“¿Suspensión? Señor letrado eso no es causa de suspensión y no voy a acordarla”.La frase así escrita no parece gran cosa porque lo malo –lo temible, lo que la convertía en una verdadera arma de destrucción masiva– era el tono: condescendiente, irónico, malvado, burlesco... En mis oídos sonó algo así como “por Dios, letrado-como-se-llame: no pida tonterías y despachemos esto”. Quitando el pequeño detalle de que yo tenía razón (la tenía, sí: porque el juzgado se equivocó y olvidó practicar una prueba que había pedido), lo que me hirió de veras fue el maldito tono de las catorce palabras.
Me acordé de Nehi, el niño, el diablo de las montañas, el brujo (Amos Oz, De repente en lo profundo del bosque. Siruela, 2006) que cuando huyó de casa para irse a vivir con los animales comenzó a aprender las diferentes lenguas: palomán, grillol, ranés, cabrés, pecí y abejino entre otros. No le resultó difícil porque los animales utilizan muchas menos palabras que los hombres: apenas unos verbos, sustantivos e interjecciones... Y mentiras y palabras especiales que expresan alegría, entusiasmo, asombro y placer. “Algunas criaturas tienen incluso palabras que son casi como una oración: disponen de palabras especiales de agradecimiento por la luz del sol, y de otras diferentes por los vientos que soplan, y por la lluvia, la tierra, la vegetación, la luz, el calor, la comida, los olores y el agua. Y también tienen palabras de nostalgia. Pero en la lengua de las criaturas no hay ninguna palabra cuyo objetivo sea humillar o burlarse. Eso no.”
Me hice un propósito. Aprenderé a hablar en la lengua de los burros para entenderme con algunos.
1 comentario:
Y aquel sufrió un gran golpe cuando hubo aprendido el idioma del burro... y hubo choques de ideas, hubo tormentas de fonemas. No era ese idioma el requerido para entenderse, era simplemente una variación regional del humaní de bajo coeficiente. El equino no tiene nada que ver, con el robo de su identidad...
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