viernes, 30 de mayo de 2008

Doce años no es mucho tiempo

¡La amistad!
La amistad es un espejo en el que el hombre se contempla a sí mismo. A veces, mientras conversas con un amigo, te reconoces a ti mismo: es contigo mismo con quien hablas, es contigo con quien te relacionas.
La amistad es igualdad y afinidad. Pero al mismo tiempo es desigualdad y diferencia.
Han pasado doce años desde la última vez que nos vimos, Carlos, doce años. Más de cuatro mil días. Pero el jueves, nos vimos de nuevo y nos dijimos todo en un instante: bastó un abrazo; porque eres mi amigo, el mejor de cuantos he tenido. Y comenzamos a hablar como antes. Como antes. Como si hablara conmigo mismo. Como siempre.
Amigo es aquel que, amando, desenmascara tus debilidades, tus defectos y vicios.
Otra vez te has ido. Quizá no nos veamos nunca más. Quizá en doce años. No sé. Pero siempre serás Carlos, mi amigo.

[La cursiva no es mía, no del todo. Antes que yo, lo escribió Vasili Grossman. Pero hoy lo siento yo, como él, por eso es un poco mío].

miércoles, 28 de mayo de 2008

Algo más de nosotros

Pensando en escribir algo sobre la vida y la muerte, me dicen que un periódico ha hecho un retrato robot del abogado español y que no me ajusto en absoluto al perfil ideal. Mientras mi ordenador busca por la red la noticia de marras, fantaseo pensando, no sé, que el perfil bien podría ser metro sesenta y cinco, miope, sesenta y cinco kilos, mala leche y pavorosa afición por el dulce… Pero no, nada de eso, los datos que da el III barómetro interno del Consejo General de la Abogacía Española son más bien insignificantes y aburridos: que somos más jóvenes, sedentarios y conservadores. Al parecer somos menos hombres (hay más abogadas de menos de treinta y cinco años), un 5’11 % más de derechas que la última vez, no hacemos deporte (tenis o atletismo como excepción) e invertimos en lectura y cine, que es la típica cosa que se dice cuando te arrinconan. Sigo mirando el artículo, pero no, no dice nada sobre el porcentaje de abogados a los que les gusta ver amanecer, cantar el Nessun dorma, sentir el aire en la cara, sentarse en el banco de una iglesia y disfrutar del silencio y la soledad, reírse con los amigos o dar al limpiaparabrisas solo cuando ya no se ve nada…
Lo malo de las estadísticas es que dan datos que no dicen nada del hombre.

sábado, 24 de mayo de 2008

Rutina

Parecía de sainete. Había terminado mi interrogatorio a la testigo, la única testigo. El juez había interrumpido el juicio para llamar a la Guardia Civil, porque fuera –en el pasillo– parecía haberse organizado una batalla campal entre los dos clanes.
Miré por primera vez a la fiscal, a mi lado. Era nueva, rubia y elegante.
–Oye, perdona, yo te conozco de algo, ¿verdad?
–Sí. Hicimos la carrera juntos, me susurró.
Pues vaya, pensé, he vuelto a meter la pata.
–Vaya. Pues perdóname: no me acuerdo de tu nombre.
–Guarden silencio, interrumpió el juez.
Afuera seguían oyéndose los ruidos de la contienda.
Arancha, me dijo a media voz.
–Y, ¿acabas de llegar ahora?
–Sí. He estado tres años en Barcelona y he sacado la plaza aquí.
–Pues enhorabuena.
–Gracias.
–Sr. Letrado, puede continuar para conclusiones, interrumpió de nuevo el juez.
Me incorporé y comencé con la mayor naturalidad:
–Con la venia, para solicitar la condena de Manuela como autora penalmente responsable de una falta penada y prevista en el art. 620 del Código Penal... Y miré a mi cliente, en el banquillo. Es curioso, la forma en la que logramos hacer de lo excepcional algo rutinario. Es curioso como todo puede volverse vacío e insípido. El dolor, el sufrimiento, las lágrimas, los golpes afuera, los gritos, la Guardia Civil, el ruido... Todo se detiene por un par de susurros.

