar en un coche cargado hasta las orejas de ácido.
Eso es lo que pasa.
Imbécil.



PD: no me gustan los traficantes. No me gustan los que destruyen la vida de los demás. No me gustan. Me dan asco. Pero a veces tengo que defenderles. Así somos.

martes, 28 de octubre de 2008

Hablando con mis amigos

1. El domingo.
–Tienes que ir.
–Ya.
–Es una sensación única esa de conocer los lugares que vio, de tocar, de oler, de mirar… Aún me asombro cuando pienso que estos pies han pisado dónde Él pisó.
Y pensé en esta boca mía de cieno. Y dejé de oírte.
2. Ayer.
–Vente y te invito a un café.
–No, muchas gracias: es que ya me he tomado un chocolate.
–También invito a bollo de la hermana de Emilio.
–Hum… Esperadme cinco minutos.
3. Hoy.
–Mira que eres pesado.
–¿Yo?
–Sí, tú. Le has preguntado siete veces lo mismo.
–Me pasa cuando no me dicen lo que quiero oír.

sábado, 25 de octubre de 2008

Hoy la extraño

El domingo reventé la rueda trasera. En mi tramo favorito de la Atalaya, entre pinos, con piedras y árboles que te golpeaban la cara y el casco... Me tocó volver a pata. Cinco kilómetros de soledad y mp3.
Desde entonces no he podido salir con la bici. Y hoy, esta mañana, la añoro. Como añoro las salidas con Jorge, mi amigo lesionado. Volveremos. Pero no este fin de semana. Mientras tanto me muero de impaciencia.



Os dejo con un video de The Collective, una gente increíble que hace cosas increíbles. La última vez que hice algo similar –remotamente similar– terminé con veintiséis puntos en la cabeza. Disfrutad, al menos tanto como yo.

domingo, 19 de octubre de 2008

2:00

No era Rostropovich, no me cabe duda; ni el museo López Villaseñor era el lugar ideal. Pero no importaba. A mi no. Aquello era bueno, así que los primeros compases me pillaron con los ojos cerrados. Y disfruté. Mucho. Y descubrí que Bach –el preludio de la suite nº 1– es marrón y huele a bosque de pino, a lluvia reciente, a viento, ráfagas que vienen y van... Y durante apenas dos minutos estuve en otro lugar, lejos de cualquier sitio, ajeno al correr de las horas, a los problemas y a las llamadas que el teléfono iba acumulando silencioso.
Cuando abrí los ojos, me vi en segunda fila, aplaudiendo al solista del Cuarto Orfeo. Miré a mi alrededor, sorprendido, recién llegado, con la lluvia en los ojos. A mi lado sonreíste cuando te dije en un suspiro: es bueno...



El miércoles disfrutamos de un cuarteto de cuerda, dentro de los actos que el Colegio había organizado para celebrar a santa Teresa de Jesús, patrona del Colegio de Abogados de Ciudad Real.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Tranquilo majete

Me preocupa que mañana llega a Valencia un barco que hiede a muerte. Y me preocupa la pobreza. Y me preocupa que no sé qué hacer.
Ya, te dije, creo que me pasa lo mismo. Y recordé entonces un mail de Luisa y otro de Santi con unos banner que invitaba a poner en los correos electrónicos. Y pensé: cuando llegue al despacho, digo algo en el blog.

domingo, 12 de octubre de 2008

El desahucio

Señol jues, pasi usté más alanti/y que entrin tós esos,/no le dé a usté ansia,/no le dé a usté mieo... Aquel día tomábamos posesión de la vivienda, así que me llevé al cerrajero para que abriera e instalara una nueva cerradura. Al cabo de veinte minutos empujó la puerta y me señaló la oscuridad. Nos miramos en silencio, porque nadie quería ser el primero. Entré. Dentro polvo, calor y drama. Calefacción central, pensé; y mala leche la de los anteriores inquilinos. Como heridos de guerra, yacían por el suelo –víctimas de una fiesta salvaje– muebles, estanterías y libros, cortinas rasgadas, periódicos, camas volcadas, plantas secas, fregonas, escobas y restos de recogedores... Avancé por la casa hasta la cocina y allí, entre otras, una botella de Freixenet Brut Nature del 96, inviolada.
Me decepcionaron un poco. Esperaba algo un poco más dramático; no sé, del estilo de Gabriel y Galán. ¡Señol jues, que nenguno sea osao/de tocali a esa cama ni un pelo,/porque aquí lo jinco/delanti usté mesmo! Pero nada de eso: las mantas, con las camas y las sábanas, estaban volcadas, hechas un revoltijo. Nadie lloraba. Descorrí las cortinas para que entrara la luz en el dormitorio principal. Me extrañó verme solo. Toqué las sábanas con el pie, pero no pasó nada. Nadie defendió lo suyo. Nadie dijo ¡y me güelin, me güelin a ella/ca ves que las güelo!... Hasta para el drama somos dejados, pensé. Y me fui.

lunes, 6 de octubre de 2008

Raúl se va

Al menos eso dice. Y parece muy seguro de ello aunque diga que le da pena. Claro, tanto insistirle en que tiene que seguir estudiando, que al final nos ha hecho caso y se larga. Está matriculado en Empresariales, en Castellón, así que se marcha a finales de mes. Y aquí nos deja, sin los bollos que nos preparaba su madre, sin los modelos fashion de los casual friday, ni el zumo de melocotón, ni los ataques a la nevera, ni la manía esa de tirar el azúcar por el suelo... Ya sabes lo que les pasa a los chivatos.
El caso es que se va porque ahora es el momento de seguir estudiando, de fabricarse un futuro a su medida, de soñar. Y estoy –estamos– seguros de que lo logrará, de que sus sueños se harán realidad. Mientras tanto le esperaremos.
Por cierto, Raúl es el administrativo del despacho. Y digo es, porque mientras siga siendo, tendrá un sitio en el despacho.

jueves, 2 de octubre de 2008

Sin ella en sus sueños

Pasamos muchas horas juntos de una mañana de hace unos días. Yo había llegado tarde, porque salía de un juicio en Ciudad Real, así que me habías esperado media hora en la calle. Media hora dando vueltas, fumando. Ya llego, te dije por teléfono, no te preocupes y no hagas nada. Nos tocó esperar, porque el juez había entrado en otro juicio antes de tomarte declaración. Hablaste mucho. De tus treinta años de casado, de los últimos meses de sospechas y del fin de semana en que descubriste que tu mujer se había largado con otro. De las últimas veinticuatro horas de locura. Del olvido.
Perdono cualquier cosa, pero no esto. No. Esto no, esto no, esto no. Decías sin parar y apretabas los ojos y te tapabas la cara con las manos.
Nunca le ha faltado de nada y ahora me deja por el primer imbécil que le dice que es la mujer de su vida.
El imbécil, pensé. Siempre hay un imbécil que suple nuestras deficiencias; un imbécil que dice el te quiero que me tocaba decir a mi, que hace la llamada que debía hacer yo, que da las gracias en mi lugar. Siempre hay un imbécil que se cuela por las rendijas de la rutina.
Y ahora, ahora, me denuncia con un montón de mentiras.
Te levantabas del banco, te asomabas a la ventana y volvías a sentarte. El aire te ahogaba. No podía decirte nada.
Todo, se me ha caído todo. Llorabas.
¿Has comido?
No, hace dos días que no como nada.
¿Y dormir? ¿Has logrado dormir algo?
No. Llevo dos días sin tumbarme en la cama. Ni duermo ni sueño.
Llegó tu hija adolescente. Papá, dijo, con una sonrisa empapada en lágrimas. Se abrazaron, fuerte, silenciosamente.
Os dejé y fui a preguntar a la funcionaria de guardia. Allí estaba tu esposa.
Solo he dicho la verdad, me dijo, descarada.
No la miré.
Es curioso, porque yo creo que no; así que vaya buscándose el mejor abogado que pueda pagarse, dije con voz de piedra.
Cuando salí de nuevo al pasillo estabas sentado, con tu hija apoyada en el pecho, abrazados. Nuevos vecinos de la ciudad del olvido.
Cariño.
Dime papá.
Te quiero mucho.
Lo sé.
¿Lo sabes?
Sí, papá, solo te tengo a ti.

