martes, 23 de noviembre de 2010

Ni perdón ni arrepentimiento

El viento era frío, cortante e inesperado. La gente paseaba por la calle encogida y silenciosa, a su trabajo, a la oficina, al mercado, de un sitio para otro. Alberto los miraba, lo miraba todo. No tenía otra cosa que hacer. Observó detenidamente la cabina de teléfono. La publicidad decía que desde allí se podía hablar con cualquier móvil por cincuenta céntimos. Hurgó en sus bolsillos hasta juntarlos y marcó. Tecleó como quien susurra. Apoyó un brazo en el cristal y miró fuera, mientras sonaban los tonos.
–¿Dígame?
–Hola.
–Ah, hola. ¿Cómo estás?
–Bien.
–¿Dónde has pasado la noche?
–En casa de un amigo, mintió.
No tenía amigos, no tenía a nadie. Había tiritado toda la noche en un portal. Pasaron unos segundos antes de que ninguno de los dos dijera nada.
–Bueno y ¿qué piensas hacer?
–He comenzado el tratamiento, pero…
–¿Pero?
–Hoy he vuelto a beber. Creo que, bueno, eh, creo que estoy borracho…
Y ella colgó.

4 comentarios:

Juan Ignacio dijo...

Néstor,
Como hace mucho no pasaba (pero desde tu última visita te tengo en mi sidebar), me imagino que estos siguen siendo casos reales, o sea, casos que has tenido que tender.
Este es terriblemente triste.

Néstor dijo...

Uf, pues sí, JUAN IGNACIO, las cosas que cuento son reales como la vida misma, aunque las modifico un poco para hacerlas poco reconocibles. En este caso una mujer cuelga el teléfono a quien dice que la quiere, hasta que lo demuestre y abandone a su otra "amante", el alcohol. Es duro, triste y real.

Nodisparenalpianista dijo...

Jo, pobres.

Néstor dijo...

Este sí era mi homenaje a las mujeres valientes que se defienden.