martes, 29 de abril de 2008

Hommo sapiens (y van 100)

A última hora, con pocas ganas de escribir y muchas cosas que contar, me acuerdo del Blogger Sapiens Award que me ha regalado Benita porque, al parecer, “trato temas serios, pero sin perder el humor”, que es todo el requisito que hay que reunir. Y no es poco, digo yo, porque reírse de la vida a veces resulta más difícil que hacer el pino-puente (no, nunca me salió bien del todo). Además me encanta que me den premios, así que este me lo he tomado como si me hubieran concedido el Príncipe de Asturias o el Nobel de la Paz o el Viñador del Año, no sé.
Además esta vez no diré que no me lo merezco, porque luego me acusan de falsa modestia y de buscar halagos a toda costa y porque hoy me he reído solo –delante del espejo–, recordando aquel post falaz en que mis peluqueras certificaron la muerte de la cabellera hippie que nunca tuve. Bueno, que me pierdo: los requisitos y normas están en uno de los blogs de Marta, por si no os fiáis de que me lo merezca; yo no lo haría, así que mirad y así os reís un poco con los chistecillos que cuenta.
Y ahora me toca la difícil tarea de encasquetárselo a otros tantos. Creedme que lo paso mal con estas cosas, porque nunca sé si acierto (habitualmente no lo hago, así que ya ha dejado de ser una frustración para convertirse en el leit motive de mi vida); pues nada, que ahí van los campeones, no necesariamente en orden de importancia:
1. El Pianista, porque sí, porque hay días que leyéndole me da la risa y termino apoyando la cabeza en el teclado hasta que la "cepeu" sufre un colapso nervioso y comienza a pitar. O porque tiene un bici sin frenos o una colección de vinilos o porque tocará la carga de las walkirias dentro de los festejos de ocho o nueve años... No sé, pensad un motivo.
2. Dulcinea, Marta, María y Rocío [El Club de la Bulla], porque ellas lo valen. Porque el día que organicen una tangana-no-virtual acaban en comisaría, con muertos y heridos (como si lo estuviera viendo) y porque me da la gana. Además nunca han recibido un premio y me gusta ser el primero en todo.
3. Ramón [Envasado al vacío] porque además de abogado es amigo; para que vea que no le guardo rencor por el perro que me coló el otro día (y que contaré más adelante).
4. Altea, la motera de Pucela, la que morirá con las botas puestas... Porque tiene un sentido común aplastante y un carácter a la altura de su buen humor.
En fin, es poco lo que tengo, pero todo os lo doy. Ahí va el premio:


Actualización a eso de 20.30 horas: este blog cumple hoy y con este sencillo acto 100 entradas. Y qué mejor manera de celebrarlo que dando un premio (aunque se me ocurren otras igual de buenas, advierto). Gracias por estar ahí detrás y por haber aguantado las 100 anteriores y las que queden.

lunes, 28 de abril de 2008

The lion sleeps tonight

Cantar ahuyenta los problemas, los fantasmas y preocupaciones. A mi, además, cantar me llena. A veces, cuando salgo por ahí de juicios, solo en el coche, me pongo la música a tope, hasta que retumban los espejos y grito como un indio arapajoe desenterrando el hacha de guerra. Me carga las pilas.
Hay canciones que escucharía y cantaría todo el día (por cierto –mensaje cifrado–, aún espero una canción: esa canción), canciones que no pasan de moda, que arrastran recuerdos de días pasados especialmente alegres, canciones desgarradas de no sé muy bien qué problemas desgarradores, ajenos y extranjeros que bien pudieran ser míos.
Pues bien, este sábado, después de encuentros y reencuentros [que no voy a contar porque no me dejan: no seáis curiosos] y de una búsqueda infructuosa y frustrante de material deportivo, Álvaro y yo cantamos como posesos gracias al ipod y a un cacharrillo que conecta con los altavoces del coche. Yo elegía entre los cientos y cientos de canciones, dando vueltas a la ruletilla esa tan graciosa, ansioso de que terminara una para poner otra. El pasado y el presente desfilaron de la mano de Neil Diamond (Sweet Caroline y Soolaimon, que me trasladan a un salón, un vinilo y una cadena AKAY), Counting Crows (Mr. Jones, memorable e imprescindible), Elvis-pelvis (que mira que hay que decir con sentimiento eso de because I love you too much baby)… Pero el clímax, el karma musical, llegó con una canción increíble, inolvidable y repetible hasta la saciedad. Cantamos, hicimos coros, voces y nos turnamos para decir eso de auinmagüe, auinmagüe, auinmagüe, con una sonrisa en la cara que aún no se me ha quitado. Espero que os guste:

jueves, 24 de abril de 2008

Alguien llamado Lorena

Te acabo de colgar el teléfono, Lorena, y me has vuelto a provocar la misma inquietud que el día que te conocí. ¿Cuánto hace de aquello? No sé. Pudo ser ayer, porque recuerdo cada minuto de los pasados contigo, Lorena. Cada minuto. Como ayer…
Ahora te recuerdo sentada, con las piernas juntas como una colegiala y las manos en el regazo. Sonreías. Eras guapa, muy guapa. Te leían tus derechos y te recuerdo altiva y descarada, consciente de ser objeto de un deseo podrido y obsceno.
Estabas detenida y yo de guardia.
La policía había entrado por la fuerza en varias viviendas, dentro de una operación contra el negocio de la prostitución ilegal y allí nos contaste, entre risitas con acento extranjero, las aberraciones a las que eras sometida: el horario de trabajo, las citas diarias, la completa gama de servicios prestados y los honorarios, el precio de la mercancía, de la carne. Ni yo ni el policía dábamos crédito a los que oíamos, silenciosos y amargados.
¿Qué harás ahora, Lorena?, te dije. Me iré a Portugal. A… ¿trabajar? Sí, en lo mismo.
Me quedé en silencio.
No pediste ayuda.
No la querías.
Me asomé a tus ojos azules por si veía en qué pensabas, pero no vi nada detrás. Estabas vacía. Acostumbrada quizá a arrastrarte por el suelo, habías renunciado a los sueños por un puñado de euros.
Me amargaste la noche, ¿sabes?
Me dió pena, por ti, por el ser humano ruin en el que te habías convertido. Salí de comisaría –estaba oscuro, dentro y fuera– y paseé por la ciudad, sonámbulo y asqueado, preguntándome en qué te hemos fallado. Qué vida es esta que hemos construido, en la que hace falta gente como tú, para satisfacer no sé qué instintos bestiales.
Aquella noche llegué a casa y me duché, me enjaboné una y otra vez, tratando de borrarte de mi vida, Lorena. Pero la memoria es inmune al champú y al tiempo y hoy has vuelto, con tu voz sugerente, para pedirme no sé qué papeles que necesita tu nuevo abogado.