lunes, 29 de septiembre de 2008

La crisis y la vida que sigue

1. Estoy de guardia, así que he pasado la mañana en las dependencias que el colegio de abogados tiene en el edificio de los juzgados. He enchufado el ordenador y me he puesto a trabajar, esperando la llamada de alguno de los juzgados. Al poco ha entrado una familia: querían pedir un abogado de oficio porque les habían notificado una demanda. No quise prestar atención, pero era inevitable. Él está desempleado, ella cobra cientosetentayochoeurosalmes limpiando suelos y portales y el muchacho se limita a mirar mi ordenador portátil. El dueño de la casa les quiere desahuciar porque no pagan los últimos tres meses. No pueden pagar. Él dice que el mes que viene cobrará el desempleo, pero que el arrendador no quiere esperar.
A los diez minutos entraba una radiografía de un ser humano: quería abogado de oficio, porque su mujer quería divorciarse. Ahora, justamente ahora, decía. Estaba en la calle, porque su empresa y su vida habían quebrado. Levanté la cabeza. La crisis, pensé, mientras terminaba de redactar una demanda por vicios en la construcción de un edificio.
Un rato después llamaba a la puerta una mujer joven. El marido no paga la pensión de alimentos a su hijo desde hace dos meses. Sospecha que se ha quedado sin trabajo, que le han echado o lo ha dejado. Y quiere un abogado de oficio para reclamar la deuda antes de que sea demasiado tarde. He dejado la demanda a un lado. Pienso que esto no es una crisis económica, es una sociedad en crisis: una ruina de sociedad en la que buscamos por encima de todo la supervivencia.
2. Entré en el despacho de Carmen –teniente fiscal– para llegar a una conformidad. Tras unos minutos de negociación, revoloteo por el Código Penal y examen de las declaraciones de los testigos, afinó la oferta lo que pudo: diez meses de prisión. No está mal, me dijo. Pero no me satisfizo, así que me regaló un brote de no sé qué planta: así no te vas con las manos vacías, me dijo. Pues bien, tras un tiempo en el despacho, en un vaso de plástico con posos de café y magdalena, hoy puedo anunciar al mundo que mi planta ha agarrado en una maceta, comenzando una nueva vida en la ventana del despacho de José Luís.
3. El pequeño sigue creciendo, me dijiste. Cinco mil quinientos gramos. Cinco mil quinientas razones para seguir viviendo. Y me hiciste –por fin– sonreír.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Querida Ester:

Desde que volví de Valencia no he parado ni un minuto, así que aprovecho el primero libre que tengo para ponerte unas letras. No sé cómo agradecer todo lo que has hecho por nosotros este fin de semana, los desvelos, las preocupaciones, las noches de dormir poco y mal, las veces que has llorado… Creo que no me equivoco si te digo que estos días me he sentido como en casa, así que te ruego que se lo hagas saber a la gente de tu agrupación –a tu novio–, a tu decano y al resto de la junta de gobierno.
Apenas han pasado cuatro o cinco días y todavía permanecen en mi recuerdo, como fotogramas, los minutos pasados en aquella ciudad, entre amigos: la sonrisa de Lola, la conducción loca de Rosaana, la mirada de Graciela, las noticias de Esther, las conversaciones –rápidas y sugerentes– con Carlos y Borja, los abrazos con Alberto y Miguel Ángel (mis buenos amigos), la caída del asturiano que quería ser pez, las comidas y las cenas, la música, las anécdotas, los recuerdos de otras reuniones, mis “primas” de Alcalá, tu brindis y tu sonrisa… Escribo y me emociono, porque desfiláis ante mis ojos y porque pienso –de forma quizá egoísta– que cada momento pasado a vuestro lado ha valido la pena, porque conoceros y trataros me hace ser mejor persona.
Pasará mucho tiempo –meses o años– antes de que olvide este congreso, pero al fin se perderá entre el barullo del resto de recuerdos imprescindibles. Pero nunca olvidaré la luz de Valencia, el olor a verde y a mar y el azul y el blanco. Ni a vosotros.
Tengo poco que ofrecer, pero si alguna vez necesitas algo de mi, tómalo sin preguntar, porque es tuyo.
Un beso muy fuerte.
Néstor

miércoles, 17 de septiembre de 2008

No te fies del animal herido

Lo malo de Ramón –pensaba a la vuelta– es que me conoce, porque es mi amigo. Por eso no hay nada peor que hacer un juicio con él como contrario, porque se adelanta a cada uno de mis trucos y movimientos. Ayer, por ejemplo, nada más meterme en su coche me amenazó con hacer la ola y tirarme un bolígrafo si me quitaba las gafas una vez, una única vez. A mi no me hagas esas tonterías, me dijo, que te vuelves andando. Y claro, con la presión de la amenaza uno no puede emplearse a fondo, así que mantuve las gafas encima de la nariz y las manos adheridas a la mesa. Aunque lo cierto es que ayer la cosa se limitaba a proponer prueba en la audiencia previa y tomarnos un café en la plaza mayor de Almagro (que es un sitio perfecto para tomar el fresco y dejar pasar la mañana), así que redujimos nuestros índices de beligerancia hasta el mínimo, limitándonos a un par de aclaraciones sobre no sé qué impugnación de un documento privado. Y todo, estoy seguro, para comprobar que estaba despierto. Eso sí, el juicio será otra cosa.
Al salir, nos tomamos el prometido café en la plaza, con Claudia y Luis Manuel, dos buenos compañeros y amigos de la zona, y el secretario del juzgado, con el que aprovechamos para criticar un poco el sistema judicial, la falta de medios y de ganas y lo duro que se hacía trabajar en septiembre.
Ya de vuelta a Ciudad Real, tras pasar por la nueva casa de Ramón –una envidia, con treinta metros cuadrados de terraza que ya quisiera yo para mi–, salía del juzgado sin haber cumplido con mi objetivo (hablar a la teniente fiscal), cuando me crucé con Mariola, siempre corriendo, siempre con prisas. Nos paramos a cruzar cuatro palabras y, de reojo, vi a otra compañera dentro, a través de la cristalera y me dio por pensar en los amigos que son y en los que fueron; en los que nunca fueron pero se lo hacían y en los que nunca serán. Y en los que veré este jueves en Valencia, en el Congreso Nacional de la Abogacía Joven. Y me vino a la memoria, no sé por qué, aquella canción que decía “no te fíes del animal herido”. No, no te fíes, le dije. Y sé que no me oyó. Porque no hay peor sordo (o sorda) que el que no quiere oír. Qué pena.
Cuando pienso en estas cosas, habitualmente de noche, suelo compatibilizar sentimientos de rabia y de melancolía. Menos mal que Charo y Pablo llegaron a tiempo, como siempre, y nos marchamos a probar la horchata de la Plaza Mayor.
PD: estaré en Valencia desde el jueves al domingo. Espero ansioso vuestras sugerencias. Y, si queréis algo del levante, me lo decís, claro.



Os dejo con una buena canción, que me acompaña estos días. Podéis escucharla bien alta, que no es estruendosa.

jueves, 11 de septiembre de 2008

No puedo fingir que me da igual

1.
No supe qué hacer, así que le puse la mano en su brazo. Me miró y dijo gracias muy bajito. Estaba llorando. Aparté la mirada, porque no soporto ver a una mujer llorar. Es algo extremadamente contagioso. La funcionaria seguía a lo suyo. Le tendió la comparencia para que la firmase y le dije que sí, que lo hiciese. Salimos fuera y se me hizo un nudo en la garganta cuando le confirmé que era cierto lo que le habían dicho, que la fiscal le pedía tres años de prisión.
Comenzó a llorar mansamente, con los brazos y el alma caídos.
No debes preocuparte, por ahora.
¿Ah, no?
Bueno, no ahora: no puedes solucionar nada, por mucho que te preocupes. Déjame que presente mi escrito de defensa y que preparemos el juicio.
Vale, dijo. Pero no dejó de llorar. Y ahí me quedé, de pie, sin saber qué hacer.
Pues sí que empezamos bien la mañana, pensé.
Venga, vamos para abajo, dije y la acompañé en silencio.
2.
¡Jefe! ¿Me prestas sesenta euros, que tengo que bajar a Málaga?
Pero bueno, ayer era a Sevilla…
Sí, bueno, es que he cambiado de opinión. Málaga me parece mejor.
Pues no, hoy tampoco cuela. Además hueles a vino que apestas.
3.
A media mañana tenía un juicio de divorcio. No suelo llevar asuntos de familia, por razones personales y porque no me da la gana. Pero este es diferente: mi cliente es un buen hombre, ingenuo y locamente enamorado, pero un buen hombre. Su mujer no se merece ni el tiempo que me llevaría describirla. Así que he preparado el juicio a conciencia
Tenemos un problema, me dijo la abogada contraria en la puerta del juzgado.
Pues dime.
Pues te cuento. Y me contó.
Pues habrá que avisárselo al juez, porque pretenderás suspender el juicio.
Sí, me dijo. Y el juicio se suspendió.
Cuando salimos mi cliente estaba quieto de cara al ventanal. Lloraba, como lloran los hombres, mansa y patéticamente. Se sorbía. Me desarmó.
No le pregunté, porque sé que lo que le dolía era la indiferencia de su mujer. Ella no le saludó, como si no existiera, después de todos estos años. Como un papelote que se tira al suelo.
Y acabé la mañana como la había empezado, sin saber qué hacer.
4.
Encendí el coche. La radio se encendió también.
Maldito corazón –cantaban– otra vez vuelves a dar un paso antes que yo.
Qué ironía, dije bajito. Por qué todo esto no me es tan ajeno, dije también. Bajé las ventanillas y me largué del juzgado.
Hoy necesito salir con la bici, pensé.

