viernes, 4 de mayo de 2007

Un hombre y la eternidad

Ayer me dio la risa. Está mal, lo sé, pero es que cada día –Fede, gran Fede–, me lo pones más difícil. Como quien dice, tú y yo empezamos en esto casi a la vez. El azar, la policía nacional y el turno de oficio quiso que nos encontrásemos una noche en comisaría y, desde entonces, juntos, hemos pateado los juzgados de esta ciudad que, irresponsable y desagradecida, nunca ha valorado tenerte como uno de sus más perseverantes “chorizos”.
Tú me has hecho sentirme un abogado maldito, de escasa credibilidad, simple, liante e ignorante a los ojos de los jueces. Nunca bajamos los brazos, nunca dijimos “basta ya, no puedo”, siempre hemos luchado, con razón o sin ella para defender tu derecho a la presunción de inocencia… Y a veces, no te voy a engañar, se me ha hecho muy difícil: habría preferido negociar tres hipotecas o pagar a Hacienda o tratar de convencer a la baronesa Thyssen para que cuelgue uno de tus cuadros en las paredes de su palacio-museo, que defender alguna de tus hazañas.
Me has obligado a estudiar –y es justo agradecertelo, porque me has hecho mejor abogado– las más novedosas jurisprudencias sobre las intervenciones telefónicas, el autoconsumo de sustancias tóxicas y toda la lista de atenuantes y eximentes del continente europeo.
Pero ayer me reí. No se notó, porque mantuve el tipo, pero habría soltado una carcajada de buena gana. Por primera vez en todos estos años, Fede –¡oh Federico!–, reconociste haber hecho algo, pidiendo perdón y compasión a la juez que miraba sin dar crédito.
Fede, has comenzado el duro camino de la reconciliación con el mundo y contigo mismo y yo estaré a tu lado mientras dure la enfermedad y hasta el final.

2 comentarios:

Juan Ignacio dijo...

Una gran historia. Un gran final. Imagino que es mucho mas que "un caso". Y que hay otros triunfos y derrotas que no se miden por inocencias o culpabilidades judiciales.

Anónimo dijo...

Así es. Tú lo has dicho y no puedo añadir nada más. Gracias por mirar, por cierto.