lunes, 21 de abril de 2008

Buscando a Nemo

Para entender correctamente lo que voy a contar es necesario aclarar dos premisas: 1. estamos un poco locos y 2. somos unos irresponsables. Lo digo para tranquilizar la conciencia de los doce que se quedaron en tierra por miedo a las condiciones familiares, hereditarias y meteorológicas. Llueve sin parar desde hace una semana, así que domingo no tenía por qué ser una excepción y amaneció lloviendo. Pero el caso es que habíamos pedido licencia al Ayuntamiento del Viso del Marqués y a la Junta para entrar hasta la Charca del Batán (y nos la habían concedido), y no pensábamos desaprovechar la oportunidad por el pequeño y molesto detalle de la lluvia.
Al comenzar a pedalear nos permitimos un momento para la esperanza, porque no llovía demasiado –apenas unas nubecillas como bombarderos, que descargaban el explosivo en unos segundos y se desaparecían sin dejar rastro– y comenzamos a bromear, admirando el paisaje, cada flor, cada árbol, arbusto y matojo. Pero se impuso la dura realidad y, a un tiempo, se nos presentaron la lluvia y sus consecuencias inmediatas: los ríos impetuosos, desbocados. Los ríos eran ríos, los arroyos eran ríos, los caminos y sendas eran ríos, las laderas de los montes eran ríos y pronto, bien pronto, nuestras ropas eran ríos. No hay que preocuparse, dijo uno, cuando llega a la piel, el agua resbala. Y otro dijo, pues si el hombre es agua en un 80 %, yo debo andar por el noventa y tantos. Hasta que sucedió lo inevitable: con tanto río y tan poco camino, calculé mal la profundidad de un vado y desaparecí por completo en la corriente (cuando digo por completo, es por completo: bici, casco y mi metro sesenta y cinco centímetros de largo) de un riachuelo mal encarado que se me quiso llevar, ante a mirada atónita de Guiputxi y Jorge. Pero, ¿dónde ibas? me dijo Jorge cuando salí al otro lado. Pues, no sé, a buscar a Nemo. Nos miramos durante unos segundos y nos echamos a reír durante quince minutos, sin poder movernos del sitio; doblados literalmente de la risa hasta que nos dolió la tripa y la cara. Seguía lloviendo, pero ya no me importaba, porque el agua me chorreaba por las orejas. Gracias a Dios, Jorge llevaba un cortavientos y un culotte largo de repuesto, con el que me cambié inmediatamente antes de llegar a la hipotermia y seguimos para adelante, pedaleando con más energía (ahora que estaba seco y con un plátano en el cuerpo, que nos zampamos mientras reparábamos un reventón en una de las bicis). Y así, sorteando ciervos y jabalíes despistados que se nos cruzaban, fuimos bajando por el valle. Como era de prever, la lluvia había convertido la charca del Batán en las cataratas del Niágara, así que decidimos posponer nuestro baño (sí: pretendíamos bañarnos) por el daño que podía hacer el barro a nuestro piel.
Tras un pequeño atasco en los cambios de Javi y una sesión de brikomanía práctica de Jorge, nos volvimos, subiendo todo lo que habíamos bajado. Eran las cuatro y cuarto de la tarde. La vuelta se hizo dura, muy dura. La lluvia, la ropa y el hambre pesaban. Subíamos a diez kilómetros por hora. Cada pedalada dolía. Cuando nos quedaban unos kilómetros para llegar al coche –seguía lloviendo y había bajado la temperatura– Jorge me preguntó inocentemente si había ido a misa. Fue decirle que no y empezó a granizar con furia. Como nada podía ir a peor, nos pusimos a cantar, medio borrachos de agua y de adrenalina.
Eran las siete de la tarde cuando llegamos al pueblo, a un bar, donde pedimos un cola-cao ardiendo y un bocata "lo más grande que tenga"… Cuando nos volvió el calor se nos encendieron los ojos y los mofletes y empezamos a reírnos, mientras el resto del bar veía ganar al Balonmano Ciudad Real y al Real Madrid y pedía silencio.
[Llegué a misa, por cierto, vestido de malhechor, despeinado y cansado. Esto no es el final, dijo el cura en la homilía. Espero que no, pensé, porque espero volver en cuanto pueda].






jueves, 17 de abril de 2008

La hora country

Hay palabras que despiertan recuerdos, casi siempre acompañados de imágenes. Imágenes –pedazos vida– empapadas en sensaciones, como esta de la hora country. Me escribe María y me adjunta una fotografía y de pronto mi mundo se detiene, rescatando de la memoria un recuerdo –avalancha de ellos– que tenía medio abandonado.
Hace muchos años. Casi con seguridad el fuego se había apagado y nadie quería ir a por leña, por el miedo a la oscuridad del bosque. Nos apretujábamos unos contra otros. Era verano. El pantano de Entrepeñas, compañero silencioso, respiraba a un centenar de metros. No sé qué sonaba en el transistor, pero, como era la hora country, apuesto a que alguien con banjo y sombrero cowboy decía cosas como “didn't worry about the things that we just didn't know”, que todos susurrábamos a destiempo, tratando de seguir la melodía. Y así, entre risas y comentarios a media voz, la leche, el nesquik y el nescafé se calentaban. Yo siempre pedía nescafé, porque me parecía más country, más de persona mayor. Y quería hacerme mayor, porque estaba perdidamente enamorado de una chica que me sacaba tres o cuatro años y soñaba cada noche con despertarme un día crecido y en plena adolescencia…
Entonces una llamada telefónica y un perito, desde alguna remota oficina de Madrid, me arrancan de la acampada y del verano del mil novecientos ochenta y tantos. Con olor a pino y la luna aún en los ojos, me lanzo como un tiburón a negociar una indemnización por la ruina de un edificio, mientras miro de reojo la fotografía: la hora country.