martes, 9 de septiembre de 2008

La audiencia previa

El juicio es la guerra. Siempre lo he pensado así. Quizá porque así me lo han enseñado. Quizá por eso no siento compasión del contrario; quizá porque el abogado contrario tampoco la siente por mí. Eso facilita las cosas, porque la elección se reduce a una: tú o yo, mi cliente o el tuyo, que es tanto como decir tú o yo. Por eso hoy tampoco he dudado…
Mientras hablaba al juez, he mirado de reojo al compañero: se le había borrado la sonrisa y miraba atónito el documento que movía entre mis manos. Ha pedido examinarlo. Lo ha hecho. He pensado rápido: acaba de perder la iniciativa, no le dejes pensar, interrúmpele. No había pasado dos páginas cuando he comenzado a descargar mi artillería dialéctica, saltándome todas las reglas de la audiencia previa.
–No soy quién para dar consejos procesales, pero entiendo que, a la vista de este documento, la parte actora debería desistir del procedimiento.
No está bien, he pensado: no debería haber dicho eso. Pero lo he dicho, así que he esperado, con media sonrisa, parapetado al otro lado de la sala de vistas. El abogado contrario ha devuelto el documento, me ha mirado y ha comenzado a revolver sus papeles. Estás nervioso, he pensado. He tosido un poco, me he quitado las gafas y, despacio, las he dejado en la mesa. Ha levantado la mirada y ha seguido el movimiento.
No lo hagas, he pensado. Hazlo, he deseado.
Y lo ha hecho. Me ha mirado a mí y ha embestido con unas explicaciones que nadie ha escuchado, en lugar de fingir indiferencia y decir algo así como “el documento aportado no desvirtúa en modo alguno las alegaciones efectuadas por esta parte, como tendremos ocasión de probar”. Pero es joven, como yo y ha decidido rápido y mal. Ha vacilado y sus clientes, el juez y yo lo hemos visto.
Y he mantenido mi sonrisa y la ventaja. Al menos hasta el día del juicio.
Al salir he mirado el cielo azul, he saludado a dos abogadas, hemos comprado “alfonsinos” –unos dulces que son mi perdición– y nos hemos tomado un café en la plaza. De vuelta, en el coche, he pensado que para ocasiones así me merezco un Aston Martin, azul y descapotable. Porque hoy me tocaba ganar. Mañana será otro día.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Vive la vida

No más mentiras. Ya no más. Me dijo.
Me quedé mirando, sorprendido. Ana vivió su propio infierno hace unos años. La droga le había quitado demasiadas cosas. Demasiado pronto se había hecho demasiado tarde y, cuando quiso darse cuenta, ya tenía una colección de juicios pendientes. Con el cuerpo medio destruido y la cabeza llena de voces se confió en su familia; comenzó un tratamiento rehabilitador, salió del agujero y decidió que jamás volvería a mentir. Que siempre diría la verdad. Ahora se conoce, sabe de lo que es capaz y es sincera consigo misma. Quiere vivir su propia vida –la que casi le roban–, quiere que la crean, quiere ser la ella que siempre quiso ser. Es joven y sabe lo que quiere.
Pasamos a juicio y dijo la verdad, que no se acordaba de nada. Pudo inventar lo que fuera, porque el denunciante no la recordaba. No la conocía de nada. Pero ella no mintió. Y eso le puede costar caro: puede que la condenen por algo que no ha hecho. Lo asume. Y no quiere traicionarse.
Me sorprendes, le dije al acabar el juicio. Y me haces más difícil mi trabajo, pero quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ti.
Gracias.
A la vuelta, conduje distraído, pensando que aún hay gente excepcional. Y que por eso merece la pena trabajar en esto. Sonaba Coldplay, que es lo último con lo que atrono a mis vecinos: “for some reason I can not explain/I know Saint Peter will call my name/never an honest word/but that was when I ruled the world/Oooooh Oooooh Oooooh”. Y canté, gritando, pensando en ti, sientiéndome orgulloso de una raza humana que puede cambiar el curso de las cosas.



Esta canción me sabe a verano, a hierba, a mar, a Murcia quizá, a ensalada y, últimamente, a trébol. Y me emociona.

jueves, 4 de septiembre de 2008

El campeón y yo

Al salir del despacho hemos bromeado: encended la tele, que nos vamos a la zona vip, con la jet manchega y la miss España esa. Nos habían conseguido un par de pases de esos que te dejan entrar hasta la cocina y, dicho y hecho, nos hemos plantado en la salida de la Vuelta a España. Hemos visto a los mejores, nos hemos fotografiado con todos y hablado con unos pocos. Contador se me ha escapado y Alejandro Valverde era un latin lover acosado por mucha gente, así que he felicitado a Sastre que es un tío normal, además del ganador del Tour. Ánimo campeón, le he dicho. Gracias, ha contestado mientras sonreía a la cámara. Y de la miss España, ni rastro.

martes, 2 de septiembre de 2008

Algunos hombres no tan malos

Era sábado. Veía el ciclismo en la televisión medio adormilado. Me sonó el móvil.
¿Te dice algo el nombre de Juan Ignacio?
Pues no, no me dice demasiado. Me incorporé un poco.
Si, hombre: le hiciste un juicio rápido. Era de no sé qué pueblo, le trajo la Policía.
Ah, sí, sí... Ya sé quién es. ¿Qué pasa?
Que va camino de prisión.
Me quedé frío. Siempre me pasa. La tele empezó a sonar muy lejos y la cabeza empezó a revolver recuerdos. Creo que fue hace solo unas semanas cuando le asistí en el juzgado. En prisión ahora. Le denunció su mujer. De aquella no salió mal: se conformó con la pena que le pedía el fiscal. Había demasiados testigos y poca defensa; si se conformaba le bajarían la pena un tercio. Le recuerdo como si fuera hoy: alto, grande, fuerte y alterado. Muy alterado. Los efectos de la medicación se le fueron agotando a lo largo de la mañana. Se volvía cada vez más agresivo.
¿Cuándo tienes que tomar las pastillas de nuevo?
A la hora de comer.
Ya es la hora de comer: ¿las tienes?
No, están en casa.
Pues vaya. Pensé que había que darse prisa porque de un momento a otro comenzaría a decir barbaridades o a darse cabezazos –otra vez– contra las paredes.
¿Entiendes lo que te estoy explicando?
Sí.
¿Sí, seguro?
Sí, cógelo.
Juan Ignacio estaba alterado pero comprendió lo que pasaba: aceptó el acuerdo que me ofrecía la fiscal. Me dio pena entonces y me la da ahora. La prisión no es un buen sitio. No para él.

domingo, 31 de agosto de 2008

Y al final llegó el final

Con demasiadas horas de despacho encima y el ánimo embotado por la losa de una conversación inquietante, llamé a tu casa. Para variar llegaba tarde. Cristina me recibió en el pasillo con una sonrisa que me hizo olvidar todo. ¿Quieres una cerveza? Siéntate. ¿Ponemos el aire? Estás más moreno ¿Qué tal la bici? Me has dado mucha envidia. Y tú a mi... Sonreí. In Arcaida ego, pensé. Allí estaban Julián, su novia y María José, esperándome, aunque dijeran lo contrario.
Brindamos con la primera copa de vino, creo que dando la bienvenida al mundo real, que debería empezar el lunes. Hablamos sin parar, llenamos y rellenamos las copas, nos reimos y disfrutamos de un cordero excepcional mientras la noche avanzaba sin darnos cuenta. Podría haber estado horas en tu casa, pero todo se acaba, como los hielos en aquel whisky, así que nos despedimos. Servicio completo: cena, copas y ahora te acompañamos a casa, dijo Cris riendo.
Muchas gracias por todo, os dije. Y como creo que me quedé corto os lo digo así.
De vuelta, disfruté de la noche, con las manos en los bolsillos, despacio por las calles vacías. Bebiéndome el final.

