martes, 26 de febrero de 2013

A mi mujer


Veneno. Veneno en mis venas y en las tuyas. Dulce veneno, deliciosa mordedura de serpiente venenosa. Bebedizo, pócima, brujería maravillosa y antigua. Así vivimos tú y yo cada día, respirando a bocanadas del mismo veneno, consumiendo cada día como si fuera el primero y el último.
Y ahora, de súbito, casi sin darnos cuenta, una fruta maravillosa de ese precioso veneno nos ha trastornado. El veneno, la sonrisa de Dios Que Vive con Vida Propia, se adueña de cada uno de nuestros pensamientos, del futuro del minuto siguiente y del domingo que vendrá. El veneno –me dices– bebe ahora de mi y los dos de él.
Y sonríe.
Da patadas.
Se mueve en un burbujeo de vida propia cargado de expectativas.
Nos despierta, nos hace sonreir, nos da un futuro más allá del que nunca imaginamos y que ahora vale la pena solo por él.
Y allá, en la lejanía, el horizonte de seguir bebiendo de tu veneno dulce del que nos alimentarás a todos.