–¿Qué tal el juicio? –Bien, respondo sin dudar. Así ha sido, aunque no todo "ha ido bien".
Esta mañana –bien prontito– he metido en el coche los bártulos, la toga, a los hermanos MacVie, Stevie Nicks (qué voz, madre mía: qué voz) y al resto de los Fleetwood Mac y me he puesto en ruta hacia Tomelloso. Hoy defendía a la “empresa”: nos reclaman el importe de las lesiones de un accidente que sucedió en junio de 2003, así que obviamente está prescrito (significado aquí, en su tercera acepción). Así lo he dicho en sala y creo que me harán caso. Lo más duro es que en el interrogatorio del actor, me ha reconocido que dejó pasar tanto tiempo porque su abogado –un tal José María, que no era el que hoy le defendía– enfermó de gravedad…
A la vuelta, el coche se ha convertido en mi particular Patmos y he conducido arrebatado por mis pensamientos: peculiar vida la del abogado. No me quejo: no, no lo hago; pero no deja de ser llamativo el hecho de que nos vamos de vacaciones –o de fin de semana o al cine o con la bici– y nos llevamos a los clientes y sus problemas a cuestas, nos ponemos enfermos y el sol no se para; ni el sol, ni los plazos, ni los vencimientos, ni el juzgado, ni la vida… Y para colmo, al cabo de los años, en un juzgado de vete tú a saber dónde, un colega o tu propio cliente te echa la culpa de una posible prescripción (por negligencia o desatención, dice la jurisprudencia). Hay que ver cómo está el patio.
Me ha sacado del karma la voz de Celtas Cortos: “20 de abril del 90. Hola chata, ¿cómo estás? ¿Te sorprende que te escriba? Tanto tiempo es normal…” He berreado hasta llegar a Ciudad Real, contento de estar vivo y de poder contarlo. ¿Y el resto? Pues eso, es... el resto.
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1 comentario:
"...contento de estar vivo y de poder contarlo. ¿Y el resto? Pues eso, es... el resto".
Me gustan esas palabras; claramente es la actitud que debería adoptar a diario en lugar de ofuscarme en "problemillas" nimios que no me dejan ni ocuparme a fondo ni solucionar ni disfrutar lo verdaderamente importante.
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