miércoles, 21 de mayo de 2008

El maltratador

Marcos había salido de permiso. Estaba cumpliendo una medida de internamiento en un centro de menores, pero no pensaba volver. No de inmediato, al menos.
Había dejado embarazada a su novia y tenía que verla. Y la vió. Y encontró trabajo –apenas un mes–, cobró y le dio el dinero a su novia adolescente, con una instrucción clara. Marcos no esperó contestación y la muchacha cogió el dinero. No sé si abortó finalmente o no. No sé si el la oyó decir algo así como “no sabes cuánto te he querido” o “estaba soñando con nosotros” o “qué será de nosotros”. Marcos consideró que cumplía con su parte del trato, con lo que le concernía: había sido responsable, se había portado como un verdadero hombre, como un adulto. Y desapareció.
Tenía que hacer algo e hice lo que debía.
No lo creo. Hiciste lo fácil.
Pero es que no estaba preparado.
Nadie lo está. Siempre hay una primera vez, para todo. La dejaste tirada, sin preguntarle. Decidiste por ella y por tu hijo. Les menospreciaste.
No eres justo conmigo.
Tú me preguntas y yo te contesto.
El sábado me lo encontré en el Mercadona. Iba solo, con su patinete, en busca de la pizza perfecta. Y me dio pena. Mucha pena. Por la vida se arrastra un hombre sin amor, un maltratador ensimismado en si mismo.

lunes, 19 de mayo de 2008

Mis domingos al sol

El domingo no quería madrugar, así que acabé saliendo solo con la bici. Quería hacer un poco el bestia. Yo solo. Quería probarme, descubrir caminos nuevos, bajadas imposibles. Quise aspirar yo solo todo el aire fresco y el polen. Y disfrutar del viento y del oleaje de los campos. Y del sol. Y de los charcos. Y quería, no sé, tumbarme en el pasto y jugar con las nubes.
Quería sentirme vivo. Sin prisa. Yo solo.

martes, 13 de mayo de 2008

Cayendo lentamente

Cuando se casaron fueron felices. Al menos un tiempo. Dos años después Elena dio a luz un niño sano y silencioso, regordete y con un cromosoma 21 de más: tenía síndrome de Down.
Antonio lo miró, lo miró detenidamente. No gritó, no maldijo. Se fue a casa, hizo la maleta, cerró la puerta y se marchó para siempre.
Elena le esperó un día y otro, un mes y dos y tres. Y al año presentó la demanda de separación. Antonio no se opuso a los doscientos euros de pensión a favor de su hijo y pagó. Pagó unos meses y luego dejó de hacerlo. Y así lleva diez años. Diez años huyendo. Diez años acumulando denuncias por impago de pensiones. Diez años de caída.
Y, ¿por qué lo defiendes?
Pues no lo sé. Supongo que es mi trabajo.
Pues yo no sería capaz.
Ya.
Todos sufrimos. Todos con la misma intensidad y cada uno a su manera.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Lo más IN, lo más OUT

Me invita alejops a que diga qué me gusta y qué no [aquí las reglas]. Al principio busqué –no os voy a engañar– una excusa medianamente elegante para decir que no, pero luego, de vuelta a casa, me lo tomé como un reto, porque lo cierto es que no lo he pensado nunca. No me he parado a hacerlo.
Hacedlo. Dedicadle unos minutos: qué te gusta y qué no. Para mi ha sido una tarea bien difícil, porque hay cosas que me gustan o no ahora, otras siempre y otras que me gustarán mañana, el miércoles que viene o el jueves que vendrá. Además hay que diferenciar lo que me gusta, de lo que me hace feliz. Por ejemplo, me gusta el Absolute Vodka, pero eso no me hace feliz; me hace feliz beberlo en compañía, con mucho hielo, una Nordic Mist, limón flotante y una conversación que dure horas. El sábado, por ejemplo, me gustó desayunar con Santi, un chocolate con churros y después lanzarnos a por ideas para el día de la madre; pero no es lo suficientemente definitivo como para ponerlo en una lista. No es completo. Sin embargo sí es completo que aborrezco la mentira, la doblez, la hipocresía, a los traidores y desagradecidos… Eso sí que cabe y lo pondré. Sé que debería decir que me importan cosas un poco más generales, pero no lo haré. Pienso en lo más inmediato, lo más doméstico; claro que me preocupa la guerra, el hambre, la imparable subida del euribor, el TAE y el arroz, pero es que eso me parece poco sincero (y, desde luego, sobreentendido)…
Bueno, sin dilaciones, ahí va lo más “IN”, lo que más me gusta:
1. Desayunar medio litro de leche, con nesquik y magdalenas caseras de mi madre.
2. Sentir el viento en la cara y en el pelo [sin coñas], el aroma de las flores en la calle, el olor a pino y a tierra mojada después de llover. Oír su voz.
3. Ganar. Que las cosas salgan bien.
4. Los amigos.
5. Hablar con mis tres sobrinas, aunque sea por teléfono. Me da una alegría que me dura horas. Si fuera astronauta, les robaría un pedazo de cielo, la Vía Láctea, un planeta o un pedazo de la estación internacional, solo por ver su sonrisa.
6. Que me digan que rezan por mí, aunque me descoloque. Es tanto como decir que me acordé de ti. Y me gusta, porque añade un plus al mero recuerdo.
Y ahí va lo más “OUT” del momento, lo que –hoy y ahora– más me desagrada:
1. La mentira porque sí. Los desagradecidos, los que te miran por encima, los imbéciles. Los que critican. Los que hacen sufrir. Los que pegan.
2. Que me tiren de la corbata. Que me den la paz en misa después de haberse estornudado en la mano. Que los niños me traten de usted.
3. Perder. Me revienta perder en el fútbol, el trivial, el monopoly y en los juicios. Siempre pienso que he fallado en algo –que algo más pude hacer– y eso me revienta más aún.
4. Llegar tarde. Olvidarme de las cosas.
5. Que confundan mi nombre. Que me llamen Héctor, Ernesto, Néctor, Péctor, Fléctor, Cástor o Pólux. En una ocasión, un juez me llamó Wilson y casi me da un paro cardiaco.
6. Lavar el coche y que llueva.
Lo cierto es que es más fácil decir qué cosas me gustan, que enumerar las que me desagradan; quizá sea digno de estudio. Bien, pues ahora (según dice alejops) tengo que designar a no sé cuántos para que cuenten cosas parecidas, así que ahí van:
1. A Sonsoles. Así te doy una excusa para que nos cuentes algo, lo que sea, no sé: esa afición por Neil Diamond, por las sevillanas o por los locales cursis.
2. A Marta, que le gusta la montaña, el aire y el mar.
3. A Ricardo, que ha vuelto, como las cigüeñas en verano.
4. A María, que le gusta Chubby Checker y el twist (y no vale copiar a Ricardo, que te veo).
5. A Carlos, porque eres especialmente fino en tus apreciaciones y seguro que coincido con tus IN/OUT.
6. A Patzarella, que está aprendiendo a hacer surf al ritmo de los Beach Boys.
Os esperamos.

