“Acordaos de mi”. No sé porqué, pero ayer me venían a la cabeza esas palabras: acordaos de mi.
Ayer nos fuimos a comer todos los del despacho; no faltó nadie, ni Rosa, que ha sido madre por segunda vez y continua de permiso. Ayer José Luis celebraba sus treinta años de colegiado: un 13 de abril de 1976 se daba de alta como abogado ejerciente en el Ilustre Colegio de Abogados de Ciudad Real, del que –con el tiempo– llegaría a ser decano, como su padre. A lo largo de treinta años de profesión se acumulan muchas anécdotas, mucha vida, muchos compañeros, jueces, fiscales y funcionarios que han desfilado ante sus ojos y que, como el agua sobre las piedras, han pasado sin dejar rastro. El caso es que nos reímos mucho recordando sucesos –los mismos de siempre, pero que nos hacen la misma gracia que la primera vez–: los clientes y amigos y sus ocurrencias, algún que otro asunto de tono más bien surrealista, el día a día del despacho que siempre da para mucho y nuestras propias ambiciones y esperanzas, que dan para mucho más.
Y me acorde de Héctor, “el derrotado: lo tenéis que recordar de pie, en la popa de aquella nave, rodeado por el fuego. Héctor, el muerto que por tres veces sería arrastrado por Aquiles alrededor de las murallas de su ciudad. A él tenéis que recordarlo vivo, y victorioso, y resplandeciente con sus armas de plata y de bronce. De una reina aprendí las palabras que ahora me han quedado y que quiero deciros a vosotros: acordaos de mí, acordaos de mí, y olvidad mi destino” (Alessandro Baricco, Homero, Ilíada).
Y me hice un propósito. Pase lo que pase en adelante, nada cambiará mi opinión por vosotros. Nada.
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