Y ahí va una buena canción para despedir el mes de agosto y muchas otras cosas. A partir del lunes, más insólitas aventuras.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Mi verano

¿Qué tal tu verano?
No ha estado mal. Aquí, en casa y trabajando. ¿Y tú?
Bien. Muy bien. Estuve en un lugar remoto y perdido de Cantabria.
Y, ¿con qué te has quedado?
Con el sol. Y el verde, miles de verdes. Y el azul del cielo y el blanco nuclear de las nubes. Y los bosques de hayas y de madroños. Y las águilas y los buitres y los pajarillos y las vacas y los caballos y los ciervos, manadas de ellos. Y con el viento, a veces cargado de mar, otras seco y siempre despiadado, veloz, con prisa para llegar a no sé dónde…
Sigue. ¿Con qué más?
Pues con los amaneceres de manta y frío y lluvia. Y con las tardes en que la niebla entraba por el valle y me sorprendía mirándola, hasta que oscurecía el cielo y me dejaba empapado y aterido. Y con los días de playa y las noches de luna y estrellas. Y con Luarca y Santander y Proaño y con aquel Limpias del que no llegué a ver lo mejor. Y con Brañavieja y el Saja y el Cuchillón, el Cordel y Tres Mares y las cervezas y los langostinos y el pescado y la cecina de caballo y la Bodega Pepe y aquella chica tan maja que me dejaba usar internet y aquella otra pechugona que me cobraba por conectarme.
Ya estamos.
Y con Echebe pinchando y con Periplán y Carlos –el rey de la ola– y con aquella noche en Santoña, comiendo sardinas y riéndonos con la camarera aquella tan borde. Y con las bicis. Y con mis amigos. Y con esos helados. Y con los que me escribisteis y con los que me comentásteis. Y con los que mirasteis la luna y las estrellas. Y con los que os bañáis en mares lejanos y montáis en bici con casco y sin él. Y, desde luego, con los que me habéis esperado.

martes, 19 de agosto de 2008

Resistir para acometer

El teléfono tiene algo de perverso. De pronto alguien de dentro del mundo se acuerda de ti y marca tu número. He probado a permanecer impasible mientras suena, pero soy incapaz. Ayer, apenas lo encendí, me pillaron con el móvil en el bolsillo, acunado por el balanceo hipnótico de un columpio, mientras miraba la nube subir desde el valle. Distraído con una vaca y su ternero que pastaban a mi lado iba dejando que el sol se oscureciera, que el día muriera. El móvil sonaba.
–Oye, que no me han llamado de notaría y hace ya diez días que firmamos la escritura. ¿Qué hago?
–¿Crees que podrás adelantar la declaración en el juzgado? Es que el veintiocho salgo de viaje.
–No te lo vas a creer, pero se me olvidó decirte que el testigo esencial es no sé quién; y he pensado que quizá podríamos proponerlo…
–Oye, ¿qué es eso que suena allí? ¿Un cencerro?
–Me tratan fatal, ¿cuándo vienes?
–¿Te has apuntado ya al Congreso de la Abogacía Joven de Valencia?
–¿Estás ya de vacaciones?
–¿Estás ahí?
–¿Néstor?
Como el dueño del faro –seco y seguro– escuchando la llamada del barco perdido en medio de la tempestad, como el general al que le llegan los ruidos del combate lejano, al otro lado del teléfono, escucho, sorteo unas preguntas, doy soluciones a otras y me conmuevo con alguna; a cientos o miles de kilómetros, tan lejos y tan cerca. Pensando solo en columpiarme, en descifrar el mapa de mi vida, en la ruta de mañana, en dejar pasar el día. Pensando solo en llegar a la noche, respiro y digo, sonriendo:
–Sí, estoy de vacaciones, pero cuéntame.

lunes, 11 de agosto de 2008

Días de sol y noches de luna

Hace dos días, descenso vertiginoso de dieciocho kilómetros. Hacía frío. Huíamos de la nube y del agua y bajamos con rabia, ansiosos por llegar a la siguiente curva y derrapar y volar. Las bicis saltaban, veloces, ebrias de libertad. Había acebos a cuarenta kilómetros por hora. Y ríos. Y rincones oscuros y mágicos. Y hierba. Y prados donde tumbarse a mirar un sol tímido que se escondía entre las nubes y que teñía el aire de plata. Pero solo importaba huir de la nube. Llegar antes, más rápido. Galopar. La vida deprisa.
Ayer, una pequeña ruta de unos doce kilómetros, con una subida tensa y técnica, bajo el sol. Me duelen las piernas. Vistas sobre el valle y nuevos caminos. Abajo, casi a mi altura, tres buitres leonados jugando con el viento. Les miré y creo que me miraron; al menos uno, joven, de sangre ardiente y vuelo estable. Noventa y cinco pulsaciones de media a mil quinientos metros de altura. De noche miré la luna, encima de la montaña. ¿Cuánta gente querida estará mirando la luna a estas horas? Mírala mañana y allí estaré.
Hoy, trialeras y caminos de cabras y caminos que se apagan detrás de mi rueda porque nunca existieron. Me he caído: he saltado por encima de las orejas de la bici. Se ha doblado el eje. Maldición y reparación de urgencia. ¿En qué piensas? En seguir. Laderas de hierba. Vacas y caballos. Rampas y ríos. Islas de civilización. Una familia con la que intercambio información. Leo estos días que la libertad consiste en estar por fin a merced de nosotros mismos. Yo he sido hoy esclavo de la velocidad, del viento, del aire y las piedras, los árboles y las curvas vertiginosas y las pendientes imposibles… Pero, ¡ah!, qué dulce esclavitud.
¿Y mañana? No sé qué será de mí mañana. Aún no. Pero pienso mucho en ello.




lunes, 4 de agosto de 2008

En verdes praderas

Nos detuvimos. Me sequé el sudor y miré para atrás.
No se oye nada, pensé.
Pero me equivocaba. Se oía el viento y el grito de una rapaz allá arriba, sobre nuestras cabezas; y los cencerros –clonc, clonc– de las vacas y un relincho de un caballo lejano. Se oía mi corazón, bombeando sangre ardiente y revolucionada y la hierba crecer y la vida bajo mis pies. ¡Espera! ¡Ahora lo oigo! Y escuché atento. Y pensé, ¡qué equivocados tengo algunos conceptos, como, por ejemplo, el del sonido!
Nos subimos de nuevo en la bici, pedaleando con furia para llegar más arriba, más alto. Como fugitivos. Huyendo.

jueves, 31 de julio de 2008

Cosas que no me acuerdo de apuntar

1. Salí del despacho el lunes a media tarde. El calor aún era sofocante así que busqué la sombra. Devolví dos llamadas breves. Llamé a una abogada amiga –un verdadero tiburón– a la que le debía una información sobre la mediación penal. Nos reímos un rato. Nos contamos los proyectos para las vacaciones y mi intención de pegarle fuego al despacho. Me aconsejó dos o tres cuestiones técnicas. Pasé por la iglesia de Santiago y entré. Me senté. Había un chico joven al que conocía y una chica joven que me sonaba de algo y no sé de qué.
2. El martes llamé al juzgado de lo contencioso y me trataron especialmente bien. He de reconocer que me sorprendió. A las 11.30 había quedado con un cliente y –tras solucionar unas cosas de trámite– nos fuimos al Ayuntamiento. Me sorprendí de nuevo: tanto el funcionario de urbanismo como dos chicas que estaban detrás de un mostrador nos trataron con delicadeza, nos informaron pacientemente y nos despidieron sonrientes. Al salir el calor apretaba tanto que no dudamos, nos metimos en un bar. Sonreía. Con la cerveza fresquita en la mano, a salvo de la vida, pensé que es curioso cómo mi estado de ánimo se ve afectado por cómo me tratan los demás. Antes de comer devolví algunas llamadas. Hablé con José Luís y con Estela –mi funcionaria favorita del Ayuntamiento–, que había leído no sé qué de mi blog y le había parecido triste (creo que era lo del niño que pegaba a sus padres).
3. El día corrió tanto, que tuve que ir con la lengua fuera para seguirle. No vale la pena llegar así al miércoles, pensé. Por la tarde, mi amigo Pablo me salvó la vida con un café, granizado y con leche. Su mujer, mi amiga, está embarazada. Hablamos, nos reímos y quedamos para comer el viernes. Hablé un ratillo con mi prima viajera –una sonrisa con dos ojos color café y un corazón muy grande– de sus proyectos, de sus últimas aventuras, de conocidos comunes, de adrenalina. Siempre que hablo con ella me hace sonreír.
Por la noche, a las tantas, un mensaje en el móvil: “stoy cn el marques y tngo el placer d darte la primicia: me voy a tomar 4 chupitos nestor aparicio andino!” Me he asomado a la ventana, riendo. Mañana contesto, he dicho. Y sonriendo he vuelto a la cama, mientras Ciudad Real agota un día de fiesta.
4. Al llegar al despacho he visto la bici plegable que José Luis prometió. Me he echado a reír. He decidido que aún no estaba todo perdido. Rápidamente se ha congregado todo el mundo a ver la flamante bici. La hemos plegado y desplegado, tocado, mirado, puesto y quitado la pata de cabra; nos hemos reído con nuestras ocurrencias, hemos hecho planes y apuestas y nos hemos puesto a trabajar. A media mañana había quedado con dos clientes para denunciar en el juzgado y –como es obvio– he ido en bici. He saludado a diestro y siniestro, he repartido bendiciones y sorteado atascos. Hoy no prenderé fuego al despacho, he pensado. He hablado con Santi: ¿cenamos el viernes? Vale. ¿Llamo yo a esta gente?
5. Mañana comienzo mis vacaciones.

lunes, 28 de julio de 2008

Los vientos que te nombran

Sostengo que las fotografías dicen mucho si uno sabe mirarlas con atención. Por ejemplo, esta en la que estamos mi hermano y yo en Denia, este sábado. Habla de una mudanza, de una paella valenciana comida en la mejor compañía, de una competición entre Burger King y McDonald's (que ganó aquella con un whooper completo). De destornilladores que desatornillaron varios muebles, de un colchón no plegable plegado en mi coche, de aquella furgoneta que nunca alquilamos.
Y de un mar azul, de cuatro ojos beige sahara, de una ensalada murciana, de buenas conversaciones y de buenos conversadores, de llamadas telefónicas, de un buen paseo por Murcia, de una misa con un coro gospel, del viento del levante.
Habla de descanso.