lunes, 14 de abril de 2008

La sonrisa del simio

Me avisan de que está aquí de nuevo. Horror, pienso. Además está rompedora, con su pelo rojo. Decidle que he salido, que estoy en Swazilandia, asesorando al gobierno temporal de un presidente caníbal y que es probable que a estas horas participe del banquete. Pues va a ser que no, que te espera en la sala de juntas… Y ponte bien la corbata. Gruño. Ajusto la corbata azul, ensayo mi mejor gesto y se me congela en la cara una mueca que podría pasar por una sonrisa en un simio. Salgo. Por el camino pienso que le he revisado cuatro veces el mismo contrato de compraventa. Maldita la hora en que añadí esa cláusula infame del tanto por ciento de no sé qué. Espero no perder la paciencia. Abro la puerta:
–¿Qué tal? ¿Cómo estás?
–Ay, perdóname… Es que me he olvidado de…
–Nada, nada: ni te preocupes. Para eso estamos…


[al terminar, mientras escribo, escucho Golden Touch, de los muchachos de Razorlight. Escuchadlo bien alto y meteos en mi pellejo]

viernes, 11 de abril de 2008

Bendito sea el turno de oficio

Eran las cinco y media de la tarde y esperábamos para entrar en el despacho de la juez, cuando mi cliente me cogió en un aparte:
–Mira, el problema es que yo soy Dios. Por eso tengo el poder de hacer aparecer billetes de la nada: se me multiplican inexplicablemente en el bolsillo.
–Ya, le dije. Busqué en el Código Penal, por si la condición divina de mi cliente sirviera como eximente.
–Nadie me cree. Ese es el problema de nuestra sociedad, que necesita milagros para creer. Tú, por ejemplo: ¿qué quieres?
–Un barquito. En el Puerto de Santa María, murmuré mientras trataba de hacerme un esquema de mi interrogatorio.
Estábamos discutiendo menudencias (los metros de eslora, mástiles y centímetros cúbicos del motor) cuando apareció el agente y nos condujo al despacho. Nos esperaban la juez y el fiscal, impertérritos y descreidos. Mi cliente aguantó las preguntas de la juez y llegó a contestar alguna de forma más o menos coherente. Me extrañó, aunque mucho me temo que se estaba reservando para el fiscal, porque, apenas abrió la boca para preguntar, le paró en seco y le escupió:
–A usted no le contesto, porque no es bueno y se está ganando el infierno.
Miré al infinito, el agente se agachó a recoger el bolígrafo y la juez se tapó con un panfleto de no sé qué. El único que aguantó el tipo fue el fiscal, al que, por cierto, no le hizo ninguna gracia.

jueves, 10 de abril de 2008

La huelga ha terminado

He entrado, como un zorro en el gallinero, sonriendo; como el soldado en el terreno conquistado después de la batalla. He pisado el juzgado por primera vez, después de dos meses de huelga y uno de ostracismo voluntario, y de pie, en el hall, he dicho –bajito, casi para mí–: he vuelto, ya estoy aquí.
Los que me conocéis, sabéis cuánto he echado de menos la sala, los estrados, los juicios y la toga. Y los que no, os lo podéis imaginar. Me he formado como procesalista –animal de sala– y cada día sin juicios era un día sin aire. Me gusta el combate limpio, la crisis, la agilidad en la contestación, los cambios de estrategia a mitad de juicio, las excepciones procesales, el “tiene la palabra, sr. letrado”, la mirada del abogado contrario al otro lado, los interrogatorios, la modulación en la voz, los informes de resumen de prueba, la soledad del abogado en estrados…
Sí, señor: esto me gusta.

