El caos, el desastre, el desorden y sus derivados en un lado y en el otro la lucha por la supervivencia. El orden es algo inalcanzable para espíritus como el mío. Todo lo que podemos hacer es luchar para que el huracán no se lleve todo por los aires, así que cada mañana hago una montaña con las cosas que tengo que hacer. Cosas para hacer. Sueña hasta bonito. Y suena mejor cuando realmente las haces.
La mañana termina y contemplo con cierta satisfacción que la montaña de cosas por hacer es ahora la montaña de cosas hechas. Repaso, miro y corrijo errores y entonces –solo entonces– caigo en la cuenta de lo que he hecho: asuntos de derecho de familia. El primero, un recurso de apelación de un asunto de impago de pensiones de alimentos que vencía hoy (aunque podía presentarlo mañana antes de las tres de la tarde, por la gracia de nuestra Ley de Enjuiciamiento Civil). He hecho más de lo que he podido, he revuelto varias sentencias que –tendenciosamente estrujadas– consigo que digan más o menos lo que yo quiero. No creo que lo gane, pero al menos he cumplido con mi deber.
Debajo veo un escrito de alegaciones del canon 1599 del Código de Derecho Canónico; se trata de un escrito de resumen de prueba, para facilitar un poco las cosas a los jueces y que le den la nulidad a mi cliente sin remordimientos de conciencia. Más allá corrijo una demanda de divorcio de un matrimonio civil que duró tan poco que dudo que pueda llamarse matrimonio. Es curioso: no tenían perro, ni gato, ni casa, pero tenían un niño en común, así que el Convenio Regulador que he hecho favorece al niño por encima de sus padres, del sentido común y del euribor.
Y ahora mismo echo un último vistazo a una demanda de alimentos, guarda y custodia y régimen de visitas de un niño nacido de un rollo-tórrido-de-verano que terminó por durar algo más de cuatro años. Ahora no les quedan más que denuncias, peleas, insultos y visitas a psicólogos. Creo que se deshicieron de los álbumes de fotos y los veranos en Benicarló. Cuando uno odia de esta manera, en el fondo odia algo de sí mismo.
Es tarde. He puesto música. Suena Sabina. Él y yo decimos que “yo no quiero un amor civilizado, con recibos y escena del sofá”. Me voy a comer.
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7 comentarios:
Estoy contigo y con Sabina yo tampoco quiero un amor civilizado y de lo demás repite conmigo pequeño saltamontes: “Es solo trabajo”, “es solo trabajo”
Cambia de discoteca ya!!!!!
Porque amores que matan nunca mueren...
Claro.
Eso del orden inalcanzable me ha llegado al alma, por qué será...
Lo de "cuando uno odia de esta manera, en el fondo odia algo de sí mismo" es de lo más preciso que has escrito por aquí, aunque a veces se trata, simplemente, de no saber olvidar. Escucha, escucha despacio, el fluir de la cerveza...
Uff, las listas de cosas por hacer. Yo voy tachando las cosas resueltas, pero nunca las resuelvo todas, así que toca incluir las pendientes en la lista siguiente.
Un aplauso por poner al niño por encima de los padres y del euribor.
Muy sabio el consejo, Miriam. Me lo voy a poner a la vista en mi garito.
Vamos a ver, MYRIAM, es sencillo decir eso desde fuera... Yo mismo me lo digo muchas veces. Pero es bien difícil sostenerlo cuando tienes el problema delante, en tu cabeza...
PIANISTA, ¡qué tienes en contra de mi amplia discoteca!
FUTURO BLOGUERO, veo que vamos en sintonía, ja, ja, ja... En efecto, amores que matan, nunca mueren.
RAMÓN, me temo que nos vamos pareciendo cada vez más... Por cierto, ¿llegaste a escuchar el fluir de la cerveza, ja, ja, ja?
DULCINATOR, no te creo. Eres de las que comienza y acaba las cosas, no nos engañes...
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