Sé que no me pega la canción, pero te gustará, aunque es triste (porque todos los cantautores son tristes)

jueves, 24 de julio de 2008

Por qué siempre es tan difícil

Llevo diez minutos frente al expediente. El muchacho se llama Alberto y el fiscal de menores le acusa de tantas cosas, que no sé por dónde empezar. Comienzo a leer, con un bolígrafo en la mano y un par de folios. Denuncia su padre, hace un año aproximadamente. Apunto la fecha. Al parecer su hijo desaparece a primera hora, camino del colegio y vuelve después. Bueno, parece todo normal. Pues no, no lo es: la criatura no va al colegio; se ha echado unos amigos poco estudiosos, suspende cada examen y, cuando le dicen que deje la play station y el messenger, insulta a su madre. Espera –dejo el bolígrafo–, ¿cómo que insulta a su madre? ¿Qué clase de persona insultaría a su madre? Sigo leyendo: fuma hachís, ha amenazado a su madre y quiere irse a Alicante, con sus amigos poco estudiosos. Así, de corrido.
Paso unos folios de cosas inútiles: declaración de los padres en fiscalía. Más de lo mismo. Añaden que su hijo no responde a la educación que pretenden darle, que les insulta, que da patadas a las puertas, les dice “borracho y cabrón, puta y guarra”. La convivencia, al parecer, se ha vuelto insoportable. Llego a la declaración del menor: "mis padres están locos". No es mala salida. No si quieres llegar al barranco. El informe del equipo técnico es demoledor: menor con riesgo alto, dicen. Y tanto.
Ya no apunto nada. Miro el reloj y pienso. El muchacho tiene quince años. Sus padres y la sociedad, ganas de quitárselo de encima. Yo no sé qué quiero... Sí, sí que lo sé: ahora tengo que hacer el escrito de defensa, porque entre la ley de la selva y el estado de derecho solo hay un escrito, el mío. Hasta que un juez no diga lo contrario, Alberto es inocente como un pajarillo.
Pero, ¿por dónde empiezo?

martes, 22 de julio de 2008

Una noche de un martes cualquiera

Me acosté. Al otro lado de la ventana el verano y la noche. Una vecina –ris, ris– colgaba la ropa, tres o cuatro muchachos hablaban y reían, una sirena de la policía a lo lejos. Los vecinos veían una película en silencio y, al otro lado de la cochera, una chuletada se extinguía con los adioses y volved cuando queráis. Música a lo lejos. Las campanadas de la Catedral. No las cuentes. Lo he hecho: eran doce.
Decidí probar suerte y me puse los tapones en los oídos. Silencio absoluto, al menos durante unos segundos. Entonces recordé que mañana me vence una contestación a una demanda, tengo que redactar un contrato de arrendamiento, dos o tres demandas, reclamar por la pérdida de una máquina, notificarme unas cosas en el juzgado de menores y en instrucción 3 y quedar con Pablo y con Andrés y con Ramón…
Con los ojos como platos, tumbado, pensé si no prefiero el ruido de fuera.

jueves, 17 de julio de 2008

El interrogatorio

Lo peor de todo –lo que me sacó de quicio– es que me miró desafiante. No lo debió hacer, pero lo hizo. Entró en sala sonriendo, se puso delante del micrófono y me miró con media sonrisa en la boca. Lo cierto es que no las tenía todas conmigo, pero tenía que defender a mi cliente. Para eso estaba allí. Pero ya que estoy, te voy a borrar esa sonrisa de cretino, me dije.
Cuando me tocó el turno, le descargué toda la artillería, hasta que comenzó a ponerse nervioso. A los diez minutos sudaba. Le sonreí. El cuello de la camiseta le molestaba, se miraba a los pies y paseaba la lengua por los labios de forma compulsiva. Lanzó una evasiva. Error, pensé. Le ruego que me conteste a lo que le he preguntado, le dije. Cuando terminé con él, ya no sonreía. Se sentó al fondo, con sus compañeros. Me miró detenidamente y le devolví mi mejor mirada y mi mejor sonrisa.
Entró el segundo de los testigos. Era grandote y fuerte. Le miré desde estrados. Es primario, pensé, a este le saco todo. Me equivoqué. Se defendió bien y no pude sacarle lo que quería sacarle. Solo se puso nervioso cuando le pregunté quién era el superior jerárquico.
Bien, no ha ido tan mal, pensé, mientras buscaba las preguntas al siguiente de los testigos. Entró. Era joven, pequeño y con cara de listo. No estaba asustado. Este será difícil, pensé, es calculador. Contestó bien a la primera pregunta. Se le veía seguro. Le miré y me tomé mi tiempo. Plan B, dije. Le dediqué el mejor de mis movimientos: mientras me quitaba las gafas le pregunté serio, despacio, como si fuera tonto, “oiga, ¿vd. era el oficial al mando de la operación, verdad?” Dudó y se miró los pies. ¡Zas! Había ganado la iniciativa, así que el resto del interrogatorio fue detrás de mí, con la lengua fuera, poniendo parches a las preguntas que le llovían.
El cuarto testigo parecía avispado, pero venía en pantalón de deporte y zapatillas de correr la maratón de Nueva York. Le miré directamente a las zapatillas: unas Nike rojas, con una válvula de no sé qué que se aprieta y te ajusta los pies dentro. Me miró y se dio cuenta del error, así que trató de esconder los pies en el escalón de los estrados, entre los cables del micrófono. Cuando me tocó preguntarle le miré a la cara, me quité las gafas, bajé la vista hasta las zapatillas e hice un mohín de sorpresa, hasta tres veces. Logré ponerle nervioso y contestó irritado consigo mismo, por haber venido disfrazado de atleta...
Salí contento, pero frustrado: no ganaría. Al llegar al despacho, con un bocata del Manolo y una Coca-cola bajo el brazo, sonreía amargamente. A salvo de miradas indiscretas, en el ascensor, canté y bailé: “could I act like you, and put a smile on my face. Not even for a second, would I lie to myself. Too many things are missing, and there's a tear in my eye. It's not a question or an answer, but it will change your mind”. Creo que no ganaré el juicio. “Na na na na na na na na na na na na na na na na”.

martes, 15 de julio de 2008

Como un náufrago, lo tiré todo

El domingo me levanté temprano, metí la bici en el coche, recogí a Andrés y a su hierro con pedales y nos fuimos a una esquina de la provincia, dispuestos a ver uno de los mejores paisajes de La Mancha. Con las primeras pedaladas sentí que me ahogaba. Algo no iba bien, llevaba demasiado peso encima, así que comencé a tirar cosas: demandas, preocupaciones, problemas, llamadas pendientes, reuniones que vienen y van, escritos, bolígrafos que no pintan, gente que habla de más y otros que no hablan y que me preocupan aún más… Todo, todo lo tiré por la borda. Y comencé a ir ligero, cargando solo con lo esencial en la cabeza y en el corazón. Solos la montaña y yo; preocupado solo de mirar el paisaje, subir y bajar más deprisa, esquivar ciervos suicidas y hablar del cambio climático y de los 37º que nos aplastaban contra el suelo.
La cámara no miente. La imagen fría capta dos ciclistas sonrientes, sin problemas.

viernes, 11 de julio de 2008

Lo mejor de él

Cuando la vida le aburre hace cosas locas, como beber hasta emborracharse y cantar canciones sin letra ni melodía y ofrecer y pedir cigarros. A veces lloraba de pena y entonces se iba a una cabina y la llamaba por teléfono. No le decía nada, solo quería oír su voz. Porque ella no le quería, porque había pedido el divorcio.
Pero había días en que cantar y beber no era suficiente: quería verla, fuese como fuese. Entonces se metía en el coche y conducía hasta su casa y espiaba desde la calle con la esperanza de que se asomara a la ventana o sacara la basura o el perro a pasear. Y entonces la veía, siquiera fugazmente. Y se amodorraba en el coche, esperando el amanecer, con una sonrisa en los labios, feliz o aparentemente feliz.
Hace un tiempo, el deseo fue tan intenso que se metió en el coche, con la mala suerte de encontrarse con un control preventivo de alcoholemia de la Guardia Civil. Le dieron el alto, pero él tenía prisa, no podía llegar tarde. Unos minutos después y ella ya habría sacado la basura y no podría verla, así que decidió apretar el acelerador y saltarse el control. Perdió los mandos del vehículo y se fue a dar contra un coche estacionado. Se acabó todo, pensó, ya no llegaría nunca, ya no la vería.
Le detuvieron. Dio positivo en el control de alcoholemia e inmovilizaron el vehículo.
La Guardia Civil no entendió nada. Se limitó a hacerle soplar y rellenar el atestado.
No entendió que ella era lo mejor de él.