lunes, 7 de abril de 2008

Mi ciudad

La foto no es buena. No se aprecia ni una sola –¡ni una!– de las más de setenta mil personas, hombres, mujeres y niños que viven en la ciudad. Ni las farolas –miles de ellas–, ni los jardines, ni los kilómetros y kilómetros de acera. No se ven tampoco los perros, gordos y flacos, grandes y pequeños; ni los coches, ni las motos, ni motoristas, ni motoricones. No se distinguen los monumentos, ni las plazas, ni las esculturas. Ni el olor de la primavera en las calles. Ni los bares. Ni las iglesias. Desde aquí, desde donde estoy, no oigo el ruido de la ciudad, de mi ciudad. No veo a los que quiero. No veo a nadie.
Y sin embargo, todo está ahí abajo, palpitando de vida, esperando, tan lejos y tan cerca. No es la mejor, ni la peor, pero es mi ciudad, mi casa. Y me gusta.

Sé que pegan violines y tal, pero lo que escuchaba era esto, mientras luchaba con el móvil y la bici.

miércoles, 2 de abril de 2008

Esta mañana, sin ir más lejos

[8.30 am] Salgo de casa y enciendo el móvil. Al poco recibo tu mensaje. Leo “mientras te escribo, la aurora de rosados dedos, hace de las suyas” y te veo contemplando el amanecer, desde el tren, y me sonrío, conociéndote.
[9.00 am] Los funcionarios de justicia comienzan a votar si aceptan o rechazan la oferta del ministro en funciones. Y me irrita pensar que hoy se cumplen dos meses del comienzo de la huelga de funcionarios y que todo parece indicar que seguiremos igual. No estoy enfadado, pero he de reconocer que empiezo a perder la paciencia. Para colmo de males, la calle se ha convertido en un lugar peligroso. Como remolinos de verano, se forman corros de compañeros en los lugares más insospechados: una plaza, un paso de cebra, el Bar Paco, el de Paco o la Deliciosa, Woman Secret o Roberto Verino. Y así, de oca a oca, tomando cafés y hablando de la huelga, pierdes la mañana –y la paciencia– sin darte cuenta.
[9.30 am] Ansioso de terminar con una partición de una herencia, me llaman por teléfono: ¿puedes ir a notaría a firmar no sé qué? Pienso que no, pero digo que sí, mientras convierto las hectáreas, áreas, centiáreas, fanegas y celemines a metros cuadrados. Si me viera mi profesora de matemáticas (entrañable Dª Ana), lloraba de la emoción.
[10.18 am] Nos dan cinco días para designar un procurador en Vitoria y mi mente vuela a una tarde de verano y una plaza y una heladería fashion. De vuelta a la realidad –con una sonrisa en la cara– hago unas gestiones con unos compañeros de Vitoria y, como me fío poco, escribo a una buena abogada de Bilbao para que me dé algún nombre de un procurador de confianza.
[10.30 am] Me llama la juez del juzgado de instrucción nº 6, que quiere hablar conmigo, antes de las 3.00 pm. Las cifras de la herencia comienzan a bailar y me imagino que me han organizado una fiesta sorpresa en el juzgado, con serpentinas y matasuegras. Pero mucho me temo que no es eso lo que quiere de mi.
[12.02 pm] Me dice Raúl que se ha leído mi artículo y que le ha gustado. Álvaro me ha pintado barba en la foto. Hay que jorobarse.
[1.00 pm] Sigo con la herencia. Miro a la derecha de la mesa, donde me espera una demanda de accesión invertida. Vuelvo a los porcentajes de los herederos y me pregunto qué habrá sido de la huelga. Miro la mesa: tengo demandas y recursos pendientes. Y sobre todo minutas sin cobrar. Y la constante amenaza de mi eterna amante: una entidad exigente y fiel que me escribe regularmente que quiere ser mi banco, pero no me pasa ni una. Y eso no es amor, que le digo yo. Y mira para otro lado, esquiva.
[2.00 pm] Tenemos dos opciones, oigo que dicen por el pasillo: irnos o quedarnos; y yo, me voy.
[2.05 pm] Un rato más, solo un rato más, pienso, que esto me lo liquido hoy mismo.