Fernando era un chaval de dieciséis años. Hace cuatro, sus padres decidieron rehacer sus vidas sin darse cuenta de que la de su hijo se le escapaba por los pies. Fernando era drogadicto.
Había empezado a fumar y a salir por las noches, mientras sus padres discutían sobre el mobiliario, el coche y el pasivo de la sociedad de gananciales. Con el tiempo quiso volar lejos y fabricó mezclas imposibles de pastillas y alcóhol, hasta que un día dejó de correr con los niños perdidos y Wendy le dejó y quiso morir –como había muerto su infancia– y despertó en el hospital tras una semana en coma.
Al volver a casa se encontró con las citaciones del juzgado de menores... Y conmigo.
Ahora Fernando está en un centro terapeútico privado y en manos de un equipo de psicólogos y psiquiátras, para superar su adicción al alcóhol y a las drogas. Me dice su padre que ha perdido aproximadamente un cincuenta por ciento de su capacidad neuronal y yo le pregunto que dónde se han metido estos últimos cuatro años.
–Aquí, me dice. Y me enseña la sentencia de divorcio.
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13 comentarios:
Puf...!
En los últimos cuatro y en los de antes. Mira, ha llegado a un punto fatal, pero al menos si ahora está, alguna oportunidad más tendrá el pobre Fernando. Buena suerte con él.
pobre fernando, habrá que rezar! menos mla que tiene cerca un buen abogado...
Néstor seguro que te sabes alguna otra historia con buen final...
Sí, María, alguna me sé; pero es que esta es del jueves pasado y no me he resistido a contarla, porque habla del egoismo en estado puro.
Pianista, estoy contigo: creo que nunca estuvieron cerca de su hijo.
Ricardo, la jurisdicción de menores está llena de Fernandos y de historias lamentables. Tú lo sabrás mejor, como profesor de adolescentes.
Lo se, lo se, y cada vez son más numerosos los Fernandos...
Néstor,
tu historia es más frecuente de lo que crees. Fernando ha tenido la suerte de tener pleitos. Si, digo suerte. El sistema judicial se ha puesto en marcha y de rebote el médico.
Yo trabajo con adolescentes. Los que me vienen a ver tienen problemas de todos los colores. El problema que más cuesta trabajar es la droga. Empiezan trapicheando con porros y acaban con cocaína. Siempre controlan, y siempre pierden.
Efectivamente, además de hacer todo lo que puedo, rezo mucho por ellos. Por todos los Fernandos. Mientras escribo esto tengo en la cabeza a XXX, que es como él pero sin suerte. Ojalá la detengan pronto porque se prostituye para pagar la droga. Tiene quince años.
Dulcinea, el jueves volvía a mi casa pensando que Fernando tiene suerte de no ser gitano, de haber nacido en una familia con recursos económicos... De lo contrario, acabaría tirado en una cuneta. Sin remedio.
Reza. Reza por ellos.
Y tanto, Néstor. Hay que rezar.
Yo trabajo en un Instituto, por lo tanto centro público, y la mayoría son o bien inmigrantes o bien nacionales sin recursos. Sin embargo también conozco casos que se dan en familias con pasta.
El hijo de un director de banco amigo mío, sin ir más lejos. Me contaba que nunca supo cómo se enganchó. Sólo que se iba de marcha. Me hizo la consulta destrozado. Ahora el chaval es un zombi con tal deterioro cerebral que no podrá nunca ni ser independiente ni trabajar. !Vaya marcha!
Gracias por contarnos estas historias.
Saludos
Tremenda historia Dulcinea. Me hace preguntarme qué es lo que falla.
¿Gracias? No me las des, Er Tato: gracias a vosotros por mirar, que ya es suficiente.
Aing! Y nada, que los padres no espabilan, macho.
Los hijos tienen que aceptar los problemas de los padres.
Dicen.
Leo todos los comentarios...... y el nexo casi común es, como de costumbre, poner a los padres bajo la lupa. Y no.
No siempre es así.
No siempre el desencadenante está en una mala relación filoparental.
Conozco, por desgracia, casos de familias unidas, con buena formación e inteligencia, con los pies en el suelo y un excelente proyecto de vida... o así parecía... y, de repente, la droga en forma de pastillas, de cocaina o marihuana se hace presente de la forma más inesperada.
Las adicciones se cuelan por los resquicios pequeños, por las fisuras de la personalidad, por las grietas diminutas de la falta de autoestima.
En fin.... que siento discordar un poco en los comentarios de este blog tan interesante.
it
It, me encanta tu comentario y me encanta tu nota discordante. En efecto, lo sencillo es echarle la culpa a los padres; quizá la tengan en un porcentaje importante, pero -en efecto- no podemos olvidarnos de la libertad personal de cada uno.
Pero (y hablo en voz alta) ¿dime qué libertad bien formada puede tener un muchacho de apenas doce años? Si sabe elegir es porque le han inculcado determinados valores (vida por encima de la autodestrucción; entrega a los demás en lugar de egoismo) en su propia familia. No sé; ya te digo, que pienso en alto.
Vuelve cuando quieras, que me has hecho pensar.
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