Vicente cogió una piedra y golpeó varias veces el cristal blindado del restaurante hasta hacer un agujero. Pensaba entrar y desvalijar la caja, pero un vecino avisó a la Policía Nacional. Le detuvieron cuando se escondía a un centenar de metros. Eran las tres y pico de la mañana. Vicente tenía antecedentes penales como para hacerle sospechoso de casi cualquier cosa que hubiera pasado aquella noche en la ciudad.
Eso decía la fiscal. Esa era su película.
Yo conté otra. Vicente estaba recogiendo colillas del suelo para hacerse un cigarrillo cuando le detuvo la policía. Nada más y nada menos. Eso es todo lo que teníamos. Un tipo desarrapado recogiendo colillas a las tres de la mañana. No tenía marcas en las manos de haber tirado piedras, ni aparecían sus huellas en el cristal. No había tratado de huir. Solo era un tipo sucio con una docena de colillas en los bolsillos. No había testigos. El vecino no le vio o no le reconoció o no le quiso reconocer.
Miro la sentencia y hago memoria. Defendí mi película con vehemencia, apretando a los testigos, ridiculizando la otra versión.
Y mi película ha ganado el Oscar.
Han absuelto a Vicente.
Algunas veces la justicia te da una alegría de éstas y recuperas un poco la fe en aquello que se llamaba "presunción de inocencia"; porque al parecer son los jueces los que imparten justicia y no los periódicos, las vecinas y los corrillos de café.
[No sé si mi película está basada en hechos reales, porque no sé qué es lo que pasó. Yo no hago justicia, solo defiendo a mis clientes]
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4 comentarios:
Enhorabuena!.
Qué miedo me dan estas entradas tuyas. Ya sabes lo que pienso.
Gracias, BENITA, gracias.
DULCINEA, al margen de lo que pienses, lo cierto es que los abogados defendemos los intereses de nuestros clientes, no los de la justicia.
Me ha gustado mucho esta entrada. Te felicito por tu blog.
Un saludo.
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