lunes, 7 de julio de 2008

Conversaciones

1.
En una librería. Afuera ardía.
¿Has visto algo?
Hum… Sí. Este.
Dámelo.
¿Qué?
Que te quiero regalar un libro.
2.
¿Sabes una cosa?
¿Qué?
Que me acuerdo de todo aquello que me dijiste de dedicar más tiempo a otras cosas, que el trabajo no fuera todo, que la familia y los amigos no sufrieran con nuestras ausencias…
Sí, yo también.
3.
Salimos de la notaría, al sol.
¿Le habéis dicho lo que ocurrió?
No.
Nos quedamos en silencio. Miré el reloj.
Te tienes que ir, ¿verdad?
Sí.
Dime, Néstor, ¿cómo le dirías a tu madre que uno de sus hijos se ha suicidado? Que ha abandonado esta vida por la puerta de atrás, que ha preparado cada detalle para quitarse la vida, pero se ha olvidado de despedirse... ¿Cómo decirle que su hija pequeña se ha marchado sin decir adiós?
Ya.
Me metí en el coche. Puro fuego, dentro y fuera. Encendí el aire acondicionado y abrí las ventanas. Miré al parque y algo dentro de mi gritó: ¡deprisa! ¡Deprisa! ¡Apresúrate a vivir!
4.
Llegaba tarde a la fiscalía de menores y me estaba esperando el compañero contrario.
Espero que tengas coartada.
¿Vale con que es lunes?
Sí. Me vale. ¿Cómo lo ves, por cierto?
Pues veo que a tu cliente le gusta pegar demasiado.
No más que al tuyo. ¿O es que te crees lo que te ha dicho?
Es mi cliente. Me paga. Y le creo.
No te paga por creer, sino para que le defiendas.

jueves, 3 de julio de 2008

Una anodina mañana de verano

Antes de salir al juzgado me ha dado tiempo a echar un vistazo al juicio rápido que pretendía suspender esta mañana: unas amenazas de un mal futuro más bien incierto y sin fundamento. Poca cosa, he pensado. Como ayer presenté un escrito pidiendo la citación judicial de tres testigos, no debería haber ningún problema para suspenderlo. De camino al juzgado me he cruzado con una compañera, abrazada a su toga, y con una procuradora –qué fresquito más rico, sí, sí, esta noche incluso me he arropado, sí, esperemos que dure, no, qué va, este fin de semana vuelve el calor, bueno adiós, adiós– que suelo confundir con otra, de forma que ya no sé muy bien quién es quién.
Al llegar, la juez me ha cortado la explicación, suplicándome que lo que tuviera que decir lo dijera en sala. He refunfuñado un poco, porque no me había traído mi toga y tengo una resistencia natural a ponerme las del Colegio (algunas se tienen de pie solas y otras ya traen abogado dentro), pero he terminado por bajarme a la sala, togado y apoyado en el aire acondicionado.
El juicio, como es natural, se ha suspendido, hasta mitad de mes, acordándose la citación de mis testigos para “no incurrir en indefensión”. Hay que ver cómo somos, he pensado al salir al pasillo: en el pasado juzgué mal a esta juez. Me equivoqué y es justo decirlo. Ahora la veo trabajadora, exacta y fundamentada, aunque en ocasiones no me dé la razón y me reviente.
Dos minutos después de despedir a mi cliente, he dejado la toga, he presentado un par de escritos, dos demandas, he saludado a todo el mundo –incluida a la Benemérita, que cuida fielmente de que no se cuele ningún hooligan indocumentado en el edificio– y me he bajado al despacho. Me he acordado de que le debía un café con cruasán a un amigo, así que le he llamado: "el teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura”. Me ha salido una onomatopeya de difícil reproducción escrita y he apretado con firmeza el botón de colgar y dos o tres más.
Pero era demasiado tarde: el solo recuerdo, la imagen, del cruasán de La Deliciosa ligeramente embadurnado en no sé qué, había despertado en mi el deseo brutal, telúrico, animal y desproporcionado de tomarme un café, así que recé para encontrarme con alguien. Apenas a quinientos metros del despacho me llama Óscar:
–¿Te hace un café?
–Pse, venga. Esta vez invito yo.
–En cinco minutos en tu puerta.
–Vale.
Media hora más tarde, una vez solucionado el mundo, una información pública de un P.A.U. y la liberación de Ingrid, volvía al despacho, dispuesto a quitarme de en medio una barricada que me ha crecido en primera línea de la mesa. He leído algunos correos electrónicos: “actualiza pf”, decía uno.
–Ya… Pero, ¿qué cuento?
–No sé, cualquier cosa. Tu mañana de hoy.
–Pero es que no me ha ocurrido nada.
–No siempre tiene que ocurrirte algo.
Pues eso: esta es una anodina mañana de verano. Una mañana cualquiera en la vida de un abogado de provincias. Sin glamour, pero con cruasán.



Por si os aburro, al menos os pongo una canción. Es la versión acústica de Hands Down de Dashboard Confessional, porque no he encontrado la original. No es mala versión, vaya.

lunes, 30 de junio de 2008

Afónico y somnoliento

Tengo sueño y estoy afónico. Y creo que no es por haber presentado la declaración de la renta el último día. Ni por comprobar en mi banco que me habían pagado una minuta atrasada. Ni mucho menos por haber resuelto esta mañana un asunto más bien embrollado…
Creo –hago memoria– que tiene algo que ver con la psicosis colectiva que vivió Ciudad Real anoche y de la que tomé parte activa. Sí, me temo que tiene algo que ver con la Eurocopa.

viernes, 27 de junio de 2008

Más que fútbol

No recuerdo nada de la primera parte, quizá porque no la vi, quizá porque se me ha borrado, quizá porque me basta la segunda. Me había enterrado en el sillón, a la espera de un milagro que nos llevara a la final de la Eurocopa, cuando Xavi clavó un balón en la red por debajo de las piernas del portero. No vi la repetición, porque estaba saltando, abrazado a la esperanza. Mi casa, el edificio, la calle, el barrio entero se llenó de un grito: sé reconocer entre cientos el grito de la victoria y lo que oí fue el grito del vencedor. Nada nos podría parar. Nada lo hizo.
El segundo de los goles nos dio cierta tranquilidad, respiramos hondo y nos lanzamos a la cerveza y la empanada sin apartar los ojos de la tele y, cuando llegó el tercero, nos abrazamos, aplaudimos, gritamos olé, gritamos ES-PA-ÑA…
Ya está todo hecho. Ya me da igual que ganemos o no la final. Ya me da igual todo. Porque ayer España ganó. Porque estamos en la final de la Eurocopa. Porque fuimos veneno, cicuta letal que asesinó a la Muslova Rusa y a otros muchos enemigos de dentro. Porque España entera quería apretar los dientes y sentirse otra vez orgullosa. Porque el fútbol nos ha hecho sentirnos otra vez aquello que unos cuantos cretinos quieren arrebatarnos.

jueves, 26 de junio de 2008

¡Ah, la fama!

Venía de que me vieran los ojos –un médico, vaya– y, por eso mismo, veía menos que un gato de escayola, así que mi principal preocupación al llegar a la plaza era la de distinguir a Pablo y Charo, con los que había quedado para tomar algo.
Al fondo, en medio de las mesas distinguí dos Policías Locales de uniforme y sin dudarlo me fui para allá seguro de encontrarme a mis amigos, no porque sean unos delincuentes, sino porque uno es del gremio. Al llegar a la mesa saludé a Charo y Pablo y guiñé los ojos para ver las caras de los policías, pero mi agudeza había bajado varios enteros y solo distinguí borroncillos amarillos y azules.
–¿Qué tal tu oposición?
–Bien, he sacado un seis y medio, me dijo Charo. Y tú, ¿qué tal?
–Pues vengo del oftalmólogo. Al parecer tengo queratitis, que debe significar algo así como inflamación de los cuernos.
–No [ja, ja, ja]. No creo. Es una pequeña inflamación de la córnea.
–Ah, claro... Ya me extrañaba a mi que me hubiera recetado solo colirios.
Con un oído puesto en Charo y la nota de corte y el otro en Pablo y los policías, oí dos o tres frases sueltas, unas risas y una despedida poco elegante.
–Te conocían, me dijo.
–Sí, supongo que de algún juicio.
–En efecto. Dicen de ti que eres un poco cabroncete.
Me sonreí. No sé si debí ofenderme, pero lo cierto es que me sentí halagado.

