lunes, 21 de diciembre de 2009

Sábados contigo

He atropellado a un zorro. Ha muerto. Dos segundos antes o dos después y no habríamos coincidido en esta vida. Paré a echar gasolina, adelanté a aquel coche, tardé exactamente siete minutos en tomarme un café y leer la prensa y el destino hizo que el zorro y yo coincidiéramos exactamente en aquel lugar y en aquel momento. Ahora él está muerto y yo escribiendo. Así es la vida.
El momento exacto, el lugar oportuno, la velocidad de la vida.
El zorro me hizo pensar. Coincidimos a diario con personas
–historias diferentes, vidas ajenas– que respiran, sienten y aman: que esperan y son esperadas; como yo mismo.
¿Qué hace que dos personas se conozcan? ¿Qué hace que coincidan en el kilómetro cero de sus vidas? ¿Cuándo comienza a ser importante su voz? ¿Cuándo te das cuenta de que echas de menos esa llamada? ¿Qué extraña combinación química o física hace que un momento –un determinado momento– salga de la rutina de la vida para ser eterno e inolvidable? Dos segundos antes o dos después. Da vértigo pensar que puedes pasarte la vida perdiendo trenes...
Qué extraña e inesperada es la vida, pensó el zorro, sin saber que su muerte no había sido inútil.



Aquí está. Me pediste que te escribiera y lo he hecho. Escucha la canción. ¿Recuerdas? You always tell me I don't want I really want. ¿De veras lo sigues preguntando? Me encantaría, lo sabes, pasar los sábados contigo y dejarme llevar.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Esperando a Damien

Damien entró en nuestra vida hará cosa de un mes o un mes y pico; el hermano de un compañero del despacho –misionero en no sé dónde– nos mandó un mail, contando la historia de un muchacho africano que había crecido huérfano gracias a los odios de unos y otros por algo misterioso llamado raza. Estudió gracias a la ayuda de unos cuantos y cuando rozaba el futuro con las yemas de los dedos se acabó el dinero. Y con el dinero, las esperanzas.
No lloró, no se quejó, no escupió al cielo... Así son las cosas, se diría encogiendo los hombros.
Todo lo que le hacía falta eran doscientos cincuenta euros; doscientos euros para terminar los estudios superiores, para ser alguien.
Y así entró Damien en nuestras vidas, como un latigazo. El mail de un hermano marista, la generosidad de los compañeros del despacho y Western Union hicieron el resto. Ahora le toca a él, claro. Cabe la posibilidad de que hayamos ayudado a un fracasado, pero algo me dice que Damien terminará la carrera.


Y ahora, un mes después recibimos este paquete de África con regalos, una carta emocionada en un inglés malo y la primera felicitación navideña. Corto y pego: “no sé cómo agradecértelo, me has sacado de una fosa. Me preguntaba qué podía hacer, y tú apareciste para ayudarme. (…) En una ocasión el H. Eugenio me dijo que Dios me quiere, pero tú también me quieres porque en el mismo momento en que te expuse mi problema reaccionaste inmediatamente y Dios me puso delante personas que me quieren. Eres incomparable, no sé cómo agradecértelo. Sólo me quedaré contento cuando me convierta en un hombre, es decir cuando tenga la oportunidad de visitarte y mostrarte el fruto de tu esfuerzo”.
Desde entonces, esperamos a Damien.