lunes, 5 de mayo de 2008

La delgada línea

Desde hace años siempre digo lo mismo, porque mientras miro los autos, mi cliente me cuenta su versión; así, entre una cosa y otra, me hago mi composición de lugar y me marco la línea de defensa.
¿Sabes por qué estás aquí?
Sí.
Y se quedó callado. No es lo normal, pensé. Si hice un gesto de sorpresa no se notó. No le miré. Estaba echando un vistazo a la denuncia, al atestado de la Policía Nacional y las declaraciones de los testigos. Era la típica pelea callejera.
¿Por qué le pegaste?
¿Por qué se pega a la gente?
Levanté la vista de los autos. Le miré. Hizo un gesto levantando ligeramente los hombros. Ladeando la cabeza. Definitivamente no era la contestación típica. Pensé qué decirle.
Supongo que porque tienes un problema.
Sí. Supongo que sí.
Se quedó en silencio. Le miré. Él miraba para todos los sitios y para ninguno. Dudaba si decírmelo. Esperó una eternidad antes de hablar.
¿Qué ha dicho ella?
Pues ella ha dicho que empezaste tú. Que el primer puñetazo fue tuyo.
Vale.
Me quedé mirándole. Tenía las manos en los bolsillos. Empezó a llorar. Mansamente.
Hija de puta.
No me digas que lo hiciste por ella.
Estaba conmigo. Me dijo que ya no estaba con él. No paraba de mirarla y le pegué un buen puñetazo. Hija de puta.
Me quedé delante sin saber qué decirle. Se limpió con la manga de la sudadera. Extraña cosa el corazón, pensé. Qué tenue es la línea que separa el amor del odio, pensé también. Y como me pagan por otra cosa, comencé a repasar la lista de excusas, eximentes y atenuantes que el Código Penal le ofrecía.
Dime que al menos habías bebido mucho. Dime que no sabías lo que hacías. Dime que estabas como loco.

viernes, 2 de mayo de 2008

¡Crock!

Me he caído y me he levantado. He sobrevivido a las raíces y a las piedras. A descensos vertiginosos de arena y rocas. A canchales de cabras. A sesenta y cinco kilómetros por hora. Al olor del funicular de Cercedilla a Navacerrada. A la emoción de las vistas de la Sierra de Madrid y de las expectativas de un fin de semana en bici.
Y ayer, al final del día, yendo a por agua, mi rodilla –¡crock!– ha vuelto a hablar por mi.
¿Te duele?
Solo si me río.
Cinis, pulvus et nihil. Cuando todo parece controlado y organizado, siempre surge un imprevisto. Algunos de dentro.
Y aquí estoy –game over–, de vuelta a casa. Como el soldado deshonrosamente herido. Renqueante. Cojo.