lunes, 23 de junio de 2008

Demasiado ruido

10.30 am
Las declaraciones empezaban a las 10.30, pero la primera de las denunciadas ha sido impuntual, así que he tenido media hora para charlar con los funcionarios, conocer a la nueva juez y disimular mi enfado. A las 11.00 ha llegado la primera de las muchachas, disfrazada de reina del pop, me ha mirado con cara de sorpresa –tú, ¿quién eres? El abogado de la acusación– y ha pedido abogado de oficio. Resignado me he mordido el labio, he suspirado y he bajado a la cafetería a leer el Marca y beberme el segundo café del día.
11.15 am
Cuando he tirado el azúcar al suelo y el sobrecillo vacío al café con leche, me he dado cuenta de que iba camino de convertir mi día en uno de furia, así que he respirado hondo, he pedido otro sobre de azúcar y he repasado minuciosamente cada penalti, cada jugada, cada coma, buscando entretener la mente en el karma futbolístico.
11.45 am
Hemos comenzado. La sección penal del juzgado es como mi sala de estar, pero con más cachivaches, Radio Castilla-La Mancha a todo trapo y un continuo trasiego de gente entrando o saliendo y, en todo caso, interrumpiendo. Las mentiras de la declarante se me mezclaban con el ruido del teléfono, el fax, los fados de Teresa Salgueiro, el fichaje de Cristiano Ronaldo, otras dos declaraciones en la mesa colindante, las obras del piso de arriba y el típico ruido de fondo de juzgado: ¿quién tiene un auto de no sé qué que había dejado en la impresora? ¡No funciona la fotocopiadora! ¿Alguien ha visto al forense? ¡Hay un detenido! ¡Y dos juicios rápidos! ¡La suerte para hoy!
12.15 pm
En medio del barullo la funcionaria todavía tiene tiempo para levantarse, mandar faxes, atender el teléfono y la puerta, ordenar el correo y tomar nota de la declaración. Para colmo, se ha colado en la secretaría un delincuente común completamente borracho: ha hecho la rotonda a una de las mesas, nos ha injuriado levemente y ha salido tambalándose sin cerrar la puerta, así que al ruido de dentro se ha unido el de fuera, dejando el grito como único medio razonable de comunicación.
12.30 pm
La ley de la selva: ¡muerte a la cortesía!
–Que entonces cómo-se-explica-las-lesiones-de-Gema –he gritado sin pudor a la denunciada.
–Oiga, no me hable vd. así, que estoy de lo mío –me ha soltado una de las declarantes, exhibiéndome su carnet de una asociación de enfermos daimieleños.
Solo la rápida intervención de la funcionaria ha evitado que estampara un geranio en la cabeza de la muchacha. Un guardia civil se ha asomado, me ha saludado y ha salido. Si hubiera aparecido a caballo tampoco me habría extrañado. Me pellizco para comprobar que no estoy soñando.
1.00 pm
La funcionaria ha debido ver algo en mi cara, porque ha logrado imponer cierto silencio echando a un grupo de abogados que se había parapetado detrás de otra mesa, esperando su turno, un café o no sé qué.
1.30 pm
Hemos terminado.
–Todos los lunes son así –se ha disculpado la funcionaria–. Además hoy tenemos juicios de faltas y el médico forense pasa consulta y hemos acumulado todas las declaraciones.
He de reconocer que me ha desarmado.
–No te preocupes por mi –he dicho sonriendo–. Si quieres llamo al Telepizza.

jueves, 19 de junio de 2008

Para ti

Ha sonado el móvil.
Sí, dígame.
Hola, Néstor, es para recordarte que hemos quedado mañana.
Si, mujer, cómo lo voy a olvidar. ¿A qué hora?
A las nueve.
A… ¿las nueve? ¿De la noche?
Sí, cuando salga de trabajar.
¿Mañana? Es decir, ¿el viernes?
Sí, eso me dijiste. Es que mi declaración es el lunes a primera hora.
Ya.
Apoyé la cabeza en la mano. El móvil empezaba a resbalar. Seré idiota.
¿Sigues ahí?
Sí.
Pues nada, que hasta mañana.
Sí, hasta mañana.
He colgado, al borde de la desesperación. A los tres minutos he llamado a mi amiga Rosita, porque es su cumpleaños y porque cada vez que hablo con ella recupero la sonrisa.
Oye, ¿sigues escribiendo en el blog?
Sí, claro.
Pues tío, escríbeme algo.
Vale, ¿qué quieres?
No sé, que me dediques algo.
Vale… Pero ¿quieres que todo el mundo sepa que si algún día hago algo importante, te lo dedicaré? ¿Que me río mucho cuando me dices burradas? ¿Que te echo de menos?

martes, 17 de junio de 2008

La costumbre

Cuando le vi supe que no me caería bien, que me mentiría.
Y acerté.
La mentira es como la guarida del animal herido, de la alimaña fugitiva. El último reducto, el lugar donde esconderse agazapado. Y esperar. Y defenderse obstinadamente de una realidad que teme, que no le favorece.
Ayer no me extrañó acertar, pero me molestó hacerlo. Quizá porque era mi cliente. O quizá me fastidió comprobar que no me importaba que me mintiera, que lo esperaba, que me he acostumbrado.

miércoles, 11 de junio de 2008

Con vuestro permiso

Nunca te acostumbras. La fama tiene estas cosas, pensé ayer al ver a mi prima Pitu en la tele. Estábamos viendo el fútbol en un bar y al pasar los anuncios ¡zas!: mi prima diciéndome “con vuestro permiso, quisiera leeros una carta en nombre de Endesa. Dice así…”
Me emocioné. Rápidamente llamé por teléfono y nos echamos unas risas, porque sale guapísima y es una de mis mejores catorce primas. Pero, qué digo: mirad, mirad vosotros mismos y juzgar si no vale la pena ver una y otra vez los siete primeros segundos…

martes, 10 de junio de 2008

No es bueno que el hombre esté solo

Así que Dios creó el fútbol
y la Eurocopa y partidos como el de ayer.
Y vio Dios –y yo mismo– que eran muy buenos.

jueves, 5 de junio de 2008

Ella era de metal

–Bueno, y ¿qué digo?
–La verdad. Me temo que es lo mejor. ¿Habías bebido?
–Mucho.
–Vale.
Pasamos al juzgado. El funcionario miró los autos y disparó sin sutilezas:
–Bueno, ¿qué pasó entonces?
Esteban me miró, suspiró y comenzó con su relato, sonrojado, arrepentido y con la mirada fija en el suelo. Con el dinero de la paga extra de primavera quemándoles en el bolsillo Esteban y Álvaro se fueron a la playa. Eran jóvenes y sin compromiso. Comenzaron a beber sobre las doce del medio día. A las cuatro de la mañana, eufóricos y a la entrada de una discoteca exótica, hicieron amistad con una de esas máquinas de cacahuetes y frutos secos y comenzaron a bailar con ella. Ella era tímida, así que apenas respondía a los contoneos, saltos y cabriolas de Esteban con unos mínimos bamboleos. Pero entonces todo cambió: repentinamente la máquina de metro sesenta cobró vida y comenzó a responder al baile, sobre sus cuatro diminutas ruedecillas: resultó ser una máquina libre. Y así, abrazados y metálicos, Esteban y ella avanzaron por la calle sin un objetivo claro. El reggaeton, el ritmo, la música, qué sé yo: el maldito cariñena se apoderó de ellos, les nubló la mente.
A los veinte metros una patrulla de la policía les dio el alto a gritos y con la defensa en la mano. No entendieron de amor, ni de música y detuvieron a Esteban como autor de un delito de hurto.
Ella no dijo nada, probablemente avergonzada; pero mientras esperaban, le obsequió con unos cacahuetes gratis, recuerdo quizá de esos minutos de libertad.
–Gracias, reina, balbuceó Esteban: nunca te olvidaré.

viernes, 30 de mayo de 2008

Doce años no es mucho tiempo

¡La amistad!
La amistad es un espejo en el que el hombre se contempla a sí mismo. A veces, mientras conversas con un amigo, te reconoces a ti mismo: es contigo mismo con quien hablas, es contigo con quien te relacionas.
La amistad es igualdad y afinidad. Pero al mismo tiempo es desigualdad y diferencia.
Han pasado doce años desde la última vez que nos vimos, Carlos, doce años. Más de cuatro mil días. Pero el jueves, nos vimos de nuevo y nos dijimos todo en un instante: bastó un abrazo; porque eres mi amigo, el mejor de cuantos he tenido. Y comenzamos a hablar como antes. Como antes. Como si hablara conmigo mismo. Como siempre.
Amigo es aquel que, amando, desenmascara tus debilidades, tus defectos y vicios.
Otra vez te has ido. Quizá no nos veamos nunca más. Quizá en doce años. No sé. Pero siempre serás Carlos, mi amigo.

[La cursiva no es mía, no del todo. Antes que yo, lo escribió Vasili Grossman. Pero hoy lo siento yo, como él, por eso es un poco mío].

miércoles, 28 de mayo de 2008

Algo más de nosotros

Pensando en escribir algo sobre la vida y la muerte, me dicen que un periódico ha hecho un retrato robot del abogado español y que no me ajusto en absoluto al perfil ideal. Mientras mi ordenador busca por la red la noticia de marras, fantaseo pensando, no sé, que el perfil bien podría ser metro sesenta y cinco, miope, sesenta y cinco kilos, mala leche y pavorosa afición por el dulce… Pero no, nada de eso, los datos que da el III barómetro interno del Consejo General de la Abogacía Española son más bien insignificantes y aburridos: que somos más jóvenes, sedentarios y conservadores. Al parecer somos menos hombres (hay más abogadas de menos de treinta y cinco años), un 5’11 % más de derechas que la última vez, no hacemos deporte (tenis o atletismo como excepción) e invertimos en lectura y cine, que es la típica cosa que se dice cuando te arrinconan. Sigo mirando el artículo, pero no, no dice nada sobre el porcentaje de abogados a los que les gusta ver amanecer, cantar el Nessun dorma, sentir el aire en la cara, sentarse en el banco de una iglesia y disfrutar del silencio y la soledad, reírse con los amigos o dar al limpiaparabrisas solo cuando ya no se ve nada…
Lo malo de las estadísticas es que dan datos que no dicen nada del hombre.

sábado, 24 de mayo de 2008

Rutina

Parecía de sainete. Había terminado mi interrogatorio a la testigo, la única testigo. El juez había interrumpido el juicio para llamar a la Guardia Civil, porque fuera –en el pasillo– parecía haberse organizado una batalla campal entre los dos clanes.
Miré por primera vez a la fiscal, a mi lado. Era nueva, rubia y elegante.
–Oye, perdona, yo te conozco de algo, ¿verdad?
–Sí. Hicimos la carrera juntos, me susurró.
Pues vaya, pensé, he vuelto a meter la pata.
–Vaya. Pues perdóname: no me acuerdo de tu nombre.
–Guarden silencio, interrumpió el juez.
Afuera seguían oyéndose los ruidos de la contienda.
Arancha, me dijo a media voz.
–Y, ¿acabas de llegar ahora?
–Sí. He estado tres años en Barcelona y he sacado la plaza aquí.
–Pues enhorabuena.
–Gracias.
–Sr. Letrado, puede continuar para conclusiones, interrumpió de nuevo el juez.
Me incorporé y comencé con la mayor naturalidad:
–Con la venia, para solicitar la condena de Manuela como autora penalmente responsable de una falta penada y prevista en el art. 620 del Código Penal... Y miré a mi cliente, en el banquillo. Es curioso, la forma en la que logramos hacer de lo excepcional algo rutinario. Es curioso como todo puede volverse vacío e insípido. El dolor, el sufrimiento, las lágrimas, los golpes afuera, los gritos, la Guardia Civil, el ruido... Todo se detiene por un par de susurros.

miércoles, 21 de mayo de 2008

El maltratador

Marcos había salido de permiso. Estaba cumpliendo una medida de internamiento en un centro de menores, pero no pensaba volver. No de inmediato, al menos.
Había dejado embarazada a su novia y tenía que verla. Y la vió. Y encontró trabajo –apenas un mes–, cobró y le dio el dinero a su novia adolescente, con una instrucción clara. Marcos no esperó contestación y la muchacha cogió el dinero. No sé si abortó finalmente o no. No sé si el la oyó decir algo así como “no sabes cuánto te he querido” o “estaba soñando con nosotros” o “qué será de nosotros”. Marcos consideró que cumplía con su parte del trato, con lo que le concernía: había sido responsable, se había portado como un verdadero hombre, como un adulto. Y desapareció.
Tenía que hacer algo e hice lo que debía.
No lo creo. Hiciste lo fácil.
Pero es que no estaba preparado.
Nadie lo está. Siempre hay una primera vez, para todo. La dejaste tirada, sin preguntarle. Decidiste por ella y por tu hijo. Les menospreciaste.
No eres justo conmigo.
Tú me preguntas y yo te contesto.
El sábado me lo encontré en el Mercadona. Iba solo, con su patinete, en busca de la pizza perfecta. Y me dio pena. Mucha pena. Por la vida se arrastra un hombre sin amor, un maltratador ensimismado en si mismo.

lunes, 19 de mayo de 2008

Mis domingos al sol

El domingo no quería madrugar, así que acabé saliendo solo con la bici. Quería hacer un poco el bestia. Yo solo. Quería probarme, descubrir caminos nuevos, bajadas imposibles. Quise aspirar yo solo todo el aire fresco y el polen. Y disfrutar del viento y del oleaje de los campos. Y del sol. Y de los charcos. Y quería, no sé, tumbarme en el pasto y jugar con las nubes.
Quería sentirme vivo. Sin prisa. Yo solo.

martes, 13 de mayo de 2008

Cayendo lentamente

Cuando se casaron fueron felices. Al menos un tiempo. Dos años después Elena dio a luz un niño sano y silencioso, regordete y con un cromosoma 21 de más: tenía síndrome de Down.
Antonio lo miró, lo miró detenidamente. No gritó, no maldijo. Se fue a casa, hizo la maleta, cerró la puerta y se marchó para siempre.
Elena le esperó un día y otro, un mes y dos y tres. Y al año presentó la demanda de separación. Antonio no se opuso a los doscientos euros de pensión a favor de su hijo y pagó. Pagó unos meses y luego dejó de hacerlo. Y así lleva diez años. Diez años huyendo. Diez años acumulando denuncias por impago de pensiones. Diez años de caída.
Y, ¿por qué lo defiendes?
Pues no lo sé. Supongo que es mi trabajo.
Pues yo no sería capaz.
Ya.
Todos sufrimos. Todos con la misma intensidad y cada uno a su manera.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Lo más IN, lo más OUT

Me invita alejops a que diga qué me gusta y qué no [aquí las reglas]. Al principio busqué –no os voy a engañar– una excusa medianamente elegante para decir que no, pero luego, de vuelta a casa, me lo tomé como un reto, porque lo cierto es que no lo he pensado nunca. No me he parado a hacerlo.
Hacedlo. Dedicadle unos minutos: qué te gusta y qué no. Para mi ha sido una tarea bien difícil, porque hay cosas que me gustan o no ahora, otras siempre y otras que me gustarán mañana, el miércoles que viene o el jueves que vendrá. Además hay que diferenciar lo que me gusta, de lo que me hace feliz. Por ejemplo, me gusta el Absolute Vodka, pero eso no me hace feliz; me hace feliz beberlo en compañía, con mucho hielo, una Nordic Mist, limón flotante y una conversación que dure horas. El sábado, por ejemplo, me gustó desayunar con Santi, un chocolate con churros y después lanzarnos a por ideas para el día de la madre; pero no es lo suficientemente definitivo como para ponerlo en una lista. No es completo. Sin embargo sí es completo que aborrezco la mentira, la doblez, la hipocresía, a los traidores y desagradecidos… Eso sí que cabe y lo pondré. Sé que debería decir que me importan cosas un poco más generales, pero no lo haré. Pienso en lo más inmediato, lo más doméstico; claro que me preocupa la guerra, el hambre, la imparable subida del euribor, el TAE y el arroz, pero es que eso me parece poco sincero (y, desde luego, sobreentendido)…
Bueno, sin dilaciones, ahí va lo más “IN”, lo que más me gusta:
1. Desayunar medio litro de leche, con nesquik y magdalenas caseras de mi madre.
2. Sentir el viento en la cara y en el pelo [sin coñas], el aroma de las flores en la calle, el olor a pino y a tierra mojada después de llover. Oír su voz.
3. Ganar. Que las cosas salgan bien.
4. Los amigos.
5. Hablar con mis tres sobrinas, aunque sea por teléfono. Me da una alegría que me dura horas. Si fuera astronauta, les robaría un pedazo de cielo, la Vía Láctea, un planeta o un pedazo de la estación internacional, solo por ver su sonrisa.
6. Que me digan que rezan por mí, aunque me descoloque. Es tanto como decir que me acordé de ti. Y me gusta, porque añade un plus al mero recuerdo.
Y ahí va lo más “OUT” del momento, lo que –hoy y ahora– más me desagrada:
1. La mentira porque sí. Los desagradecidos, los que te miran por encima, los imbéciles. Los que critican. Los que hacen sufrir. Los que pegan.
2. Que me tiren de la corbata. Que me den la paz en misa después de haberse estornudado en la mano. Que los niños me traten de usted.
3. Perder. Me revienta perder en el fútbol, el trivial, el monopoly y en los juicios. Siempre pienso que he fallado en algo –que algo más pude hacer– y eso me revienta más aún.
4. Llegar tarde. Olvidarme de las cosas.
5. Que confundan mi nombre. Que me llamen Héctor, Ernesto, Néctor, Péctor, Fléctor, Cástor o Pólux. En una ocasión, un juez me llamó Wilson y casi me da un paro cardiaco.
6. Lavar el coche y que llueva.
Lo cierto es que es más fácil decir qué cosas me gustan, que enumerar las que me desagradan; quizá sea digno de estudio. Bien, pues ahora (según dice alejops) tengo que designar a no sé cuántos para que cuenten cosas parecidas, así que ahí van:
1. A Sonsoles. Así te doy una excusa para que nos cuentes algo, lo que sea, no sé: esa afición por Neil Diamond, por las sevillanas o por los locales cursis.
2. A Marta, que le gusta la montaña, el aire y el mar.
3. A Ricardo, que ha vuelto, como las cigüeñas en verano.
4. A María, que le gusta Chubby Checker y el twist (y no vale copiar a Ricardo, que te veo).
5. A Carlos, porque eres especialmente fino en tus apreciaciones y seguro que coincido con tus IN/OUT.
6. A Patzarella, que está aprendiendo a hacer surf al ritmo de los Beach Boys.
Os esperamos.